sábado, 12 de mayo de 2012

Servilletas de papel.

      No me ha visto. Procuraré que no lo haga mientras dure el relato. Seré su sombra, su ventana indiscreta, el testigo invisible de sus actos y sus pensamientos. Les invito a acompañarme. Ni él, ni quién en estos momentos teclea sobre el ordenador soñando esta historia, conocen nada de lo que, espero, acabe desarrollándose ante nuestros ojos.

      Lo único que sabemos es que está ahí, en el fondo del bar, ante una taza de café humeante, solo, escribiendo unas notas sobre una servilleta de papel. No parece esperar a nadie. Tampoco da la impresión de tener a nadie que le espere. El local no es muy grande, tampoco demasiado pequeño. Lo suficiente para no sentirte perdido, ni demasiado agobiado. Ocupando una mesa cercana, una pareja joven decide los planes para el fin de semana. Algo más lejos, junto a una vieja máquina de discos que recuerda nostálgicos momentos que se fueron, un grupo de parroquianos habituales juegan la partida de mus de cada tarde. Junto a ellos, silenciosos y espectantes, los curiosos de siempre. En la mesa más luminosa, la que está colocada cerca del ventanal que da a la calle, cuatro mujeres vestidas con ropas elegantes apuran sus tortitas con nata y sirope de fresas antes de dirigirse al Teatro cercano. Aún tienen tiempo para unas risas. Ya no quedan mesas libres. De todas formas, por lo que hasta ahora he visto, no creo que la descripción de lo que en ellas ocurre vaya a aportar nada a la historia del personaje. Él continúa escribiendo mientras da pequeños sorbos a su tacita de café. Por momentos tengo la impresión de que me mira, pero es posible que sólo sea la paranoia del detective novato.

      ¿Cómo es ? ¿Qué piensa? ¿Tiene familia? ¿Es atractivo? ¿Del montón? ¿Es culto? Podríamos pensar que si al verle escribir sin parar sobre servilletas de papel, pero tal vez sólo sea la lista de la compra, o la planificación de sus próximas vacaciones
...¿Quién sabe? Dejemos que sea el contador de cuentos quién nos vaya desvelando todos los interrogantes. Será su pequeña ventaja, ahora mismo está tan perdido como nosotros. Por lo pronto, lo único que sabemos es que trabaja de ocho a tres en la oficina de correos del distrito centro. Es curioso, nunca lo hubiese imaginado.

      Desde hace tres años, nuestro hombre es cliente habitual del café-bar "Los Prodigios."  Una mañana lluviosa de otoño apareció por aquí, eligió la mesa que ahora ocupa, pidió un café y se puso a leer el periódico y a escribir sobre servilletas de papel.

El local no tiene nada que lo haga especial. Es limpio, acogedor, tiene una clientela agradable, está bien situado, pero no tiene el pedigrí de los edificios con sello histórico, ni fue refugio de artistas o bohemios, ni se viste con arquitectura de diseño. Dicen que nació allá por el año 1932, en medio del proceso de transformación y modernización que había iniciado el gobierno dirigido por Manuel Azaña, presidente del gobierno de la Segunda República. El nombre, "Los Prodigios", puede que tuviera que ver con las esperanzas con las que la ciudadanía acogió la llegada de un régimen de libertades.

      Madrid. Primavera del año 2012. Miguel, aparentemente ajeno a lo que ocurre a su alrededor, clava por un instante sus ojos en el techo, se pierde... y de nuevo vuelve sobre la servilleta y escribe. Puede que tenga unos sesenta años, aunque no podría asegurarlo. En estos tiempos difíciles, los días parecen semanas, las semanas meses y los meses pueden convertirse en años. Quién sabe, tal vez no sobrepase los cincuenta. Viste su cuerpo delgado y alto con ropas sencillas y cuidadas. Pantalón vaquero, jersey de ochos de cuello alto, color beige claro y mocasines negros sin calcetines. Es posible que no viva solo. Sus grandes ojos marrones despiden una cierta tristeza sobrevenida, como...si no estuvieran acostumbrados a mirar así. Su boca te recibe siempre con una sonrisa tímida y amable que parece más fruto de la educación o la bondad que de un estado de ánimo venturoso. Su cabello abundante y entrecano, arreglado con cierta displicencia, remata una figura con indudable encanto. De vez en cuando algún joven se acerca a su mesa, se saludan con afecto, intercambian algunas palabras y  se despiden sin llamar la atención. Apoyados en la barra, dos hombres, uno mayor y otro casi adolescente, escudriñan cuanto ocurre.

      Parece que va a marcharse. Recoge su bandolera, sus libros, las notas que escribió... y llama al camarero. En el suelo, bajo la mesa,  una servilleta llena de apuntes escapa a su control. Al salir se despide del personal de la barra y de los jugadores de mus con un gesto de su cabeza. -"Hasta mañana Don Miguel"- le responden todos - "Hasta mañana" - repite él.

      Nadie sabe de donde vino, ni porqué eligió el café-bar "Los Prodigios" como solaz de sus tardes, ni cual es su vida fuera de correos y de este refugio placentero. Ni falta que hace.

      No he podido resistir la tentación. Discretamente, aprovechando que su mesa está en el camino de los servicios, dejo caer el periódico que llevo entre las manos y lo recojo junto a la servilleta olvidada.

      La leeré más tarde. Ahora he de seguirle. Quiero saber a donde va. ¿Irá a su casa? ¿A casa de su amante? ¿A una reunión clandestina? ¿Al parque del Retiro? Faltan aún unos minutos para que sean las ocho. Es una tarde preciosa. Elegirá el Retiro, seguro.
Imposible resistirse a tanta belleza regalada. El corazón verde de Madrid es además una extraordinaria galería de arte escultórico y arquitectónico, el estanque es un regalo y sus caminos y avenidas están repletas de músicos, pintores, caricaturistas, titiriteros, cómicos y predicadores. Familias con niños, abuelos sentados en los bancos
acariciados por el sol, gente que corre, ciclistas que pasean, jóvenes enamorados que se abrazan y se besan.

      No me equivoqué. Sentado en las escalinatas del monumento a AlfonsoXII, con la mirada meciéndose en el agua del estanque y su mente construyendo sueños, Miguel descansa y espera. A escasos metros, ocupando una silla en un quiosco cercano, observo cada movimiento, cada gesto. Creo que aguarda a alguien.

      Casi ha pasado una hora. Aún hay luz y la temperatura es agradable. En este tiempo  creí ver a gente queriendo abordarle. Pero no fue así... ¡Un momento!, bajando lasescalinatas se acerca una mujer joven... ¿Su compañera? ¿Su rollo! ¿Su contacto? En estos momentos eso me importa poco, sólo quiero que se siente junto a él. 

      Pero tampoco esta vez. La chica pasó de largo sin apenas mirarle y comenzó a saludar efusivamente a los tripulantes de una barca que cruzaba. Me falló mi percepción. Es posible que nunca haya esperado a nadie.

      Queda poca gente en el parque. Todas las barcas están ya en el muelle. No suena la música. Los titiriteros recogen sus bártulos. El silencio de la gente hace al fin audible la algarabía de los pájaros. Pronto se cerrarán las puertas pero no quiero salir antes de que lo haga él. He de saber adonde va. Aunque, la verdad, no acabo de entender que interés puede tener mi seguimiento de esta historia.

      Por fin se mueve, recoge su bandolera y se dispone a subir las escaleras. Me dispongo a seguirle. Ya no queda nadie, sólo él y este detective aficionado.

      Inesperadamente, dos hombres, uno mayor y otro casi adolescente, salen desde detrás del monumento, se abalanzan por su espalda y con enormes bates de béisbol le apalean sin piedad. Antes de salir corriendo, gritan al aire una consigna que suena a advertencia: .- ¡Por rojo y maricón!.-

      Aún en estado de shock, acierto a gritar con desespero pidiendo auxilio, mientras la cobardía y la intolerancia se pierden rápidamente entre las sombras.

      Muy malherido le trasladan en ambulancia y a mi me citan para prestar declaración en la comisaría de Retiro.

      ¿Por qué? No lo entiendo. ¿Por qué?

      De repente me acuerdo que aún no leí la servilleta que recogí junto a su mesa. La saco del bolsillo, me siento torpemente en un banco, y entre temblores y lágrimas me dispongo a leerla:

      ¡Democracia Real, Yá!   Ideas para la reflexión.

"El mundo se divide en tres categorías de gentes:

Un muy pequeño número que hace que los acontecimientos se produzcan;

Un grupo más numeroso que vigila su ejecución y que observa para que se cumplan;

Y, finalmente, una amplia mayoría que no sabe jamás lo que ha sucedido en realidad."

      Va siendo hora de cambiar la situación.


      Más abajo, como si quisiera regalarse unos instantes de sosiego y de belleza, escribe unos versos de San Juan de la Cruz.

Buscando mis amores,
Iré por esos montes y riberas,
Ni cogeré las flores,
Ni temeré las fieras,
Y pasaré los fuertes y fronteras.

¡Oh, bosques y espesuras,
Plantadas por la mano del Amado!
¡Oh, prado de verduras,
De flores esmaltado,
Decid, si por vosotros ha pasado!

Mil gracias derramando,
Pasó por estos sotos con presura,
Y yéndolos mirando,
Con sola su figura
Vestidos los dejó de hermosura.
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      Termino de leer, y retumba de nuevo en mis oídos el grito de los asesinos:
      ¡Por Rojo y Maricón!

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      Con mimo, doblo la servilleta, y la guardo como un tesoro.