domingo, 30 de octubre de 2011

Tres jóvenes nos visitan. Temisas.6 (Recuerdos.-14)

      Una hermosa mañana de domingo del mes de septiembre de 1970. Vísperas de San Miguel. Por la empinada carretera que une "el chorro santo" con la iglesia,  tres jóvenes - dos muchachos y una chica - bajaban despacio, observando entre el asombro y la incredulidad, la febril excitación que bullía por las calles.
Habían venido desde Las Palmas. Sabían que algo estaba ocurriendo en Temisas. Es posible también que fuera la primera vez que se acercaban hasta aquí. Durante el tiempo que permanecieron en el pueblo miraron, escucharon, sintieron y guardaron. Algunos años más tarde, la joven que ahora asistía curiosa al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos, compartiría con su esposo un excepcional trabajo en favor de la salud pública desde el pueblo de Santa Lucía.

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      La música de los Beatles que Sergio y Pablo hacían sonar a través de la red de altavoces, se enredaba y confundía con las voces y la risas de más de un centenar de personas, hombres, mujeres y niños, que se afanaban por dejar como una patena, calles, caminos y rincones. Los vecinos habían decidido afrontar por su cuenta una tarea de la que el ayuntamiento nunca quiso saber nada. Por ello, cada cierto tiempo, y como complemento al cuidado habitual que las familias ejercían sobre su entorno, se decretaba zafarrancho general por la limpieza del pueblo, haciéndolo de forma coordinada, comunitaria y festiva. Aún hoy recuerdo con ternura la conversación que mantuvo Juan Ramón, mientras sonaba la música y limpiaba los accesos a su casa, con un vecino que no acababa de ver la necesidad de tanto esfuerzo.

      - Pero muchacho, ¿quién va a ver esto? Si por aquí no pasa nadie.
      - Por aquí paso yo, carajo - contestó Juan Ramón - y es suficiente.

      Esta respuesta, sencilla y contundente, resumía el espíritu que daba vida a todos nuestros trabajos: recuperación del respeto, la dignidad y la autoestima.

      Los tres jóvenes seguían caminando hacia la plaza sorteando de vez en cuando alguna carretilla o el polvo que levantaban las escobas. Al cruzar sus miradas con los vecinos, apenas percibieron gestos de curiosidad o de sorpresa. Parecían ensimismados en su trabajo, sabiendo lo que hacían, orgullosos y alegres. A los visitantes no les resultaba fácil entender la película que se exhibía ante sus ojos. Pertenecían a un mundo muy distinto. Vestían con gusto - ropas caras, sin duda - sus andares, pese a la incomodidad del terreno, eran sosegados, un poquitín tímidos, pero seguros. Sus miradas, amables y curiosas, se esforzaban por generar empatía y reflejar respeto. Respeto y admiración por lo que contemplaban. Eran hijos de la burguesía culta de la isla. Su intención al venir hasta aquí podía tener que ver con la necesidad de la sorpresa, con la búsqueda de la esperanza o con el deseo de conocer otras formas de entender la vida.

      El trabajo de limpieza había concluído. Quedaba mucho domingo por delante. La mayoría de la gente se dirigió a sus casas. Había que asearse, vestirse de limpio y asistir a misa. Otros optaron por descansar un rato junto al muro de la plaza o por tomar un roncito o una cerveza en el café de Miguelito o en el bar del chorro santo.

      Los jóvenes de Las Palmas habían llegado al parque infantil. Unos niños se balanceaban en un columpio que había sido instalado hacía no mucho. Fue la primera obra que se acometió en aquel periodo de tiempo. Los juegos fueron diseñados, construídos, instalados y donados por un mecánico de Telde que se llamaba Pepín Cerpa. La decisión de su puesta en marcha, como las del resto de iniciativas que se abordaron más tarde, fue expuesta, debatida y consensuada en la asamblea de los sábados.

      En el centro del parque, una preciosa y pequeña casita construida con el mayor respeto a la arquitectura del lugar, con sus paredes blancas, su artesonado de madera y sus tejas rojas, daban cobijo a una ilusionante biblioteca infantil. En su interior, dos estanterías recogían y exponían varias decenas de libros que ya no recuerdo como llegaron hasta allí. Dos diminutas mesitas verdes, con sus correspondientes diminutas sillas, completaban el decorado. Subiendo por el camino del café se acercaba, casi corriendo, una niña de apenas nueve años. Se llama Mari Carmen Jiménez y viene a devolver el libro que retiró de la biblioteca hace una semana y a pedir prestado uno nuevo. Esta imagen se repetiría cada domingo. Confieso que nunca he podido olvidarme de aquella niña. Sólo por ella hubiera tenido sentido crear la biblioteca. Fue la segunda obra del proyecto.

      Los visitantes volvieron un poco sobre sus pasos y contemplaron el inacabado Local Social. Las obras estaban muy avanzadas, pero aún debería transcurrir algún tiempo antes de su entrega definitiva.

       Junto a él, en un solar anexo, habíamos comenzado a construir "el Dispensario Médico". Temisas, con una población cercana a los setecientos habitantes, no parecía tener derecho a la asistencia médica. Nos propusimos forzar los acontecimientos. Dotaríamos al pueblo de un local digno, con mobiliario sanitario incluido. Como en el resto de las obras, nos encargaríamos nosotros. Y se hizo. Muchos años después, con el advenimiento de la democracia y la llegada al poder municipal de un grupo de personas a quienes preocupaba la gente, Temisas tuvo al fin su médico. Y su médico tomó posesión del dispensario que un puñado de hombres y mujeres construyeron, con fe inaudita, casi dos décadas antes. Y su médico de entonces, la doctora Teresa Albelo, continúa hoy, veintitantos años después, cuidando a sus vecinos. Y entre ellos y ella ha nacido un vínculo de afecto del que habrá sido testigo el humilde local que conocieron aquellos chicos de la capital, un domingo de septiembre de 1970.

      Uno de aquellos jóvenes se llamaba Rafael Molina Petit; Fa, para sus amigos; es decir, Fa para todo el mundo. Era un muchacho profundamente bueno, como lo sigue siendo hoy cuarenta años más tarde. Su vinculación con Temisas se remonta al comienzo de estos recuerdos. Aún estudiaba económicas en la Universidad Complutense. Fue entonces, cuando decidió que su tesis de fin de carrera recogería un estudio socio-económico de la realidad de aquel pequeño pueblo. Su importante carrera profesional y política, no le impidió estar al corriente de lo que aquí ocurría. Creo, sinceramente, que continúa amando a Temisas.


      La visita aún no había terminado. Por un instante cesa la música y se escucha la voz de Agapito anunciando el inminente comienzo de las Fiestas de San Miguel. Arrancará mañana lunes, día 21, con la puesta en marcha de la II Semana Cultural de Temisas.  


       Olga, Rafa y el tercer chico, cuyo nombre lamento no recordar, estaban ahora en la Plaza, junto a la Iglesia. Olga se había sentado en el muro y conversaba quedamente con los vecinos que habían decidido descansar aquí después de la jornada de limpieza. Fa y su amigo leían curiosos y sorprendidos, el programa de la Semana Cultural que se exibía, sujeto con chinchetas, en la puerta del templo. Entre los intervinientes aparecían nombres importantes de la cultura canaria y personas vinculadas a plataformas de lucha en favor de las libertades. Algún tiempo después supieron que durante aquellos tres años desfilaron por Temisas personalidades de la talla de Oscar Bergasa Perdomo y Antonio Gónzalez Viéitez (imposible enumerar aquí sus títulos académicos, sus reconocimientos públicos, sus logros profesionales y políticos), Ciriaco de Vicente (por entonces, Delegado de Trabajo del Gobierno y años más tarde, Ministro de Sanidad en el primer Gobierno de Felipe González), Pepe Alemán (Periodista y Escritor), Vicente Suárez (Médico),  Marcelino Jiménez y Juan Gómez (Agentes de Extensión Agraria), Carmen Alemán (Religiosa Javeriana)... y en representación del pueblo, Miguel Jiménez, Juan Ramón Méndez y Antonio Cerpa.


      Durante aquel tiempo, y el que transcurriría con posterioridad a los acontecimientos que habían de precipitarse muy pronto, otras muchas personas continuaron aportando sus conocimientos y su solidaridad, al esfuerzo colectivo emprendido por los vecinos de Temisas. Juan Trujillo Bordón (Periodista), María Pilar Velasco (Directora del P.P.O. en Las Palmas), Santiago Betancor Brito (Periodista), Antonio Melián (Sacerdote y Director de un proyecto de desarrollo comunitario en Telde), Juan Iglesias Cazorla (Profesor de E.M.)... Fueron muchos más, pero no puedo dar testimonio de todos porque, después de Agosto del 71, no tuve el privilegio de compartir con ellos espacio y tiempo.   


      Los tres jóvenes habían concluído su visita. Volverían la semana que viene. Les apetecía sobremanera participar de las fiestas y bailar en la noche cálida de los últimos días de septiembre a los sones de la música desenfadada que nos regalaría una pequeña orquesta venida de Vecindario. Bajo un cielo preñado de estrellas brillantes y misteriosas, liberadas aquí de las agresivas luces de la ciudad, Protegidos y arropados por una cadena de montañas agrestes y majestuosas. Compartiendo bebida y risas con personas sencillas y sabias. Y regresarían de nuevo el Día Grande. Y asistirían a la ceremonia religiosa. Y recorrerían las calles del pueblo confundidos entre la gente tras el trono de San Miguel, mientras suenan los acordes de la banda municipal. 


      Tomada la decisión, se despidieron de la gente y entraron en la casa parroquial. 


      
                                                      Punto y seguido.

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