viernes, 17 de mayo de 2013

Anastasia.


El día comenzaba a declinar cuando el Rolls-Royce blanco aparcó frente al Balneario. En las escalinatas de acceso, el director y dos empleados del hotel esperaban desde hacía algunos minutos la llegada de Anastasia. El chofer bajó de su asiento y abrió la puerta trasera del vehículo.  Esteban Bertolucci,  se acercó y tendió la mano a la mujer que descendía del auto con rostro sonriente. Vestía un hermoso vestido largo de satén blanco con adornos de encaje en su cuello cisne. Cubriendo su cabeza, un pequeño tocado de redecillas y flores secas sujetas al pelo con un broche de nácar. No podías dejar de mirarla. Se movía con el porte de una reina y la delicadeza de una geisha.

.- Bienvenida al San Patricio señorita Anastasia. Ha llegado usted a su casa. Todos nos sentimos muy felices con su visita.-

Gracias, Bertolucci. Ud. Siempre tan galante. También yo estoy contenta de haber regresado al paraíso.-

Junto a los ventanales del holl, un grupo de clientes habituales contemplaban curiosos la escena entre el director y la adorada Anastasia. Todos esperaban nerviosos el momento de saludarla.

.- Me imagino que estará muy cansada, los últimos treinta kilómetros de cuestas y curvas convierten el viaje en un pequeño suplicio. Es el tributo que hay que pagar para disfrutar de esta belleza. Con su permiso me he permitido ordenar a su doncella que le prepare un baño de sales y agua caliente.-

.- Está usted en todo, amigo Esteban. Si fuera posible, me gustaría contar con la dulce María. Después de tantos años se me haría muy difícil cambiar de doncella.-

.- Puede estar tranquila. María estará encantada de estar a su servicio.-

 Instantes antes de que el sol desaparezca tras las montañas, el San Patricio se llena de luces. Desde el fondo del gran salón llega el sonido de un piano. Dos botones perfectamente uniformados trasladan un baúl y tres maletas de piel de camello a la suite real situada en la quinta planta.

Antes de coger el ascensor principal, Anastasia se dirige a Bertolucci,

.- Querido director, esta noche no bajaré a cenar. Le agradecería enviasen a mi habitación un sandwich  vegetal y un te negro con azahar, canela y rosas.-

.- Cómo usted desee. Daré la orden de inmediato. Y por favor, no dude en pedirnos lo que necesite.-

La mañana es espléndida. Los más madrugadores comienzan a ocupar el bellísimo pabellón de cristal habilitado como comedor de desayunos. Veinticinco mesas vestidas con manteles de algodón egipcio, vajilla de porcelana inglesa y cubiertos de plata y distribuídas en espacios amplios y geométricos son atendidas por una docena de camareros perfectamente adiestrados.

Todos la esperan. Su mesa aún está libre. Miradas discretas. Pequeños cuchicheos. Apenas el sonido de un susurro en un comedor casi lleno. Gente que habla muy poco, y cuando lo hacen, sus voces parecen mudas.

Ya se acerca por el fondo. Viste de blanco, como siempre. Cubre su cabeza con una pamela, también blanca, con una cinta azul adornando una de sus alas. Un camarero la acompaña hasta su mesa. Todas las miradas se han vuelto hacia ella. Con todas las que se tropieza tiene gestos de afecto y les devuelve la sonrisa. 

¿Quién es esta mujer misteriosa? Nadie lo sabe. Nadie ha podido saber de dónde viene. Ni siquiera dónde vive. Tampoco la dirección del hotel lo sabe. Y sabemos que lo intentaron. Lo que si tienen  claro todos es que están ante una mujer extraordinaria; elegante, amable,  culta y enormemente glamourosa. ¿Será una princesa? Seguro que ha sido educada entre reyes.

Del lago llegan rumores de personas que nadan, se solazan o se sumergen en sus aguas calientes. En el porche unos caballeros conversan animadamente de economía y política. Paseando por el jardín, un grupo de mujeres hablan muy quedamente y sonríen. Sentada en  un banco de hierro bajo la sombra de un viejo roble, Anastasia está leyendo poemas de amor.

El Rolls-Royce blanco está a punto de partir. En la escalinata, compungidos y nerviosos, Esteban Bertolucci y María, su doncella, han venido a despedirla. Anastasia baja el cristal de su ventana y agita con delicadeza su mano mientras el coche se pone en marcha. 

El coche avanza por el camino arbolado que conduce al palacete. Ya han llegado. El chofer saca el equipaje y lo traslada en varios viajes al dormitorio de Anastasia. En la casa no hay nadie. Al despedirse sonríe y dedica a la señorita un guiño cómplice.

Está cansada. Se deja caer sobre un humilde sillón de cretona roja y mira emocionada su colección de románticos rusos. Coge el diez veces leído "Crimen y Castigo" de su amado Dostoievski  y se pierde por las calles de San Petersburgo con el joven Raskolnikov. Y se quedó dormida.

Se despierta sobresaltada con el desagradable sonido del interfono.

.- ¿Dónde te metes, Lucía? El desayuno ha de servirse a las ocho y ya pasan diez minutos. El señor ha tenido que marcharse sin tomar su café. Esta mañana además, tienes que limpiar todos los cristales. Espabila.

Lucía cierra los ojos y se traslada por un instante a San Patricio. <<Un año no es nada>> Durante este tiempo sacrificará su vida y ahorrará todos sus sueldos. Y volverá a ser Anastasia.