jueves, 13 de octubre de 2011

El Local Social. El comienzo de una Utopía.Temisas.4(Recuerdos.-11)

      No recuerdo si era sábado o domingo. Tampoco sabría decir a que estación del año me habían trasladado mis recuerdos. Ni siquiera podría asegurar que se tratase del año 1969, del 70 o del 71. De todas formas, la fotografía que tenía ante mis ojos, positivada cuarenta años después, podría haberse tomado cualquier fin de semana de aquellos maravillosos años.

      Era una mañana brillante, con el sol calentando el asfalto recién estrenado, con la Iglesia abierta de par en par -  como invitándonos a descansar a su sombra cuando el cansancio apretara -, con el aire cargado de conversaciones, de risas contagiosas, de gritos cargados de vida. Una actividad frenética, ilusionante y festiva inundaba la plaza y sus aledaños. Decenas de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, algún maestro albañil y un montón de aspirantes a peones, se afanaban en construir juntos un sueño.

      Un pequeño equipo trabajaba en la reconstrucción del destrozado camino del café. La gran mayoría, acarreaba bloques de hormigón, sacos de cemento y carretillas de arena, hacia los andamios que Federico había montado junto a los cimientos del que iba a ser "Nuestro Local Social", y sobre los que, con mimo, trabajaban los que más sabían.

      Ajena al bullicio, envuelta en su vestido negro, cubierta, como siempre con su pañuelo, también negro, Mariquita Concepción se acercaba a la plaza. Caminaba despacio, con la mirada fija en el suelo, seria y callada - como siempre - moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de disgusto o de desaprobación con lo que estaba viendo. Entró en la Iglesia, se arrodilló junto a uno de los bancos cercanos al altar y empezó a desgranar sus oraciones, las que recitaba desde niña, las que aprendió de sus padres y de todos los curas que pasaron por la parroquia. Solo así se sentía segura. Pero aquella sensación de seguridad parecía resquebrajarse bajo sus pies

      De repente, algo había sucedido. Lo que parecía inmutable empezaba a cambiar, costumbres tomadas por dogmas se relativizaban hasta el extremo, los descreídos, los alejados, "los ateos", eran ahora protagonistas entusiastas del trabajo comunitario que se propiciaba y alentaba desde la parroquia, el nuevo sacerdote se había quitado la sotana y vestía "como un hombre cualquiera", la gente y el propio cura estaban ahí afuera trabajando en domingo, cuando era sabido que al hacerlo, "cometían pecado mortal". Era demasiado. O al menos eso parecía, porque pasado algún tiempo, también aquella viejecita participaría de la alegría colectiva, y sin renunciar a su seriedad,  a su vestido y pañuelo negros, a su silencio y a su inseparable soledad, es muy posible, que más de una vez, elevara alguna oración por su pueblo.

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      Sin embargo, aquella fotografía recuperada en mi memoria y que he intentado describir en este humilde relato, no fue la coreografía de una película de ficción. La acción y los actores eran reales. El trabajo, las risas y los gritos eran reales, el sudor, los sueños y la alegría que reflejaban sus ojos, eran reales.

      No surgió de la noche a la mañana. En un primer momento nadie creyó que fuese posible cambiar algo, conseguir algo, luchar por algo. Décadas de abandono y frustración, de promesas incumplidas, de expolios y de humillaciones, habían conformado un ser humano resignado, manejable y entregado a un destino que no controlaba. Se sucedían las palabras disuasorias, los consejos realistas que dictaba la experiencia: "muchas veces se ha intentado hacer cosas y todo ha quedado en nada", decían.Sin embargo, yo creía que esta vez iba a ser se posible.

      Había que actuar con determinación y con prudencia. El material humano con el que contábamos era excelente, algo desconfiado - muchas veces engañado - pesimista con el futuro y con la vida.  Pero tras esa pátina opresora, acumulada durante años interminables, se ocultaban hombres y mujeres honestos, trabajadores, generosos y totalmente vírgenes de malicia.

      Y propusimos nuestro primer objetivo. Debería ser algo importante, deseado, que generara ilusión, pero, igualmente, que tuviera posibilidades de éxito. De entrada sabíamos que solo contaríamos con nosotros mismos. Mejor así. Pero no podíamos fallar. Un fracaso se percibiría como la costatación de nuestra incapacidad para cambiar las cosas. Un éxito, por el contrario, elevaría hasta el infinito nuestras dosis de autoestima, nuestra capacidad para afrontar las dificultades y los retos.

      Primero fueron los niños con su triunfo en el torneo de "Cesta y Punto", ahora sería el Pueblo entero, construyendo y regalándose un sueño. Y el sueño sería: "La construcción de nuestro Local Social".

      Estábamos solos y lo sabíamos. Y no nos importaba. Lo íbamos a conseguir. Contábamos para ello con elevadas dosis de ilusión, con la unión recién conquistada, con la imaginación inteligente que acompaña siempre a los que se arriesgan y , sobre todo, contábamos con nuestro trabajo.

      ¿Pero como empezar? No teníamos un duro, ni posibilidades de tenerlo. ¿Donde se construiría?. No era fácil encontrar el solar adecuado. Y si lo conseguíamos, ¿como lo pagaríamos? ¿Nos habríamos precipitado al no medir bien nuestras fuerzas?...Había que reflexionar, propiciar tormentas de ideas que facilitasen el trabajo imaginativo. Y todos nos pusimos a ello. Y llegamos a conclusiones que refrendamos en la asamblea de los sábados. Empezaríamos por ellas.

      Un fin de semana del mes de Marzo del año 1969, antes de que desapareciera el invierno, con la montaña  a punto de explosionar en una sinfonía de tonalidades verdes que acabarían por vestirla con majestuosa belleza, un grupo de Temiseros partieron desde el "chorro santo" abordo de dos coches conducidos por Kiko Cubas y por Don Marcelino (agente de extensión agraria de la zona), camino de Teror y de Moya.  Pretendíamos vender unas papeletas que daban derecho a participar en un sorteo del que, honestamente, no recuerdo el premio. Mientras lo hacíamos, teníamos ocasión de explicar lo que pensábamos hacer con el dinero recaudado. La experiencia no fue mala, pero optamos por no repetirla. Entendimos que los resultados no justificaban el esfuerzo. 

      Frente a la Iglesia, a escasos treinta metros de su puerta, junto al camino de tierra que daba acceso al pueblo, un terreno baldío, edificable y práctica mente abandonado, se nos presentaba como "una aparición milagrosa". Tenía las dimensiones precisas para dar acogida a nuestro primer gran proyecto. Y aún podría reservarnos espacio para que otras necesidades tuvieran allí su aposento. ¿Quién sería su propietario?... "Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho"... Bueno, tal vez no. Había que intentarlo. 

       Y me fui al Obispado. Me puse de nuevo la sotana - tenía que dar buena imagen - Disfrutábamos de todo el crédito, los "roces" con los poderes públicos y con un sector del clero, aún no habían salido a la luz. Infantes Florido me recibió con afecto. Permanecimos en su despacho largo tiempo. No sabría determinar cuanto. "El Obispo hablaba y el cura atendía. Luego tomaba la palabra el cura y era el Obispo quién escuchaba". Por fin se abrieron las puertas. Salí intentando evitar que mis gestos revelaran mi estado emocional, al menos, mientras me encontrase en el Palacio. Ya en la calle, el cura abrió los brazos, apretó los puños, miró al cielo y lanzó un grito sordo que solo él podía escuchar. No había habido benevolencia, sino un ejercicio de justicia social distributiva.

      Temisas ya tenía su solar y el Centro Social un lugar donde plantar sus cimientos.

      Poseíamos el espacio, contábamos con el trabajo voluntario de decenas de vecinos, pero seguía faltándonos financiación para la compra de materiales y para pagar el proyecto arquitectónico. Nos pusimos a ello.

      *Un compañero del Instituto de Agüimes, profesor de dibujo y arquitecto Técnico de profesión, nos diseñó y regaló el proyecto.
      *La fábrica de cemento de Arguineguin nos envió un transporte con doscientos sacos, sin cargo alguno.
      *Un jefe de obras de las urbanizaciones que se levantaban en San Agustín y Maspalomas convenció a sus jefes para que nos donasen la carga de dos camiones con diverso material de construcción. A los pocos días, un montón de hombres, mujeres y niños descargaban ilusionados el material que iba a permitirnos iniciar  nuestra utopía.

      Y las calles se llenaron de risas. Y nos sentimos orgullosos de ser de Temisas. Y la alegría de vivir se instaló en el pueblo. Y se sucedieron los retos. Y la vida se tornó más amable. Y....,

                                                     Punto y seguido.

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