jueves, 25 de julio de 2013

De repente; la vejez

      No consiguió evitar el espejo. Lo había eludido desde que ... Pero esta vez no pudo. ¡Maldita curiosidad! ... Y no le gustó lo que vio.

      Ocurrió días atrás. Un video registró sus movimientos, y sus palabras, y sus gestos. No resistió la tentación, ¡vaya tontería! ¡"narciso"a estas alturas! Quiso verse a sí mismo desde fuera, comprobar como le veían los demás... Y, ... tampoco le gustó.

      Habían pasado muchos años.... ¿Cuantos?... muchos. Más de los que él hubiese considerado suficientes tiempo atrás para calificar a alguien de "venerable anciano."

      Seguía vistiendo con cierta informalidad juvenil, inocente mezcla de vanidad y sincera pasión por la vida. Pero, ... vaya usted a saber, tal vez sólo pretendía huir, camuflarse, perderse.

      Más de una vez le sorprendí explicando a personas que no tenían ningún interés en escucharle, lo bien que se sentía entre la gente joven y lo natural que era su relación con ellos. "Excusatio non petita accusatio manifesta."

      No le gustaba hablar de la vejez. A veces, cuando salía el tema y no le quedaba más remedio que enfrentarlo, lo abordaba de puntillas, desde la distancia, como una tesis a estudiar. Recordaba que siendo muy joven le encantaba fantasear con la imagen de abuelo amable y sabio rodeado de chicos y chicas que escuchaban sus historias y abrazaban sus consejos. Nunca, sin embargo, le soñó con incontinencia urinaria, ni con dolores incapacitantes, ni en la soledad que proporciona el olvido. La mente se defiende como puede. Pasaron los años, y su imaginación jamás volvió a transitar por estos pagos.

      De repente se dio cuenta de que la vejez ya estaba aquí. Y que no era un "viajero" de paso. Había venido para quedarse. Para quedarse y para profundizar en su estado. Se apoderaría de su espacio y de su tiempo y cada día perfeccionaría su trabajo de demolición. Hasta el final. Hasta atravesar el velo. No le quedaba otra. La vejez era suya, como lo fue la niñez, como lo fue su juventud. Debería aceptarla y aprender a convivir con ella. Y si fuera posible, enseñarla a sonreír.

       Casi sin darse cuenta comprendió que estaba completando el ciclo de su vida. Si fuese hijo de otra civilización, si hubiese nacido en el Tíbet o entre los indios Iroqueses, su paso por la vejez sería una travesía gozosa y amable, lejos de los miedos y las angustias con la que hemos sido educados los "muy desarrollados pueblos"de esta parte del planeta. Pero no fue así y no le quedaba más remedio que apechugar con lo que había.

      Aprendería a vivir de nuevo. Como ya hizo cuando era niño, y era más frágil que ahora, o como hizo cuando era adolescente, y tenía más miedos que ahora, o como cuando era un joven triunfador, y era mucho más ignorante que ahora.

      No podía ocultar que le asustaban el deterioro y el dolor. Los odiaba hasta el extremo. Tampoco había resuelto sus cuitas con la muerte.... Pero podía aprender. Muchos lo lograron antes que él. Y partiría con ventaja; se sentía amado... y aún le sostenían sus sueños adolescentes y un pequeño hálito de fe.

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      El día amaneció luminoso, sereno, sin nubes en el cielo, y con la brisa permanente del alisio acariciándolo todo. Decidió dar un paseo. Ya no podía con las largas marchas de antaño, pero caminar le hacía bien. Se vistió despacio, con mimo; pantalón de lino blanco, camiseta azul con letras rotas comprada en Springfield y unas zapatillas Nike que le había regalado su hijo - ¡Incorregible presumido! - Antes de salir se puso de nuevo ante el espejo. Esta vez se enfrentó a su imagen sin victimismo. Aceptó sus canas, frágiles y escasas, las arrugas de su cara, las manchas de sus manos, las bolsas de sus ojos. Aceptó incluso, un cierto deje de tristeza en la mirada, su falta de memoria, sus problemas de concentración. ¿Qué importancia tenía todo esto? Vivía. Y el mundo era un regalo. Sonrió,... y le gustó su sonrisa.

      Pasada una hora se dirigió a la plaza. Unos niños jugaban al fútbol con una chapa. El banco más cercano al balcón con banderas estaba ocupado por un hombre mayor que leía el periódico. Las ventanas del Casino están abiertas. Unos turistas japoneses acaban de entrar en la Basílica de San Juan. Los pájaros que vivían en los laureles gigantes ofrecían gratis un concierto. Su banco estaba libre. Algo cansado, agradeció sobremanera su regazo. Cerró los ojos, ... y contempló su vida pasar. Y se fundió con las estrellas.

miércoles, 3 de julio de 2013

¡Maldito miedo!

      Ya pasó. El dolor y la noche son malos compañeros de viaje. Casi siempre se alían con el miedo. Y el miedo... ¡maldito miedo! De repente te sientes muy frágil. Es importante que alguien te coja la mano y acaricie tu cara y bese tu frente. Pero no puedes evitar sentirte solo. Una doctora se asoma y pronuncia su nombre. Y se va. Tu también te quedas solo. Y pasan las horas. Queda poca gente en la sala. No sabes nada. ¿Cómo estará? Yte invade la tristeza. Y vuelve el miedo. Te levantas y paseas. Vuelves a sentarte. Han pasado tres horas y media. Por fin sale. De lejos escudriñas su rostro. Se acerca sonriendo. Todo ha ido bien. El miedo se ha ido por piernas. La abrazas largamente, sonríes y ... "Vámonos a casa".