viernes, 31 de octubre de 2014

"Buscando la luz cuando se acercaban las nieblas de su particular invierno"




Caminar le haría bien, pensó. La mañana se había presentado algo fresca, pero la luz que iluminaba el valle invitaba al paseo apacible y a la búsqueda amable de los enigmas que poblaron su despertar adolescente y que aún le acompañan cuando se acercaban las nieblas de su particular invierno.

Había regresado al pueblo en busca de soledad y de silencio y su apuesta pareció acertada. Apenas se escuchaba el canto del capirote, el golpeo seco de la azada de Melo removiendo la tierra, o el alegre ladrido de Coco avisando de su regreso a casa. Se sentía bien.

Lejos quedaban los momentos en los que, buscando respuestas, planeó retirarse al Monasterio Cisterciense de Silos para sumergirse, durante algún tiempo, en el trabajo, los rezos y la misteriosa fascinación del canto gregoriano. Finalmente eligió asirse con fuerza, a humildes y cercanos paisajes aún vivos en su memoria. Y dio las gracias a su instinto.

Caminaba despacio, cuidando con mimo su maltrecha espalda, y procurando ver, oler, palpar, gustar y escuchar, toda la vida que el pueblo le ofrecía generosamente.

En la montaña de arriba, en la terraza del Observatorio Astronómico, algunas personas se ocupan de los preparativos para la observación de las Perséidas que surcarán el firmamento esta noche. No hay nubes en el cielo, ni se las espera. Puede ser una velada inolvidable.

Sentada sobre un quitamiedos de la carretera - tal vez buscando la mejor cobertura para conectarse con las frías y lejanas tierras que un día dejó atrás - una mujer con rasgos nórdicos teclea su portátil. A ratos levanta los ojos y se va con ellos acariciando olivos, serpenteando barrancos, cabalgando a lomos del imponente Roque Agüayro y solazándose con la apacible serenidad del mar de Arinaga. A sus espaldas, rodeándola, abrazándola, protegiéndola, una cadena de montañas formidables pobladas de tabáibas, chumberas y centenares de seres vivos, cantan la gloria de la tierra. Más arriba, asomado al ventanal de su casa, con un libro de Karin Fossum entre las manos, su compañero, feliz, la observa con cariño.

Ensimismada, tardó unos segundos en darse cuenta de la presencia del extraño paseante. Nunca se habían visto. Sonrieron, se presentaron y se despidieron cortésmente. Ya tendrían tiempo de conocerse mejor, pensaron. Puede que esta misma noche, mientras vuelan las estrellas.

Atravesó el barrio de la Inmaculada y llegó a la carretera principal, la que une a Temisas con Agüimes y Santa Lucía. La atravesó con rapidez - no venían coches - se introdujo en el sendero de tierra que se abría desde el mismo arcén, y comenzó a perderse, cuesta arriba, por entre los sinuosos recovecos del viejo camino real.

Ya llegó a su lugar secreto. No estaba lejos. Apartó algunas piedras, adecentó con sus manos el espacio elegido, se sentó en el suelo de tierra, apoyó la espalda sobre la peña lisa del gran risco y durante un breve instante, cerró los ojos y olvidó.

Y volvió.

Allí estaba ella. Lejos. Mirando el mar. En la cresta del barranco. Colgada de la pendiente. Desafiando al precipicio. Grande, vieja, orgullosa, cargada de frutos, a veces rojos, a veces verde. Con raíces profundas en busca del agua escondida, con tronco el muy ancho y los brazos vigorosos y fuertes. Sin miedo al viento, ni a la lluvia, ni a las tormentas, sin miedo al calor, ni a la sequía pertinaz. Testigo mudo del tiempo, compañera y reposo de eremitas y caminantes solitarios. Allí estaba. Imponente y orgullosa, humilde, honrada y eterna: La Higuera.

Mucho más cerca, un lagarto verde y cabezón le mira curioso desde su trono ardiente de sol. Dos cernícalos revolotean en círculo y trinan con fuerza, no se si cantos de apareamiento o de ataque inminente - debería cuidarse el señor lagarto - Una pequeña nube blanca de algodón que viaja desde el mar a la cumbre, tamiza durante un instante la luz del sol. Todo estaba en armonía.

Pero no había venido hasta aquí para abandonarse al disfrute de una paz regalada. La soledad y el silencio que vino a buscar al paraíso, deberían servirle para obtener respuestas a interrogantes que en la gran ciudad ocultan los ruidos y los miedos, las urgencias y los cantos de sirena.

No le estaba resultando fácil. En su cabeza, un montón de ideas, algunas contrapuestas, casi siempre en nebulosa, pugnaban por presentarse como la tesis más fiable. Hubo momentos en los que creyó lograrlo, y suspiraba aliviado, pero sólo unos instantes después las certezas se derrumbaban y la oscuridad volvía a hacerse dueña de su cerebro. No importaba. Afortunadamente le habían preparado para eso. Volvería a empezar una y cien veces. Su única obligación era buscar, buscar sin rendirse.

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Llevaba mucho rato sentado y su espalda empezaba a protestar. Se levantó, estiró las piernas, y durante unos minutos paseó por el sendero ardiente. Algunos parientes del lagarto verde y cabezón le observaban curiosos mientras se calentaban al sol. Hacía micho calor. Escondidas en los riscos, tras las tuneras y las tabaibas, millares de chicharras anunciaban el rito del apareamiento con un singular concierto de percusión. Pronto regresó a la confortable sombra de su lugar secreto.

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Volvió a sus pensamientos. No acababa de entender por qué pasaba lo que pasaba.

Lo que no admitía dudas era la evidencia de que vivíamos en una sociedad podrida hasta la náusea. Pero eso ya lo vieron y denunciaron hace décadas José Luís Sampedro y Stefan Hessel. A la estela de sus pensamientos y de su testamento vital, nació el 15M - uno de los acontecimientos más hermosos y esperanzadores de este siglo - y desde entonces, ante la inmensa presión de "las Mareas", auténticas protagonistas de la revolución ciudadana, toneladas de porquería quedaron a la intemperie y un aire fétido hizo irrespirable nuestras ciudades.

Han transcurridos algunos años, y desde entonces, no ha amanecido el día en el que no nos abofeteen con el descubrimiento de un nuevo escándalo político, empresarial o sindical, de un robo mayor que el denunciado el día anterior, de otra escandalosa resolución judicial, del enésimo ataque al estado del bienestar, de cientos de imputados que no dimiten, de prevaricaciones, corruptelas y estafas de todos los colores, o del enriquecimiento vergonzante de los de siempre a costa de la miseria y la exclusión de una mayoría esquilmada y humillada.

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El lagarto verde y cabezón advirtió el peligro y con rapidez endiablada desapareció bajo las piedras. La pareja de cernícalos gritó con desespero su fracaso y remontó el vuelo sin tardar no sin antes, evacuar una monumental cagada que a punto estuvo de alcanzar su desprotegida testa. Una brisa ligera y fresca procedente de la cumbre traía olores de tabaiba, romero y pino. En el horizonte, mar y cielo se confundían con sus vestidos azul turquesa. Y el sol los besaba enamorado.

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Mientras gozaba de una paz privilegiada que le avergonzaba disfrutar, sus pensamientos no atinaban a comprender como habíamos caído tan bajo. La sucesión interminable de escándalos que explotaban cada minuto en las calles y plazas de nuestras ciudades habían dejado a la gente en estado de shock. Montañas de basura y vergüenza acabaron por entregarnos un país desolado y humillado.
Se sentía abrumado, espeso, confundido, impotente. No le estaba resultando sencillo hilvanar una línea de pensamiento que pusiera contra las cuerdas todas sus contradicciones.
¿Cómo hemos dejado que nos engañen así? ¿Qué mierda de sociedad hemos construido? ¿Qué ha quedado del estado del bienestar conquistado con tanto dolor y tanta sangre? ¿Quién nos lo ha robado? ¿Dónde ha quedado La Declaración Universal de Derechos Humanos? ¿Para qué sirve?¿Qué es eso que dicen, de que el poder reside en el pueblo? ¿Qué coña marinera nos están contando?

Su cabeza le daba vueltas. Sólo era un hombre. Un hombre igual que otros millones de hombres y mujeres que vivían en su tiempo. Seguro que también ellos se estarían haciendo las mismas preguntas.

Y por su cerebro desfilaron fotografías...

- Y experimentó asco y dolor ante imágenes que mostraban en un mismo plano la desolación y la miseria de unos seres semidesnudos ensartados entre las cuchillas de una valla altísima, asquerosa y sucia, buscando pan y libertad, y la indiferencia opulenta de unos cuantos que a escasos metros juegan al golf entre risas, champagne y promesas de lucrativos negocios.

- Le era imposible aceptar sin estupor, que en una situación de emergencia nacional, durante los años más duros de la crisis, 20 personas de nuestro país almacenaran tanta fortuna como 14 millones de pobres. Y mientras estos datos de bochorno eran dados a conocer por Oxfam Intermón, nuestro gobierno se vanagloriaba proclamando que somos la envidia económica de Europa?

- Era incapaz de entender las muestras de indignación y rabia contra los desmanes de sus gobernantes, y al mismo tiempo descubrir la absoluta sumisión de las masas en las urnas. Imposible comprender el voto de confianza del pueblo esquilmado, en favor de sus ladrones.

- Le producía desasosiego y mucha vergüenza participar activamente en todas las manifestaciones contra la injusticia y la corrupción, y al mismo tiempo constatar como cerramos los ojos, y la conciencia, a nuestros pequeños o "grandes" fraudes personales. Hipocresía y descaro.

- No podía evitar la frustración y la rabia que le producían personas que un día parecieron entregar entregar su tiempo y su vida para la construcción de un país más justo y más libre, y descubrirlas unos años después traicionándose a sí mismas y a las personas que confiaron en ellas. El dinero, el poder, la corrupción, las obscenas puertas giratorias...

¿Qué demonios nos pasa? ¿Por qué nos comportamos así? ¿Cuál es nuestra responsabilidad?

No alcanzaba a comprender tanta contradicción y tanta miseria. ¿Soy víctima o verdugo? ¿Soy pueblo o soy casta? ¿Qué quiero ser? ¿Lo que finalmente sea será fruto de una opción personal elegida libremente, o influirán de forma determinante la casualidad, la educación y la ideología?

Preguntas. Muchas preguntas y pocas respuestas.

. ¿En qué hombre creo? ¿A qué sociedad aspiro?

Educación. Educación en valores. Educación para la libertad. Educación para la ciudadanía.

. Palabras vacías, discursos vacíos, manipulación informativa, corrupción, mentiras.

. Una convicción. Quizás la única. Me niego a aceptar que el horror y la mierda que inunda nuestras ciudades sea una consecuencia necesaria del hecho de vivir. Ese horror y esa mierda la hemos traído nosotros. La ha traído el modelo de seres humanos que nosotros hemos construido. Por egoísmo, por desidia, por omisión o por haber sido educados en una cruel concepción del mundo.

. Añadiría una segunda convicción. Deberíamos acabar con tanta porquería. Y empezar de nuevo.

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Se está haciendo tarde. Está cansado. Hace bastante calor. Sacó un botellín de agua de su mochila y bebió con deleite. No estaba fresca, pero apenas le importó. Iba siendo hora de regresar. Con sumo cuidado, procurando flexionar las piernas para que la columna no sufriera, se levantó de su palco. Al tiempo, un ballet silencioso de pequeños seres vivos se movió con él.

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No había conseguido mucho. Las contradicciones seguían ahí. Su perplejidad, su indignación y sus dudas, eran prácticamente las mismas que ayer. Puede que necesitara más tiempo. O puede que nunca obtuviera todas las respuestas. No importaba. Seguiría preguntando, seguiría buscando. Hasta el final.

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En el guachinche del chorro santo le esperaban Pepito López, José Manuel Arbelo (el anfitrión) y Mario Villanueva. Una cervecita fresca y unas papas arrugás calentitas estaban ya sobre el mostrador. ¡Buen provecho!














































































































miércoles, 8 de octubre de 2014

30 DE MAYO DEL AÑO 2015.




Las sombras se iban retirando lentamente mientras la ciudad despertaba entre bostezos y lánguida parsimonia. Era festivo y sus habitantes remoloneaban entre las sábanas apurando los últimos instantes de aquel regalo inesperado, y lo hacían perdidos y algo perplejos entre los laberintos y la niebla de los sueños de la noche. Todo parecía vulgarmente cotidiano y hubiese sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser porque el calendario que tenía sobre su mesa de estudios tenía subrayado, con un inquietante círculo rojo, la fecha del 30 DE MAYO DEL AÑO 2015. Es decir: Hoy.

Todo comenzó para él hace nueve años. Era el verano del 2006. Casi al final de su viaje iniciático por la cordillera Andina, mientras sus compañeros de travesía decidieron escapar del mal de altura y del calor asfixiante de las calles de La Paz (Bolivia) refugiándose bajo los grandes ventiladores de la cafetería del hotel, Miguel decidió perderse por última vez por entre los sinuosos laberintos de la biblioteca nacional. Quería encontrar el manuscrito del que le habló el viejo chamán que vivía en las estribaciones del parque arqueológico del Machu Picchu, muy cerca del observatorio astronómico que los Incas utilizaron hace más de quinientos años para observar los fenómenos celestes. Si fuera cierto lo que aquel hombre había dicho aquella noche de avistamientos y éxtasis, si aquel manuscrito existiera y corroborara sus predicciones, su vida y la vida del mundo conocido, iban a ser testigos de un descomunal alumbramiento planetario. "¿Las profecías del evangelista San Juan?"

Y allí estaba. Pequeño. Insignificante. Frágil. Perdido entre miles de soberbios incunables al fondo de un pasillo angosto y oscuro, protegido por el polvo de muchos siglos y la indiferencia estúpida de los estudiosos y los soberbios.

Le temblaban las manos, sus ojos se llenaron de agua y se le aceleró el corazón. Estuvo a punto de caerse tras un vahído súbito. Se apoyó como pudo en la estantería que estaba a sus espaldas. Había evitado romperse la crisma y montar un fregado que no le convenía estando tan lejos de casa. Cerró los ojos. Respiró hondo,... y leyó,... y, casi ciego, volvió a leer. Y miró los dibujos, y los planos; los de la tierra y los del cielo, y una fecha. Subrayada y repetida. Enmarcada. Entronizada. 30 DE MAYO DEL AÑO 2015, según el calendario romano adecuado por el rey Numa Pompilio (753 - 674 a.C.) y por el que hoy contamos nuestros días, y unas iniciales, las que correspondían a su nombre y apellidos según la gramática de la lengua de Cervantes. Conmocionado, dejó que su espalda se deslizase suavemente por entre los estantes hasta quedar sentado en el suelo, sobrecogido y perplejo.

Todo estaba allí, letra a letra, línea a línea, desnudo y diáfano, como le reveló el chamán que nunca salió de su aldea, como imaginó cada noche desde que se produjera aquella conversación en la tierra sagrada de los Incas, como describe, entre brumas y entre gloria, el fascinante libro de San Juan: "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca." (Apocalipsis, cap.1, vers.3)

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Regresó a su casa, a sus clases, a sus afectos, a su rutina. Pero ya nada fue igual. Ni para él, ni para los que vivían cerca. Se comportaba de manera extraña, como si el tiempo que estaba viviendo estuviera fuera del tiempo, como si las personas y las cosas que le rodeaban fueran tan sólo figurantes de una obra aún por estrenar, como si perteneciese a un mundo virtual o paralelo que muy pronto desaparecería para alumbrar una tierra que mana leche y miel y en la que todos los seres aprenderían a vivir en armonía. ¡Si pudiera revelar su secreto! ¡Si pudiese prestar sus ojos para que todos viesen lo que él veía! De cualquier forma ¿quién iba a creerle?

Se acercó a la ventana y miró a la calle. Lloviznaba. //"Mejor sería que jarreara con fuerza y se llevara tanta porquería de una puta vez"// La temperatura era agradable; como siempre. Desapareció la lluvia. Ya llegan los primeros paseantes. Algunos secan los bancos con un pañuelo y se sientan. Bencomo afina su guitarra y deja la funda abierta por sí alguien quisiera colaborar. Ya huele a churros y a pan caliente en el cafetín del mercado. En la terraza de la esquina, Ramón sirve el primer desayuno a una pareja de ancianos; por sus gestos y por sus risas parece que son clientes habituales. Suenan las campanas de la Iglesia. Están llamando a misa. Hoy es fiesta en las islas. En el parque, dos jardineros recortan el césped, abren los aspersores, y barren el suelo con dos enormes ramas de palmera. Una pareja de la policía municipal se deja ver por el lugar. Una niña-vieja, desaliñada y muy flaca, se aleja arrastrando los pies y ocultando sus ojos vidriosos y sus brazos con mil agujeros.

A escasos kilómetros de allí, en el Observatorio Astronómico de Temisas, Mario Villanueva conduce a un grupo de estudiantes del Instituto de Agüimes en un emocionante viaje por la Galaxia.

Parece llegado el momento.

30 DE MAYO DEL AÑO 2015. Hoy. Será a la hora de Vísperas. Cuando el sol se oculte tras el horizonte y la tierra comience a teñirse de rojo y de oro. Cuando en el aire se confundan el ruido infernal de mil guerras y el dulce canto gregoriano de los que aún esperan.

De repente se encontró en La Cueva del Gigante. ¿Ensoñación? ¿Realidad? ¿Cómo llegó hasta aquí? No lo sabe. Desde este inquietante observatorio astronómico creado por los Guanches, sus ojos contemplan extasiados el valle silencioso, el Roque Aguayro y el mar de Arinaga, la belleza prístina de un mundo incontaminado. ¿Qué sabrían aquellos hombres primitivos de lo que ocultan las estrellas? ¿Mantenían algún tipo de comunicación con inteligencias venidas de muy lejos?¿Conocían las profecías recogidas en el manuscrito de La Paz? No tenía respuestas, pero sin duda, este lugar ha de ser el punto de encuentro.

Llegó el momento. Temblaba. El sol desapareció tras los riscos. Una luz blanca y cegadora cubrió por completo el lugar. Su resplandor podía contemplarse desde la costa de Arinaga hasta el Pico de las Nieves. En el aire, notas de Bach, Mozart, McCartney, Cohen, Totoyo, Grieg,...las más bellas melodías que alumbraron los hombres, envuelven y escoltan a un ser armonioso y traslúcido que se acerca y se inclina ante él // "Almirante - dice con voz metálica - queda poco tiempo. El gran impacto está a punto de producirse. Esperamos sus órdenes"// Miguel asiente, mira por última vez a sus amadas montañas, y ordena la evacuación.

Casi al instante, millones de naves venidas desde miríadas de años luz aterrizan en cada rincón del planeta, abren sus compuertas, y repletas de asustados "terrícolas", emprenden la Gran Evasión. En un instante, todas desaparecen tras las estrellas. Casi al mismo tiempo, las tinieblas se adueñaron de la tierra.

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Madrugada del uno de junio del 2015. Ha llegado la noche y hace fresco en la montaña de arriba. El Observatorio está repleto de gente. Han venido desde todos los puntos de la isla. Los Temiseros se sienten orgullosos. La Fundación anuncia para esta madrugada la mayor lluvia de Perseidas en cien años. Ni una nube en el cielo. A escasos metros de allí, en la Cueva del Gigante, un hombre joven, profesor de ciencias naturales y astrofísica, escruta el firmamento buscando respuestas. Se ha dejado caer sobre el suelo de piedra. Parece desconcertado. Perplejo. ¿Habrá sido un sueño? ¿Y si en realidad fuera "uno de ellos"?

En la puerta de la cueva aparece Mario //"Vamos Miguel, te estamos esperando"// //".... perdona Mario, me había despistado. Vámonos ya."// Al salir miró a las montañas. Continuaban allí. Majestuosas. Formidables. Sonrió, aspiró con fuerza el aire de la noche, y guardó su imagen entre los tesoros de su memoria.

Y se fue junto a los otros, a gozarse con las estrellas... ¿?


miércoles, 1 de octubre de 2014

¿A qué lugar te fuiste, amor?




.- ¡Holaaa!, ¿Hay alguien en casa?... Mamá, ¿estáis ahí?


.- ¿Qué tal, mi hijo?, pasa; estoy en la cocina.


.- No hace falta que lo jures. Aquí huele a gloria. ¿Qué haces, cocido? ¡Dios mío! Ya le gustaría a los de Lardy hacer un cocido como este. ¿Hay comida para mi?


.- Tu verás... para ti y para un equipo de fútbol. ¡Qué cosas dices!


Mientras su madre cuidaba con mimo tres fuegos a la vez, Javier la abrazó por detrás, y besó zalamero su frente y sus mejillas.


.- Ten cuidado que te puedes quemar...


.- Pero, ¡qué linda es mi viejita!


.- Te quiero, precioso...Y los niños, ¿están bien?


.- Muy bien. Pronto los verás. En una hora estarán aquí dando guerra. Lucía pasará por el colegio.

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.- ¿Y papá, mamá?... ¿Cómo está papá?

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La mañana se había presentado soleada y un poquitín fresca, pero ahora, al llegar el mediodía, un calorcillo agradable invitaba a sentarse en el porche o bajo el gran arce que estaba en el centro del jardín. Los árboles estaban muy grandes. Aún recuerda cuando ayudó al jardinero a regarlos por primera vez. Eran pequeñitos y muy frágiles. "¡Cómo pasa el tiempo!"- pensó - Los ciruelos rojos se habían vestido de rosa fuerte, casi púrpura. En la rama más alta de uno de los abetos se balanceaba un pequeño jilguero con la cabeza de colores. Los macizos de rosas, blancas, rojas y amarillas ponían, aquí y allá, el contrapunto luminoso a la alfombra verde del césped. Un camino de lajas, de piedra rojiza, unía el salón de la casa con un pequeño huerto que en los veranos daba tomates, calabacines, pimientos y pepinos. Una vereda formada con traviesas de madera de viejas vías de tren, unían el porche con una barbacoa de obra. Dispersas entre el sol y la sombra, varias tumbonas invitaban al descanso relajado.

Con sumo cuidado, procurando deslizarme más que pisar, me acerqué a la terraza acristalada que daba al jardín. Ni un ruido. De vez en cuando, el canto armonioso de un jilguero o el áspero grito de un grajo. Nada más. Sentado en una butaca blanca de resina, bajo la sombra del gran Arce, con las manos sobre las rodillas, y mirando al infinito, como ausente, se solazaba mi padre, mi amado y dulce padre.

No quería que me viese. Aún no. Faltaba tiempo para que los niños inundasen de gritos la casa y agitasen, inmisericordes, los inescrutables mundos del abuelo. Quería seguir allí, mirándole. Acompañándole sin tocarle, riendo si percibía que reía o llorando cuando sus gestos delataban pena. Amándole. Intentando comprender. En silencio.

Vestía pantalón de pana beige, jersey de nudos marrón, de cuello vuelto y botas de ante del mismo color. En el suelo, junto a su asiento, la gorra que nunca se ponía. Sobre sus rodillas, un libro. Sus manos sobre él. Ya no leía. No podía... Pero le gustaba acariciarlo, abrirlo y volverlo a cerrar. A veces lo subía hasta su pecho y lo abrazaba. ¿Quién sabe?... Puede que ahora estuviera con Marco Polo viajando por la ruta de la seda, o en un cafetín del Cairo con su adorado Naguib Mahfuz, o viajando por mares intrépidos con el Capitán Trueno... No sabía que vidas estaría viviendo, ni por qué habría escapado de ésta, pero se le rompía el corazón cuando descubría que no era capaz de reconocerle como a su hijo. De todas formas, los peores momentos llegaban con sus pequeños instantes de lucidez. Entonces, en silencio, las lágrimas bañaban su barba blanca y su rostro reflejaba todo el horror de la verdad. Y yo no era capaz de soportarlo.

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Estaba en la grada. Siempre estaba en la grada cuando yo jugaba. Me miraba y sonreía. Aplaudía y me animaba. Ganara o perdiera, para él, yo siempre era el mejor.
Con mamá cada domingo íbamos juntos al cine. Después merendábamos chocolate con churros o tomábamos algún helado. Bueno, mamá prefería pedir tortitas con nata y sirope de fresas. Era su manjar preferido.

Cuando llegaba el buen tiempo cogíamos la mochila y una tienda canadiense y hacíamos senderismo. A papá le gustaban las montañas y la vegetación y los animales que vivían en libertad. Le gustaba tumbarse sobre la hierba y mirar a las estrellas. Y que yo estuviera a su lado; también tumbado; con mis pequeñas manos bajo la nuca, como las ponía él, y asaeteándolo a preguntas, aunque no tuviera respuestas para todas y me prometiera estudiarlas más tarde.

Con mis estudios era exigente. Me decía que era importante estar preparado y que eso sólo dependía de mi. Cuando llegaba del trabajo me preguntaba si podía ayudarme. Le encantaba hacerlo. Si algo no sabía, procuraba encontrar a alguien que me enseñara.

Un día me sorprendió en la calle con Lucía; yo me puse colorado y él sólo me dijo, "adiós". Al llegar a casa me sonrió y dijo que era muy guapa; "Se parece a mamá"- dijo - "Procura que sea feliz."

Sin apenas darme cuenta, me descubro hablando de papá en pasado. Es terrible, Es injusto. Pero ocurre. Y me siento mal. Y no acabo de aceptar que este ser, perdido, sin memoria, sin historia, al que ahora estoy viendo en el jardín, pueda ser el mismo que hace tan sólo unos meses llenaba de alegría mi vida, la vida de mi madre, la de Lucía y la de sus dos nietos. No resulta fácil admitir que este hombre desvalido, menesteroso, e inerme, sea el mismo que sus amigos, sus compañeros y sus alumnos idolatraban como a un auténtico referente. Pero mi padre está aquí. Vive. En su casa. En mi casa. Asustado. Indefenso. Perdido. Atrapado por una enfermedad atroz, implacable. Y yo quiero amarle. Aunque él no se de cuenta.

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Dejé la terraza y volví de nuevo a la cocina. Me quedé en la puerta. Ya no se escuchaba el silbido de las ollas. Mi madre se afanaba ahora en separar, ordenar y limpiar. Esta vez no le hablé ni me acerqué. Quería mirarla sin que ella lo advirtiese. Sonaba la radio. A mi madre le gustaba escucharla mientras trabajaba, los sábados especialmente. Decía que la música que ponían era buenísima. Era la Ser. El trabajo y la radio le ayudaban a no pensar. Una artimaña más para escapar de un enemigo despiadado.

Era una mujer joven, aún no había cumplido los cincuenta y cinco, casi diez menos que su marido. Comenzó a trabajar en una productora de cine antes de acabar sus estudios en una escuela de imagen y sonido. Desde entonces, y hasta que decidió solicitar la excedencia, nunca dejó de ir al trabajo. Por responsabilidad y porque le gustaba lo que hacía. Pero no tuvo dudas. Cuando se confirmó el diagnóstico decidió dejar el trabajo. Quería estar a su lado. Su jefe le ofreció un año de excedencia, ampliable si fuese necesario. Lo agradeció. Su estado de shock le había impedido pensar en esa posibilidad.

Ahora, casi seis meses después, el hijo observaba con ternura y con insufrible pena, el deterioro físico y mental de aquella mujer fuerte y generosa, de la que nadie hablaba pero que cargaba sobre sí, en soledad, todo el peso del horror y del olvido.

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.- ¿Qué hace usted en mi casa? - le espetaba Manuel -


.- Soy yo, mi amor, Paula. Anda, tienes que comer.


.- ¿Ya están encendidas las luces?... ¿Y usted quién es?


.- Anda, vamos adentro. Aquí hace fresco.

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¿Adónde se fueron los besos, adonde las caricias, adonde los largos paseos cogidos de la mano? ¿En qué lugar se refugian ahora los recuerdos, las ilusiones, los sueños de tantos años de vida juntos?

Maldita enfermedad. Maldito Alzheimer.

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Mi padre está ya en el salón. Sobre el sofá grande dejó la chaqueta de lana que le colocó mamá en el jardín. Se sentó en su sillón de oreja y encendió el equipo de música, luego ojeó algunos CD, eligió uno de Norah Jones, y se abandonó a su disfrute. Al poco quedó dormido. Al verlo tan pequeño y perdido, no pude contener la rabia. Me acorde de los millones de personas que viven día a día pendientes de un nuevo hallazgo, de un nuevo descubrimiento, de un nuevo medicamento que les devuelva la esperanza.

Y mientras, quienes nos gobiernan, recortan una y otra vez las migajas que destinan a la investigación sanitaria, porque sí, porque así lo han decidido desde su torre, porque así se lo ordenan desde otras torres. Y se cancelan proyectos, y se expulsa a investigadores, y se cierran centros de salud. Y se afanan en la destrucción de la sanidad pública al tiempo que preparan la alfombra roja para el desembarco de la empresa privada. Su empresa privada. Y nos roban hospitales. Y nos hurtan la inversión de un montón de años en la formación de médicos y enfermer@s. Y se instaura el "repago" farmacéutico. Y se eliminan las ayudas a la dependencia. Y se expulsa a los inmigrantes del sistema. Y se expulsa a los más pobres del sistema. Y se cancelan proyectos, y se exilian investigadores, y se cierran centros de salud. Y si no los echamos pronto, acabarán destruyendo el propio sistema, el que conquistaron con dolor y con sangre, nuestros padres y los padres de nuestros padres, la gloria de nuestros desvelos, la Sanidad Pública, Universal y Gratuíta.

Y dirán que no hay otro remedio, y es mentira.

Y dirán que nos obligan desde Europa, y es mentira.

Y dirán que es por la herencia recibida, y es mentira.

Detrás de todo lo que está ocurriendo existe un programa ideológico muy claro, una hoja de ruta calculada y una virulenta y sospechosa crisis financiera (¿imprevista?¿provocada?¿consentida?) que les ofrece la disculpa necesaria para lanzar, con la mayor impunidad, el ataque más perverso y devastador contra los derechos ciudadanos y el estado del bienestar que jamás haya sufrido la democracia. Y ya están donde querían. Los ricos son cada vez más ricos y la inmensa mayoría, cada vez más pobres. Y lo que es peor, nuestra pérdida de derechos es tal, que es fácil pensar que muy pronto dejaremos de ser ciudadanos para convertirnos en siervos.


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Ya llegaron los niños. Y la casa se vistió de luces.













































Publicado por Antonio Cerpa en 11:12
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