domingo, 29 de junio de 2014

Un lugar llamado Shangri-La (Recuerdos y Ensoñaciones)

      .- Juanito, ¿adónde iremos hoy? El viaje de ayer fue muy emocionante.

      .- Shss, habla bajo, Manolín. Si se enteran los de ahí afuera la podemos liar.

      .- ¿Y a mi prima Milagros tampoco puedo decírselo?

      .- ¿Estás loco?A Milagros menos que a nadie. En cinco minutos lo sabría toda la Montañeta.

      La trascendente conversación tenía lugar en el interior de una tienda india montada con los palos de tres escobas y una saca de papas que les había regalado Juanita "la artista". Era una noche de verano. Las piedras del suelo aún ardían. Una pequeña vela que uno de los niños había sustraído de su casa iluminaba la guarida. Fuera, la luz de una enorme luna llena, encendía todo el "Castillo".

      Hacía mucho calor. Como era sábado los vecinos del barrio podían alargar un poco más la velada nocturna. Y se agradecía; la cama en aquellas condiciones era más tortura que descanso. El suave runrún de las conversaciones que llegaba desde los patios o desde los portales abiertos a la calle, impregnaban el aire de una dulzura irresistible. Manolo Uche y Miguel Alcazar preparaban una refrescante bebida traída desde muy lejos con la que ayudaban a los noctámbulos a calmar la sed y les procuraban un cierto toque de optimismo chisposo. El brebaje en cuestión era vino tinto con casera, muy frío. Dicen que estaba muy rico. Los niños tuvimos que esperar algunos años para poder gozar de tan delicado elixir.

      Antoñito y Jorge, cargados con tres palos, una saca de arpillera, armaduras de cartón y dos espadas de madera, asomaron sus morros por la puerta.

      Bajando al máximo la voz, pero con evidentes muestras de irritación, Juanito abronca a los recién llegados.

      .- Llegáis tarde. La próxima vez no os esperamos.

      .- Es que he tenido que ayudar a mi padre a limpiar el gallinero - se disculpó Jorge -

      .- Y yo he tenido que copiar cien veces "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". A mi madre le ha entrado la manía de que tengo que bañarme por lo menos una vez a la semana. ¡Mira qué es rara! - comentó Antoñito -

      .- ¡Bueno, bueno! La tienda tendría que estar montada. Se nos hace tarde. En unos minutos debemos partir. ¡Ah!, y deberíais quitaros esas armaduras y dejar por ahí esas espadas. Al lugar al que vamos esta noche esas cosas no se necesitan.

      .- ¿Conocemos ya el lugar? - preguntaron intrigados y al unísono -

      .- Ahora a montar la tienda - replicó Juanito con voz de jefe - cuando llegue el momento se sabrá.
Y
      En poco tiempo se había formado un pequeño campamento de cuatro tiendas en un círculo perfecto. En el centro, ocho niños entre cinco y diez años: Juanito, Manolín, Antoñito, Jorge, Mingo, Juan, Perico y Fernando, sentados sobre las piedras aún calientes, con sus cabezas cubiertas con sartenes, cacerolas u otros artilugios metálicos, cogidos de las manos, con los ojos cerrados y todos los sentidos en alerta, se preparaban para el viaje mientras escuchaban ensimismados la lectura del libro que para esta noche había elegido Juanito.

      En semanas precedentes, durante un tiempo que nunca supieron si fueron minutos o muchos, muchos días, vivieron aventuras en países lejanos. Con Emilio Salgari y sus "Corsarios de Malasia"abordaron, con espadas y cañones, bajeles piratas que secuestraban princesas. Apadrinados por Merlín, fueron introducidos en una noche estrellada al reino de Camelot y nombrados caballeros en la corte del Rey Arturo. Viajaron con Tin Tin a las Pirámides de Egipto y recorrieron, entre la perplejidad y el asombro, la fascinante ruta de la seda junto al increíble Marco Polo.

      Estábamos en el año 1954. Sólo un par de meses después iba a producirse en la ciudad uno de los acontecimientos más trascendentes desde el estallido de la maldita guerra. Nacía el Instituto Laboral de Telde y con él, la posibilidad de acceso al conocimiento de los hijos de los trabajadores. Juanito lo sabía. Y también sabía que él era uno de los elegidos para iniciar esa aventura. Todo sería nuevo. Y estaba ilusionado.

      Pero le apenaba dejar "su Castillo", alejarse, quizás para siempre, de los "Confines de su Bosque Encantado", de las "Praderas Infinitas", y de la compañía de sus "Nobles Compañeros". Muy pronto su mundo mágico iba a ser sustituido por otro que prometía conocimiento y sabiduría. Aún no sabía si iba a ganar o perder, pero su camino ya estaba trazado.

      Ajenos a estas preocupaciones, los ocho niños del campamento indio, con los ojos cerrados y las manos juntas, son arrastrados por la magia que transmite la lectura de "Horizontes Lejanos" (James Hilton), el libro elegido esta noche por Juanito.

      Y se produce el milagro. Mientras los adultos beben, comparten y conversan con voces muy quedas para no turbar el sueño de los cansados, una lluvia de Perseidas, Lágrimas de San Lorenzo, cruza velozmente el cielo limpio de nubes y parece descender sobre las cabezas de los niños. Por un instante súbito, que en parámetros racionales y terrestres pudieron ser décimas de segundo, los pequeños son raptados en una experiencia extraordinaria a un lugar llamado Shangri-La, el paraíso perdido al que, cuentan, intentan llegar aventureros, exploradores y todos los hombres y mujeres que aún creen en utopías. Y con los ojos inundados de belleza, experimentaron la alegría.

      Finalizado el viaje, Juanito aprieta el libro contra su pecho, lo besa, lo acaricia y lo coloca con mimo junto a los otros.