domingo, 30 de octubre de 2011

Tres jóvenes nos visitan. Temisas.6 (Recuerdos.-14)

      Una hermosa mañana de domingo del mes de septiembre de 1970. Vísperas de San Miguel. Por la empinada carretera que une "el chorro santo" con la iglesia,  tres jóvenes - dos muchachos y una chica - bajaban despacio, observando entre el asombro y la incredulidad, la febril excitación que bullía por las calles.
Habían venido desde Las Palmas. Sabían que algo estaba ocurriendo en Temisas. Es posible también que fuera la primera vez que se acercaban hasta aquí. Durante el tiempo que permanecieron en el pueblo miraron, escucharon, sintieron y guardaron. Algunos años más tarde, la joven que ahora asistía curiosa al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos, compartiría con su esposo un excepcional trabajo en favor de la salud pública desde el pueblo de Santa Lucía.

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      La música de los Beatles que Sergio y Pablo hacían sonar a través de la red de altavoces, se enredaba y confundía con las voces y la risas de más de un centenar de personas, hombres, mujeres y niños, que se afanaban por dejar como una patena, calles, caminos y rincones. Los vecinos habían decidido afrontar por su cuenta una tarea de la que el ayuntamiento nunca quiso saber nada. Por ello, cada cierto tiempo, y como complemento al cuidado habitual que las familias ejercían sobre su entorno, se decretaba zafarrancho general por la limpieza del pueblo, haciéndolo de forma coordinada, comunitaria y festiva. Aún hoy recuerdo con ternura la conversación que mantuvo Juan Ramón, mientras sonaba la música y limpiaba los accesos a su casa, con un vecino que no acababa de ver la necesidad de tanto esfuerzo.

      - Pero muchacho, ¿quién va a ver esto? Si por aquí no pasa nadie.
      - Por aquí paso yo, carajo - contestó Juan Ramón - y es suficiente.

      Esta respuesta, sencilla y contundente, resumía el espíritu que daba vida a todos nuestros trabajos: recuperación del respeto, la dignidad y la autoestima.

      Los tres jóvenes seguían caminando hacia la plaza sorteando de vez en cuando alguna carretilla o el polvo que levantaban las escobas. Al cruzar sus miradas con los vecinos, apenas percibieron gestos de curiosidad o de sorpresa. Parecían ensimismados en su trabajo, sabiendo lo que hacían, orgullosos y alegres. A los visitantes no les resultaba fácil entender la película que se exhibía ante sus ojos. Pertenecían a un mundo muy distinto. Vestían con gusto - ropas caras, sin duda - sus andares, pese a la incomodidad del terreno, eran sosegados, un poquitín tímidos, pero seguros. Sus miradas, amables y curiosas, se esforzaban por generar empatía y reflejar respeto. Respeto y admiración por lo que contemplaban. Eran hijos de la burguesía culta de la isla. Su intención al venir hasta aquí podía tener que ver con la necesidad de la sorpresa, con la búsqueda de la esperanza o con el deseo de conocer otras formas de entender la vida.

      El trabajo de limpieza había concluído. Quedaba mucho domingo por delante. La mayoría de la gente se dirigió a sus casas. Había que asearse, vestirse de limpio y asistir a misa. Otros optaron por descansar un rato junto al muro de la plaza o por tomar un roncito o una cerveza en el café de Miguelito o en el bar del chorro santo.

      Los jóvenes de Las Palmas habían llegado al parque infantil. Unos niños se balanceaban en un columpio que había sido instalado hacía no mucho. Fue la primera obra que se acometió en aquel periodo de tiempo. Los juegos fueron diseñados, construídos, instalados y donados por un mecánico de Telde que se llamaba Pepín Cerpa. La decisión de su puesta en marcha, como las del resto de iniciativas que se abordaron más tarde, fue expuesta, debatida y consensuada en la asamblea de los sábados.

      En el centro del parque, una preciosa y pequeña casita construida con el mayor respeto a la arquitectura del lugar, con sus paredes blancas, su artesonado de madera y sus tejas rojas, daban cobijo a una ilusionante biblioteca infantil. En su interior, dos estanterías recogían y exponían varias decenas de libros que ya no recuerdo como llegaron hasta allí. Dos diminutas mesitas verdes, con sus correspondientes diminutas sillas, completaban el decorado. Subiendo por el camino del café se acercaba, casi corriendo, una niña de apenas nueve años. Se llama Mari Carmen Jiménez y viene a devolver el libro que retiró de la biblioteca hace una semana y a pedir prestado uno nuevo. Esta imagen se repetiría cada domingo. Confieso que nunca he podido olvidarme de aquella niña. Sólo por ella hubiera tenido sentido crear la biblioteca. Fue la segunda obra del proyecto.

      Los visitantes volvieron un poco sobre sus pasos y contemplaron el inacabado Local Social. Las obras estaban muy avanzadas, pero aún debería transcurrir algún tiempo antes de su entrega definitiva.

       Junto a él, en un solar anexo, habíamos comenzado a construir "el Dispensario Médico". Temisas, con una población cercana a los setecientos habitantes, no parecía tener derecho a la asistencia médica. Nos propusimos forzar los acontecimientos. Dotaríamos al pueblo de un local digno, con mobiliario sanitario incluido. Como en el resto de las obras, nos encargaríamos nosotros. Y se hizo. Muchos años después, con el advenimiento de la democracia y la llegada al poder municipal de un grupo de personas a quienes preocupaba la gente, Temisas tuvo al fin su médico. Y su médico tomó posesión del dispensario que un puñado de hombres y mujeres construyeron, con fe inaudita, casi dos décadas antes. Y su médico de entonces, la doctora Teresa Albelo, continúa hoy, veintitantos años después, cuidando a sus vecinos. Y entre ellos y ella ha nacido un vínculo de afecto del que habrá sido testigo el humilde local que conocieron aquellos chicos de la capital, un domingo de septiembre de 1970.

      Uno de aquellos jóvenes se llamaba Rafael Molina Petit; Fa, para sus amigos; es decir, Fa para todo el mundo. Era un muchacho profundamente bueno, como lo sigue siendo hoy cuarenta años más tarde. Su vinculación con Temisas se remonta al comienzo de estos recuerdos. Aún estudiaba económicas en la Universidad Complutense. Fue entonces, cuando decidió que su tesis de fin de carrera recogería un estudio socio-económico de la realidad de aquel pequeño pueblo. Su importante carrera profesional y política, no le impidió estar al corriente de lo que aquí ocurría. Creo, sinceramente, que continúa amando a Temisas.


      La visita aún no había terminado. Por un instante cesa la música y se escucha la voz de Agapito anunciando el inminente comienzo de las Fiestas de San Miguel. Arrancará mañana lunes, día 21, con la puesta en marcha de la II Semana Cultural de Temisas.  


       Olga, Rafa y el tercer chico, cuyo nombre lamento no recordar, estaban ahora en la Plaza, junto a la Iglesia. Olga se había sentado en el muro y conversaba quedamente con los vecinos que habían decidido descansar aquí después de la jornada de limpieza. Fa y su amigo leían curiosos y sorprendidos, el programa de la Semana Cultural que se exibía, sujeto con chinchetas, en la puerta del templo. Entre los intervinientes aparecían nombres importantes de la cultura canaria y personas vinculadas a plataformas de lucha en favor de las libertades. Algún tiempo después supieron que durante aquellos tres años desfilaron por Temisas personalidades de la talla de Oscar Bergasa Perdomo y Antonio Gónzalez Viéitez (imposible enumerar aquí sus títulos académicos, sus reconocimientos públicos, sus logros profesionales y políticos), Ciriaco de Vicente (por entonces, Delegado de Trabajo del Gobierno y años más tarde, Ministro de Sanidad en el primer Gobierno de Felipe González), Pepe Alemán (Periodista y Escritor), Vicente Suárez (Médico),  Marcelino Jiménez y Juan Gómez (Agentes de Extensión Agraria), Carmen Alemán (Religiosa Javeriana)... y en representación del pueblo, Miguel Jiménez, Juan Ramón Méndez y Antonio Cerpa.


      Durante aquel tiempo, y el que transcurriría con posterioridad a los acontecimientos que habían de precipitarse muy pronto, otras muchas personas continuaron aportando sus conocimientos y su solidaridad, al esfuerzo colectivo emprendido por los vecinos de Temisas. Juan Trujillo Bordón (Periodista), María Pilar Velasco (Directora del P.P.O. en Las Palmas), Santiago Betancor Brito (Periodista), Antonio Melián (Sacerdote y Director de un proyecto de desarrollo comunitario en Telde), Juan Iglesias Cazorla (Profesor de E.M.)... Fueron muchos más, pero no puedo dar testimonio de todos porque, después de Agosto del 71, no tuve el privilegio de compartir con ellos espacio y tiempo.   


      Los tres jóvenes habían concluído su visita. Volverían la semana que viene. Les apetecía sobremanera participar de las fiestas y bailar en la noche cálida de los últimos días de septiembre a los sones de la música desenfadada que nos regalaría una pequeña orquesta venida de Vecindario. Bajo un cielo preñado de estrellas brillantes y misteriosas, liberadas aquí de las agresivas luces de la ciudad, Protegidos y arropados por una cadena de montañas agrestes y majestuosas. Compartiendo bebida y risas con personas sencillas y sabias. Y regresarían de nuevo el Día Grande. Y asistirían a la ceremonia religiosa. Y recorrerían las calles del pueblo confundidos entre la gente tras el trono de San Miguel, mientras suenan los acordes de la banda municipal. 


      Tomada la decisión, se despidieron de la gente y entraron en la casa parroquial. 


      
                                                      Punto y seguido.

viernes, 21 de octubre de 2011

"TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo" Temisas.5 (recuerdos.-12)

      Era una noche de invierno. La fina lluvia caída durante la tarde había cubierto de perlas transparentes las hojas de los arboles. Era una noche sin luna. Las estrellas, como único foco de luz, acompañaban en silencio la oscuridad cerrada en que quedó sumido el pueblo. En la trasera de la Iglesia, en un pequeño habitáculo que lindaba con la plaza, unos vecinos trasteaban iluminados por una linterna. Durante el día - era sábado - habían estado afanándose en el Templo, en la Plaza y en el camino del café. Lo que tenían que hacer allí, ya lo habían hecho. Dentro de unos instantes comprobarían si lo habían hecho bien. De repente, un ruido desacostumbrado, atenuado por las paredes que lo encerraban, despertó a los pájaros, los perros, las cabras, las aves de corral y a los desprevenidos vecinos del lugar y llenó de luminarias, suaves pero hermosas, el corazón del barrio de San Miguel. Un potente motor con generador eléctrico había operado el milagro. Y por unas horas, se hizo la luz.

      Fue una de las aportaciones - otra sería la multicopista -, que una mujer extraordinaria que jamás quiso salir del anonimato, hizo al proyecto de desarrollo comunitario que se había iniciado en Temisas. Se llamaba Rosario Petit. Me amó y yo la amé. Jamás la olvidaré.

      Días después, Antonio Ramírez, un hijo del pueblo que había tenido éxito con su empresa eléctrica en Telde, quiso también colaborar con nuestros planes instalándonos, de forma gratuita, un equipo de sonido que iba a permitirnos llegar a los vecinos de "La Inmaculada", "San Miguel" y "El Sagrado Corazón" a través de una red de altavoces que colgó de los olivos.

       Al principio fue la música: Los Pequeniques, The Beatles, Los Módulos, Lluís Llach, Stevie Wonder, Cecilia, algo de Grieg,...( evidentemente, los discos del cura ) Más tarde, a  medida que las actividades fueron creciendo, aparecieron las noticias, los mensajes,... y acabó convirtiéndose en un extraordinario medio de comunicación inmediata.
Nunca supe si aquella propuesta musical invasiva resultaba mayoritariamente placentera, o por el contrario molestaba a más de uno. Los que se manifestaron lo hicieron con alabanzas, pero nunca me quedó claro si al decirlo, primaba más el afecto que la verdad. Sea como fuere, los pequeños instantes en que la música se mimetizaba con el paisaje, envolviéndolo y vistiéndose con él, traen, aún hoy, hermosos recuerdos a mi memoria.

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      No se si la foto fija que ahora ocupa la atención de mi memoria tuvo lugar en la primavera de 1969, u ocurrió durante el otoño de ese mismo año. En cualquier caso, no creo que resulte relevante para la historia qué deseo compartir. Démosle pues al "play" y que los personajes que aparecen en la estampa cobren vida y nos cuenten ellos mismos las razones de su entusiasmo.

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      La reunión tenía lugar en el despacho parroquial, a su vez dormitorio y sala de visitas. No era un espacio grande, pero tampoco resultaba agobiante para el número de personas que ahora estábamos allí reunidos. Una ventana con persianas de madera pintadas en verde abrían la habitación al barrio de La Inmaculada y al majestuoso Roque Aguayro.

       Sentados unos, la mayoría de pie, debatíamos con apasionamiento, con calidez, atentos los unos a los otros, deseando hacerlo bien. Miguel Jiménez, María Castro, Agapito Pérez, Juan Ramón Méndez , Paco Sánchez y yo mismo, habíamos puesto sobre la mesa de trabajo un nuevo proyecto que creíamos  fundamental para conseguir la anhelada participación colectiva. No era la primera vez que nos reuníamos para tratar el asunto, pero pretendíamos que fuera la definitiva. Y así fue.


      Aquella tarde, no se si de Otoño o Primavera, nació la revista "TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo". El subtitular, "del pueblo para el pueblo" respondía a unas intenciones bastante más ingenuas y prosaicas de lo que podía sugerir un slogan tan revolucionario. La describimos así, porque definía con exactitud su filosofía: era una publicación hecha por personas del pueblo y dirigida, exclusivamente, a las personas del pueblo. Si finalmente se convirtió en un instrumento de lucha popular, fue más como consecuencia del vivir, que de la puesta en marcha de los manuales que se explican en las escuelas.

      Ese mismo día y los primeros que le precedieron, nos dispusimos a contactar con las personas que consensuamos podrían formar parte del primer equipo de redacción. Todos se mostraron encantados de colaborar. Aquí los presento:
Miguel Jiménez, María Castro, Mary Carmen Valentín, Juan Ramón Méndez, Agapito Pérez, Adela Sánchez,   Juany Alemán, Paco Sánchez, Alfredo Pérez, Pilar Iglesias, José Antonio Jiménez,  Cecilio Pérez y Antonio Cerpa.
No solo escribirían ellos. Deberían conseguir que la mayor parte de la gente, bien por si mismos, o a través nuestro, expresaran lo que tuvieran que decir..

       Pasada una semana, María Castro nos trajo un maravilloso e inesperado regalo. La empresa de artes gráficas en la que trabajaba, propiedad del poeta canario Pedro Lezcano, nos había preparado un precioso diseño de Portada. Aprobado de inmediato por el equipo de redacción, no solo nos regaló la creatividad, sino que imprimió para nosotros, en papel couché de alto gramaje, y sin coste alguno, más de mil cubiertas para las primeras mil revistas. Evidentemente, María había tenido que contar bien nuestro sueño. El resto, lo había puesto la generosidad y el espíritu solidario de un ser humano formidable.

      Y nos pusimos a trabajar. Los redactores entregaron sus artículos. Los mecanógrafos, casi siempre Miguel Jiménez, alguna vez María, se encargaban de transcribir sobre el "cliché" perforable el contenido de los mismos para, a continuación, imprimirlos en nuestra multicopista. Con todas las hojas colocadas sobre la mesa de despacho, el equipo de redacción en pleno ordenaba, introducía el contenido en las cubiertas de papel couché y grapaba. Apenas un mes después, "TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo", era leída en las casas, en el café o sentados en una piedra bajo la amable sombra de un olivo.

      Hasta el final de aquellos años, la Revista asistió como testigo privilegiado al devenir de los acontecimientos que el pueblo fue protagonizando. Ejerció de notario, de confidente y de ariete. Alentó, motivó, denunció. Nunca fue un mero pasatiempo, al menos no lo fue para quienes la elaborábamos. Y creemos, honestamente, que tampoco  para quienes la leían. De entre todos los números publicados, quisiera mencionar uno que tuvo un eco importante, tanto dentro como fuera de Temisas. Fue el monográfico "sobre el problema del agua". Las repercusiones de la denuncia pública a la historia de un expolio, es más que probable que estuvieran en el inicio de los ataques que se iban a suceder contra el pueblo y contra mi.

      Habíamos cruzado la frontera. Los poderes públicos y económicos de la época comenzaron a percibir que, lo que en un primer momento parecía una pasajera exaltación de inocente euforia popular, se estaba convirtiendo en un viaje sin retorno al conocimiento de las claves que explicaban su situación de abandono y a un irrefrenable deseo por alcanzar respeto y reconocimiento. Es más que probable, que nadie en el pueblo hubiese sido capaz entonces de traducir en palabras los cambios que estaban produciéndose en los comportamientos. Simplemente vivíamos y experimentábamos la alegría de vivir. La toma de conciencia llegó con el tiempo.

      Pero, volviendo a la revista, ¿cómo fue posible su subsistencia?  Había que comprar papel - miles de folios - cartuchos de tinta, clichés para la impresión, gasóleo para el motor,...En la parroquia no entraba un duro. Desde la llegada del cura, se había suprimido el cepillo que se pasaba durante las misas, se eliminaron las huchas para la recogida de limosnas que colgaban en la Iglesia, y se había dejado de cobrar por la administración de bodas, bautizos, funerales, entierros y cualquier servicio que se prestara desde la parroquia. Pero no importó. Nunca faltó papel, ni tinta, ni clichés, ni gasóleo,...los redactores, con su dinero, se encargaron de que así fuese.
Tampoco faltaron nunca velas en la Iglesia, ni obleas, ni vino de consagrar, ni ropa limpia y almidonada, ni flores en el altar, ni un suelo limpio con olor a cítricos. Sergio nunca me explicó este milagro, ni me pidió parabienes por ello. Ni él, ni otros rostros anónimos a los que nunca agradeceré lo que hicieron, pero sin los cuales yo hubiera estado perdido.

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       Años más tarde, con Miguel Jiménez al frente, con algunos de aquellos que la parieron y con otros muchos que se incorporaron más tarde, la Revista continuó presente durante un largo tiempo en la vida del Pueblo.

                                                         
                                                                       Punto y seguido.

jueves, 13 de octubre de 2011

El Local Social. El comienzo de una Utopía.Temisas.4(Recuerdos.-11)

      No recuerdo si era sábado o domingo. Tampoco sabría decir a que estación del año me habían trasladado mis recuerdos. Ni siquiera podría asegurar que se tratase del año 1969, del 70 o del 71. De todas formas, la fotografía que tenía ante mis ojos, positivada cuarenta años después, podría haberse tomado cualquier fin de semana de aquellos maravillosos años.

      Era una mañana brillante, con el sol calentando el asfalto recién estrenado, con la Iglesia abierta de par en par -  como invitándonos a descansar a su sombra cuando el cansancio apretara -, con el aire cargado de conversaciones, de risas contagiosas, de gritos cargados de vida. Una actividad frenética, ilusionante y festiva inundaba la plaza y sus aledaños. Decenas de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, algún maestro albañil y un montón de aspirantes a peones, se afanaban en construir juntos un sueño.

      Un pequeño equipo trabajaba en la reconstrucción del destrozado camino del café. La gran mayoría, acarreaba bloques de hormigón, sacos de cemento y carretillas de arena, hacia los andamios que Federico había montado junto a los cimientos del que iba a ser "Nuestro Local Social", y sobre los que, con mimo, trabajaban los que más sabían.

      Ajena al bullicio, envuelta en su vestido negro, cubierta, como siempre con su pañuelo, también negro, Mariquita Concepción se acercaba a la plaza. Caminaba despacio, con la mirada fija en el suelo, seria y callada - como siempre - moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de disgusto o de desaprobación con lo que estaba viendo. Entró en la Iglesia, se arrodilló junto a uno de los bancos cercanos al altar y empezó a desgranar sus oraciones, las que recitaba desde niña, las que aprendió de sus padres y de todos los curas que pasaron por la parroquia. Solo así se sentía segura. Pero aquella sensación de seguridad parecía resquebrajarse bajo sus pies

      De repente, algo había sucedido. Lo que parecía inmutable empezaba a cambiar, costumbres tomadas por dogmas se relativizaban hasta el extremo, los descreídos, los alejados, "los ateos", eran ahora protagonistas entusiastas del trabajo comunitario que se propiciaba y alentaba desde la parroquia, el nuevo sacerdote se había quitado la sotana y vestía "como un hombre cualquiera", la gente y el propio cura estaban ahí afuera trabajando en domingo, cuando era sabido que al hacerlo, "cometían pecado mortal". Era demasiado. O al menos eso parecía, porque pasado algún tiempo, también aquella viejecita participaría de la alegría colectiva, y sin renunciar a su seriedad,  a su vestido y pañuelo negros, a su silencio y a su inseparable soledad, es muy posible, que más de una vez, elevara alguna oración por su pueblo.

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      Sin embargo, aquella fotografía recuperada en mi memoria y que he intentado describir en este humilde relato, no fue la coreografía de una película de ficción. La acción y los actores eran reales. El trabajo, las risas y los gritos eran reales, el sudor, los sueños y la alegría que reflejaban sus ojos, eran reales.

      No surgió de la noche a la mañana. En un primer momento nadie creyó que fuese posible cambiar algo, conseguir algo, luchar por algo. Décadas de abandono y frustración, de promesas incumplidas, de expolios y de humillaciones, habían conformado un ser humano resignado, manejable y entregado a un destino que no controlaba. Se sucedían las palabras disuasorias, los consejos realistas que dictaba la experiencia: "muchas veces se ha intentado hacer cosas y todo ha quedado en nada", decían.Sin embargo, yo creía que esta vez iba a ser se posible.

      Había que actuar con determinación y con prudencia. El material humano con el que contábamos era excelente, algo desconfiado - muchas veces engañado - pesimista con el futuro y con la vida.  Pero tras esa pátina opresora, acumulada durante años interminables, se ocultaban hombres y mujeres honestos, trabajadores, generosos y totalmente vírgenes de malicia.

      Y propusimos nuestro primer objetivo. Debería ser algo importante, deseado, que generara ilusión, pero, igualmente, que tuviera posibilidades de éxito. De entrada sabíamos que solo contaríamos con nosotros mismos. Mejor así. Pero no podíamos fallar. Un fracaso se percibiría como la costatación de nuestra incapacidad para cambiar las cosas. Un éxito, por el contrario, elevaría hasta el infinito nuestras dosis de autoestima, nuestra capacidad para afrontar las dificultades y los retos.

      Primero fueron los niños con su triunfo en el torneo de "Cesta y Punto", ahora sería el Pueblo entero, construyendo y regalándose un sueño. Y el sueño sería: "La construcción de nuestro Local Social".

      Estábamos solos y lo sabíamos. Y no nos importaba. Lo íbamos a conseguir. Contábamos para ello con elevadas dosis de ilusión, con la unión recién conquistada, con la imaginación inteligente que acompaña siempre a los que se arriesgan y , sobre todo, contábamos con nuestro trabajo.

      ¿Pero como empezar? No teníamos un duro, ni posibilidades de tenerlo. ¿Donde se construiría?. No era fácil encontrar el solar adecuado. Y si lo conseguíamos, ¿como lo pagaríamos? ¿Nos habríamos precipitado al no medir bien nuestras fuerzas?...Había que reflexionar, propiciar tormentas de ideas que facilitasen el trabajo imaginativo. Y todos nos pusimos a ello. Y llegamos a conclusiones que refrendamos en la asamblea de los sábados. Empezaríamos por ellas.

      Un fin de semana del mes de Marzo del año 1969, antes de que desapareciera el invierno, con la montaña  a punto de explosionar en una sinfonía de tonalidades verdes que acabarían por vestirla con majestuosa belleza, un grupo de Temiseros partieron desde el "chorro santo" abordo de dos coches conducidos por Kiko Cubas y por Don Marcelino (agente de extensión agraria de la zona), camino de Teror y de Moya.  Pretendíamos vender unas papeletas que daban derecho a participar en un sorteo del que, honestamente, no recuerdo el premio. Mientras lo hacíamos, teníamos ocasión de explicar lo que pensábamos hacer con el dinero recaudado. La experiencia no fue mala, pero optamos por no repetirla. Entendimos que los resultados no justificaban el esfuerzo. 

      Frente a la Iglesia, a escasos treinta metros de su puerta, junto al camino de tierra que daba acceso al pueblo, un terreno baldío, edificable y práctica mente abandonado, se nos presentaba como "una aparición milagrosa". Tenía las dimensiones precisas para dar acogida a nuestro primer gran proyecto. Y aún podría reservarnos espacio para que otras necesidades tuvieran allí su aposento. ¿Quién sería su propietario?... "Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho"... Bueno, tal vez no. Había que intentarlo. 

       Y me fui al Obispado. Me puse de nuevo la sotana - tenía que dar buena imagen - Disfrutábamos de todo el crédito, los "roces" con los poderes públicos y con un sector del clero, aún no habían salido a la luz. Infantes Florido me recibió con afecto. Permanecimos en su despacho largo tiempo. No sabría determinar cuanto. "El Obispo hablaba y el cura atendía. Luego tomaba la palabra el cura y era el Obispo quién escuchaba". Por fin se abrieron las puertas. Salí intentando evitar que mis gestos revelaran mi estado emocional, al menos, mientras me encontrase en el Palacio. Ya en la calle, el cura abrió los brazos, apretó los puños, miró al cielo y lanzó un grito sordo que solo él podía escuchar. No había habido benevolencia, sino un ejercicio de justicia social distributiva.

      Temisas ya tenía su solar y el Centro Social un lugar donde plantar sus cimientos.

      Poseíamos el espacio, contábamos con el trabajo voluntario de decenas de vecinos, pero seguía faltándonos financiación para la compra de materiales y para pagar el proyecto arquitectónico. Nos pusimos a ello.

      *Un compañero del Instituto de Agüimes, profesor de dibujo y arquitecto Técnico de profesión, nos diseñó y regaló el proyecto.
      *La fábrica de cemento de Arguineguin nos envió un transporte con doscientos sacos, sin cargo alguno.
      *Un jefe de obras de las urbanizaciones que se levantaban en San Agustín y Maspalomas convenció a sus jefes para que nos donasen la carga de dos camiones con diverso material de construcción. A los pocos días, un montón de hombres, mujeres y niños descargaban ilusionados el material que iba a permitirnos iniciar  nuestra utopía.

      Y las calles se llenaron de risas. Y nos sentimos orgullosos de ser de Temisas. Y la alegría de vivir se instaló en el pueblo. Y se sucedieron los retos. Y la vida se tornó más amable. Y....,

                                                     Punto y seguido.

domingo, 2 de octubre de 2011

Torneo de Cesta y Punto. Temisas.3 (Recuerdos.-10)

       La plaza estaba a rebosar. Era Domingo, un domingo luminoso y tibio. Apetecía estar allí, bajo los arboles, a la sombra de la Iglesia. Vestíamos ropas festivas, olíamos a Lavanda, a Maderas de Oriente y a Varón Dandy. La recién estrenada primavera había explotado con fuerza y cubierto de flores rojas, blancas y amarillas todos los accesos al pueblo. Los más pequeños coparon enseguida los aledaños del escenario. Las personas mayores aguardaban, sentadas en el muro, el comienzo "de aquello" que no sabían lo que era. El resto, hombres y mujeres, jóvenes y maduros, padres y solteros  en edad de merecer, se afanaban por encontrar el mejor puesto desde el que seguir "la competición."

      Sobre la tarima, una frente a otra, dos filas de cinco pupitres con sus respectivas sillas. En la sacristía, protegidos de la euforia exterior y del más que previsible pánico escénico, los contendientes  aguardaban nerviosos el momento de salir.

      Los primeros en ocupar sus sitio fueron los jóvenes estudiantes del Carrizal, recibidos con aplausos cariñosos. A continuación, en medio de una enorme algarabía y una ovación que parecían no tener fin, subieron a la palestra los niños de Temisas.

      Maribel Castro, Chelo Sánchez, Ana Mary Arbelo, Pablo Jiménez, Milagrosa Alemán y, como comodín, Miguel Jiménez Lorenzo. No necesito exigir mucho a mi memoria para que que me desvele sus rostros de entonces, para escucharles reír, trastear, discutir, ensimismarse, perderse...

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            ·Maribel; inteligente y reservada, con unos ojos inquietos, como si quisieran aprehenderlo todo, con un punto de indefinible tristeza fruto, tal vez, de su agudeza o de un descontento prematuro con la vida. Responsable y trabajadora. Era la líder intelectual del grupo. Por aclamación.
            ·Chelo; alegre, inquieta, cariñosa, con una enorme capacidad para hacer amigos.Generosa. Vital para la vida del grupo.
            ·Ana Mary; dulce, queríble y querida. Con un mundo interior inaccesible que la alejaba a veces, pero entregada al trabajo que le habíamos propuesto.
            ·Pablo; mi monaguillo, siempre dispuesto a todo. Generoso y trabajador, alegre y algo trasto; superado el pequeño trauma de que allí, por servir, no cobraba ni el cura, se entregó con todas sus fuerzas a pelear por su pueblo.
            ·Milagrosa;  Era la benjamina del grupo. Amable y tímida, con su permanente sonrisa y su alegria contagiosa.
            ·Miguel; el comodín. Humilde y cercano. Aunque su papel no estuvo nunca en primera linea, fue esencial para la estabilidad del grupo.

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       Y ahora estaban allí, nerviosos, responsabilizados, felices, orgullosos. Por primera vez en la historia conocida, un grupo de personas de nuestro pequeño pago iba a competir de tú a tú en un programa cultural, con  Pueblos y Villas tan importantes como Agüimes, Ingenio, Sardina o el Carrizal.

       Cada equipo debería responder a diez preguntas contenidas en un sobre elegido al azar y a los rebotes que pudieran producirse tras los errores en la respuestas del equipo contrario. El juez de la contienda reclama silencio. Comienza el juego.

      ...Y llegó el final. Y los niños de Temisas ganaron la partida. Como lo hicieron al domingo siguiente y al otro y también al otro. Y conquistaron el torneo. Y algún periódico de la isla se hizo eco de la noticia. Y hablaron de la "nueva frontera de Temisas".

      Posiblemente nunca lo supieron. Su única obligación era prepararse y divertirse compitiendo, conocer a otros chicos, otros pueblos y comportarse dignamente. Pero lo que consiguieron supuso un antes y un después en la vida de Temisas. Fue el pistoletazo de salida a un trabajo comunitario que debería apoyarse en la recuperación de la "autoestima", en el convencimiento de que, con igualdad de oportunidades, todos los hombres y todos los pueblos, somos iguales. Y fue eso, nada más y nada menos, lo que consiguieron estos niños.

      ¿Pero como pudo producirse "el milagro" si todos éramos conscientes de la precaria situación escolar que padecía Temisas? Iban a enfrentar sus conocimientos escolares, niños entre once y trece años, que habían recibido una información absolutamente desigual. Algo había que hacer.

       Y propusimos crear un temario único con mil preguntas y sus respuestas cerradas y que, a partir de el, los niños empeñaran su inteligencia y su esfuerzo.

      Fueron dos meses de trabajo ímprobo, En sus casas, con sus padres, en mi casa, en los caminos, de día y también, a la luz del carburo o de las velas, durante la noche. Teníamos que prepararnos bien. Y lo hicimos. El resultado, ya lo conocen ustedes.

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      El torneo de " Cesta y Punto" que acabamos de describir, fue un programa muy popular en TVE durante la década de los sesenta y enfrentaba a colegios de élite de todo el estado.


                                                                          Punto y seguido.













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