miércoles, 25 de diciembre de 2013

"Era uno de esos primeros días de mayo..."


      Era uno de esos primeros días de mayo, delicados, volubles, vulnerables y hermosos como unos versos de San Juan.

      Estaba sentada en el banco azul, a orillas del estanque. Una pareja de adolescentes había alquilado la primera barca de la temporada y remaba con torpeza y entre risas.

      Una ardilla la mira curiosa y rápidamente escapa trepando por el gran roble. Martín, el caricaturista, la saluda al pasar y comienza a montar su pequeño tinglado en el sitio de siempre. Alberto y Lucía colocan mesas y sillas y las limpian con un trapo húmedo. Ya abrieron el kiosco. Del sendero de tierra que bordea el parque llega el sonido de gente corriendo.

      Salió de casa muy temprano. Quería llegar antes de que alguien "le robase su palco". La temperatura era algo fresca, pero el sol, que ya despuntaba entre los riscos, se iba a encargar de calentar la mañana. En su mochila de cuero marroquí, el iPhone blanco de Apple, "Canadá", la última novela de Richard Ford, y la infinita e inescrutable batería de objetos que acostumbran a llevar las mujeres en el fondo de sus bolsos.

      Una mujer mayor de elegantísimo porte, peinada con mimo y "cuidado" desenfado, vestida con pantalón de lino beige , blusa y chaqueta de flores comprada en Zara y zapatillas deportivas blancas con cordones, solicitó permiso para ocupar el otro extremo del banco. //¿Puedo, hija? // //Claro,...claro que sí,... por supuesto// Paula sonrió y su acompañante sonrió. Por un instante le pareció ... pero no, seguro que no. Y sin mediar palabra, las dos regresaron a sus mundos.

      Aún recordaba los ardientes días de su vida con Max. Había sido un amor fatal, como una avalancha en primavera. Espléndidos días de sol, pasiones desatadas que cegaban y hacían volar, música y poesía a la luz de la luna... Y también crueles tormentas, y violencias y llantos, y soledades, y traiciones... Pero aquello ya pasó. Por fortuna ya pasó. Ocurrió siendo ella muy joven y él un consumado depredador sin escrúpulos. Ahora era una mujer nueva y saboreaba los gozos y las sombras de la vida con la serenidad que proporcionan el respeto recuperado y la libertad. Y se sentía, razonablemente feliz.

      Pasaron algunos años; no demasiados, pero no será este "voyeur" quién revele algo tan prosaico como la edad de una dama. Continuaba siendo una mujer espléndida. Llegó a su banco azul vestida con unos Levi's y una camiseta Diésel comprados en un outlet del extrarradio. Una chaqueta de punto y un foulard en tonos malvas le protegían del frescor de las primeras horas. En sus pies, unas deportivas Nike. El pelo, largo y negro, recogido en una coleta. Los labios, rojos. Los ojos, verdes y almendrados, remarcados por una tenue sombra negra. Ni asomo de maquillaje en su rostro.

      Él estaba allí, como cada día, tomando su café y leyendo la prensa. Solo. Como siempre. A veces levantaba la vista del papel y dejaba vagar su mirada por entre la vida del parque. Dormitando a sus pies, seguro y feliz, su amigo del alma, Tormenta, un precioso Golden Retrieber color canela, que un día, cuando penaba tras las rejas de una oscura jaula de la perrera municipal, decidió adoptarle como su único amo.

      Paula observaba. Nunca tuvo buen ojo para descifrar lo que esconden las apariencias. Ni siquiera servía para algo tan simple como calcular los años; ¿40?... ¿50? De todas formas - y eso era lo único que le importaba en aquellos momentos - aquel hombre parecía encontrarse en lo mejor de la vida; apuesto, educado, noble, seguro de sí,...y condenadamente guapo. Hacía mucho tiempo que su cuerpo no temblaba de aquella manera, que sus ojos no miraban como si nada más existiera en el mundo. ¿Pero qué sabía ella? ¿Y si fuera otra vez...? ¡Y qué! ¡Y qué! De repente sentía que algo volvía a importarle. Que merecía la pena arriesgar. Que la vida aún le esperaba. Sintió miedo. Había jurado que nunca más. Las heridas aún permanecían abiertas, ... pero sentía lo que sentía. Y no podía remediarlo. Además, pensaba, alguien que mira así a su perro, alguien que es amado así por su perro, alguien así, tiene que ser alguien especial.

      Y le miró con descaro. Desafiante. De repente él levantó la vista y se encontró con sus ojos. Y la miró como nunca nadie la mirara. Y su corazón se incendió, el rubor coloreó sus mejillas y sus largas pestañas descendieron lenta y dulcemente, como las hojas del árbol de la seda durante el esplendor del otoño.

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      Las historias que siguieron a los hechos que más arriba se narran, las desconoce aún quién las ha traído hasta ustedes. Promete compartirlas en cuanto llegue al conocimiento de ellas.















viernes, 20 de diciembre de 2013

"... La aventura de la búsqueda"

      "La verdad os hará libres"

      A veces utilizamos - sería mejor decir, utilizo - las grandes palabras con demasiada frivolidad. Quedan muy bien en un discurso, pero pueden ser un fraude.

      No es fácil sustraerse a la tentación de utilizarlas. Son hermosas, son potentes, son bellas, y pueden contener el universo. Imposible ignorarlas. Sin embargo, deberíamos "descalzarnos" antes de frecuentarlas.

      Verdad. Libertad. Justicia. Misericordia... suenan a Trueno, a Tormenta, a Volcán, a Big Bang...

      En el ejercicio que ahora comienzo, intentaré acercarme a ellas con respeto.

      "La verdad os hará libres", se lee en el cap. 8 del Evang. de San Juan.

      Esta invitación a la búsqueda descarnada del misterio que rodea la vida contiene en si misma elementos de incertidumbre que pueden llevarnos a un sinfín de preguntas y a muy pocas certezas. Y no es fácil lanzarse al vacío. Se necesita valor y mucha determinación. Pero es la puerta de acceso a la sabiduría.

      La propuesta que nos hace el evangelista es radical. Nos sitúa sobre el alambre y sin red.

      Si somos honestos, es más que probable que esa búsqueda de la verdad nos aboque a la duda y el desconcierto, y como no podía ser de otra manera, a la muerte de las certezas y los dogmas inmutables. Sin embargo, paradójicamente, y según nos transmiten algunos hombres sabios, en esos mismos momentos de despojo total puede que empecemos a entendernos y a entender nuestra relación con los otros y con el mundo.

      "No se nos ha entregado la vida como un guión en el que todo estuviera ya escrito. La vida consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver... Hay que embarcarse en la aventura de la búsqueda." ( Papa Francisco )





miércoles, 11 de diciembre de 2013

Humilde y compasivo, "aunque sobradamente preparado"

      Llevaban mucho tiempo esperando. Ahora les preocupa que en un descuido les roben la esperanza.

      Francisco es percibido como un regalo por muchos hombres y mujeres de buena voluntad, sean estos, cristianos, agnósticos o ateos. Dudo, sin embargo, que los poderes a los que las palabras y los comportamientos del Papa están poniendo contra las cuerdas, vayan a quedarse quietos. El Tea Party Norteamericano ya ha asomado la patita; El Tea Party Español es más cobarde y lo hace de forma más sibilina: basta con contemplar "su entusiasmo" y sobre todo, con escuchar "sus silencios")

      Hay demasiados intereses en juego. Mucho poder, muchos privilegios y mucho dinero.
Se da por seguro - yo lo doy por seguro - que le calumniarán, le pondrán zancadillas, intentarán desprestigiarle. Y todo eso desde dentro. Nada nuevo.

      El Papa Francisco parece un hombre bueno. Sencillo y bueno. Cercano y bueno. Y sin duda, es su bondad lo mejor. Lo que más grande le hace. Pero Francisco no es solamente un humilde cura de pueblo - dicho esto con el mayor de los respetos - es además una persona intelectualmente importante, con una sólida preparación teológica, con un bastísimo conocimiento del mundo en el que vive y un apasionado amor por la cultura. Que no teman pues los guardianes del dogma y la moral, por la ortodoxia de la fe, Francisco es un Papa humilde y compasivo, "aunque sobradamente preparado".

lunes, 9 de diciembre de 2013

"... Porque los mercados no son jilipollas"

      Hay determinados colectivos profesionales que parecen empeñados en dificultar al común de los mortales el acceso a sus fuentes de conocimiento o a la humilde posibilidad de una conversación que resulte entendible. Utilizan para ello - no se sí intencionadamente, me temo que sí - un lenguaje enmarañado, abstruso y segregador. Pareciera que estuvieran interesados en impedir a la gente corriente el acceso "a su castillo" construyendo barricadas con las que protegerse, o en elevarse sobre un podio que no les corresponde para observarnos desde arriba con insultante suficiencia.

      Pero existe una explicación. Tras el oscurantismo de muchas exposiciones económicas o legales - he ahí dos disciplinas concernidas - se esconde la estudiada intención de mantenernos al margen de las grandes decisiones impidiéndonos el acceso al conocimiento y por ende , a nuestro derecho al ejercicio democrático en la toma de decisiones.

      Sin embargo, basta con rascar un poco la superficie, para darnos cuenta de que, ni los supuestos sabios lo son tanto, ni nosotros somos tan tontos.

      Resulta especialmente humillante que quienes nos gobiernan ni siquiera se esfuercen en ocultar que nos están ninguneando o, abiertamente, mintiéndo. Son capaces de vendernos una cosa y su contraria con la misma desvergüenza que un charlatán de feria presume de vender hielo a un esquimal.

      . Y nos dicen que "los sueldos en España han subido moderadamente"

      . "Que la crisis se ha acabado"

      . "Que este año se ha creado empleo neto"

      . "Que la sanidad seguirá siendo pública, universal y gratuita"

      . "Que se potenciará la escuela pública y la igualdad de oportunidades"

      . "Que la justicia es igual para todos"

      . "Que hacienda somos todos"

      Mentiras. Mentiras. Mentiras.

      "Y en nuestro país, entrando dinero a espuertas", gritan Rajoy y Botín.

      Esta vez no mienten. Aquí los tenemos. Son los buitres que recogen los cadáveres que les hemos preparado. Empresas a precio de saldo, mano de obra esclava, parados disputando salarios de miseria. La nueva China de Europa.

      No. No les importa nada. Siguen haciendo lo que quieren. Tienen una hoja de ruta y la siguen a rajatabla. No gobiernan para nosotros. Nos han robado el poder con mentiras. Con mentiras siguen mandando. Y nosotros, aunque sabemos que nos mienten, tragamos.

      ¿Acaso no escucharon a Montoro decir, qué ellos volverán a ganar las elecciones porque LOS MERCADOS no son jilipollas? ¿No queda claro de una puñetera vez para quiénes gobiernan estos señores?




viernes, 6 de diciembre de 2013

El valor de lo insignificante.

            El profundo abismo abierto entre nuestros sueños más íntimos de justicia social, libertad e igualdad y una gobernanza insaciable, corrupta, opaca y maquiavélica, pueden empujarnos al desánimo y al abandono de toda esperanza.

      Eso es precisamente lo que buscan. Cuentan para ello con ingentes cantidades de dinero y con ejércitos de periodistas y empresas de comunicación que han vendido su alma al diablo (nos han vendido a nosotros) por un plato de lentejas o un chalet en la costa. Es el primer paso para la reinstauración de una sociedad de dueños y esclavos. Y en esas están.

      Afortunadamente, pequeños o grandes triunfos como los obtenidos por los trabajadores públicos de la limpieza en Madrid tras una huelga valiente y solidaria, o la tenacidad de la Marea Blanca en favor de la Sanidad pública, universal y gratuíta y contra las privatizaciones programadas por gobiernos ladrones y vendidos, nos devuelven la dignidad como ciudadanos y la certeza de que, juntos, podremos.

      Y una convicción:

      Mucha gente, aparentemente insignificante, es capaz de hacer cosas, aparentemente insignificantes, que acaben transformando el mundo.

      Esa es nuestra grandeza.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad



      Ya instalaron las luminarias. Más pequeñas que otros años. Dicen que por los recortes. Manolín no entiende que quieren decir con eso "de los recortes", pero no debe ser muy bueno ya que la gente se enfada y dice palabrotas. Y hay tristeza. Tampoco sabe si es por eso que su padre está siempre en casa. Y que su madre no va a la oficina. Y que a veces discuten. Y que los papás de Nerea, de Martín y de Yeray están cada mañana leyendo el periódico en el casino. Puede que sólo sea una impresión, pero Manolín piensa que algo no funciona bien en el mundo.

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      Iba dando saltitos. Los ojos mirando al cielo. Inmerso en sus sueños de niño.

      Hay mucha gente en la calle, pero él no la ve. Ya se marchó el sol. Muy pronto se encenderán las luces y sobre su cabeza volarán renos que arrastran trineos, crecerán abetos cargados de bolas y serpentinas, rojas, azules y amarillas, y alumbrarán estrellas muy grandes, estrellas vestidas de oro, estrellas vestidas de plata.

      De la casa de Esperancita, muy cerca de la plaza y de la iglesia, llega el sonido de un villancico. Las puertas están abiertas. Allí, al fondo del salón grande y oscuro, preñado de pequeñas luminarias, el precioso Belén de todos los años, con su río y con su noria, con sus casitas blancas y sus campos yermos, con sus pastores y sus cabras, con sus ovejas y sus dos perros. Y el portal con el pesebre, con el buey y con la mula, con María, con José, y con El Niño pequeñito entre pañales y en su cuna, y un ángel que brilla colgado del techo hablando de paz y bienaventuranza. Una docena de vecinos lo observan fascinados.

      Ajeno a todo cuanto sucede a su alrededor, inmerso en su universo mágico, el pequeño tararea con voz muy queda, los versos del villancico que reproduce con esfuerzo el viejo pick-up de Esperancita:

                                                        "Duérmete mi niño chico,
                                                        duérmete y no llores más,
                                                        que cuando te hayas dormido
                                                        con los ángeles reirás."

      Cuando la música calla, sus labios continúan moviéndose. En sus grandes ojos negros han cobrado vida las figuritas de barro que ahora se vuelven hacia él y le sonríen. Y envuelto en una nube, se va con ellas.

      .- ¿Cómo te llamas? - Le pregunta el alfarero -

      .- Me llamo Manuel, pero todos me llaman Manolín. ¿Y tú,... cual es tu nombre? Me gusta mucho lo que haces. Es bonito hacer cosas con el barro. ¿Podrías enseñarme?

      .- ¡Claro que sí, Manolín! Estoy seguro que harías cosas preciosas. Y además, tendrías tiempo para pensar, para charlar, para jugar, para sentir la lluvia, oler el viento, calentarte con el sol. Serías muy feliz. En tus días, según nos han contado los viajeros del tiempo, las personas están demasiado ocupadas haciendo,... bueno,... en realidad no sé bien lo que hacéis. Resulta extraño. Nunca lo pude entender. Perdona, no te quisiera molestar, pero parecéis un poco subdesarrollados. Me da la impresión de que pasáis por la vida sin haber vivido jamás. Bueno, dejemos eso ahora. Me imagino que querrás ir a conocer La Buena Nueva que ha acontecido por estos lugares.

      .- ¿Podría, señor? ¿Sería posible ver con mis ojos a Jesús recién nacido?

      .- ¿Por qué le llamas Jesús? Acaba de nacer. No creo que aún le hayan puesto nombre. Pero claro, claro que podrás verlo. Me han dicho que no está lejos de aquí.

      El Niño calló y protegió su secreto. El alfarero acarició la cabeza del muchacho y metió en su mochila un poco de queso, unos dátiles y un trozo de pan duro.

.- Para que comas algo en el camino. ¡Ah!, se me olvidaba, me llamo Zenón, "el que vive". Cuando quieras, ya sabes donde encontrarme. Me ha gustado conocerte, Manolín.

      El Niño se despidió de Zenón, y se unió a unos pastores que se dirigían con sus ofrendas al portal. Sus tres compañeros de viaje, Mohammed, "digno de ser alabado", Salomón, "aquel que lleva la paz" y Abdallah, "el siervo de Dios", aceptaron gustosos su compañía. Como aquella noche en Belén era realmente fría, cubrieron su pequeño cuerpo con una capa de lana muy gruesa, y para que no se sintiera mal, le dejaron una jaula con dos tórtolas para que pudiera presentarla como ofrenda.

      Ya están cerca. Allí se ve la estrella. Cruzaron un pequeño riachuelo saltando de piedra en piedra, Mohammed con un cordero sobre los hombros, Salomón tirando con fuerza de dos cabras, Abdallah con dos quesos y un ánfora de miel, y Manolín con dos tórtolas en una jaula.

      Una luz de carburo ilumina el interior del cobertizo. Un buey y una mula palían el intenso frío de aquel lugar con el fuego que desprenden sus cuerpos generosos. En un improvisado hogar hecho con tres piedras y un puñado de ramas secas, un hombre joven calienta un puchero de papas y verduras. A su lado, una jovencita, poco más que una niña, amamanta y da calor a un niño recién nacido.

      Los pastores se acercan, saludan a los jóvenes padres y dejan sus presentes a los pies de la cuna. Manolín está petrificado. Apenas puede moverse. ¿Cómo es posible...? El sabe cosas que sus acompañantes no saben, ni siquiera imaginan. ¡Está allí! Dos mil años atrás. Cuando todo comenzó. María le ha mirado y le sonríe. Le conoce..."¡Me conoce!". Se ha puesto a temblar. María le invita a acercarse. Jesús ha dejado de mamar y ahora dormita dulcemente en su regazo. Manolín da unos pasos vacilantes y deja su ofrenda junto al resto.

      Quiere hacerlo. Un impulso irrefrenable le pide que lo haga. Pero no se atreve. María se da cuenta, le acaricia con sus ojos, y ahuyenta sus temores. El pequeño se acuerda de sus padres; y de los padres de sus amigos; y de Don Juan, el del molino, a quién echaron de su casa con su mujer y sus tres hijos porque llevaban tres meses sin poder pagar la hipoteca; y de las filas de mujeres, y de negros, y de moros y de niños, que esperaban a las puertas de Cáritas; y de su pueblo; y de los otros pueblos, de sus tristezas y su rabia. Como le dijo Zenón, el alfarero, aún es muy pequeño para comprender ciertas cosas, pero no, no le gusta como funciona el mundo.

      Al fin se inclina sobre El Niño y besa suavemente su frente. Y al instante se da cuenta, de que ha besado a Dios.









































sábado, 16 de noviembre de 2013

Lavapiés. Historias de amor y de muerte.

Madrid. Otoño del año 2007. El paro ha caído hasta límites desconocidos en la capital. "España va bien". Por fin se acabó el faraónico soterramiento de la M30. El Ayuntamiento se endeuda para decenas de generaciones. "¿Y a quién le importa?" Los créditos hipotecarios alcanzan cotas inimaginables. Todo el mundo compra piso, o dos, o más. La burbuja inmobiliaria está a punto de estallar. Alguien, desde la sombra, prepara cuidadosamente el terreno. Pronto podrá comprar los despojos a precios de ganga.

.- Salam aleikum.

.- Aleikum salam.

.- Buenos días, Mohammed. ¿Tienes preparado mi encargo?

El anciano levanta la vista, mira discretamente a su alrededor y responde bajando la voz.

.- Lo tengo en el cuarto de atrás, Don Miguel. ¿Se lo lleva ya?

Mientras habla, y sin dejar de vigilar todo cuanto se mueve, Mohammed coloca con mimo la mercancía que ha comprado en Mercamadrid intentando reproducir la belleza de su añorado comercio en el zoco de Tetuán. Aún no ha abierto la tienda al público. En poco más de media hora, las calles de Lavapiés serán una riada y su pequeño negocio de frutas y verduras, se llenará de gente.

.- ¿Podrías guardármelo hasta esta noche?, salgo ahora mismo de viaje y no volveré antes de las ocho de la tarde.

.- Claro, claro... No se preocupe. Lo cuidaré bien. Le esperaré. Si la tienda está cerrada, llame varias veces. Yo estaré dentro.

A esta hora, todo el barrio es un ir y venir de gente. En los bajos de las viviendas negocios de todo tipo comienzan a abrir sus puertas: carnicerías y fruterías regentadas por ciudadanos marroquíes, coloristas bazares indios, antiguas tiendas de ultramarinos que luchan por sobrevivir, bares y cafeterías que se multiplican por doquier y negocios chinos, muchos negocios chinos. En la calle, trabajadores y estudiantes apresuran sus pasos hacia la boca del metro. Todos muy deprisa, todos muy serios. Sobre el asfalto, pequeños furgones y camiones de reparto se pelean con los taxis, los autobuses de la EMT y los insensatos vecinos que aún conducen sus coches particulares. Lavapiés se convierte en un caos.

En la calle Tribulete, tras los visillos de una ventana de la tercera planta de un edificio cuyo número de portal no quisiera desvelar, alguien observa la conversación que están manteniendo un hombre maduro de raza blanca - seguramente español - y el viejo Mohammed.

En la Plaza de Lavapiés, la actividad es frenética. Un enorme trailer descarga el decorado del próximo estreno del Teatro Valle Inclán. Desde los bancos cercanos, hombres de todas las razas y creencias (no se ven mujeres) contemplan con curiosidad el intenso trajín, mientras aguardan esperanzados que alguien venga a contratarles por unas horas. Un par de calles más allá, en Doctor Fourquet, 31, en La Sala Mirador (Centro de Nuevos Creadores), Cristina Rota dirige los ensayos de la obra de Óscar Wilde, "La importancia de llamarse Ernesto" que se representará este fin de semana.

El observador curioso de la tercera planta del edificio situado en la calle Tribulete se ha conectado a internet. Durante varios minutos escribe y lee. Y vuelve a escribir. Alguien llama al telefonillo. Cierra el portátil, facilita su entrada y se apresta a recibirle. No parece sorprendido. Al llegar al rellano no toca el timbre. Con los nudillos golpea suavemente la puerta. Un hombre joven aparece en el umbral de la casa. Se saludan y se besan.

.- Shalóm, Esther

.- Shalóm. Llegas tarde, David. ¿Ha ocurrido algo?

.- He tenido que dar un rodeo en el metro. Me pareció que me seguían y decidí salir dos estaciones después. Creo que fue una falsa alarma.

.- ¿Estás seguro?

.- Lo estoy. Puedes estar tranquila. Y a ti, ¿Cómo te ha ido? ¿Tienes imágenes?

.- Las acabo de enviar. Nunca había visto al tipo que se vio con el frutero. Creo que la información que recibimos era buena. Pudiera ser la X que esperábamos.

.- ¿Será esta noche?

.- No lo sé. Eso depende de otros. Nuestro trabajo es este.

David se muestra inquieto. Han desaparecido las certezas del principio. Entraron juntos en esto cuando eran unos adolescentes y apenas existían matices. Ahora, los dogmas, todos los dogmas, le producen desazón.

.- El anciano musulmán parece muy buena persona. No creo que...

.- No pienses en eso, David. No podemos hacerlo. No es bueno.

.- Bien. Vete a dormir. Yo me quedaré en tu puesto.

Antes de que desapareciera por la puerta del dormitorio, David susurró...

.- Te quiero, Esther.

.- Yo también te quiero. No te preocupes. Pronto acabará todo y podremos irnos muy lejos.

Una pequeña luz intermitente debajo de la mesa de centro, indica que el equipo de sonido permanece operativo. El gran hermano no duerme.

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Las calles del barrio son un hervidero. Hace fresquito, pero no frío. Todas las farolas están encendidas. Ya hay colas en las taquillas del Valle Inclán. El estreno programado para mañana registrará una entrada magnífica. En la plaza, multitud de corrillos de hombres y mujeres de decenas de nacionalidades conversan, se quejan, discuten o se ríen. O todas las cosas a la vez. Los progres y los artistas, o los que se autoproclaman artistas, han tomado los bares de copas y alguna cafetería de diseño. Algunas mujeres con hijab (pañuelo en la cabeza que usan las mujeres musulmanas) apuran los últimos instantes del día para hacer sus compras. El viejo Mohammed está a punto de cerrar. Desde la planta tercera de un edificio de la calle Tribulete, tras las cortinas y a oscuras, alguien vigila sus movimientos.

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Suenan sirenas en el barrio. Dos ambulancias del Samur han estacionado frente a la frutería del señor Mohammed. El juez ha acabado su trabajo y ordena el levantamiento de los cadáveres. En el reservado de la tienda, el anciano marroquí y un profesor español de literatura árabe, viejo amigo desde el protectorado, yacen sobre el suelo abatidos con sendos disparos en la cabeza. Ni un proyectil de más. Ni un papel fuera de sitio. Un trabajo perfecto. En las manos del profesor, fuertemente abrazado sobre su pecho, un incunable del poeta persa Shamsuddin Hafiz largo tiempo deseado y al fin en su poder, gracias a los contactos y gestiónes de su querido amigo, y a un buen puñado de dinero penosamente ahorrado. Nunca más recitará versos al calor de la lumbre, ni acariciará los libros que excitaron sus sueños, ni viajará con ellos por los zocos de Damasco, de Tetuán o de Bagdad. Ya no se gozará de la presencia de su viejo amigo, ni fumarán el Narguile plácidamente abandonados en el diván, ni tomarán el te con hierbabuena, dulce, verde, humeante.

Alguien había cometido un lamentable error.

Del edificio de enfrente llegan sonidos de lamentos y carreras. La puerta de entrada del piso tres está abierta. Una mujer ha abierto las ventanas y desgarra el aire con gritos de auxilio. En la habitación de al lado, desnudos y abrazados, una joven pareja con rasgos hebreos yace sobre sąbanas blancas manchadas de rojo, con dos disparos en la cabeza.

No conviene dejar rastros. En este trabajo no hay lugar para la duda. Ni para la ética.






sábado, 9 de noviembre de 2013

Mes de noviembre de 1959.



      Pasaban unos minutos de las cuatro y media de la tarde. Algunas madres compartían confidencias, mientras aguardaban inquietas la salida de las más pequeñas. Se abrió el gran portón de madera y llegó hasta la calle el maravilloso sonido de las risas, los gritos y las carreras de un montón de niñas entre seis y diez años que festejaban la libertad de un maravilloso fin de semana. Era viernes, y ante una perspectiva así, poco podían hacer las monjas salesianas en su pretensión de lograr una evasión sosegada.

      A escasos metros de allí, apostado en una esquina desde la que tenía una visión perfecta del María Auxiliadora, un chico muy joven parecía ocupado en vigilar y ocultarse a la vez. Temblaba. Sus ojos no se apartaban de las puertas de salida del colegio ni sus manos de atusar su cabello y sus ropas. Se diría que le importaba mucho causar buena impresión. No tendría más de quince años. Vestía pantalón de pana marrón oscuro y suéter beige de lana fina que le caía por fuera del pantalón. Calzaba unos modernos mocasines deportivos color camel. Los había comprado por correspondencia en Galerías Preciados, unos grandes almacenes que estaban en Madrid. Su pelo castaño claro había sido peinado con mimo imitando el estilo utilizado por un joven político norteamericano que unos años después se convertiría en Presidente de los Estados Unidos.

      Después de unos momentos de bullicio, reencuentro y besos, madres y niñas desaparecieron abrazadas, o de la mano, calle arriba y calle abajo. El joven seguía esperando. Cada vez más atento. Cada vez más nervioso. Procurando ver y procurando no ser visto. Transcurría plácido el otoño de aquel año de finales de los cincuenta. Las hojas de los árboles empezaban a teñir de rojo y oro las aceras y las plazas. Una suave brisa las hacía volar. Parecía que bailaran. Un Mercedes blanco aparca a las puertas del colegio. Un Volkswagen pirata, lleno hasta los topes, circula despacio camino de Las Palmas. El muchacho miraba una y otra vez su recién estrenado reloj de pulsera. Los minutos transcurren pesados y eternos. Pronto serán las cinco, sonará con insistencia el timbre y empezarán a salir. Ya suena. Ya salen. Allí viene. Le gusta verla con el uniforme. Es increíblemente hermosa. "La más hermosa". Está inquieto. Tiembla exageradamente. Ha de serenarse. No le ha visto. Se hará el encontradizo. Lleva en sus manos el libro de física. Aún no ha leído una sola página, pero le gusta que ella lo vea con él. Es muy grande, pesa kilo y medio y le da un cierto aire de tipo interesante.

      .- ¡Hola!... ¡Qué casualidad! No sabía que estudiaras en este colegio.

      La chica le escucha sorprendida, pero no se muestra esquiva. Lo conocía de verle por la plaza pero nunca habló con él. Parecía halagada. Y sonrió.

      .- Ah!... ¡Hola!... Si, si, ...desde muy pequeña...Y tu... ¿vives por aquí cerca?

      El muchacho recuperó de repente la seguridad. "¡Aquella sonrisa...!"

      .- No, vivo en San Juan, pero es qué tenía que recoger unos apuntes en casa de un compañero que vive por aquí cerca y, ...mira, que bueno, quiero decir que,...ha sido estupendo tropezarme contigo.

      .- ¡Oh,gracias! - se sonrojó la joven - Yo también me alegro - un pequeño balbuceo, los ojos que no saben donde posarse - Bueno,... Lo siento, ... perdona,... es que tengo que llegar pronto a casa. Me esperan para salir.b

      .- Claro, claro. Yo también estoy muy ocupado. Tengo mucho que estudiar este fin de semana. Me alegra haberte saludado. Quizás podamos quedar algún día.

      .- Si, ...quizás. Adiós.

Cuando se alejaba, el muchacho gritó...

      .- Me llamo Luis.

      La chica se volvió.

      .- Y yo, María.

      Y la calle quedó desierta. Y el gran portón volvió a cerrarse.

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      Por la puerta de atrás del Casino escapan sonidos de salsa, blues, y fox-trot. Enfrente, con las puertas abiertas y todas las luces encendidas, el cuartelillo de la guardia municipal registra el movimiento habitual de un sábado por la noche: paisanos con un roncito de más que se vuelven majaderos, alguna discusión que acaba en trifulca; nada que no estuviera previsto. La calle del Conde de la Vega Grande luce magnífica. En sus muros, vestigios de un pasado de esplendor y un cierto toque de nostálgica añoranza. Hoy se ve tranquila y silenciosa, como casi siempre. Apenas circulan coches, tampoco gente, como casi siempre.

      Abandonó la plaza sin que sus amigos se dieran cuenta. Alguien le había dicho que María vivía allí, en la calle del Conde. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de encontrarla a aquellas horas. Puede que ni siquiera estuviese en su casa: "Me esperan para salir" - le había dicho la tarde anterior -, pero no pudo resistir la tentación de pasear junto a su portal, de mirar a su ventana, de perseguir su aroma, de soñar con el milagro.

      Se colocó en la acera de enfrente, apoyado en la pared. De vez en cuando miraba a un lado y a otro, por si viniera alguien y pudiera extrañarse de su presencia allí, en soledad, y a aquellas horas de la noche. Pero sus ojos no podían apartarse de las ventanas del piso alto de aquella casa de dos plantas pintada de amarillo. Las persianas permanecían subidas y los visillos echados. Si había alguien en casa, es posible que ya estuviese durmiendo. "Dulces sueños, amor mío". Pero no era tan tarde...Tal vez estuvieran al fondo, trajinando en la cocina, o en alguna otra dependencia interior. Se daría algo más de tiempo. Esperaría un poco más y después regresaría con los chicos. Ya se inventaría algo si hubiesen advertido su escapada.

      Nadie transitó por la calle desde que él llegó. Tampoco circuló ningún coche. Tenía suerte. La noche era oscura y la farola más cercana estaba a más de 20 metros. Se sentía seguro.

      En un momento todo cambió. Súbitamente, las luces que daban al balcón se encendieron y se pudo adivinar la presencia de alguien moviéndose tras los visillos. Su corazón se disparó. De un respingo su cuerpo se despegó de la pared y quedó erguido y temblando. Aquella luz iluminó la calle y el lugar en el que estaba. Y pensó en salir disparado. ¿Cómo pudo ser tan imbécil?¿Qué pasaría si se asomasen sus padres y le descubriesen allí? Sería terrible. Quedó paralizado. ¿Cómo escapar? Sus piernas apenas le sostenían. Se recostó sobre el muro y rezó para que nadie en la casa mirase hacia afuera. ¿Qué iba a decir? ¿Cómo explicaría su presencia allí? En los escasos segundos que siguieron experimentó todo el terror del mundo.

      De repente, se apagaron las luces. Y la casa quedó a oscuras.

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      En la Plaza de San Juan.

      .- Luis, ¿dónde te metes? ¡Vaya una cara que traes!... Hace sólo un momento, un bombón impresionante ha estado preguntando por ti. Nos dijo que te dijéramos que se llama María.

      Luis no dijo nada; sonrió con timidez, y volvió a perderse.


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                                                      Mi alma se ha empleado,

                                                      y todo mi caudal en su servicio,

                                                      ya no guardo ganado,

                                                      ni ya tengo otro oficio,

                                                      que ya sólo en amar es mi ejercicio.

                                                                           (San Juan de la Cruz.)

                                           ...................................................................................
















sábado, 26 de octubre de 2013

Buscando el Santo Grial.



      Se sentó sobre el pretil blanco del viejo muelle.

      Había llegado a la hora de siempre. Muy pronto, la línea del horizonte comenzaría a teñirse de rojo, o de amarillo, o de naranja, o verde miel... nunca supo bien como describir ese color único. A lo lejos, un puñado de nubes blancas, hijas del inmenso mar azul, se vestirían de fuego y de oro y llenarían de belleza las primeras luces de la mañana. Hasta que el milagro se produjera, sus cansados ojos no mirarían otra cosa. No le interesaban los barcos de pesca que llegaban a puerto, ni el Ferry que pedía permiso para el atraque, ni los mariscadores que robaban lapas a las rocas. El sólo quería ver como nacía el sol de entre las entrañas del océano. Y fundirse, y perderse.

      Y el milagro se produjo. Y el viejo pareció dialogar con las olas mientras unos peces voladores se divertían saltando sobre ellas, y un bergantín pirata, con sus velas blancas desplegadas, se cruzaba con el sol. Y la ciudad se llenó de luz. Y por un instante cesaron los ruidos. Y desaparecieron los miedos. Y el hombre mayor se fundió con el mar y con el cielo. Y voló. Y voló. Y comenzó a entender.

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      Aún permanecían encendidas las farolas de la calle. El reloj de la autoridad municipal vivía, como otras tantas cosas de su gobierno, en un mundo paralelo. Qué importa; paga el contribuyente

      Era una hermosa mañana de otoño. Un buen número de hombres y mujeres caminaban, corrían o pedaleaban por la avenida marítima. El viejo andaba entre ellos. Les miraba curioso. Imposible no hacerlo. Le fascinaban sus rostros congestionados, serios, empapados, ausentes, su respiración entrecortada, acelerada, fatigada, a punto de explotar, sus cuerpos fofos, pesados, flacos, atléticos, bellos. ¿Qué pensarían? Siempre eran los mismos. O casi. No le sería difícil reconocerlos a todos. Algunos le saludaban; un gesto de la mano, una sonrisa, un movimiento de cabeza. Otros sólo miraban al suelo, o al infinito, o no miraban nada. De vez en cuando se paraba, volvía sus ojos al mar y se dejaba llevar... "Una manada de gaviotas sobrevuelan alborotadas alrededor de un barco pesquero cargado de sardinas. Se avecina un festín. El aire se llena de sus roncos graznidos mientras ejecutan con perfección mil piruetas circenses. El sol se ha liberado de las nubes y reina esplendoroso en el cielo azul. Ya no se ve el barco pirata. En su lugar, un enorme petrolero avanza despacio hacia la bocana del puerto. Dos gatos jovencitos juegan entre las escolleras. Subida en el bloque más alto les vigila su madre, mientras observa con recelo al curioso impertinente. Un golpe de viento arranca gotas de mar de una ola juguetona y mojan su cara y su pelo. Olores de sal y de algas envuelven la brisa y sus ropas." Y se siente parte del Gran Plan.

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      Ya casi estaba. Había iniciado la ascensión bajo la luz de las estrellas cuando su reloj de pulsera marcaba las 3.15 de una fría mañana de otoño. Llegó a la cima y se dejó caer; su espalda, sobre las piedras y la tierra virgen, sus ojos llorosos, mirando al firmamento. Estaba muy cansado, pero había merecido la pena. Siempre le atrajo la montaña. La gran montaña. La montaña escarpada, abrupta, salvaje, con vegetación o sin ella, sola o con otras montañas alrededor, y mejor aún, con cadenas interminables de montañas como compañía. Con fuentes de agua en sus entrañas o sin más agua que la que quisiera proporcionarle el cielo. Con soledades y con viento. Con soledades y silencio.

      No era escalador. Nunca quiso serlo. Para llegar a la cumbre prefería los senderos, los caminos de cabras, las rutas abiertas para subir erguido, sin piquetas, ni cuerdas, ayudado sólo por su viejo bastón de fresno, sus ojos de niño y sus sueños.

      Se sentó en un balcón al abrigo del viento, como le habían enseñado de pequeño. Apoyó su espalda dolorida en la enorme piedra que los ángeles habían colocado allí para él, abrió los ojos, se subió a lomos de un águila imperial, y dejó que sus sentidos y sus pensamientos le llevaran en libertad adonde quisieran. Y vio lo que vio.


domingo, 20 de octubre de 2013

Tomás



      Estaba sentado en un banco de la estación. Había mucha gente moviéndose por los andenes. Era hora punta. También los bancos estaban llenos. Todos aguardando a la guagua que les devolvería a casa. Ya estaba bien por hoy - pensarían -. Tomás miraba a unos y a otros. Ya se marchan los que van a Mogán. Algunos parecen extranjeros. Tomás les observa, sonríe y parece balbucear un "buen viaje". Tal vez diga otra cosa. Su mirada, no obstante, sólo refleja sentimientos amables. Hay quién le devuelve el saludo. Como sí le conocieran de otras tardes,... o de otras despedidas.

      Ha llegado un hombre mayor y se sienta junto a él. Tomás le mira y le dice:

      .-"Huele usted muy bien". "Huele a colonia". Me gusta como huele". " Por favor, perdone, no se enfade conmigo".

      .- ¿"Por qué dices eso? ¿Por qué me iba a enfadar contigo"? "Eres muy amable".

      .- "¡Oh, gracias!"... "Yo voy a San Mateo".

      .- "San Mateo es un pueblo precioso"- contestó el señor mayor -

      .- "Oh, si"... ¿Y usted adonde va?"

      .- "Voy a Agüimes, a un festival de Teatro".

      .- "¿Agüimes?" - A Tomás se le iluminan los ojos y por un instante pareció transportarse lejos de allí - "¡Agüimes!"... "¡Qué guay! Agüimes es el mejor Ayuntamiento de la isla. Cuando hay elecciones, si hay 20 concejales, ellos sacan 19. Siempre es así. ¿Usted no lo sabía? Me gustaría vivir allí".

      El joven Tomás está en paro desde hace algo más de un año. Según me dijo, acaba de cumplir 32 años pero espera jubilarse cuando tenga 45. Tiene muchas ganas de dormir sin miedo al despertar. Tomás tiene alguna minusvalía psíquica, pero es clarividente y quiere ser feliz. Y sueña con un mundo en el que haya trabajo para todos, y los enfermos estén atendidos, y no existan tantas personas pasando hambre.

      .- "Bueno, Tomás, encantado de conocerte, la guagua para Agüimes va a salir. Tengo que irme. Gracias por tu información. Me has ayudado mucho. Adiós."

      El joven vio alejarse al señor mayor y perdió su mirada entre las guaguas y las personas que iban y venían. Mientras lo hacía, sus labios no paraban de moverse. Me hubiera gustado saber qué cosas contaba.

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      Esta es una historia real que se produjo el miércoles 16 de octubre entre las 18.00 y las 18.20 en la estación de guaguas de San Telmo en Las Palmas de Gran Canaria.




lunes, 14 de octubre de 2013

"La verdad está ahí fuera...en la calle"

      No se sí calificarlo de curioso o de esperpéntico. Lo cierto es que, en un mundo en el que la duda y la ausencia de certezas debieran ser el punto de partida de cualquier acercamiento a la verdad y el conocimiento, grupos de iluminados y fanáticos de todos los pelajes, nos venden con la autoridad del dogma o de la fuerza, todas las respuestas. Y nace la intolerancia. Y nace la violencia. Y resulta muy difícil combatirlas, porque hemos eliminado la razón y el pensamiento como premisas.

      Es lamentable observar nuestro comportamiento en los debates televisados o radiofónicos. Nadie escucha a nadie. Se defienden postulados cerrados, elaboraciones interesadas pergeñadas en laboratorios de marketing.

      Pero lo que resulta más descorazonador e insultante, es la irritante incapacidad de nuestros políticos para intentar, por lo menos intentar, olvidarse de una puñetera vez de sus intereses partidarios y buscar con urgencia soluciones que alivien tanto sufrimiento y tanta injusticia gratuita.

      "La verdad está ahí fuera... En la calle." Tendríamos que aprender a escuchar.

"Gente a quién le importa la gente."

      Uno tiene a veces la tentación de creer, que lo que tiene que decir es importante... ¿Vanidad?, ¿Falta de sensatez?, ¿Escasa inteligencia? ...Seguramente, de todo un poco.
Salvada esa tonta desmesura, lo que sí me parece importante es que podamos decir, con libertad, lo que deseamos decir. Aunque para algunos no sea importante. Aunque, ni siquiera para nosotros lo fuera. Y compartir. Compartir.

      Me gusta asomarme al muro de mis amigos, y pensar, que lo que allí se ve, ha sido escrito para mi, ha sido fotografiado para mi, ha sido copiado para mi. Y lo recojo, y lo mastico, y lo agradezco. Y muchas veces confieso que"me gusta" y otras, lo copio y lo comparto. Y siempre lo respeto.

      "Gente a quién le importa la gente". Eso es lo que busco. Esos son mis amigos.

sábado, 5 de octubre de 2013

"Propaganda"

      Cuentan que Felipe González decía, que "la buena literatura te ayuda a ser mejor político." "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar - confesó - fue algún tiempo su libro de cabecera. Lo mismo dicen que dijo Obama. Éste se enamoró, y regaló con generosidad, "Libertad", de Jonathan Franzen. Uno y otro parecen gozar de un exquisito gusto literario.

      Pero no creo que con esta afirmación descubrieran nada: filósofos, teólogos, sicólogos y hasta científicos, han afirmado siempre que el arte, la poesía, la belleza, nos ayudan a crecer como seres humanos. Evidentemente, también como políticos.

      Desgraciadamente, y a sabiendas de que la cosa viste y genera réditos electorales, muchos de éstos han presumido de gustos literarios que jamás cataron. Sobre su mesa reposan libros que no han abierto - es parte del decorado para visitas - , sus estantes están repletos de obras que nunca leyeron - quedan bien como fondo para las fotos - y en sus entrevistas hablan de escritores que otros le apuntaron. Algunos, incluso, se han confesado entusiastas discípulos de Azaña y en la intimidad, admiradores de Josep Pla. Pelillos a la mar. ¡Qué importa si es mentira! ¡Qué importa si es estafa! Propaganda. Pura propaganda. Así nos va.

Los extranjeros de Temisas



      Había oído hablar de ellos. Me decían que vinieron de muy lejos.
Cuando les ves por primera vez, mezclados con los vecinos del pueblo, no acabas de comprender si estás ante unos despistados viajeros del tiempo, o ante unos locos deliciosos que han decidido echarle un pulso a la vida. Y se te ocurren un montón de preguntas. ¿Cómo llegaron hasta aquí?¿Cual fue su periplo? ¿Por qué decidieron quedarse? Intentaré averiguarlo

      Tienen otra piel. Otras costumbres. Hablan otras lenguas - aunque han aprendido lo suficiente de la nuestra como para comunicarse sin mayores problemas. Son amables, cultos, y sonríen. Sonríen mucho. Se les ve felices y lo confiesan abiertamente: "Este lugar es el paraíso. Cuando cada mañana, al despertar, abrimos las ventanas y miramos, sólo podemos decir: gracias, gracias, gracias"

      Un par de familias Noruegas, una Sueca, otra Inglesa y hasta un joven Argentino. Todos viven aquí, en Temisas. Comparten su vida con la gente. Participan de sus actividades, de su ocio, de sus fiestas, participan, reivindican. "Soy un Temisero más", confiesa orgulloso uno de ellos.

      Ayer les vi por primera vez. Incluso tuvimos el placer, mi mujer y yo, de charlar un ratito con una de las parejas Noruegas y con una chica Sueca. Nos gustamos. Al menos ellos nos gustaron a nosotros. Y nos emplazamos a continuar, en una fecha cercana, con una conversación que las dos partes presumimos puede ser enriquecedora.

      Se hace tarde y debemos regresar.

      Cuando nos marchamos aún bailaban con los vecinos en el parque de los olivos. Unos chicos ofrecían gratuitamente botellines de cervezas, y refrescos de cola y de frutas. Un fantástico hombre orquesta llenaba de música todos los rincones del valle. Ellos sonreían despreocupados, y sin palabras, gritaban al mundo que eran felices.

jueves, 3 de octubre de 2013

Por aquí, no pasarán.

      Llenan las calles. Tocan tambores. Cantan. Gritan consignas. Algunos bailan. Sostienen pancartas. Ondean banderas. Banderas verdes. Verde. Todos visten de verde. Avanzan despacio. Sin parar de tocar. Sin parar de gritar. De vez en cuando, la marea se detiene. Alguien coge un megáfono y denuncia con desgarro la lenta muerte de la escuela pública, la destrucción del derecho universal de acceso al conocimiento. Y se reanuda la marcha. Y vuelven los cantos. Y vuelven los gritos... ¡Dimisión! ¡Dimisión! Y la indignación. Y las certidumbres...¡Por aquí, no pasarán! ¡Nunca más esclavos! ¡Escuela Pública, Universal y Gratuita! ¡Escuela Pública, de Todos, para Todos!... Y la absoluta convicción de que esta batalla la vamos a ganar.

viernes, 23 de agosto de 2013

Por amor a mi madre. (Recuerdos)



      Había vuelto a su casa muchos años después. Aunque debería decir más bien: "al lugar que un día fue su casa".

      La calle le pareció mucho más pequeña. Subió la ligera cuesta empedrada y se apoyó en la pared. Ya estaba frente a ella. Deseaba verla con un poco de perspectiva. Un escalón, una vieja puerta de madera pintada con dos tonalidades de verde y una ventana con persianas del mismo color. No más de tres metros y medio de frontis pintado de amarillo. Y coronándolo, un humilde techo a dos aguas blanqueado con cal. Por un momento pensó que el tiempo se había detenido.

      ¿Quien viviría allí ahora?Todo estaba en silencio. Silencio en la calles y silencio tras los muros de las casas. En la de Maestro Isidoro también. Y en la de Madre Lola y toda su prole. Y en la de Siona y Meluca y más al fondo, donde confluyen Unión y Ramal, en la de Mariquita Ceballos y sus hijas Lola y Soledad y Alcazar y Uche. Todas muy limpias, todas silenciosas. Como el decorado de un teatro.

      ¿Habría niños tras aquellas puertas cerradas? ¿Seguirían jugando en su "Castillo" como antaño? Seguramente no. Y no era nadie para juzgarlo. Es probable que ahora se entretengan con consolas y teléfonos móviles, se comuniquen por wasapp y compitan en campos virtuales.Todo muy limpio, muy silencioso, menos arriesgado. Pero, ¿quién sabe?...puede que también más triste.

      En un primer momento, pensó en llamar a la puerta, esperar a que le abriesen, ... y presentarse. Lo había estado ensayando mentalmente. Les diría que él había nacido allí y que allí vivió durante muchos años, y que le hacía mucha ilusión volver a ver, casi 50 años después, el lugar que un día fue su hogar.

      Pero no se atrevió. En realidad nunca había querido volver. Ni le hacía ilusión. Ni quería recordar. Ni podía darle a aquellas paredes el título de hogar. Hogar eran su padres y sus hermanos y el amor que compartieron. ¡Pero aquel espacio...! Experimentaba un inexpresable dolor físico cuando su memoria le hacía viajar sin permiso previo por los viejos rincones de aquella casa.

      Mientras fue niño, su imaginación exuberante y la alegría de su carácter, fue capaz de convertir en oro la chatarra y su humilde morada en un palacio. Cuando llegó la adolescencia, la carroza volvió a ser calabaza y los bellos caballos, ratones negros.

      Y sin embargo, aún entonces, tenía razones para sentirse feliz.

      Regresó para volver a verla. Tenía la convicción de que al tropezarse con aquellos muros ella se haría visible. Si no fuera así ¿qué sentido tendría que aquella construcción permaneciera en pie?

      No le resultaba fácil imaginarla fuera de aquella casa. Aún podía verla en la cocina, en el pequeño patio tostando el millo, o en el pasillo cosiendo uniformes en su máquina Singer, o calando flores y estrellas en su telar a la luz de la ventana de su alcoba.

      Fuera de estos lugares sus recuerdos se desvanecían. No podría dibujarla en la calle, ni en una tienda, ni en la iglesia, ni en ninguna otra parte. Su memoria no la registraba. ¿Por qué le ocurriría eso? No lo sabía. Puede que fuera porque apenas salía. O puede que - y esta creo que es la auténtica razón - porque sin su presencia, aquel lugar hubiese desaparecido de su memoria.

      Era una mujer grande. Muy hermosa. Con piernas poderosas como columnas y piel blanca y suave como la porcelana, ojos pequeños de un delicado gris azulado, manos finas y dedos largos, pelo escaso recogido en un moño y una presencia que lo llenaba todo. Elegante, fuerte, bondadosa. Hablaba muy poco. Pensaba mucho. Callaba más. Gobernaba la casa con inteligencia y sin permitirse el más mínimo lamento. Generosa, austera, y de una enorme dignidad. Le gustaba leer y disfrutaba cuando escuchaba a alguien que hablaba bien. Era crítica con el poder, aunque se le iluminaba la mirada cuando escuchaba a Felipe González. Asumió con dolor su pobreza pero jamás se inclinó ante nadie. Amaba la música y le encantaban los Pequeniques. Lamentó no haberla conocido bien. Se pasó demasiado tiempo mirándose el ombligo desde la insultante estupidez de una juventud que creía estar en posesión de todas las claves de la vida. Y se perdió gran parte de la vida misma.

      Cuando ella se fue después de un largo martirio que no deseaba recordar, comprendió que se había ido un ser excepcional. Había nacido cuando apenas alumbraba el siglo XX . Fue testigo de dos guerras mundiales, una dolorosísima confrontación civil y la más cruel de las posguerras.

      Aunque según dijeron sus profesores, era una niña especialmente dotada, su pobreza y tal vez su condición de mujer, le impidieron seguir estudiando. Y su sueño de ser maestra se desvaneció entre guerras y dictaduras. Toda su vida, su durísima pero extraordinaria vida, la dedicó a proteger y cuidar de su marido y de sus cuatro hijos, sin reclamar jamás para sí, el más humilde de los consuelos.

      Transcurría ardiente el verano de 1996 cuando recibió la noticia: "Hermano, mamá ha muerto".

      Se sintió amado por su madre hasta el extremo. Cuando regresaba a casa por vacaciones y le miraban aquellos ojos cansados, pequeñitos y cargados de agua, comprendía la enorme grandeza de su desprendimiento. Jamás se permitió la más mínima queja por los escasos días que tenía para verle.Se contentaba con la oportunidad de prepararle su café, y abrazarle y sentir sus abrazos, y bien sabe Dios que para ella, aquellos días eran parte del paraíso. Sólo deseaba verle feliz y escucharle decir, mientras le acariciaba su cara arrugadita, que era "la madre más linda del mundo".

      ¿Y pensó que por qué no le repitió mil veces lo mucho que la quería? ¿Por qué no le llamó más veces por teléfono, no le escribió más cartas de amor, no la abrazó más fuerte, no la acompañó más tiempo cuando se iba?

miércoles, 21 de agosto de 2013

"La verdad os hará libres"

      "La verdad os hará libres" Así se lee en el cap. 8 del Evang. de San Juan.

      Esta invitación a la búsqueda descarnada del misterio que rodea la vida contiene en si misma elementos de incertidumbre que pueden llevarnos a un sinfín de preguntas y a muy pocas certezas.

      ¿Realmente estamos interesados en buscar la verdad hasta el lugar que ésta quiera llevarnos?

      Por lo que a mi respecta, he de decir que a veces utilizo las grandes palabras con demasiada frivolidad. Queda muy bien, pero es un fraude.

      Si somos honestos es más que probable que esa búsqueda de la verdad acabe conduciéndonos a la duda y el desconcierto. Y como no podía ser de otra manera, a la muerte de las certezas y los dogmas inmutables.

      Paradójicamente, en esos mismos momentos puede que estemos alcanzando la libertad.

domingo, 11 de agosto de 2013

Y pensó "que ya estaba bien"

      Se había puesto a llover, pero ella apenas lo notó.

      En realidad no notaba nada de cuanto ocurría a su alrededor. Absorta en su universo secreto, caminaba con pasos cortos y regulares Gran Vía abajo, dirección Plaza de España. Turistas, jubilados, estudiantes, vendedores, una puta y un travesti, varios trileros en desbandada y una pareja de policías de proximidad eran sus anónimos compañeros de paseo. Pero nada. Si en aquellos instantes Houdini los hubiera hecho desaparecer no la hubiesen dejado más sola. No veía nada. No veía a nadie. Ni siquiera a la Gran Vía.

      Afortunadamente aquello sólo era una tormenta de verano y pronto dejó de llover. Su ajustado pantalón vaquero y su blusa de lino blanco estaban empapados. Es posible que sus bailarinas azul marino le hubiesen prestado un último servicio. Al menos su coqueto sombrero de paja había salvado su pelo y la sombra negra de sus ojos. Pero esto es algo que puede que sólo nos haya preocupado a sus amigos. A ella, en su estado catatónico actual, debía importarle un pimiento. Llegó a la plaza casi sin darse cuenta. Un batallón de japoneses, o chinos ricos - vaya usted a distinguirlos - casi la atropellan cuando corrían a inmortalizar con sus cámaras a su admirado Don Quijote. Un sin fin de reverencias y de sonrisas bobaliconas suplicaban urgentemente disculpas. María salió de su nube. Y pasó de ellos. A pesar de la lluvia reciente, los bancos y el pretil de las fuentes estaban totalmente copados por turistas de aquí y de lejos, que escapaban de la canícula buscando el impagable regalo de la corriente de aire fresco que venía de la Casa de Campo, atravesaba la plaza y se estrellaba contra la mole del Edificio España.

      Una pareja de ancianos ocupaban, milagrosamente en solitario, uno de los bancos más cercanos a los jardines de Sabatini. Aprovechó el inesperado regalo, saludó inclinando levemente la cabeza y se sentó en una esquina con la intención clara de no abrir la boca. Con la ropa aún mojada, la mirada huidiza y plegada sobre sí misma, parecía un perrillo acostumbrado a recibir desprecios y palizas de forma gratuita.

      Rondaría los cincuenta años. Era aún una mujer hermosa. Vestía con gusto. Se arreglaba siempre con mimo, como si se dirigiera a su primera cita o a una reunión con mujeres en una cafetería del centro. Compartía confidencias, risas y soledades con un grupo de amigas, solteras como ella. No había tenido suerte en su relación con los hombres. Sus dos únicas experiencias afectivas terminaron mal. Pero ya no importaba. Se sentía bien, tenía un buen trabajo, y se sentía razonablemente libre. Al menos así fue hasta ahora.

      Pero hace dieciocho meses todo se torció. La grave enfermedad de su madre la obligó a pedir una excedencia en el trabajo. Y de pronto apareció la crisis, y la reforma laboral, y los ERES, y los despidos basura. Y se vio en la calle. Huérfana, sin trabajo, sola. Y comenzó su penosa travesía por internet, por el correo de los amigos, por las empresas de Madrid. Calle a calle. Puerta a puerta. Y experimentó la marginación del fracaso. Se resquebrajó su pequeño mundo. Los encuentros con las amigas se distanciaron. Tenían otros horarios, otras responsabilidades. Ella no tenía dinero para quedar. Para pagar. En realidad, no tenía dinero para vivir.

      Salió de la entrevista asqueada y hundida. Llovía. Habían logrado que se sintiera un juguete viejo pasado de moda. Poco importaban su experiencia de veinte años como gerente de una gran superficie, su expediente inmaculado o su disposición a empezar desde abajo. Nuevos tiempos habían llegado. Estaba obsoleta. Buscaban otro perfil - le dijeron - universitarias, a ser posible, con algún máster, jóvenes, ambiciosas, modernas, muy presentables, baratas.

      ¡Hijos de puta!

      Alzó su mirada, y por primera vez en su vida, miró y vio. Sentadas en aquellos bancos, caminando por estos mismos jardines, deambulando por las calles, refugiadas en sus casas, aguardando la noche que vendría, el frío y el viento, frágiles y asustadas, cientos de miles de mujeres compartían con ella, desde que el tiempo es tiempo, toda la desesperación y la rabia de vivir en una sociedad injusta, podrida, insolidaria, hipócrita, dormida. Una sociedad que les obligaba a pagar a la vez, el tributo de ser pobres, trabajadoras y mujeres.

      Y pensó "que ya estaba bien".

jueves, 25 de julio de 2013

De repente; la vejez

      No consiguió evitar el espejo. Lo había eludido desde que ... Pero esta vez no pudo. ¡Maldita curiosidad! ... Y no le gustó lo que vio.

      Ocurrió días atrás. Un video registró sus movimientos, y sus palabras, y sus gestos. No resistió la tentación, ¡vaya tontería! ¡"narciso"a estas alturas! Quiso verse a sí mismo desde fuera, comprobar como le veían los demás... Y, ... tampoco le gustó.

      Habían pasado muchos años.... ¿Cuantos?... muchos. Más de los que él hubiese considerado suficientes tiempo atrás para calificar a alguien de "venerable anciano."

      Seguía vistiendo con cierta informalidad juvenil, inocente mezcla de vanidad y sincera pasión por la vida. Pero, ... vaya usted a saber, tal vez sólo pretendía huir, camuflarse, perderse.

      Más de una vez le sorprendí explicando a personas que no tenían ningún interés en escucharle, lo bien que se sentía entre la gente joven y lo natural que era su relación con ellos. "Excusatio non petita accusatio manifesta."

      No le gustaba hablar de la vejez. A veces, cuando salía el tema y no le quedaba más remedio que enfrentarlo, lo abordaba de puntillas, desde la distancia, como una tesis a estudiar. Recordaba que siendo muy joven le encantaba fantasear con la imagen de abuelo amable y sabio rodeado de chicos y chicas que escuchaban sus historias y abrazaban sus consejos. Nunca, sin embargo, le soñó con incontinencia urinaria, ni con dolores incapacitantes, ni en la soledad que proporciona el olvido. La mente se defiende como puede. Pasaron los años, y su imaginación jamás volvió a transitar por estos pagos.

      De repente se dio cuenta de que la vejez ya estaba aquí. Y que no era un "viajero" de paso. Había venido para quedarse. Para quedarse y para profundizar en su estado. Se apoderaría de su espacio y de su tiempo y cada día perfeccionaría su trabajo de demolición. Hasta el final. Hasta atravesar el velo. No le quedaba otra. La vejez era suya, como lo fue la niñez, como lo fue su juventud. Debería aceptarla y aprender a convivir con ella. Y si fuera posible, enseñarla a sonreír.

       Casi sin darse cuenta comprendió que estaba completando el ciclo de su vida. Si fuese hijo de otra civilización, si hubiese nacido en el Tíbet o entre los indios Iroqueses, su paso por la vejez sería una travesía gozosa y amable, lejos de los miedos y las angustias con la que hemos sido educados los "muy desarrollados pueblos"de esta parte del planeta. Pero no fue así y no le quedaba más remedio que apechugar con lo que había.

      Aprendería a vivir de nuevo. Como ya hizo cuando era niño, y era más frágil que ahora, o como hizo cuando era adolescente, y tenía más miedos que ahora, o como cuando era un joven triunfador, y era mucho más ignorante que ahora.

      No podía ocultar que le asustaban el deterioro y el dolor. Los odiaba hasta el extremo. Tampoco había resuelto sus cuitas con la muerte.... Pero podía aprender. Muchos lo lograron antes que él. Y partiría con ventaja; se sentía amado... y aún le sostenían sus sueños adolescentes y un pequeño hálito de fe.

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      El día amaneció luminoso, sereno, sin nubes en el cielo, y con la brisa permanente del alisio acariciándolo todo. Decidió dar un paseo. Ya no podía con las largas marchas de antaño, pero caminar le hacía bien. Se vistió despacio, con mimo; pantalón de lino blanco, camiseta azul con letras rotas comprada en Springfield y unas zapatillas Nike que le había regalado su hijo - ¡Incorregible presumido! - Antes de salir se puso de nuevo ante el espejo. Esta vez se enfrentó a su imagen sin victimismo. Aceptó sus canas, frágiles y escasas, las arrugas de su cara, las manchas de sus manos, las bolsas de sus ojos. Aceptó incluso, un cierto deje de tristeza en la mirada, su falta de memoria, sus problemas de concentración. ¿Qué importancia tenía todo esto? Vivía. Y el mundo era un regalo. Sonrió,... y le gustó su sonrisa.

      Pasada una hora se dirigió a la plaza. Unos niños jugaban al fútbol con una chapa. El banco más cercano al balcón con banderas estaba ocupado por un hombre mayor que leía el periódico. Las ventanas del Casino están abiertas. Unos turistas japoneses acaban de entrar en la Basílica de San Juan. Los pájaros que vivían en los laureles gigantes ofrecían gratis un concierto. Su banco estaba libre. Algo cansado, agradeció sobremanera su regazo. Cerró los ojos, ... y contempló su vida pasar. Y se fundió con las estrellas.

miércoles, 3 de julio de 2013

¡Maldito miedo!

      Ya pasó. El dolor y la noche son malos compañeros de viaje. Casi siempre se alían con el miedo. Y el miedo... ¡maldito miedo! De repente te sientes muy frágil. Es importante que alguien te coja la mano y acaricie tu cara y bese tu frente. Pero no puedes evitar sentirte solo. Una doctora se asoma y pronuncia su nombre. Y se va. Tu también te quedas solo. Y pasan las horas. Queda poca gente en la sala. No sabes nada. ¿Cómo estará? Yte invade la tristeza. Y vuelve el miedo. Te levantas y paseas. Vuelves a sentarte. Han pasado tres horas y media. Por fin sale. De lejos escudriñas su rostro. Se acerca sonriendo. Todo ha ido bien. El miedo se ha ido por piernas. La abrazas largamente, sonríes y ... "Vámonos a casa".

domingo, 23 de junio de 2013

Pregón. Fiestas de San Juan. Telde. Año 2013.

      Año 1955. La calle León y Castillo está llena de banderas. La plaza está llena de banderas. Todo el barrio está lleno de banderas. Un niño pequeño baja corriendo por la Montañeta y las contempla orgulloso. Él vio cómo las cosía su madre. Una a una. Durante días. Durante semanas. Y ahora estaban allí, adornando las calles, adornando su pueblo. Y experimenta un no sé qué. Y lo guarda en su corazón.

      Se había despertado muy pronto. Quería ser el primero en verlas. Deseaba comprobar cómo se movían con el viento, cómo relucían con el sol, cómo las saludaban los pajaros del parque. Son las Fiestas de San Juan.

      En las cuatro esquinas, pegadito al hogar donde nació Don Fernando, el poeta, junto al zapatero de enfrente y al bazar de Agustinito el de la bicicleta, muy cerca de la casa de Manolito Calderín, su amigo, ha puesto sus reales el turronero. El del año pasado. El de todos los años. Dicen que el de siempre. El bar de Segundo ya está abierto y huele a café recién hecho. Está lleno de parroquianos que desayunan o toman su carajillo de cada día. La farmacia de Doña Adela ha estado toda la noche de guardia, el niño saluda a Lola Fleitas que tiene los ojos cansados y le envía un beso por el aire. La cafetería de Secundino Estupiñán también está abierta, huele a chocolate y churros calentitos. Parece que hoy la gente está más contenta que ayer. Le saludan mientras sonríen. Y se siente feliz. Y piensa que debería haber más fiestas de San Juan.

      Manolito el sacristán está abriendo las puertas de la Iglesia. Hoy será quien toque las campanas. Es la Fiesta mayor y nadie las toca como él. A la gente le gusta cómo suenan las campanas. Y cuando las toca Manolito parece que fuera un concierto.

      Detrás de la Basílica, junto al pilar, están montadas las tómbolas, y los juegos, y una noria. En la plaza están colocando muchas sillas de madera, de esas de tijera. Unas serán para la banda de música y las otras para el público que está deseando escucharla. Todo el mundo dice que es la mejor banda de música de la isla. Seguro que es verdad. El niño se emociona cuando tocan.

      Un vaquero rezagado conduce dos enormes vacas al lugar donde se reúnen los animales que participan en el concurso, una es de color rubio claro, como todas las de aquí, y la otra de color marrón. Y mientras las acaricia y les susurra palabras hermosas, sueña con que alguna de ellas ganará el primer premio y le pondrán una preciosa escarapela de colores. En la plaza, dos hombres cuelgan una enorme piñata entre dos laureles gigantes mientras un grupo de críos saltan y chillan alrededor. Ya van llegando los músicos de la banda con sus uniformes de gala. La guardia municipal ha cerrado al tráfico la calle León y Castillo y la gente la invade entre cantos y algazaras. Dos operarios colocan una cuerda de lado a lado preparando la carrera de cintas sobre bicicletas. La meta para las carreras de sacos está ya pintada sobre el suelo.

      Por fin, el niño ha llegado a "su castillo". Nino y Juan Diego Jiménez hacen piruetas sobre sus modernas bicicletas. Al casino entra y sale gente cargando instrumentos musicales, dicen que esta noche actúan Los Diabólicos y la orquesta Falcón. Yo creo que estos maravillosos grupos aparecieron años después, pero qué importancia tiene eso. Un grupo de niñas, con sus vestidos de domingo, saltan a la comba y cantan y sueñan. El sólo tiene ojos para mirar al balcón con banderas. Desde allí, desde "su torre", le mira con cariño su padre. Desde "el puente levadizo", seguro y feliz, le mira él. Y la Plaza se llena de colores. Ya repican las campanas. Son las Fiestas de San Juan.

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      Han pasado casi sesenta años. ¿Una eternidad o un suspiro? Posiblemente un suspiro. El niño se hizo mayor y ahora vive lejos, lejos de este mar y de este sol, de su iglesia y de su plaza, vive lejos de mucha gente a la que quiso y de mucha gente a la que quiere. Pero hoy está aquí, agradecido y algo turbado. Le abruma la responsabilidad pero se siente feliz con el reencuentro.

      Por todo ello, y antes de continuar con este humilde relato, me gustaría manifestar públicamente mi gratitud a la dirección de Gobierno de Ocio y a las personas que colaboran con ella, por haber pensado en mí distinguiéndome con un honor que me abruma y me conmueve. Mi agradecimiento se hace mucho más grande por su absoluto respeto a mi libertad de opinión y de pensamiento. De verdad, gracias.

      Lo siguiente que tendría que decir es que, como respuesta a esta honra, debería esforzarme por escribir un texto hermoso que esté a la altura del honor recibido. Lamento que no sea posible. Y lo siento de veras. Pero no creo haber sido revestido con ese talento. Intentaré sin embargo, que las palabras con las que vaya construyendo este pregón, estén revestidas de sinceridad y de verdad. Ese será mi compromiso.

       Hasta este instante me he limitado a dar rienda suelta a la fuente del recuerdo, o como diría Caballero Bonald, al sedimento del recuerdo y, a través suyo, a la constancia placentera de haber rememorado un mundo fascinante, en un momento histórico terrible, en plena Posguerra, cuando se cimentaba el larguísimo infortunio histórico del franquismo y se extendían por el país infinitas formas de desolación. Es muy posible que el amor que recibí y la fascinación por los libros que alimentaron mi curiosidad y mis sueños, me ayudaran a soportar las penurias de una época miserable y a plantarme ante ellas con la convicción de que podría derrotarlas. Sólo así podría entenderse el optimismo crónico de aquel niño y la pervivencia de su mundo mágico tantas décadas después.

      Y sin embargo, aún hoy, mientras escribo estas historias, me pregunto "por qué yo". Por qué me han elegido a mí. Y lo que resulta más inexplicable, por qué dije que sí.

      Es muy difícil en estos tiempos tristes y convulsos abstraerte del dolor y la rabia de una situación que no entiendes, en la que intentas saber lo que está pasando y en la que al final, acabas estrellándote contra lo inexplicable. Se supone que el Pregonero debería vocear, con las palabras más hermosas, las glorias de su barrio y su ciudad. Hablar de San Juan, hablar de Telde, un barrio y una ciudad con más de seiscientos años de historia admirable y gloriosa, y contar y cantar la celebridad y la honra de los muchos hombres ilustres que aquí nacieron y vivieron, debería bastarnos para lograr una catarsis de autoestima colectiva.

      Pero, ¿Cómo hablar en estos momentos de fiesta y glorias pasadas sin dirigir antes la mirada a las miles de personas, millones de personas, jóvenes y mayores, amigos y vecinos nuestros, ciudadanos del mundo, que están sufriendo situaciones de injusticia inimaginables en un Estado que se proclama libre y de derecho? Por ello, con toda la humildad de que soy capaz, incluyéndome entre los que, por acción u omisión han contribuído a crear este inmenso monstruo, quiero llevar a mi pregón la indignación de la inmensa mayoría de ciudadanos de mi Isla , de España y del mundo, contra un sistema que ha protegido a los poderosos y abandonado a su desgracia a los más pobres.

      Comenzaré confesando mi ignorancia y mi perplejidad, porque...

      . No entiendo por qué entregamos nuestro futuro y nuestra hacienda, una y otra vez, a los mismos que nos han llevado a esta ruina. Y aquí no pasa nada.

      . No alcanzo a explicarme por qué mi país se ha convertido en el paraíso de los mediocres, de los estafadores, de los corruptos, de las mafias, de los ladrones de guante blanco. Y aquí no pasa nada.

      . No concibo que las instituciones me mientan, que la prensa me mienta, que mi gobierno me mienta. Y aquí no pasa nada.

. No comprendo por qué decimos que es nuestro lo que es de todos, por qué unos pocos tienen mucho y cientos de millones se mueren de hambre. Y aquí no pasa nada.

      . No sé por qué un humilde pescador que predica la pobreza vive en el Vaticano, por qué los pueblos civilizados y poderosos explotan y aniquilan a los más pobres, por qué se expolia y se declaran guerras en nombre de Dios. Y aquí no pasa nada.

      . Me subleva nuestra pasividad ante el drama horroroso del paro, ante el exilio forzoso de los jóvenes, ante la cadena de desahucios que no acaban.

      . Me entristecen las luchas cainitas, el envilecimiento con el que abordamos el debate político y la discusión pública, las descalificaciones indiscriminadas, el insulto soez, la intolerancia, la incapacidad para el acuerdo, la crispación castradora, el anonimato cobarde.

      Creo que deberíamos seguir preguntándonos, escuchando, debatiendo, juntándonos, indignándonos, actuando, combatiendo. Hasta el final. Hasta obtener todas las respuestas.
En un mundo como el que hoy padecemos, cargado de ataques y menosprecios a los derechos humanos, debemos reivindicar con todas nuestras fuerzas el valor de la inteligencia, la defensa innegociable de la justicia social y el sueño permanente por alcanzar la utopía.
 Tal vez así, aún estemos a tiempo de transformar una sociedad maltratada por una crisis de valores que amenaza con arrasarlo todo, en una sociedad ilusionante, ennoblecida por su propio esfuerzo de regeneración ética.

      Por último, permítanme una pequeña licencia. Me gustaría compartir con ustedes una convicción que en mi vida se ha ido convirtiendo en certeza con el paso de los años. Los libros son el mayor tesoro que los seres humanos nos hemos regalado; La sabiduría, la belleza, la información, el placer, el entretenimiento, los sueños... Quien no lee, no almacena conocimientos. Quien no almacena conocimientos puede ser captado fácilmente para la sumisión y la esclavitud. Y conocimiento y libertad son los pilares sobre los que debe construirse el ser humano.

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      A ño 2013. Días antes de las fiestas de San Juan. El pregonero parece algo perdido. Creo que no sabe de qué hablar. Una noche, cuando todos duermen, cuando la luna llena oculta su belleza tras el velo suave de una nube inesperada que viene de Cendro, el Pregonero se acerca hasta su Plaza y se sienta en su banco de siempre, el que aún custodia sus risas de niño, sus secretos adolescentes, sus sueños juveniles. Pero esta noche no le acompañan Diego Talavera, ni Ramón Álvarez, ni Carmelo Almeida, ni Kubala, ni Inma ... Esta noche está solo. Más viejo. Más tolerante. Tal vez más sabio. Se acerca la hora bruja. Y se produce el milagro. La Plaza de San Juan, la amante eterna, se llena de risas y de juegos, de encuentros fugaces y de conversaciones intensas, de rostros de ahora y de gentes que hace mucho tiempo se solazaron en ella. Todos juntos ejecutan una danza singular y mágica. Por un instante el tiempo escapa de su dimensión cartesiana y propicia el encuentro de hombres y mujeres de épocas distantes, con pensamientos distintos, con necesidades distintas. Cientos, miles de caras, vecinos de hoy, de ayer y de hace cientos de años unen gozosamente su inteligencia y sus decires en una declaración amorosa y agradecida a su querida plaza, a su querido barrio, a su querido pueblo, en un compromiso sin fisuras por colocar los intereses generales de la ciudad por encima de cualquier interés individual.

      Sentado en su banco de siempre, con las manos juntas apoyadas en la barbilla, algo inclinado hacia adelante y con los ojos cerrados, asiste perplejo y asombrado a la representación que han preparado para él los Duendes y las Hadas que habitan en los poblados cercanos de Tara y de Cendro.

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      Amigos, Vecinos de Telde, gentes venidas de otros lugares, En nombre de mi ciudad, ¡Bienvenidos a casa! Disfruten de las fiestas de San Juan. Llenemos nuestras calles de risas y de cantos. Que suene la música, que se ilumine el cielo con los fuegos de artificio y las hogueras ancestrales. Bailemos, juguemos, amemos. ¡Vivan las fiestas de San Juan! ¡Vivan las gentes de mi pueblo!

martes, 18 de junio de 2013

El anciano y el adolescente

Camina entre mucha gente. Procura ir pegado a la pared y con todos los sentidos alerta para evitar que le atropellen. Desafortunadamente, sus sentidos ya no ayudan mucho. Tampoco sus piernas. No ha envejecido mal, pero a veces olvida que pronto cumplirá ochenta años.

 Hoy es fiesta grande en el pueblo. Todo el mundo está en la calle. Seguramente debió salir antes. O no haber salido ¡Pero el día era tan hermoso! Ni una nube en el cielo azul, el sol iluminándolo todo y una suave brisa dulcificando los calores del verano ¿Cómo resistirse a una tentación como esa?

 Un patinador imprudente está a punto de embestirle, <<Quítese de en medio, abuelo>>,grita el kamikaze. Un grupo de viandantes increpa al muchacho que se aleja volando sobre la acera, mientras se acercan solícitos al anciano que se apoya en la pared, paralizado aún por el susto. Le tiemblan las piernas y el corazón le late desbocado, pero se esfuerza en aparentar tranquilidad. No soporta sentirse dependiente. <<Gracias, gracias. Estoy bien. Son ustedes muy amables. No ha sido nada. Ya pasó>> << ¿No quiere usted sentarse?>> - pregunta amablemente una señora - <<No, no. De verdad, estoy bien>>.Y se pone a caminar nuevamente con algo de impaciencia y gestos de gratitud.

 Tiene prisa por llegar a la plaza. Allí estará a salvo, piensa. Ojalá esté libre su banco. Sus ojos se acostumbraron a mirar desde él. También desde él le resulta más fácil convocar sus recuerdos, los que sucedieron realmente y los que sólo fueron sueños. Pero que también son vida. Parte de su vida.

 Por fin llegó. Ha tenido suerte. El banco está libre. Una pareja acaba de levantarse y se alejan cogidos de la mano. Apresura sus pasos, no se lo vayan a quitar. Ya es suyo. Un montón de pájaros, inquilinos de lo laureles de India que dan sombra a la plaza, le han reconocido. Se acercan a saludarle, picotean el trigo que les ha dejado alrededor de sus pies y remontan el vuelo entre trinos y piruetas.

 No le ha visto acercarse. Un adolescente bastante flaco y algo tímido se ha colocado frente a él. Lleva una bandolera al cuello y un libro entre sus manos; <<Señor, ¿Puedo?>> - pregunta en un susurro - <<Claro, hijo, por supuesto - dice casi sin mirarle - siéntate, hay sitió para los dos.>>

 Esto no entraba en los planes del anciano. Hubiese preferido estar solo, pero las cosas no siempre suceden como uno quiere. Pensaba, que si alguien extraño se sentaba en su bancocon él, "sus viejos amigos" no se atreverían a venir. Se rompería la magia del recuerdo. Pero no puede hacer nada. El banco no es suyo y el joven ha sido educado y respetuoso. Esperará. No tiene prisa. Tal vez se vaya pronto. Lo peor sería que le hablara. No le apetece conversar. Lo único que desea es cerrar los ojos y pensar. ¡Pensar! Han pasado los años y no encuentra consuelo mayor. Sigue sintiéndose tan necio como siempre, tan ignorante como siempre, tan pequeño como siempre, con los interrogantes y las oscuridades de siempre....pero ya no siente angustia, ni temores, ni miedos ancestrales. Sólo el enorme placer de la búsqueda gozosa del conocimiento que, seguro, le aguarda tras el velo. Sigue queriendo saber. Como quería cuando era un crío, como quería cuando desaparecieron de su vida todas las certezas. Ha pasado una eternidad, pero parece que fuera ayer.

 Por un instante abandona sus cavilaciones y dirige su mirada al muchacho. Parece ensimismado. Ensimismado y huido. ¿Qué estará pensando? Es muy joven para tener recuerdos. Seguramente esté soñando. ¿En una chica, tal vez?, ¿En su futuro incierto?Quizás no le guste el mundo en el qué vive. Quizás se pregunte por qué vive.... Nada nuevo. Lo mismo que ayer, que hace mil años, lo mismo que mañana.

 El joven ha abierto su libro y se ha puesto a leer. De vez en cuando levanta los ojos y dirige su mirada al balcón con banderas. Y se ilumina su rostro. Y de repente desaparece.

sábado, 1 de junio de 2013

El señor Lasquetty.

      Afortunadamente, no todas las cosas que pensamos cuando estamos delante del muro, acabamos escribiéndolas. En el calor de la indignación o la euforia uno puede perder la objetividad o las formas, y acabar vanalizando o destruyendo las ideas que quería compartir.

      Por eso, cuando hemos de posicionarnos frontalmente contra algo o contra alguien, debemos respirar, darnos una pausa y, si fuera posible, debatirlo previamente con alguien cercano y fiable. Por respeto a la gente, por respeto a ti mismo y por respeto a la verdad que dices buscar.

      Hay momentos sin embargo, en los que se hace tremendamente difícil contener la rabia y pararse en todos estos considerandos.

      Eso me ocurre, un día si, y el otro también, en los asuntos que atañen al ínclito Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, señor Lasquetty. Este "master" de última generación, representante del pijerío más cañí de la capital del reino, se comporta con el despotismo de los señores feudales y con la soberbia de aquella clase que sigue considerando que el poder le pertenece por herencia.

      Durante toda la legislatura ha despreciado los auténticos "tsunamis" producidos por las continuas mareas blancas que han inundado la ciudad de Madrid en defensa de la sanidad pública, universal y gratuíta y contra los recortes salvajes, la privatización y la manipulación informativa.

      Despide masivamente y en un sólo día a más de 700 médicos - los más sabios - sin respetar los acuerdos a que habían llegado para el retraso de su jubilación. Y todo ello sin la más mínima planificación y sin el menor respeto por los enfermos.

      Y para más inri, él, el consejero de sanidad de la comunidad de Madrid, en el colmo de la desfachatez y el menosprecio a aquello que representa, defiende "como muy necesaria" la reforma de la ley antitabaco para la mayor gloria del señor Sheldon Adelson y sus casinos de Eurovegas.

      El señor Consejero de Sanidad se convierte así en el paradigma de lo que representa el gobierno de la Comunidad de Madrid: "la defensa incondicional de los poderes económicos aunque ello suponga un ataque a la salud de los ciudadanos."

      ¿Cómo podemos consentir que un señor como este nos represente y decida por nosotros?

viernes, 17 de mayo de 2013

Anastasia.


El día comenzaba a declinar cuando el Rolls-Royce blanco aparcó frente al Balneario. En las escalinatas de acceso, el director y dos empleados del hotel esperaban desde hacía algunos minutos la llegada de Anastasia. El chofer bajó de su asiento y abrió la puerta trasera del vehículo.  Esteban Bertolucci,  se acercó y tendió la mano a la mujer que descendía del auto con rostro sonriente. Vestía un hermoso vestido largo de satén blanco con adornos de encaje en su cuello cisne. Cubriendo su cabeza, un pequeño tocado de redecillas y flores secas sujetas al pelo con un broche de nácar. No podías dejar de mirarla. Se movía con el porte de una reina y la delicadeza de una geisha.

.- Bienvenida al San Patricio señorita Anastasia. Ha llegado usted a su casa. Todos nos sentimos muy felices con su visita.-

Gracias, Bertolucci. Ud. Siempre tan galante. También yo estoy contenta de haber regresado al paraíso.-

Junto a los ventanales del holl, un grupo de clientes habituales contemplaban curiosos la escena entre el director y la adorada Anastasia. Todos esperaban nerviosos el momento de saludarla.

.- Me imagino que estará muy cansada, los últimos treinta kilómetros de cuestas y curvas convierten el viaje en un pequeño suplicio. Es el tributo que hay que pagar para disfrutar de esta belleza. Con su permiso me he permitido ordenar a su doncella que le prepare un baño de sales y agua caliente.-

.- Está usted en todo, amigo Esteban. Si fuera posible, me gustaría contar con la dulce María. Después de tantos años se me haría muy difícil cambiar de doncella.-

.- Puede estar tranquila. María estará encantada de estar a su servicio.-

 Instantes antes de que el sol desaparezca tras las montañas, el San Patricio se llena de luces. Desde el fondo del gran salón llega el sonido de un piano. Dos botones perfectamente uniformados trasladan un baúl y tres maletas de piel de camello a la suite real situada en la quinta planta.

Antes de coger el ascensor principal, Anastasia se dirige a Bertolucci,

.- Querido director, esta noche no bajaré a cenar. Le agradecería enviasen a mi habitación un sandwich  vegetal y un te negro con azahar, canela y rosas.-

.- Cómo usted desee. Daré la orden de inmediato. Y por favor, no dude en pedirnos lo que necesite.-

La mañana es espléndida. Los más madrugadores comienzan a ocupar el bellísimo pabellón de cristal habilitado como comedor de desayunos. Veinticinco mesas vestidas con manteles de algodón egipcio, vajilla de porcelana inglesa y cubiertos de plata y distribuídas en espacios amplios y geométricos son atendidas por una docena de camareros perfectamente adiestrados.

Todos la esperan. Su mesa aún está libre. Miradas discretas. Pequeños cuchicheos. Apenas el sonido de un susurro en un comedor casi lleno. Gente que habla muy poco, y cuando lo hacen, sus voces parecen mudas.

Ya se acerca por el fondo. Viste de blanco, como siempre. Cubre su cabeza con una pamela, también blanca, con una cinta azul adornando una de sus alas. Un camarero la acompaña hasta su mesa. Todas las miradas se han vuelto hacia ella. Con todas las que se tropieza tiene gestos de afecto y les devuelve la sonrisa. 

¿Quién es esta mujer misteriosa? Nadie lo sabe. Nadie ha podido saber de dónde viene. Ni siquiera dónde vive. Tampoco la dirección del hotel lo sabe. Y sabemos que lo intentaron. Lo que si tienen  claro todos es que están ante una mujer extraordinaria; elegante, amable,  culta y enormemente glamourosa. ¿Será una princesa? Seguro que ha sido educada entre reyes.

Del lago llegan rumores de personas que nadan, se solazan o se sumergen en sus aguas calientes. En el porche unos caballeros conversan animadamente de economía y política. Paseando por el jardín, un grupo de mujeres hablan muy quedamente y sonríen. Sentada en  un banco de hierro bajo la sombra de un viejo roble, Anastasia está leyendo poemas de amor.

El Rolls-Royce blanco está a punto de partir. En la escalinata, compungidos y nerviosos, Esteban Bertolucci y María, su doncella, han venido a despedirla. Anastasia baja el cristal de su ventana y agita con delicadeza su mano mientras el coche se pone en marcha. 

El coche avanza por el camino arbolado que conduce al palacete. Ya han llegado. El chofer saca el equipaje y lo traslada en varios viajes al dormitorio de Anastasia. En la casa no hay nadie. Al despedirse sonríe y dedica a la señorita un guiño cómplice.

Está cansada. Se deja caer sobre un humilde sillón de cretona roja y mira emocionada su colección de románticos rusos. Coge el diez veces leído "Crimen y Castigo" de su amado Dostoievski  y se pierde por las calles de San Petersburgo con el joven Raskolnikov. Y se quedó dormida.

Se despierta sobresaltada con el desagradable sonido del interfono.

.- ¿Dónde te metes, Lucía? El desayuno ha de servirse a las ocho y ya pasan diez minutos. El señor ha tenido que marcharse sin tomar su café. Esta mañana además, tienes que limpiar todos los cristales. Espabila.

Lucía cierra los ojos y se traslada por un instante a San Patricio. <<Un año no es nada>> Durante este tiempo sacrificará su vida y ahorrará todos sus sueldos. Y volverá a ser Anastasia.