lunes, 31 de diciembre de 2012

Los Jinetes del Apocalipsis.

      Hombres que caminan deprisa sin mirar a nadie, ciegos entre ciegos, autistas entre autistas, mujeres abriéndose paso con bebés entre sus brazos, mujeres que te miran, mujeres ejecutivas, mujeres de couché, jóvenes depositando propaganda entre tus manos, camareros que ofrecen asientos en terrazas vacías, turistas perdidos ojeando un mapa, un mendigo entre cartones y su perro apurando un brick de vino tinto, una prostituta que coge a un hombre del brazo, "cariño por 20€ un francés, por 30 un completo", y se pierden por la calle de la Luna, dos rumanas cerca de un bolso abierto y el grito desesperado de una anciana, ¡a las ladronas, a las ladronas! Dos guardias municipales que se acercan y unos trileros que corren con su tinglado a cuestas, El Rey León, Sonrisas y Lágrimas, Blanca Nieves Boulevard, Zara, H&M, McDonalds, Fnac, El Corte Inglés...mucha gente, infinitas cantidades de gente.

      Mediodía del sábado en la Gran Vía de Madrid.

      Y en medio del caos, Ella.

      Camina entre la gente con sus grandes ojos negros absorviéndolo todo, con el bolso cruzado sobre su pecho y abrazado entre sus brazos. Su andar es fuerte, decidido, seguro. Alta, muy delgada, con un aire refinado y moderno. Pantalón vaquero de marca, blusa de seda blanca cayendo sobre sus caderas y bailarinas Dior de charol negro. Su cuello luce una finísima cadena de oro casi imperceptible y su pelo negro muy corto, deja al descubierto una sensual y bellísima nuca. No parece tener más de treinta años.

      A muy poca distancia, procurando pasar desapercibidos pero sin perderla ni por un momento de vista, una pareja de mediana edad, aparentemente turistas, la sigue desde que saliera del hotel Menfis, muy cerca de la Plaza de España. Perfectamente coordinados, a la altura del Palacio de la Prensa, un hombre mayor y la que intentaba pasar por su querida hija, toman el relevo del seguimiento. Muy importante: deben saber donde se reúnen y qué saben. Sólo después, deberán liquidarla.

      Fue reclutada cuando aún estudiaba en la universidad. Era su último año en la facultad de Ciencias Matemáticas y los días finales de un máster en Egiptología. Dominaba a la perfección varios idiomas y poseía un coeficiente intelectual que superaba cualquier parámetro conocido. Si a eso añadimos un grado de sofisticación y un encanto personal que venía de perlas para el trabajo que querían que desarrollara.

      Hace apenas unos meses la destinaron a Madrid. Profesionalmente le incomodaba su desorden, su ritmo anárquico, sus prisas, su aparente informalidad. Sus anteriores destinos puede que tuvieran mucho que ver con esta desafección aparente. Berna, La Haya, Bruselas. Evidentemente, la única coincidencia con su nueva ciudad tendría que encontrarla en su ubicación geográfica, la vieja Europa, Y su misión, eso no admitía matices, requería mucho rigor y enormes dosis de disciplina. Aparte de eso...la noche, la fiesta, el jamón, las ganas de vivir...bueno, mejor se guardaba todo eso para su intimidad. Mejor que no trascendiera. Aunque es posible que tal vez fuera bueno revestir su imagen pública de una una cierta dosis de frivolidad.

      Su equipo lo componen cinco personas, tres mujeres y dos hombres. Se han reunido varias veces pero ni se han visto, ni se verán jamás. La discreción absoluta es fundamental para su trabajo. Ni un rostro, ni una voz, ni un escrito. Sombras, emails cifrados, sonidos distorsionados. Nunca se reunían en el mismo sitio, nunca a la misma hora, siempre de forma sorpresiva. Ningún nombre, ningún alias, sólo números, siempre primos. Sólo ella fue bautizada. Se llamaba María. Le gustaba su nombre. "Los de la nube" tuvieron la deferencia de dejárselo elegir entre una pequeña lista que le propusieron.

      Sus reuniones eran cortas. Pragmáticas. Resolutivas. Las decisiones no se cuestionaban, no se discutían: Se ejecutaban. Se necesitaba precisión absoluta, obediencia ciega, invisibilidad total.

      Después de cada acción, el mundo no sería el mismo. María lo sabía. Su equipo lo sabía. En "la nube" lo sabían. Los ciudadanos, no.

      Pero no estaban solos. Madrid, Europa, el Mundo, el Planeta, la Galaxia, es un enorme tablero sobre el qué se está librando una lucha cruel y descarnada por el poder absoluto. Millones de seres humanos asistimos como figurantes a una representación en la que apenas alcanzamos a ver a una fauna de políticos corruptos, insignificantes empresarios que se creen dioses, mafiosos con ínfulas de reyezuelos, chulos de prostíbulos, banqueros cuatreros, chorizos, prostitutas, futbolistas, famosillos de la tele, desgracias, muertes, desolación... Minucias, sólo minucias. En realidad no nos enteramos de nada. No sabemos nada.

      ¿Fueron casuales los tsunamis del Indico o del Japón? ¿Las guerras del diamante, del coltán, de Irak, del Cuerno de África...se originaron de forma accidental? ¿El desplome financiero mundial, la hambruna y la desertización del planeta, el deshielo polar, el poder absoluto en manos de unos pocos, ocurre por que sí, u obedece a un plan maquiavélicamente pensado?

      Los que estaban en "la nube" sabían todo esto. Los que ordenaron el seguimiento de María, también. Los peones que la vigilaban eran sólo eso, peones. ¿María?... De María sabemos muy poco.

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      Al llegar a este punto de la narración, necesitaría hacer un inciso en el relato por respeto a los lectores, si tuviera la suerte de que alguno hubiere, que aclarase el por qué de algunas decisiones en el tratamiento de los protagonistas.

      Los auténticos desencadenantes de esta historia apenas aparecen apuntados en El cuento. Son los que ordenan desde la sombra el seguimiento y la aniquilación de María y su equipo. Necesitaría una novela de muchas páginas para poder explicar el alcance de sus fechorías. Y ahora mismo me faltan ganas y talento.

      Pido también disculpas por la falta de tensión narrativa en el tratamiento de los agentes que vigilan y persiguen a nuestra protagonista. Ni quería que asustaran, ni me interesaba desviar la atención. Sólo deseaba que ocuparán parte del escenario.

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      Son las 11 horas en Madrid, las 5 en New York, las 6 en Pekín, las 10 en Londres y Canarias, las 7 en Tokio,... Miles de equipos en todo el mundo con sus Marías al frente, bajo la dirección de " La Gran Gaviota", se preparan para la intervención definitiva. Están preparados. No parece que pueda haber marcha atrás. Es importantísimo que María no sea descubierta ni interceptada. Los Jinetes del Apocalipsis anuncian el triunfo del mal. La ambición desmedida de una élite que usó el Planeta a su antojo acabará arrasándolo. Y ese momento ya está aquí.

      El mundo, tal como lo conocemos desaparecerá. Llegará el llanto y el crujir de dientes, el fuego purificará la tierra, los océanos desbocados se apoderarán del planeta y toda vida conocida se esfumará.

      Entonces, "desde la nube", cientos de millones de naves se dirigirán a la tierra desbastada, procederán a la evacuación de los supervivientes y les trasladarán al paraíso que millones de años atrás construyeron Los Aimaras, los Mayas, los Atlantes y unos Seres extremadamente inteligentes y bellos que durante cientos de años vivieron mimetizados entre nosotros sin que nos diéramos cuenta mientras preparaban pacientemente nuestra salvación. Se me olvidaba decirlo, María era uno de ellos. Estaba en Madrid, en Tokio, en New York, en el Nublo, en Pekín ...con sus pantalones vaqueros de marca, su blusa de seda blanca, sus bailarinas Dior de charol negro, su finísima cadena de oro alrededor del cuello y su corto pelo negro que dejaba al descubierto una sensual y bellísima nuca.

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      Epílogo.- El Apocalipsis final no tiene su origen en una acción puntual y definitiva. Es la gota que colma el vaso. A los codiciosos y desalmados dueños del planeta sólo les interesa el dinero y el poder. La desaparición de su fuente de riqueza es simplemente el amargo final de la imbecilidad y la estulticia llevados al límite de la ambición.

      Los Aimaras, los Atlantes, los Mayas y los bellos alienígenas que vivían entre nosotros si tenían conocimiento del día y la hora exactos en la que se produciría la inevitable hecatombe. Y para paliar sus efectos se prepararon durante milenios.

      María era uno de ellos. Estuvo en Madrid, New York, Tokio, Londres, en el Observatorio Astronómico de Temisas, Pekín...con sus pantalones vaqueros de marca, su blusa de seda blanca, sus bailarinas Dior de charol negro, su finísima cadena de oro alrededor del cuello y su corto pelo negro que dejaba al descubierto una sensual y bellísima nuca. Y una pequeña maldad: Los emails cifrados, las voces distorsionadas y demás zarandajas de comunicación eran simples elementos de distracción hacia el enemigo. A ellos siempre les bastó con la Telepatía.

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      Javier, Javier, no vas a llegar a clase. Es muy tarde. Despiértate ya, por favor. Aquí hace mucho calor, estás sudando, ¿te encuentras mal? Ah, antes que se me olvide, María ha venido a buscarte. Por cierto ¡ qué chica más guapa ! ¿estudia contigo? No parece de este mundo.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Maldigo el dolor.

      Llevaba mucho tiempo despierto. Las noches se le hacían muy largas. Afortunadamente el invierno se fue, y con él las heladas y el intenso frío. Había dejado de llover y pronto aparecerían las primeras luces de la mañana. Subió la persiana del gran ventanal y corrió las livianas cortinas de lino para que el sol lo inundase todo, para que iluminase cada rincón de la habitación, para que calentase su cuerpo algo entumecido por el paso de los años. No había una sola nube que manchara el azul del cielo. Una ligerísima brisa se encargaba de producir gráciles contoneos en los altos árboles que asomaban a través del balcón. El olor a tierra recién regada y el acrobático vuelo de las golondrinas jugando con el espacio le invitaban al agradecimiento y a intentar participar de la armonía del universo.

      Desde el piso de abajo arribaban quedos sonidos de un trajín cuidadoso que evitaban herir el apacible encanto del sueño ya olvidado. El aroma del café arábigo escapando bajo la tapa nerviosa de la cafetera, el olor caliente del pan recién tostado, el dulce tintineo de tazas y cubiertos, y algo más imperceptible; la dulzura infinita con que su compañera preparaba el desayuno y sus pastillas, despertaban en él como arrullos esponjosos y sentimientos de amor indescriptibles.

      Había aparecido de improviso. Sin que nadie lo invitara. Cuando preparaba programas de fiesta y viajes deseados largo tiempo pospuestos. Cuando soñaba con los besos y los abrazos que nunca se atrevió a dar. Cuando había decidido - ¡al fin! - aprender a bailar para danzar y danzar con todos los ritmos del mundo abrazado a su mujer, con la mano en su espalda y la mejilla sobre su hombro, con los ojos cerrados y los labios buscando sus labios.

      Sin embargo, tenía la impresión de que esta vez no se trataba de una visita de cortesía. El oscuro compañero de viaje se había alojado en su casa sin solicitar permiso. El dolor había venido para quedarse. Y aún no sabía por cuanto tiempo.

      No podría decir que desconociera su rostro, ni que ignorase las desagradables incomodidades que siempre generaba su presencia, ni siquiera podría aducir que fueran extrañas sus visitas. Pero siempre lo contempló con cierta displicencia, como seguro de su superioridad, como una incomodidad pasajera que se marcharía pronto y acabaría haciéndole más fuerte.

      Pero ahora no era así. Al menos, eso le parecía. Suponía que algo tendrían que ver los años cumplidos, el desgaste celular, las digestiones lentas, el cansancio tras el esfuerzo, los olvidos inocentes, la lentitud en los procesos de recuperación. Tendría que asumir la nueva situación, mirar de frente a su huésped, explicarle cara a cara que no le gustaba y advertirle que acabaría expulsándole a patadas de su casa y de su vida.

      Asumía con normalidad la desaparición y la muerte como parte del proceso de la vida. Pero nunca aceptaría el dolor, el desgarro, la tortura y el sufrimiento como elementos de redención. Rechazaba la flagelación, el cilicio y otros sufrimientos de mortificación voluntarios bendecidos desde una mística implacable y despiadada. Detestaba la búsqueda del martirio como camino para acercarse a la perfección. Siempre miró con desagrado las imágenes de santos mutilados, lanceados, degollados, a Cristo azotado, crucificado, sufriente. Le entristecían los templos del medievo, oscuros museos del sufrimiento.

      No, no admitía el dolor. Odiaba el dolor. El dolor, pensaba, debiera ser para los creyentes la desgraciada consecuencia del triunfo del mal sobre el bien y para todos los hombres de buena voluntad, la cruel constatación del fracaso de la naturaleza imperfecta. El dolor provoca destrucción, llantos, desamparo, angustia irresistible, odio, deshumanización.

      Desde lo más profundo y honesto de su ser, no podía hacer otra cosa que declararle la guerra al dolor, desmitificarlo, expulsarlo.

      Como ser humano, libre y pensante, abrazaría el amor, la compasión, la justicia, la solidaridad y la ternura como las únicas fuentes de felicidad, de redención, de liberación y de salvación.

      Este sería su evangelio, su camino, su hoja de ruta.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Un instante mágico.

      Daniel no apartaba la vista del fuego, ni los oídos de las palabras del abuelo. Fuera hacía frío, mucho frío. Olegario dormitaba sobre la alfombra justo en medio del niño y el anciano. De vez en cuando abría uno de sus ojos, comprobaba que todo estaba bien, y volvía a sumergirse en sus sueños de perro. Algo más alejada de las llamas, callada y en paz, la abuela tejía una bufanda de lana blanca para el pequeño. También ella escuchaba, y sonreía, y recordaba.

       Perdida entre las cumbres de la isla, justo en las estribaciones de los Pechos, aquella casita de piedra, en otro tiempo humilde y sólido refugio de antiguos peones camineros, era su hogar durante largas temporadas, fundamentalmente en aquellas que coincidían con las vacaciones escolares.

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      Daniel vivía en un palacete de más de quinientos metros cuadrados en la zona noble de la ciudad. Compartía aquel inmenso "castillo" con sus padres y con una nani venida de Bulgaria para ocuparse de él. Alicia y Gustavo, sus jóvenes progenitores apenas tenían tiempo libre. Eran demasiado importantes. Gustavo gastaba su jornada amasando dinero y Alicia propiciando encuentros entre sus amigas del club náutico para organizar cenas, fiestas y rastrillos de caridad en favor de los niños pobres del tercer mundo.

      Cuando salía para el colegio alemán acompañado de su niñera, su madre aún dormía y su padre hacía horas que se había marchado. En realidad a su padre apenas le veía, y a su madre, ... alguna noche antes de acostarse y en la misa de los domingos, a la que por nada del mundo, ya tronara o cayeran chuzos de punta, se permitiría faltar.

      El enorme caserón en el que vivía, los largos y oscuros pasillos, los muebles oscuros y muy caros, las lámparas de araña, los vetustos arcones, los techos altísimos y las pesadas cortinas de cretona, la mirada severa de su nani, las palabras extrañas que no entendía, la falta de besos y caricias... Daniel se encerró en si mismo y se instaló en su propio mundo. Se inventó su bosque de Sherwood entre las patas de las veinticuatro sillas del comedor, su cuartel general bajo la mesa de despacho de su padre, y su campo de batalla en los interminables y siniestros pasillos. No hablaba con nadie, no reía con nadie, no  lloraba con nadie. Sólo hablaba, reía o lloraba con los personajes de su universo encantado.

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      La Semana Santa se había adelantado este año - aún faltaban unos días para que comenzase oficialmente la primavera - La temperatura, muy fría durante la noche y bastante fresca en las primeras horas de la mañana, se dulcificaba con los primeros rayos de sol y calentaba con fuerza cuando llegaba el mediodía.

      Mientras el niño dormía, la abuela abría las ventanas y permitía que el aire y la luz de la mañana ventilasen y purificasen la casa. El abuelo cortaba leña junto al pequeño huerto y Olegario, después de un paseo reparador, se había tumbado frente a la habitación de Daniel esperando ansioso verle aparecer por la puerta. Ya olía a chorizo, huevos fritos, pan caliente y café recién hecho. Pronto estarían todos a la mesa.

      A escasos metros de allí, serpenteando entre riscos y matorrales, protegido por un mar inmenso de pinos, perfumado con los olores de la retama amarilla, el tomillo de cumbre y la salvia blanca, un luminoso arroyo de aguas transparentes y frías venido desde el Pico de las Nieves, brincaba entre las rocas cristalino y exultante.

      Como cada mañana, comido, aseado y con la bendición de los abuelos, Daniel llamó a su perro, y juntos se perdieron en el bosque (el"se perdieron", es sólo un recurso literario, sabían donde iban y sabían que querían ir solos)

      Y llegaron a su rincón secreto. En un recodo del sendero, justo donde el pinar cobija cientos de helechos gigantes y la vegetación se torna impenetrable, el cantarín arroyo se veía obligado a saltar sobre los riscos componiendo una grácil cascada de varios metros de altura y engendrando, antes de seguir su curso ancestral, un hermoso estanque de aguas claras donde según cuentan las leyendas, se bañaban las hadas y los duendes y donde tenía su moraba la Ondina de las Aguas.

      Y Olegario se lanzó a las aguas, y nadó y salió y corrió y brincó y buscó al niño y con sus patas le abrazó y con su lengua le besó, y volvió al estanque y nadó  y ladrando le llamó. Por un instante la mirada del niño buscó la cascada y el dibujo que la corriente iba dibujando sobre la tierra en su camino hacia Tejeda. Pero sólo fue un momento. Sin que hubiese fuerza humana capaz de impedirlo, sus ojos, su mente y todo su ser quedaron atrapados en el centro del estanque. Y como había ocurrido otras veces, el lugar se llenó de luces de colores, de reflejos iridiscentes, de cuerpos hermosos y transparentes, de dulces y extrañas melodías. Cuatro figuras translúcidas, etéreas, asexuadas y desnudas, con guirnaldas de flores silvestres sobre sus cabezas y collares de oro y madreperlas en el cuello, cantaban y bailaban en corro y extendían sus manos invitándole a danzar. Olegario salió del agua de un salto, se tumbó sobre la hierba con las patas estiradas, el hocico a ras del suelo, los ojos muy abiertos, y en absoluto silencio. Ya no sufría los ataques de pánico de la primera vez. Ya no temía por el niño. Una amable sensación de paz lo inundaba todo. Daniel bailaba con las hadas. Millares de pequeños ojos habitantes del lugar contemplaban embelesados la escena. Los pinos, los matojos y las flores, las montañas, las nubes y el mismísimo Nublo se regocijaban pensando que tal vez no estuviera lejos el momento en el que los hombres descubrieran al fin, que el secreto de la sabiduría habita muy cerca; "Si no os hacéis cómo niños, no entraréis en el reino de los cielos"- dijo un día Jesús de Nazareth -. Y por un instante, las armas callaron, se disipó la hambruna, hubo trabajo y hubo justicia, cesó la ira y crecieron los abrazos y en todas las plazas sonó la música y se recitaron poemas de amor. Fue sólo un instante, pero en ese instante infinito, fuimos Dios.

      Se había hecho tarde. El pequeño y el perro corrían por el sendero que les llevaría a casa. Contentos y aún mojados, con su secreto guardado bajo cien candados y sus ojos inundados de sueños, besaron, lamieron, abrazaron y estrujaron a la abuela que les esperaba de pie junto a la puerta.. Cuando llegara la noche y las inquietudes de cada día se fueran a descansar, Daniel se sentaría junto al abuelo y le diría que le contase cuentos a la luz de la lumbre.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

El Parque de los libros olvidados.

           

      Los días transcurrían presurosos aquel cálido otoño. Un manto de bronce y oro cubría el suelo del parque mientras el alisio jugaba con las hojas que aún caían de los arboles haciéndolas danzar largo rato antes de posarlas sobre bancos y senderos. El sol, fiel a su cita con el amanecer, emergía majestuoso del océano infinito tras la linea del horizonte iluminándolo todo, acariciándolo todo, jugando con las gotas que el rocío depositó durante el sueño entre las flores, y vistiendo de perlas y diamantes los macizos de, hibiscus, geranios y bouganvillas que en una noche mágica ideó el jardinero. Las montañas que protegían la ciudad por el oeste, contemplaban embelesadas el despertar de la vida.       

      Por el camino que habían habilitado para ello, una muchacha y su perro (un setter irlandés) corrían como cada mañana. Siempre a la misma hora. Siempre las mismas vueltas. Siempre ellos dos. Sólos los dos. No escuchaba el viento, ni el canto de los pájaros, ni gritos de auxilio - si algún día los hubiera - ni siquiera podía escuchar a su perro que no cesaba de mirarla mientras corría. Sus oídos sólo escuchaban la música de su "smartphone"; rock japonés, música indie y óperas de Wagner. Con el volumen máximo. Con el máximo aislamiento. La muchacha se llama "Lidia". El perro, "Perro".

       Dos empleados de la limpieza vacían papeleras y adecentan los caminos barriendo la hojarasca y recogiendo alguna botella de plástico. Son jóvenes, aunque ya superan la treintena. Mientras trabajan - y lo hacen a conciencia - no paran de hablar. Parecen contentos. Ven pasar a Lidia y le saludan con la mano. "Perro" les mira y les ladra, no le gusta que se queden mirando el trasero de su dueña.       

      Javier llevaba veintisiete meses en el paro. Una drástica reducción de plantilla en la empresa de componentes electrónicos en la que trabajaba lo había dejado en la calle. Después vinieron las entrevistas, cientos de curriculums a través de internet, las miradas compasivas, las preguntas de su padre, los ojos de su madre, los consejos de su novia... y la desesperanza y el miedo y la angustia. Los sueños del joven ingeniero industrial habían muerto casi antes de nacer. Y ahora está aquí, limpiando el parque con su compañero de pupitre. A pesar de todo, había tenido suerte.       

      Roberto fue siempre el mejor, el más brillante, el más generoso, el mejor amigo. Pero la vida le trató mal. Al poco de iniciar sus estudios de filosofía murió su padre y con él desapareció todo el dinero que entraba en casa. Era el mayor de tres hermanos y tuvo que dejarlo todo y ponerse a trabajar. Al principio en unos grandes almacenes, después en la construcción (se pagaba bien y en casa se necesitaba el dinero) y cuando esta se fue al carajo por la maldita crisis, en la empresa de limpieza que trabajaba para el ayuntamiento. En sus oficinas se tropezó un día con Javier, y tras la alegría del reencuentro, ejerció toda su influencia para que le contratasen.      

      Ahora, mientras barrían, recordaban el pasado, reían, hablaban de cine, de música, de libros y, alguna vez, de mujeres. La política y la religión quedaron vedadas, les dolía demasiado. El fútbol, mejor no tocarlo.      

      La mañana invitaba a pasear. El bendito alisio dulcificaba el calor que nos enviaban desde el cielo. Hombres solitarios, mujeres en grupo, parejas de enamorados, parejas de amigos, ancianos buscando descanso y una caricia del sol, abuelos que arrastran el cochecito con su nietos...      

      Por fin llegamos a él. Estaba en el sitio de siempre. Leyendo como siempre.       

      Para lo asiduos del lugar, don Juan era parte del paisaje. Rondaría los setenta años, de mediana estatura, delgado, cabello gris cortado a cepillo y vestimenta informal, casi juvenil. Cada mañana, antes de que los gallos cantaran, paseaba durante un buen rato, hacía ejercicios respiratorios y finalmente elegía un banco del parque, soleado en invierno, a la sombra de un laurel en verano, y leía. Leía y pensaba y soñaba y aprendía y gozaba.       Pasó Lidia y le envió un beso volado. Pasó "Perro", subió las patas delanteras a sus rodillas y con su lengua lamió sus manos. Él cogió su cabeza y le acarició con energía.

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      _- Otro que se deja olvidado un libro. Esta semana ya van tres.      

      _- ¡ No fastidies!  Y eso son sólo los que hemos encontrado nosotros...      

      _- Si, es bastante raro. Podríamos comentárselo a don Juan. Tal vez sepa algo.
   
      _- Espera un momento, ¿Has leído lo que pone dentro? ..."Llévame contigo. Te esperaba".      

      Roberto y Javier eran buenos lectores. Amaban los libros, y algo les decía que aquella plaga de libros olvidados no podía ser casual. "León el Africano", Cien años de soledad"y ahora, "El tiempo entre costuras". Textos hermosos con los que sin duda alguien gozó y que ahora se ofrecían desde un banco vacío, desde el tronco del gran sauce o desde las gradas del auditorio "José Vélez". Siempre en el parque. Siempre de mañana. Y en todos el mismo escrito: "Llévame contigo. Te esperaba".    

       _- Pues si, es extraño - comentó don Juan - pero a la vez extraordinario, ¿no creen?Alguien parece empeñado en compartir con más gente el placer y la gloria de sus libros. Me imagino que se trata de una especie de justicia distributiva. Algo que recibió gratuitamente y que ahora desea devolver gratuitamente. Sea como fuere, lo importante es que esos libros sean leídos , amados y mil veces compartidos. Sólo restará dar las gracias al generoso "librero".       Javier y Roberto siguieron con su trabajo. Don Juan les siguió con la mirada y sonrió.       

      ... Y volvió al Cairo, y preparó nuevamente su narguile y fumó hasta extasiarse, y rió con Kirsha, el dueño del café y sintió pena por Abbas, el ingenuo barbero enamorado de Hamida, joven, pobre, ambiciosa y muy hermosa que sólo deseaba casarse con un hombre rico que la sacara del callejón, y escuchó las repetidas historias del ingenuo tío Kamil, dueño de una tienducha del dulces...  Cada cierto tiempo volvía, fijaba su mirada en los arboles, veía a Lidia y a "Perro" pasar, escuchaba el apagado ruido que llegaba de la calle y regresaba de nuevo al "El Callejón de los Milagros".        

      _- En un banco del parque, a la sombra de un gran magnolio, alguien dejó olvidado un libro. Su título: "El Callejón de los Milagros",  de Naguib Mahfuz. En sus primeras páginas habían escrito un mensaje: "Llévame contigo. Te esperaba".

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      Pasaron los años y la aparición de nuevos libros se multiplicó. Siempre textos hermosos, siempre textos amados. Y el suceso fue conocido en otros lugares. Y en todos se recibió con regocijo. Y el enorme Jardín que había nacido en el corazón de la Ciudad de los Faycanes, pasó a ser conocido como "El Parque de los Libros Olvidados".

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Meditaciones en el bosque.

      Había salido a caminar con la intención de perderse. Pensaba que, tal vez así, en la soledad y el desamparo, le fuera más fácil encontrarse definitivamente.

       Salió de su casa muy de mañana. Los autobuses comenzaban a salir de sus cocheras. Bajo las marquesinas de la EMT, trabajadores de las fábricas del extrarradio y algunas empleadas de hogar aguardaban con impaciencia su paso. Hacía algo de fresco, aunque los chic@s del tiempo predecían para hoy un cielo sin nubes y temperaturas agradables. El resto de la calle aún dormía. Sólo empleados del servicio de limpieza y algún sacrificado corredor de fondo se cruzaron en su camino.

      En muy poco tiempo abandonaría el asfalto y penetraría en el bosque. Se había pertrechado bien. En su mochila llevaba un considerable bocadillo de jamón - le habían prohibido el queso y el chorizo -, algo de fruta y una botella de agua; un libro, un cuaderno y el iPad que le regaló su mujer. Y para posibles emergencias, el odiado móvil, acompañante innegociable si deseaba emprender la marcha sin una bronca innecesaria.

      Muy pronto dejó de escuchar los ruidos de la ciudad. En su lugar, las ramas de los  grandes arboles de hoja perenne le brindaban un concierto singular danzando al son que les imponía el viento. Mientras, sus pies, calzados con sólidas botas trekking, hacían crujir el suelo cubierto de las hojas secas que se desprendían de los plátanos, las acacias, los nogales y los castaños. Pájaros, topos y algún cervatillo curioso se dejaban ver como si intentaran decirle que le iban a acompañar, quisiéralo o no, en su iniciática travesía hacia la soledad.

      Aunque se esforzaba por mantener su mente bajo control, un torrente de imágenes y elucubraciones no buscadas se colaban en sus pensamientos ocupando un enorme espacio de su capacidad cognitiva consciente. Y no podía hacer nada por evitarlo. A pesar de sus esfuerzos, era incapaz de sostener por mucho tiempo seguido un discurso reflexivo coherente. Otras estampas, otras ideas, otras preocupaciones se colaban con descaro y sin permiso en el espacio que el había acotado previamente como marco de sus reflexiones. Siempre fue así. Y no le ocurría a él sólo. Era la servidumbre de un cerebro poco entrenado. No importaba. A pesar de sus limitaciones, le apasionaba el tiempo dedicado a la meditación, al estar, al prestar atención, al examen, al placer de la búsqueda. Tenía la certidumbre de que el gran milagro estaba muy cerca,... ¿quién sabe?, tal vez dentro de él. 

      Sin embargo, prefirió no refugiarse en respuestas de manual. Había decidido huir de conjeturas poco razonadas, ni siquiera en las seguridades que le ofrecía la religión. No olvidaba su pasado ni la educación que recibió, y aunque las convicciones que sustentaban su vida le ayudaban a ser feliz y a mantenerse razonablemente en paz con el mundo, deseaba enfrentarse al misterio de la vida desnudo y sin agarraderas. Sentía la necesidad de liberarse de dogmas, de verdades absolutas, de certezas que encadenan. Deseaba experimentar la intima alegría de saber que, aunque no lograse encontrar "El Santo Grial", lo importante de la vida se encontraba en el viaje, en la búsqueda humilde y apasionada  de la verdad, la nuestra y la del universo. 

      Llevaba algunas horas transitando senderos que nunca había explorado. Confiaba en el GPS de su móvil si finalmente se perdiera. No parecía fácil que fuera a encontrarse con nadie. El paisaje comenzaba a cambiar. Los árboles de hoja caduca habían desaparecido. Acacias, pinos que casi tocaban el cielo y enormes robledales centenarios se habían adueñado por completo del bosque. La luz del sol encontraba grandes dificultades para entrar. Helechos gigantes se adueñaban de los intransitables senderos. Los animalillos nocturnos aumentaron sus horas de vigilia sin temores. Una enorme cabeza de búho le vigilaba curioso con sus grandes ojos fríos desde lo alto de su trono. Una formidable cornamenta asomó tras unos matorrales a escasos metros de su posición, olfateó el aire, levantó orgulloso su testa y desapareció a toda velocidad. Nunca había visto un ciervo tan hermoso y tan de cerca. 

      Estaba cansado y comenzaba a tener hambre. Necesitaba llegar a un pequeño claro donde el sol calentase el suelo y calentase su cuerpo. Media hora después, al llegar a lo más alto de la montaña el bosque se abrió de súbito. Ante sus ojos, un enorme ruedo alfombrado de hierba suave y verde con incrustaciones de pequeñas flores silvestres, rojas, blancas y amarillas y coronado en el centro por un pequeño lago de aguas azules y frías donde abrevaban en paz decenas de animales  en libertad. Y frente a él, una larga cadena de montañas, algunas, bosques impenetrables, otras, graníticas y agrestes salpicadas de bayas y zarzamoras y de un puñado de cabras que saltaban de risco en risco.

      Subió a la roca más alta, sacó su iPad, y filmó cada rincón y la linea del horizonte y las aguas cristalinas y las majestuosas montañas y la paz de las especies  ... Y guardó silencio.

      Un águila imperial cruzó majestuoso sobre el lago y se dirigió a los muros de granito. En sus garras transportaba el alimento para sus crías.

      Despacio, casi con mimo, fue acercándose a la orilla del lago. Los animales, sorprendidos, levantaron sus cabezas, le miraron curiosos y decidieron seguir  bebiendo y retozando. Sobre el espejo de las aguas quietas, el bosque, las montañas y la vida que se movía en ellas, aparecían reflejados con una veracidad sobrecogedora. Y también se reflejó él. Y contempló su rostro. Y se descubrió cansado, perplejo, extasiado. Transcurrió un tiempo. Por fin levantó la vista del estanque, dirigió su mirada hacia las montañas reales... y más allá, hasta el infinito. Cerró por un instante sus ojos ... y se fundió con la belleza.

      Embriagado y transportado, se tendió sobre la alfombra verde, abrió el iPad confiando en tener conexión con el satélite, entró en la biblioteca, seleccionó un libro de San Juan de la Cruz y se dispuso a leer unos poemas del Cántico Espiritual.

                                                  ¿Adónde te escondiste,
                                                   Amado, y me dejaste con gemido?
                                                   Como el ciervo huiste,
                                                    habiéndome herido;
                                                    salí tras ti clamando, y eras ido.
                                                                  
                                                  ¡Oh bosques y espesuras,
                                                   plantadas por la mano del Amado!
                                                   ¡Oh prado de verduras,
                                                    de flores esmaltado!
                                                    Decid si por vosotros ha pasado.

                                                    Mil gracias derramando
                                                    pasó por estos sotos con presura,
                                                    e, yéndolos mirando,
                                                    con sola su figura
                                                    vestidos los dejó de su hermosura.

                                                           .....................................

      Durante un tiempo que no pudo o no supo medir, sus pensamientos volaron y se perdieron. Y aunque no obtuvo certezas, se sintió sereno y pacificado.

      Sin embargo, mientras sus sentidos y su mente le conducían por aquel Shangri-La soñado, cientos de flashes bombardeaban su cerebro transportando imágenes que rompían la armonía de aquellos instantes: "matanzas de niños en Siria", "miles de desahucios en España", "millones de seres humanos desplazados por la guerra y por el hambre", "terremotos, tifones, tsunamis, huracanes","injusticias, paro, conflictos, estafas, corrupción"... Y se sintió perplejo y miserable.

       El Yin y el Yang, la armonía y el desorden, el bien y el mal,...

      Continuaría escuchando. Viviría largas horas de espera atento al menor movimiento de los seres y de las cosas. Y lo haría desde la duda y el desconcierto, desde la humildad y la determinación. Pero sin temores, convencido de que algún día alcanzaría la sabiduría y que la justicia y la bondad acabarían imponiéndose.

      Se había hecho tarde. Recogería las cosas y se pondría en camino. El bocadillo de jamón permanecía intacto en el fondo de la mochila. De repente se le agudizó el hambre, quitó el papel albal que lo cubría y lo mordió con desmedido placer.

                                                           ...................................

      Un grupo de senderistas acababa de llegar y se acercaron a saludarle. Ya no tenía que preocuparse por el GPS. Regresaría con ellos.




















































                                                                       
                                                    

                                         







































     











   
















domingo, 18 de noviembre de 2012

Telde. Tetuán. Unidos en mi memoria. (Recuerdos.- 34)

      El agua saltaba entre las rocas, transparente y exultante, entre breves relámpagos azules. Los primeros niños en llegar se apresuraron a beber ahuecando sus manos o metiendo directamente sus cabezas en la corriente. El fuerte calor endureció la marcha, pero había merecido la pena. Aquel vergel, casi a las puertas de la ciudad, era un regalo precioso por inesperado y por bello.

      Cada verano, en cuanto regresaba de vacaciones a su pueblo, una treintena de niños llamaban a su puerta para preparar la marcha al Castillo (El barranco de los cernícalos, en Lomo Magullo). Allí estaban como siempre, Antoñillo Franco, Pepe Báez, Chano Jiménez Estupiñán, Antonio Almeida, Miguel Benítez, Pepole Estupiñán, Manolín Verona, Gustavo Cerpa, Frugoni, Chano Estupiñán, Carmelo Almeida, Javier Torres...y un montón más. Todos entre los diez y los catorce años. Todos deseando rastrear las pistas del tesoro que les llevaría finalmente a las cascadas de agua clara, a los árboles de grandes sombras, a los helechos gigantes, los palmerales y los berros. Todos deseando compartir juegos, baño y comida. Todos eufóricos, alegres, increíblemente felices.

      Caminábamos juntos, en columnas de a dos, por el arcén de la carretera. Habíamos partido desde la Plaza de San Juan. Al llegar a la pista de tierra que acabaría conduciéndonos hasta el barranco de los cernícalos, hicimos una primera parada y formamos equipos de tres o cuatro miembros cada uno que deberían comenzar a salir con un intervalo de cinco minutos. Un tiempo antes y acompañado de un par de voluntarios me adelantaría al grupo e iría sembrando el camino de señales, jeroglíficos, pistas y mensajes ocultos que los jóvenes rastreadores deberían descifrar si querían llegar con éxito al corazón del Castillo.

      Y allí estábamos. Gritos, sonrisas, saltos, carcajadas, carreras, chapuzones...¡Qué hermosa era la vida! Y todos nos dispusimos a disfrutarla.

      Se organizaron decenas de juegos, nos bañamos en la cascada, preparamos el fuego y la paella... Cuidamos con mimo el paraíso encontrado. Transcurría el verano del año 1962, 63, 64...

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      Una oscura nube que oculta el sol y llena de grises la tarde. Una paloma que me mira y que me llama. La paloma remonta el vuelo y yo me precipito en la nube.

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      Es domingo, día de fiesta para la comunidad cristiana de Tetuán. Atrás quedaron el viernes, festivo para los musulmanes y el sábado, día sagrado para los hebreos. Nunca hubo problemas por esto. Las tres comunidades vivían en perfecta armonía. Ha amanecido un día precioso. María, su hermano y su madre han ido a pasar el día a Río Martín, la maravillosa playa de arenas dulces y blancas de la costa mediterránea pegada a la desembocadura del río que da nombre a la zona. A su padre nunca le gustó el mar. Su madre disfrutaba y lograba que lo hicieran sus hijos. Nunca olvidaron aquellos días. Ni la belleza de aquella playa.

      Otro domingo. María se ha vestido con sus mejores galas. Ha puesto khôl en sus ojos, un suave colorete en sus mejillas y algo de rojo en sus labios. Es una joven preciosa, tímida en exceso y bastante introvertida. Pero amaba la vida. Le encantaba bailar, la música de la época, masticar chicle Bazooka e ir por las tardes al cine. Sobre todo, ir al cine. Hoy iban de guateque. Estaba nerviosa y contenta a la vez. Le acompañaría su amiga María Elena ... y esperaba que estuviera él. Se llamaba Purri, era futbolista y esta mañana lo había visto jugar en el Sania Ramel, campo de fútbol de Tetuán. Estaba contenta. El chico le gustaba. Y le habían dicho que los sentimientos eran compartidos. Fue su primer contacto con el despertar del sentimiento amoroso. Sentimiento único que los mayores se empeñan en despojar de su hondura llamándolo tonteo. De cualquier manera, nunca lo tuvo fácil. Su padre era muy desconfiado y su hija demasiado guapa. Así qué dispuso un marcaje en toda regla. Su hermano pequeño sería su carabina permanente. Y el niño se lo tomó en serio. Al principio Purri pensó que sería fácil deshacerse del vigilante, .- Oye, Jóse, toma dos pesetas para que vayas a comprarte un helado.-  .- ¿Que pasa?, le contestó el niño, ¿Crées que es tan fácil comprarme?.- Al pequeño también le gustaban las películas de acción. Y no pensaba fallarle a su padre.

      Otro domingo. La joven había quedado con su amiga a las puertas del Grupo Escolar España, un edificio precioso del que guardaba sentimientos encontrados. Allí pasó sus últimos años como escolar. Recuerda que se empeñaban con especial énfasis en convertirlas en amas de casa y madres amantísimas. No encontró su sitio. Su rebeldía hizo que nunca tuviera una buena relación con sus maestros, pero sólo se arrepiente de no haber aprovechado más las clases que impartía el profesor de árabe. Por aquel entonces, un absurdo complejo de superioridad hacía que los alumnos españoles despreciaran todo lo que viniera del protectorado.

Por fin llegó María Elena. Irían al Cine Monumental a ver una película de Doris Day - estaban cansadas de ver MoloKay en el cine de la Misión Católica - y después, a pasear durante largas horas en la Avenida del Generalísimo en trayectos interminables de ida y vuelta riendo, coqueteando y enviando mensajes cifrados envueltos en guiños y miradas mil veces estudiadas.

      Poco antes de que el domingo acabase, un joven marroquí que vivía en la Medina pasó por su lado y con enorme dulzura le dijo, .- ¡Qué bonitos sojos tienes!.-

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      Poco tiempo después, Marruecos obtuvo su ansiada independencia, y la joven María y toda su familia, regresaron a España.


                                  




miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tetuán. El paraiso en la memoria. (Recuerdos.- 33)

      Salí  antes de que lo hiciera el sol. Quería llegar a la cumbre y plantar mi tienda en ella con las estrellas como única luminaria. Hacía frío, pero nada que no pudiese combatirse con un buen anorak. Un mar de nubes impedía que mis ojos pudieran ver el valle. Sólo podía mirar hacia arriba y contemplar el cielo, o hacia el infinito e intuir el mar.

      Fue fácil montar la canadiense. A pesar de los años, no había perdido habilidad. Hay cosas que nunca se olvidan. Sentí alegría. Aguardaría en su interior hasta que llegara el momento. Ya no tardaría. Pequeños ruidos nocturnos de animalillos que comenzaban a desperezarse, rompían levemente el imponente silencio de la montaña. No corría ni una pizca de aire. La oscuridad se adueñó de todo.

      Y llegó el instante... La emoción me hacía temblar. Estaba preparado. Al fondo, en la línea del horizonte, un halo de luz blanca, amarilla, anaranjada, comenzó a rodearme en un círculo perfecto. Los contornos de la isla comenzaron a definirse como si los rotularan con tinta China. Las montañas, despojadas del manto negro de la noche, parecían de acero, algunas peñascos oxidados refulgían como el bronce, bandadas de aves levantaron su vuelo anunciando el nacimiento de un nuevo día y todos los seres vivos que moraban por allí salieron de sus madrigueras para celebrar juntos la vida. Yo salgo de la tienda y me subo al risco más alto.

      Poco a poco, con la majestuosidad de quien se sabe rey del universo, allá por donde señalan que está el Este, distante y cercana a la vez, una enorme bola de fuego, a ratos amarilla, a ratos naranja, a ratos roja, comienza a emerger desde las profundidades del océano iluminándolo todo, calentándolo todo, vivificándolo todo. Insignificante y estupefacto asisto al espectáculo más maravilloso y emocionante que pueda representarse sobre la faz de la tierra. Y mientras esto ocurre, miles de voces, cientos de trompetas, violines y timbales interpretan dentro de mi el Mesías de Haendel, la Novena de Beethoven y cuantos himnos inventaron los hombres para honrar a la gloria de la creación. Y su sonido continuó expandiéndose por cañadas, desfiladeros y barrancos recordando a todas las criaturas nuestra pequeñez y nuestra grandeza.

      Y el hombre, estremecido  y con lágrimas de sal mojando su barba, se agarró a la piedra que fue su palco y permaneció en silencio largo tiempo, conmovido, pacificado.

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      Asomado al balcón de su dormitorio, con las manos sobre el pretil de teja y el sol a punto de esconderse tras el bosque cercano, un hombre dejaba que sus pensamientos le llevaran una y otra vez a aquel lugar que sabe a leche y miel, a especias y frutos secos, que huele a naranjos y flor de jazmín, a tomillo, a menta y a hierbabuena.

      Cada tarde, después de su tiempo de paseo y antes de entregarse a la lectura, se acerca a su mujer y la besa. Luego, de forma discreta e intentando no llamar la atención, se cuela furtivamente en el escenario en el que fue raptado por primera vez una mañana de verano. Y sueña con el milagro. Con la nube y la paloma. Sabe que no podrá trasladarse a aquél lugar con la memoria, porque no la tiene. Nunca vivió allí. Necesitará un viaje a través del tiempo que lo traslade de nuevo al corazón de la Medina, a la Plaza del Primo (plaza de Mulay Mahdi) y a la pastelería Del Buen Gusto, a los paseos por la calle del Generalísimo y a la verdad del barrio de Moulay Hassan. Una vez allí se convertiría en humilde espectador de la vida teniendo el máximo cuidado para no interferir en los acontecimientos del pasado. Le producía vértigo las consecuencias del posible efecto mariposa.

      Pasaron muchos días. Él esperaba. Por fin una tarde, con el sol colgado de un cielo completamente azul, con multitud de pájaros entrando y saliendo de los cipreses que plantaron cuando se construyó la casa, con el lagarto de siempre calentándose sobre las baldosas del jardín, una nube negra venida de no se sabe donde, se interpuso entre la estrella y la tierra. Y cubrió de grises la ciudad. Una paloma, con el plumaje más bello y brillante que jamás se viera, se posó en lo alto del magnolio. Le miró fijamente, como queriendo decirle algo. La reconoció al instante. Y sus ojos se llenaron de agua. Un momento después, la paloma levantó el vuelo y se marchó. Él se sumergió en la nube.

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      Caminaba erguida, con el gesto serio, aparentando una seguridad que estaba lejos de poseer pero que le servía de escudo ante posibles acercamientos o comentarios indeseados. Ya no era la niña que llevaba a su hermano de la mano y a quién  compraba aceitunas en el zoco para que guardara un secreto. Se había convertido en una jovencita preciosa que se peinaba a lo garçón  y se vestía con los modelos que descubría en el Elle llegado de París y que su madre confeccionaba para ella con tejidos más humildes. Delgada, de tez muy blanca y pelo muy negro, con una nariz judía que enriquecía sus facciones y el rictus serio de su boca, con unas orejas que nunca aceptó porque las veía grandes y en exceso separadas y, sobre todo, con unos grandes ojos verde miel que atravesaban cuando miraban. .- ¡Qué bonitos sojos tienes!.- le decía cada día el morito joven de la Medina al verla pasar.

      Ya no vivía en el humilde barrio de Moulay Hassan. No tenía pues por qué atravesar la judería para ir al colegio. Sin embargo le seguían atrayendo los aromas del pan y las aceitunas, de los pasteles de almendra y las chuparquías,  de la harira y del tajine de pescado o de cordero. Pero sobre todo, le gustaba pasear por el callejón de las especias, Un puesto y otro y otro más, decenas de negocios exhibiendo grandes sacas con sus enormes bocas abiertas rebosando y regalando aromas, hermosura y exotismo justo a la entrada de las tiendas. Canela, comino, pimienta, cúrcuma, azafrán, pimentón, semillas de anís, cilantro, nuez moscada,...y ras el hanout (mezcla de entre diez y veintiocho especias al gusto del tendero). Una explosión de colores rojos, amarillos, anaranjados y toda la gama de ocres y marrones que la naturaleza era capaz de crear, vestían de belleza el corazón de la Medina. Humildemente confieso mi falta de talento para describir la emoción que los ojos y el alma de aquella joven eran capaces de percibir en aquellos instantes.

      Trabajaba muy cerca de allí, en un negocio de importación y exportación regentado por un hebreo. Se puso a trabajar muy pronto. En casa hacía falta el dinero y la escuela le aburría soberanamente. Prefería sumergirse en la lectura de Pearl S. Buck, de Julio Verne o en los libros de la colección Historias. Y después de una primera experiencia en una farmacia de su barrio recaló allí, muy cerca de la calle de La Luneta, justo en la frontera con la ciudad moderna.

      Casi todas las tardes, al acabar su jornada laboral, se iba a ayudar a ayudar a Mª Elena, su mejor amiga en aquellos años, que estaba empleada en una tienda en la que se vendían tebeos a "dos por uno". Ejemplares absolutamente nuevos, sin mácula y con el único inconveniente de tenerlos con  algunas semanas de retraso - fruto de las devoluciones a las editoras - y con los que un comerciante avispado había montado un espléndido negocio.¡Un auténtico paraíso para una buscadora de sueños!

       Allí la descubrió un empresario catalán, dueño de la librería Escolar, que no dudó en ficharla para su negocio cuando observó la pasión con que aquella jovencita miraba y devoraba aquellos cuentos. Con el tiempo descubriría también que era una comercial de primer nivel; responsable, bonita, lista y enamorada de lo que hacía.

      María se sentía feliz. Trabajaba en un local precioso, entre los libros que siempre amó y tratando con clientes singulares que enriquecían su vida. Sólo un pero: le pagaban muy poco. Y esa fue la perdición del librero. Los comerciantes de Tetuán "olían" enseguida a un buen vendedor, y allí se conocían todos. Algún tiempo después, los dueños de la pastelería El Buen Gusto le ofrecieron trabajo y le triplicaron el sueldo. Cuando el catalán quiso reaccionar, ya era tarde. Y se quedó sin María.

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      Continuará...
























miércoles, 7 de noviembre de 2012

En el corazón de la Medina. (Recuerdos.-32)

      Abrió lentamente los ojos mientras se desperezaba sobre la cama  deshecha. Nunca durmió bien.  Por el ventanal abierto entraban la luz y los primeros sonidos de la mañana. Sobre el pretil del balcón de la terraza unos grajos chillaban y movían sus largas colas negras con desespero. Miraron hacia dentro con desconfianza y levantaron raudos el vuelo. Durante unos minutos permaneció en la cama contemplando el color de los arboles que se mecían movidos por el aire que llegaba desde la sierra. Con el cielo azul decorando su coreografía, decenas de pájaros daban la bienvenida al sol entrando y saliendo de la floresta y ejecutando piruetas imposibles en un juego febril de homenaje a la vida.

      De la planta baja llegaban aromas de café recién hecho y sonidos de una radio que no cesaba de emitir, una y otra vez, con desesperante reiteración, las noticias del primer boletín. El run run de la calle comenzaba a colarse a través de las ventanas que se abrieron de par en par en busca de aire nuevo. El vecino de enfrente llevaba a su perro al descampado de al lado, niños medio dormidos arrastraban sus pesadas mochilas hasta el bus escolar, hombres y mujeres arrancaban sus coches camino del trabajo y el abuelo, que vivía más arriba, había salido  a pasear con su sombrero panamá hundido hasta las orejas y su bastón de fresno protegiendo su frágil equilibrio.

      Una nube caprichosa se detuvo delante del sol y por un instante la mañana se vistió de grises. Aires  de misterio envolvieron la casa. Al balcón llegó una paloma con el plumaje más bello y brillante que jamás se vio. La reconoció al instante. Le miraba fijamente, con determinación, cómo si pretendiera decirle algo. Se levantó de la cama y caminó hacia ella. Al atravesar el ventanal la paloma levantó el vuelo y se marchó. El se sumergió en la nube.

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      Sentado en el escalón de la puerta de su casa, el niño escuchaba el monótono zurear de las palomas mensajeras, las historias de la radio que acompañaban a su madre mientras trabajaba en el telar y las voces de sus amigos jugando con una pelota de trapo en la calle Defensores del Alcázar. Cada cierto tiempo, las voces de Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa dejaban de sonar y en su lugar se escuchaba la canción del negrito de Cola-Cao; la voz de un niño gritaba, ¡coche!, y el partido se paraba al instante apartando las porterías de piedra en un santiamén y subiéndose a la acera mientras saludaban con regocijo a los ocupantes del vehículo. Las palomas nunca dejaban de arrullar. El pequeño cavilaba.

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      Bastante lejos de allí, en una ciudad que tiene por sobrenombre la paloma blanca y que existe desde el siglo III a.C., Tetuán, "los ojos" - significado de su traducción árabe -, una niña de no más de nueve años,vecina del barrio de Muley Hassán, lleva de la mano a su hermano pequeño por entre el mágico laberinto del zoco de la Medina.

      .- Nena, por favor, nos vamos a perder y mamá se va a enfadar. Y papá... si se entera papá?.-

      .- Anda no seas tonto. Ya verás que bonito es todo esto. Te compraré unas aceitunas. Ya verás lo ricas que están,.... pero tienes que guardarme el secreto, ¿vale?.-

      .-¿Vale? Pero yo no quería, ¡eh!
.
      Cada día, camino del colegio, la niña guardaba el dinero que su madre le daba para el trole y atravesaba caminando el asombroso y seductor mercado de la Medina.Los comerciantes, casi todos musulmanes, también algún judío, miraban con curiosidad a aquella niña delgadita - española sin duda -  de tez blanca, pelo largo y negro recogido en coleta y unos grandes ojos color verde-miel que miraban con deleite y con asombro. Un jovencito marroquí estudiante de algún colegio cercano, se hacía el encontradizo cada día, la miraba con timidez y le decía de forma muy queda,.- "Qué sojos más bonitos".- La niña se ruborizaba, pero guardaba todas estas cosas en su corazón. Cuando llegaba a la altura del paraíso sacaba las monedas de su ahorro y las gastaba en aceitunas, frutos secos, chuparquías y otras delicias marroquíes.- ¿Qué te parecen niño?¿A qué están ricas?.-

       La fascinación ante aquel universo que se le ofrecía regalado y su desbordante imaginación, acabarían conformando una personalidad mágica y supersticiosa, pero también tolerante y abierta. Nunca sintió miedo en medio de aquel caos hechicero. ¿Inconsciencia? ¿Sexto sentido? ¿Ingenuidad? Quién sabe. Tal vez de mayor no lo hubiese hecho. Pero eso ahora importa poco. Lo que si es seguro, es que aquellos momentos forman parte ya del tesoro más amado de su memoria.

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      La nube desapareció al fin, el sol volvió a brillar y la casa recuperó su rostro. De nuevo llegaban hasta mí el olor del café recién hecho, los sonidos de la radio y las noticias amargas de la crisis. Lo que no acababa de entender era qué hacía yo en el balcón, descalzo y en pijama.















domingo, 28 de octubre de 2012

En un hotel de montaña.

      Se encontraba a gusto allí dentro. La chimenea estaba encendida y él había logrado sentarse en uno de los dos grandes sillones de orejas que estaban situados frente a ella. Entre los dos asientos una pequeña mesa sostenía una taza de café humeante, algunas pastas de té y "El Último Encuentro", de Sándor Márai.

      Pronto llegaría Miguel y podrían celebrar con una partida de damas el feliz estado de su nueva situación. Rezaría para que ningún cliente solitario les birlase el asiento que aún estaba libre. Por lo pronto, y aunque sabía que no estaba bien, dejaría su abrigo sobre el sillón para aparentar que ya había sido ocupado.

      Era una buena chimenea. Grande, limpia, con un buen tiro y con un diseño moderno de líneas rectas y un frontal en color bronce oxidado. La bocana era panorámica, bastante grande y permitía contemplar la danza del fuego entre los troncos, con sus iridiscentes ropajes de tul y de aire brillando en rojos, azules, verdes y amarillos. Una mullida alfombra persa sobre una deslumbrante tarima de ébano, terminaban por conformar un rincón soñado para la conversación y las confidencias.

      El coqueto salón de aquel hotelito con encanto comenzaba a llenarse. Fuera, el frío y un amago de tormenta habían dejado en soledad todos los senderos de la montaña. Asomados al gran ventanal acristalado que abría el inmueble a la bellísima serranía que presidía majestuoso el Roque Nublo y sentados en cómodos sofás de piel marrón, dos jóvenes parejas conversaban animadamente con voces muy quedas, para no molestar.

      Juan continuaba esperando; a ratos hipnotizado por el embrujo de las llamas; a ratos sumergido en la narración deslumbrante de Sándor Márai. De vez en cuando, impaciente, volvía la cabeza hacia la puerta esperando ver aparecer a su amigo. Ya no tardaría. Seguramente le habrá entretenido "Mercurio"o el surrealista "Andrés".
     
      En un rincón de la estancia, solitario y aburrido, un pianista con esmoquin regalaba melodías de Broadway con ligeros toques de jazz y de blues. De vez en cuando, alguna joven se acercaba y le pedía que tocara algo para ella.

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      No le había visto llegar, pero allí estaba, sonriente y feliz. Pidió disculpas por su retraso, se abrazaron con fuerza y se sentó en el sillón frente al fuego.

      .- Enhorabuena Miguelito ¿Qué se siente? ¿Cómo se lleva el jubileo? .-

      .- Estoy en una nube. Ilusionado. Pero algo raro. Eso sí, voy a intentar hacer lo que siempre quise y nunca pude. De todas formas, no sé si a ti te pasó, comienzo a tener un cierto complejo de culpa, como si no tuviera derecho a disfrutar de este premio de libertad. Tal vez se deba a que aún me siento con fuerzas y a que mucha gente lo está pasando mal con esta maldita crisis.-

      .- Supongo que será un sentimiento compartido por mucha gente decente, Miguel. Es difícil substraerse a una realidad tan jodida. Pero habrá que seguir viviendo, y es posible que aún tengamos algo que decir.

      .- ¿Cómo ha podido pasar? Tanto esfuerzo, tanta cárcel, tantos muertos... ¡Joder! No lo hicimos bien. Nos dejamos ganar la partida. En realidad, los que nos han traído hasta aquí nunca se fueron. Están ahí. En la sombra, los que diseñan y ordenan. Dirigiendo y ejecutando, sus obedientes peones. Nos engañaron concediéndonos ganar migajas de respetabilidad pero nos tuvieron siempre cogidos por el miedo, nos hicieron creer que éramos libres y que el estado del bienestar era una conquista para siempre pero, ¡maldita ingenuidad! no contábamos con su ideología y su ambición desmedida. En un momento dado pensaron que habíamos llegado demasiado lejos, y dijeron, "Se acabó".

      .- Es así. Y la historia se repite. ¿Por qué demonios? Pues vaya usted a saber. Avanzamos y retrocedemos sin saber muy bien cómo ni por qué. Un día proclamamos con solemnidad la Declaración Universal de los Derechos Humanos y al día siguiente la pisoteamos con total impunidad. Y declaramos la guerra, y cerramos fronteras a los pobres - porque son pobres - y consentimos la muerte masiva de niños y pueblos enteros por hambre y por sed, y consentimos la explotación de unos pueblos por otros con más poder y prostituimos las palabras democracia, libertad, igualdad, vaciándolas de contenido y despojándolas de su alma. La gente pierde su trabajo, su casa, su proyecto de vida, el sistema financiero se va de rositas, la banca se salva y los ricos son más ricos. ¿Y los gobiernos? ¿Dónde están? ¿En qué bando juegan? ¿Para quiénes trabajan? Con la que está cayendo, es muy difícil concluir que lo hagan para la gente. De cualquier manera, Miguel, lo terrible es pensar que "ellos", son también "nosotros". No somos criaturas distintas. La acción del hombre sobre el mundo es una reproducción exacta de la acción del hombre sobre sí mismo. Que gane el bien o gane el mal dependerá de nuestro libre albedrío.

      .- Es la leche. ¿Necesariamente tienen que ser así las cosas? Me gustaría poder disfrutar de la vida sin tanta sombra y tanto dolor. Creo que tenemos derecho...-

      .- Bueno, Miguel. Dejemos esto por ahora. Demos gracias a la vida. Y bienvenido al club. ¿Nos jugamos unas damas?

 Pidieron más café y un tablero y abrieron la partida.

      .- Sabes, Juan, mientras venía hacia acá pensé que los años que nos queden por vivir pudieran ser los más ricos.-

      .- No me cabe la menor duda.-

      Durante mucho rato, no sabría decir cuanto, jugaron, hablaron, recordaron, rieron, proyectaron. Cerraban una etapa y abrían otra en la que también querían contar. Y querían hacerlo, de la mano, como hicieron siempre. Pensando, dialogando, proponiendo, participando.

sábado, 20 de octubre de 2012

Conversaciones frente al mar.


      Había salido a caminar. El sol todavía aguantaría colgado del cielo unos cuarenta minutos. El alisio soplaba suave y arrastraba consigo algunas gotas de mar que mojaban su cara. Iba solo. Pantalón corto, camiseta carrefour y zapatillas deportivas muy cómodas que le había regalado su hijo mayor. Seguiría la ruta de siempre: cruzaría la calle Venegas a la altura de la biblioteca, salvaría la autovía y accedería a la avenida marítima. Y a gozar. Empezaría caminando hacia el sur: Vegueta, San Cristobal, la Laja hasta la Mar Fea... y de vuelta por los mismos paisajes... y más allá,  hacia las Alcaravaneras,  la Naval, el Muelle... Hasta que se encendieran las farolas. Hasta que en el mar, barcos repletos de luces se vistieran de fiesta. Hasta que el sudor y el cansancio visitaran su cuerpo...
Entonces llegaría la hora de volver.

      No había mucha gente aquella tarde. Un partido de fútbol de esos que llaman del siglo había retenido a muchos frente al televisor. Ciclistas y patinadores - menos de los habituales - circulaban sin sobresaltos por su carril. Mujeres en grupo y varones en solitario avanzaban o se cruzaban a lo largo de la ruta. Caminantes novatos con ropas de estreno, rostros repetidos en mil y una jornadas que se saludan tímidamente, algún pescador con la mirada perdida en paciente espera, pandillas de gatos entre las piedras, parejas de adolescentes haciéndose arrumacos sobre el malecón. La vida se tornaba hermosa, amable, querible.

      Andaba con todos los sentidos en alerta. Jamás llevaba cascos que pudieran aislarle de los sonidos que iba encontrándose por el camino. Disfrutaba con el son de las olas acercándose y alejándose de las rocas en una melodía sin fin. Con el vuelo y los chillidos de las gaviotas que inundaban la playa de la Laja. Con la conversación de tres mujeres maduras que iban unos metros delante y no habían parado de hablar desde que se encontraron. Con el susurro producido por el cadenado de las bicis o el armonioso deslizar de los patines sobre la acera. Con el saludo amable de un paseante habitual o con el rostro desencajado de un atleta preparando su maratón. Curiosamente, apenas escuchaba el ruido de los coches por la autovía. Misterios de la mente.

      Y allí estaban. Como cada tarde. Sentados en el muro blanco que contenía al mar y las olas. Con las piernas colgando hacia el agua y la mirada buscando el infinito o a los barcos que se acercaban al puerto. De espaldas a los viandantes y al interminable flujo de los coches que entraban o escapaban de la ciudad. En silencio a ratos, conversando con pasión casi siempre.

      No sabía desde cuando se reunían allí. Se fijó en ellos el primer día que salió a caminar. Había parado un  momento a leer un whatsapp que acababa de recibir - podía ser de su mujer y no quería que se preocupase

      .- "Cariño, ten cuidado. No estés fuera demasiado tiempo. Besos" .-

      Nada importante. Le contestó tranquilizándola. Se disponía a seguir cuando algo en aquellos hombres llamó su atención. La conversación que mantenían le pareció sorprendente. Y lo sería mucho más con el paso de los días.

      Y no pudo resistirlo. La curiosidad o, ¿quién sabe? tal vez alguna inquietud personal no resuelta, hizo que cada jornada a la misma hora, sentado en un banco que el ayuntamiento había colocado providencialmente a aquella altura del paseo, nuestro hombre, se colara subrecticiamente en aquel diálogo fascinante, tratando de que los ruidos de un lado y otro del muro blanco le robasen el menor número de palabras posible.

      Eran dos hombres cuyas edades podían oscilar entre los treinta y cinco y los sesenta años. ¿Padre e hijo? ¿Profesor y alumno? ¿Compañeros de trabajo? ¿Amigos? Para el curioso no era un tema relevante. Lo realmente sorprendente eran el marco - la inmensidad del mar y del cielo - y la singularidad de los temas que abordaban.
     
      Ayer les escuchó discutir sobre "alma y pensamiento, sobre la nada y el más allá". ¡Anda ya! Y como siempre, parecían absortos. Departían en voz alta, mirando unas veces al infinito y otras al rostro de su compañero. Había alegría y excitación en sus ojos, pasión y  respeto en cada palabra. Durante largo tiempo debatieron, confrontaron y, algunas veces, se rindieron. No importaba. No parecía que buscaran ganar. Ni regocijarse en el placer vanidoso y fatuo de la confrontación intelectual. Transmitían la impresión de que sólo deseaban encontrarse con la verdad.

      ¿Por qué estos temas? ¿Por que aquí, al aire libre, junto al mar? ¿Por qué no hablaban de futbol, de mujeres, de corrupción, de la crisis, cómo todo el mundo? Parecían debates sacados de contexto, más propios de aulas de estudio o tertulias de café. ¿Quienes eran? El acento era inconfundiblemente de la islas. Su aspecto, también.

      Días antes les había sorprendido dialogando sobre  "el amor y la muerte. La belleza y la fragilidad de la vida". Citaban a Platón y a Ovidio, a Marco Aurelio y a Tagore, a José Luís San Pedro y a Naguib Mahfuz. Y pensó que soñaba. Que aquello no podía estar ocurriendo. El mar, el cielo, una plácida tarde de otoño, el mundo que se desmorona y unos hombres de carne y hueso que se embarcan en la aventura del conocimiento y no temen perder el tiempo hablando del ser y las estrellas, del amor y la cosmología.

      Hoy hablaban de "Dios y ateísmo, de agnosticismo y racionalismo. De fe".

      La controversia era fuerte. La discusión larga y prolija. Al final, y resumo las conclusiones para no alargar en demasía este relato, algunas cosas parecieron quedarles clara: Para confesarse ateo, decían, se necesita un acto de fe similar a la fe que se necesita para creeer en Dios. El racionalismo no avala el ateísmo. Tampoco la existencia de Dios. Sin embargo ha habido momentos en los que el ateísmo militante pareció apropiarse de un halo de modernidad, racionalidad y libertad que no le correspondian. En realidad se mueve en los mismos parámetros de magia y voluntarismo que se adjudica a los creyentes.

      Y abordaron el agnosticismo. Y concluyeron que tampoco cubría sus expectativas. Porque, aunque en un principio pareciera la postura más racional, no dejaba de ser la constatación de un fracaso. Fracaso intelectual y fracaso vital. Sobre todo, si la postura agnóstica fuera un punto final a la búsqueda. Y concluian sus debates aseverando que a su entender, la razón por si sola no es suficiente para alcanzar la verdad. El ser humano, es algo más que razón pura. ¿Qué es ese algo más?...Imposible saberlo en el actual estadio del pensamiento. La definición del hombre como animal racional se les antojaba insuficiente.

      Dejó a los hombres sobre el malecón y regresó a su casa rumiando lo que había escuchado:

      .- La verdad nos hará libres. Pero, ¿qué es la verdad? ¿de qué verdad hablamos?¿dónde encontrarla? .-

      Mientras caminaba, sus pensamientos acudían a su boca en forma de palabras. La gente que pasaba a su lado le miraban con curiosidad pero el permanecía absorto en su universo recobrado.

      .- Creo que la libertad es enemiga de los dogmas, de las verdades absolutas.-

      Una y otra vez, las palabras escuchadas volvían a su mente y jugaban con sus propios pensamientos creando un mundo nuevo de ideas y de caminos.

      .- Nuestra vida cobrará sentido con nuestro encuentro con la verdad. Esta búsqueda, sin embargo, puede llevarnos toda una vida. Y tal vez no baste. Es posible que nuestro destino sólo sea buscar y que nuestra felicidad se encuentre en el viaje.-

      Un patinador estuvo a punto de atropellarle pero ni siquiera se dio cuenta. No veía nada. No escuchaba nada.

      .- Creyente, Ateo o Agnóstico, ...  lo importante sería iniciar este camino ligero de equipaje. Con la mente y el corazón abiertos y sin cadenas ni certezas inmutables. Conscientes de nuestra finitud y nuestra ignorancia. Sin miedo al abismo. Humildes, tolerantes, solidarios, bondadosos. Dios, si existiera, nunca nos exigiría más.

      Ya había llegado a la altura del Mercado de Vegueta. De repente sintió deseos de volver y encontrarse con aquellos hombres. Conocer quienes eran. Preguntarles cosas ... ¿Cómo no se le ocurrió antes? Seguro que le recibirían bien. Mucho antes de lo previsto llegó al lugar. Pero...  no estaban. ¡Qué extraño! En su lugar, un abuelo y su nieto veían pasar los barcos llenos de luces mientras la luna les guiñaba un ojo desde lo alto. El niño guardaba silencio y el abuelo le contaba historias.

      Se acercó y preguntó al anciano si sabía que dirección habían tomado los dos hombres que antes ocuparon aquel puesto. El anciano le miró extrañado y le dijo que hacía dos horas que estaba allí con su nieto, como lo estaban cada tarde a la misma hora, y que no había visto a nadie en aquel lugar ni cerca de él. Ni hoy, ni ayer, ni durante meses.
  
      .-¿Está usted seguro? .-

      .- ¿Cómo no voy a estarlo? .- Vengo a este lugar desde que mi nieto nació. Vivo ahí enfrente y mi hija no nos quita ojo.

      .- Gracias. Y discúlpeme, por favor.-

      .- No tiene importancia, señor. La vida está llena de misterios ...Afortunadamente. ¿No cree?












miércoles, 3 de octubre de 2012

¿Qué pasó con nuestros sueños?

      Caminaba sin rumbo fijo. Caminaba y tal vez no sabía qué lo hacía. Caminaba por caminar. Y no era fácil en aquella ciudad, a la siete de la tarde, en plena hora punta, con la gente corriendo, tropezando, chillando, con los coches frenando, arrancando, pitando.

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      Aterrizó en Madrid cuando se estrenaba el otoño y los parques se vestían con alfombras de bronce y oro, cuando el sol no era fuego sino calorcito que acaricia, cuando la ciudad se llenaba de jóvenes venidos de todas partes a estudiar y aprender. Y lo que vio le gustó. Y pensó que había llegado. Y aquí plantó su tienda. Confiado. Ilusionado. Seguro.

      Han pasado muchos años. Los inviernos son muy fríos y muy largos. El verano extremado y asfixiante. La primavera no pasa por aquí. El otoño... El otoño sigue siendo bello y luminoso. Como el día en que llegó.

      Y aquí sigue. Tratando de vivir. Tratando de comprender.

      Acababa de perder su trabajo. En un instante manda a la mierda a su jefe y a quince años de broker al servicio del miserable sistema financiero y escapa escaleras abajo dando la espantada con un portazo y exclamaciones de furia y de rabia.

      Pero tampoco él era inocente. Durante demasiado tiempo cerró los ojos. Y los oídos. Y el entendimiento. Y mató los sentimientos. Y la compasión. Y la decencia. Vivía bien. Demasiado bien. Su triunfo estaba cimentado en mentiras, en estafas, en un sistema ideado para hacer más ricos a los ricos a costa de condenar a la miseria a los más pobres. Sus jefes estaban contentos. Su familia estaba contenta. Él, ... él era rico. Se codeaba con los ricos. Se comportaba como un rico.

      Mientras, a su alrededor crecía la pobreza, la gente perdía su trabajo, muchas familias perdían sus casas, los jóvenes huían del país, millones de parados quedaban sin prestaciones, miles de inmigrantes eran expulsados del servicio público de salud, se deterioraba el sistema educativo, se hundía el sistema público. Y él, ... cada día era más rico.

      En un instante todo cambió. Por primera vez su hijo le miró a los ojos ... Y no aguantó su mirada. Le preguntó por el origen de su riqueza y no se atrevió a revelárselo. Quiso saber si estaba orgulloso con su vida y no pudo contestarle.

      La noche siguiente estalló el escándalo. Era el 15 de Septiembre del año 2008. Lehman Brothers se declara en bancarrota. El sistema financiero se desmorona. Los ahorros de millones de ahorradores desaparecen. Cientos de bancos van a la quiebra. Los Gobiernos Democráticos se lavan las manos, el Fondo Monetario Internacional, los Bancos Centrales de los Paises ricos y los Poderes económicos que dirigen el mundo desde la sombra se aprestan a culpar sin matices a las instituciones democráticas y a unos ciudadanos despilfarradores que intentaron ocupar un espacio que no les pertenecía. Y él, en medio. Mercenario a sueldo. Tropa de rapiña. Obedeciendo consignas.  Sin corazón, sin alma, sin derecho a sentir, a preguntarse, a cuestionar.

      Y no pudo más. Lo que ocurrió después ya lo conocen ustedes. Lo conté en un relato anterior. Mandó a la mierda a su jefe y escapó escaleras abajo dando un portazo entre imprecaciones de furia y de rabia.

      En medio de la bruma y el desconcierto, ya de madrugada, llegó a la taberna. Y conoció al ceremonioso y pesado Hao, a la sonriente y dulce Sahoyan y sus delicias de la cocina madrileña, al fascinante mundo que se mueve en la noche y a la generosa hospitalidad de esta ciudad seductora. Y le regalaron palabras amables, gestos amables, guiños y sonrisas amables. Y vio a la gente besarse, abrazarse, reír, discutir, chillarse y volver a besarse, abrazarse, ... y se sintió extraño, perdido, casi muerto.

       Pasaron los días, no demasiados, y su mujer le dejó. Le dejó también su hija. Y el hijo que le había mirado a los ojos obligándole a enfrentar su vida ante al espejo, le recriminaba ahora la inoportuna radicalidad de su decisión. ¿Qué iba a pasar ahora con sus estudios de postgrado en la prestigiosa Universidad Americana de Harvard?  _- "¡Coño!, ¿Podías haber esperado a que yo terminara mis proyectos? Siempre pensando solamente en ti. ¡Mierda!"

      Abandonó el chalet de Pozuelo, su Lexus todoterreno y su deslumbrante vida social. Alquiló un pequeño apartamento en el barrio de las Letras y se dispuso a resetear el sentido de su vida.

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      Algún tiempo antes.

      Transcurría el año 1987. Un joven e idealista estudiante de filosofía acababa de obtener su licenciatura. Se trasladaría a la capital y desde su magisterio como profesor adjunto en la Universidad Complutense, se dedicaría a formar mentes abiertas, críticas, rebeldes, iconoclastas, libres. Nunca se sintió tan feliz.

      Se casó al año siguiente y pronto tuvieron su primer hijo, el mismo que años más tarde le miraría a los ojos y desencadenaría una tormenta que pondría su vida patas arriba. Vivían en un piso alquilado en pleno corazón de los Austrias, muy cerca de la Plaza de la Villa y del mercado de San Miguel. Era un tercero sin ascensor con un balcón asomándose a la calle y dos ventanas a un patio interior. Sesenta maravillosos metros para el sosiego y la independencia. Se sentía un tipo afortunado.  

      Su carácter abierto, su capacidad de empatía, su discurso fácil y sus dotes para el liderazgo no pasaron desapercibidos para algunos tiburones que cazaban por allí. Era un bocado apetitoso. Y se lo comieron.

      La ambición, el dinero fácil, la vanidad, el ascenso social, la familia, los hijos, los viajes en preferente, los restaurantes caros, los coches de alta gama, "buenos días don Ricardo", "lo que usted desee don Ricardo", "¿manda usted algo más?" Adulación, vacío, mentiras, fracaso humano. ¡Pobre hombre!

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      Caminaba solo. Con la mirada perdida y el porte descuidado.Caminaba y tal vez no sabía qué lo hacía. Caminaba por caminar. Y no era fácil en aquella ciudad, a las siete de la tarde, en plena hora punta, con la gente corriendo, tropezando, chillando, con los coches frenando, arrancando, pitando.

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Este relato viene a completar la historia que relaté tiempo atrás, bajo el epígrafe de "La grán estafa".