viernes, 21 de octubre de 2011

"TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo" Temisas.5 (recuerdos.-12)

      Era una noche de invierno. La fina lluvia caída durante la tarde había cubierto de perlas transparentes las hojas de los arboles. Era una noche sin luna. Las estrellas, como único foco de luz, acompañaban en silencio la oscuridad cerrada en que quedó sumido el pueblo. En la trasera de la Iglesia, en un pequeño habitáculo que lindaba con la plaza, unos vecinos trasteaban iluminados por una linterna. Durante el día - era sábado - habían estado afanándose en el Templo, en la Plaza y en el camino del café. Lo que tenían que hacer allí, ya lo habían hecho. Dentro de unos instantes comprobarían si lo habían hecho bien. De repente, un ruido desacostumbrado, atenuado por las paredes que lo encerraban, despertó a los pájaros, los perros, las cabras, las aves de corral y a los desprevenidos vecinos del lugar y llenó de luminarias, suaves pero hermosas, el corazón del barrio de San Miguel. Un potente motor con generador eléctrico había operado el milagro. Y por unas horas, se hizo la luz.

      Fue una de las aportaciones - otra sería la multicopista -, que una mujer extraordinaria que jamás quiso salir del anonimato, hizo al proyecto de desarrollo comunitario que se había iniciado en Temisas. Se llamaba Rosario Petit. Me amó y yo la amé. Jamás la olvidaré.

      Días después, Antonio Ramírez, un hijo del pueblo que había tenido éxito con su empresa eléctrica en Telde, quiso también colaborar con nuestros planes instalándonos, de forma gratuita, un equipo de sonido que iba a permitirnos llegar a los vecinos de "La Inmaculada", "San Miguel" y "El Sagrado Corazón" a través de una red de altavoces que colgó de los olivos.

       Al principio fue la música: Los Pequeniques, The Beatles, Los Módulos, Lluís Llach, Stevie Wonder, Cecilia, algo de Grieg,...( evidentemente, los discos del cura ) Más tarde, a  medida que las actividades fueron creciendo, aparecieron las noticias, los mensajes,... y acabó convirtiéndose en un extraordinario medio de comunicación inmediata.
Nunca supe si aquella propuesta musical invasiva resultaba mayoritariamente placentera, o por el contrario molestaba a más de uno. Los que se manifestaron lo hicieron con alabanzas, pero nunca me quedó claro si al decirlo, primaba más el afecto que la verdad. Sea como fuere, los pequeños instantes en que la música se mimetizaba con el paisaje, envolviéndolo y vistiéndose con él, traen, aún hoy, hermosos recuerdos a mi memoria.

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      No se si la foto fija que ahora ocupa la atención de mi memoria tuvo lugar en la primavera de 1969, u ocurrió durante el otoño de ese mismo año. En cualquier caso, no creo que resulte relevante para la historia qué deseo compartir. Démosle pues al "play" y que los personajes que aparecen en la estampa cobren vida y nos cuenten ellos mismos las razones de su entusiasmo.

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      La reunión tenía lugar en el despacho parroquial, a su vez dormitorio y sala de visitas. No era un espacio grande, pero tampoco resultaba agobiante para el número de personas que ahora estábamos allí reunidos. Una ventana con persianas de madera pintadas en verde abrían la habitación al barrio de La Inmaculada y al majestuoso Roque Aguayro.

       Sentados unos, la mayoría de pie, debatíamos con apasionamiento, con calidez, atentos los unos a los otros, deseando hacerlo bien. Miguel Jiménez, María Castro, Agapito Pérez, Juan Ramón Méndez , Paco Sánchez y yo mismo, habíamos puesto sobre la mesa de trabajo un nuevo proyecto que creíamos  fundamental para conseguir la anhelada participación colectiva. No era la primera vez que nos reuníamos para tratar el asunto, pero pretendíamos que fuera la definitiva. Y así fue.


      Aquella tarde, no se si de Otoño o Primavera, nació la revista "TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo". El subtitular, "del pueblo para el pueblo" respondía a unas intenciones bastante más ingenuas y prosaicas de lo que podía sugerir un slogan tan revolucionario. La describimos así, porque definía con exactitud su filosofía: era una publicación hecha por personas del pueblo y dirigida, exclusivamente, a las personas del pueblo. Si finalmente se convirtió en un instrumento de lucha popular, fue más como consecuencia del vivir, que de la puesta en marcha de los manuales que se explican en las escuelas.

      Ese mismo día y los primeros que le precedieron, nos dispusimos a contactar con las personas que consensuamos podrían formar parte del primer equipo de redacción. Todos se mostraron encantados de colaborar. Aquí los presento:
Miguel Jiménez, María Castro, Mary Carmen Valentín, Juan Ramón Méndez, Agapito Pérez, Adela Sánchez,   Juany Alemán, Paco Sánchez, Alfredo Pérez, Pilar Iglesias, José Antonio Jiménez,  Cecilio Pérez y Antonio Cerpa.
No solo escribirían ellos. Deberían conseguir que la mayor parte de la gente, bien por si mismos, o a través nuestro, expresaran lo que tuvieran que decir..

       Pasada una semana, María Castro nos trajo un maravilloso e inesperado regalo. La empresa de artes gráficas en la que trabajaba, propiedad del poeta canario Pedro Lezcano, nos había preparado un precioso diseño de Portada. Aprobado de inmediato por el equipo de redacción, no solo nos regaló la creatividad, sino que imprimió para nosotros, en papel couché de alto gramaje, y sin coste alguno, más de mil cubiertas para las primeras mil revistas. Evidentemente, María había tenido que contar bien nuestro sueño. El resto, lo había puesto la generosidad y el espíritu solidario de un ser humano formidable.

      Y nos pusimos a trabajar. Los redactores entregaron sus artículos. Los mecanógrafos, casi siempre Miguel Jiménez, alguna vez María, se encargaban de transcribir sobre el "cliché" perforable el contenido de los mismos para, a continuación, imprimirlos en nuestra multicopista. Con todas las hojas colocadas sobre la mesa de despacho, el equipo de redacción en pleno ordenaba, introducía el contenido en las cubiertas de papel couché y grapaba. Apenas un mes después, "TEMISAS. Revista del Pueblo para el Pueblo", era leída en las casas, en el café o sentados en una piedra bajo la amable sombra de un olivo.

      Hasta el final de aquellos años, la Revista asistió como testigo privilegiado al devenir de los acontecimientos que el pueblo fue protagonizando. Ejerció de notario, de confidente y de ariete. Alentó, motivó, denunció. Nunca fue un mero pasatiempo, al menos no lo fue para quienes la elaborábamos. Y creemos, honestamente, que tampoco  para quienes la leían. De entre todos los números publicados, quisiera mencionar uno que tuvo un eco importante, tanto dentro como fuera de Temisas. Fue el monográfico "sobre el problema del agua". Las repercusiones de la denuncia pública a la historia de un expolio, es más que probable que estuvieran en el inicio de los ataques que se iban a suceder contra el pueblo y contra mi.

      Habíamos cruzado la frontera. Los poderes públicos y económicos de la época comenzaron a percibir que, lo que en un primer momento parecía una pasajera exaltación de inocente euforia popular, se estaba convirtiendo en un viaje sin retorno al conocimiento de las claves que explicaban su situación de abandono y a un irrefrenable deseo por alcanzar respeto y reconocimiento. Es más que probable, que nadie en el pueblo hubiese sido capaz entonces de traducir en palabras los cambios que estaban produciéndose en los comportamientos. Simplemente vivíamos y experimentábamos la alegría de vivir. La toma de conciencia llegó con el tiempo.

      Pero, volviendo a la revista, ¿cómo fue posible su subsistencia?  Había que comprar papel - miles de folios - cartuchos de tinta, clichés para la impresión, gasóleo para el motor,...En la parroquia no entraba un duro. Desde la llegada del cura, se había suprimido el cepillo que se pasaba durante las misas, se eliminaron las huchas para la recogida de limosnas que colgaban en la Iglesia, y se había dejado de cobrar por la administración de bodas, bautizos, funerales, entierros y cualquier servicio que se prestara desde la parroquia. Pero no importó. Nunca faltó papel, ni tinta, ni clichés, ni gasóleo,...los redactores, con su dinero, se encargaron de que así fuese.
Tampoco faltaron nunca velas en la Iglesia, ni obleas, ni vino de consagrar, ni ropa limpia y almidonada, ni flores en el altar, ni un suelo limpio con olor a cítricos. Sergio nunca me explicó este milagro, ni me pidió parabienes por ello. Ni él, ni otros rostros anónimos a los que nunca agradeceré lo que hicieron, pero sin los cuales yo hubiera estado perdido.

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       Años más tarde, con Miguel Jiménez al frente, con algunos de aquellos que la parieron y con otros muchos que se incorporaron más tarde, la Revista continuó presente durante un largo tiempo en la vida del Pueblo.

                                                         
                                                                       Punto y seguido.

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