viernes, 4 de noviembre de 2011

Gentes de fuera. Temisas.7 (Recuerdos.-15)

      A lo largo de esta pequeña serie de relatos, gentes muy diversas, sin vinculación alguna con Temisas, se han ido colando en las historias como testigos o como agentes directos del acontecer de aquellos años. Nunca lo hicieron por propia iniciativa ni de forma autónoma. Su presencia o su actuación se debió siempre a una demanda por parte del pueblo o de quienes dirigían el proyecto. La narración que estoy a punto de iniciar pretende homenajear a todas las personas anónimas que, desinteresada y solidariamente nos ofrecieron su tiempo, su inteligencia o su dinero para hacer posible la consecución de nuestro sueño.

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      Estoy a las puertas del edificio. Podría ser ser un día cualquiera de otoño del año 1969. Mi memoria no registra bien las fechas. Tampoco creo que resulte relevante para la historia que deseo contar. Lo cierto es que estoy aquí y que mi memoria se apunta un nuevo fracaso: "no es capaz de desvelarme quién me habló de este Centro y de las personas a las que pronto iba a conocer". Fuera quién fuese, le estaré siempre profundamente agradecido.

      Llegué puntual. Vestía de paisano, sin alzacuellos. Con los zapatos relucientes, como me enseñó mi padre, y con un pequeño libro entre las manos. En el frontis del inmueble, una placa constataba que me encontraba en el lugar indicado; CIES, Centro de Investigación Económica y Social de la Caja Insular de Ahorros de Canarias.

      Estaba expectante, pero tranquilo. Subí en el ascensor hasta la planta que me habían escrito en el papel y en el que figuraban también los nombres de las dos personas que me esperaban, Oscar Bergasa y Antonio González Viéitez. La puerta del despacho estaba abierta. Golpeé levemente con los nudillos. De inmediato, dos hombres jóvenes que parecían compartir alguna puesta en común en torno a una mesa redonda, volvieron su vista y se levantaron dirigiéndose hacia mí con una sonrisa desarmante. No esperaba una recepción así. Al poco tiempo, nuestra conversación fluía con la frescura y la libertad con la que se supone transcurren las charlas entre viejos amigos.

      Sabían que algo se movía en Temisas. Seguramente también, algún amigo les habló de mí. Pero ni con Temisas ni conmigo hubo nunca, ni ahora ni en posteriores encuentros, la menor injerencia, la más mínima recomendación no solicitada.
Escuchaban. Lo hacían con atención infinita, con gestos de sorpresa y afecto indisimulables. Cuando terminé de hablarles, se limitaron a decirme que les gustaba lo que habían oído y que podríamos contar con su asesoramiento y su apoyo personal.
Y aquella promesa se cumplió siempre, cuando los hados nos fueron propicios y cuando nos acorralaba el enemigo. Y el enemigo entonces, era muy peligroso. Para ellos más.

      Acudieron a Temisas. Participaron en Semanas Culturales. Nos enviaron profesionales amigos que nos asesoraron en "el espinoso tema del agua" o en la vergonzosa amenaza de derribo del Centro Social por parte del Ayuntamiento de Agüimes. Ingenieros, arquitectos y abogados - conocidos o familiares suyos -, todos de forma desinteresada, estuvieron siempre a nuestro lado. Recuerdo con especial cariño la noche - muy entrada la madrugada - en que Óscar nos recibió en su casa y, encerrados en una habitación para no despertar al resto de la familia, se puso a teclear sobre una máquina de escribir, el escrito que al día siguiente deberíamos presentar en el registro municipal para detener una de las incontables agresiones que el consistorio de la Villa dirigía contra una parte de su pueblo.

      El listado de logros académicos y profesionales de Óscar y Antonio no cabrían ni en este, ni en diez relatos como este. Eran muy jóvenes cuando les conocí - no creo que rebasaran los treinta años - y ya habían asumido responsabilidades de enorme calado para el futuro de las islas. Más allá de su impresionante bagaje curricular o de su indiscutible talento, Antonio y Óscar fueron amigos leales, colaboradores generosos, gente sencilla y solidaria. Por ello, lo que sí queremos que quepa en esta pequeña crónica, es nuestro agradecimiento, nuestra admiración y nuestro respeto.

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      Fue en el CIES, donde un día conocí a Ana. Ana Doreste Suárez. Creo que iba por allí con frecuencia. Pertenecía a la generación de Óscar y Toni. Como ellos, extremadamente preparada. Comprometida y combativa, participaba o lideraba multitud de iniciativas de lucha social, muy especialmente aquellas que tenían como epicentro la conquista de los derechos de la mujer. Amó profundamente a Temisas y siguió de cerca el devenir de nuestro proyecto. Siempre atenta, siempre cerca. Han pasado muchos años, pero su cariño por este pueblo y por su gente, permanecen intactos.

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      Muy cerca de allí, prácticamente cruzando la acera, se encontraba la Delegación de Trabajo. Su titular se llamaba Ciriaco de Vicente, trece años después Ministro de Sanidad en el primer Gobierno de Felipe González. Óscar y Antonio estaban empeñados en que nos conociéramos, y fue el propio Toni, a finales del año 70, el que propició el primer encuentro acompañándome a su despacho. Me impresionó. Era un auténtico mirlo blanco en la administración pública de aquellos oscuros años. Hacía falta mucha inteligencia política y dosis extremas de valor para apoyar de manera tan resuelta apuestas tan decididamente críticas con el sistema. Después de una conversación que se prolongó por espacio de una hora, nos prometió la participación del PPO en el mismo pueblo. No había pasado un mes y ya se impartían en Temisas cursos de albañilería y fontanería. Comenzaba así, la necesaria reconversión profesional y con ella, un paso de gigante en la reconquista del orgullo perdido.

                                           
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      He dejado atrás el ruido, los atascos y las soledades no queridas. El Coche de Hora me ha traído de nuevo hasta mi casa. Un silencio amable, apenas roto por los gritos y las carreras de un montón de niños pequeños que terminan su jornada escolar, me da la bienvenida y me devuelve al placer de lo sencillo.

      Antes de llegar a la plaza me tropiezo con Alicia. Ha terminado su trabajo y se marcha a su pueblo. El coche de AICASA está a punto de pasar y no puede entretenerse -  el próximo lo hará tres horas más tarde -. Nos saludamos y nos despedimos. Ya tendremos tiempo para conversar el fin de semana.

      Alicia es una de las dos jóvenes maestras de párvulos que el pueblo ha contratado para cubrir carencias educativas y para "comprar" un tiempo que permita a las madres que lo deseen, su integración al mundo del trabajo. El dinero con el que se pagaba el salario de las jóvenes maestras provenía de dos farmacéuticos de Sardina y Juan Grande (Gustavo y José Antonio) profesores y compañeros del Instituto de Agüimes, que conocían y apoyaban el programa de desarrollo comunitario que se había iniciado en Temisas. Esta acción transcurrió, durante el curso 70-71.

Por fin llegué a mi casa. Mi madre preparaba un café en la cocina, o en el comedor, o en su dormitorio. En realidad todo era lo mismo. Mi padre había salido a dar un paseo, pero estaría de regreso en cuanto se enterase que yo había llegado. Se vinieron conmigo en cuanto "el viejito" pudo jubilarse. Dejaron su pueblo, su casa, sus amigos, su paisaje, para dedicarse a mí, para cuidarme, para amarme hasta el extremo. Tomamos el café juntos, mi padre desbordando su alegría de hombre bueno y mi madre acariciando dulcemente una de mis manos. Nunca hablé de ellos hasta ahora, pero bien sabe Dios cuanto les debo, cuanta ternura recibí, cuanta generosidad desbordaron. Creo que también ellos ocupan un pequeño lugar en lo que entonces vivimos.

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      Antes de acabar este relato, quiero volver a recordar a las personas "de fuera" que han aparecido compartiendo con nosotros las pequeñas historias que he narrado hasta ahora. Ellos son también "nosotros."

      Juan Gómez, Marcelino Jiménez, Rosario Petit, Fotograbados Ascanio, Fernando Vergara (creador de la portada de la revista Temisas), Antonio Ramirez, Federico Álamo, José Manuel Cerpa, Rafael Molina Petit, Dtor. Cementera de Arguineguín. Jefe de obras de la urbanización Colinas Rojas (San Agustín), Pepe Alemán, Vicente Suárez, Carmen Alemán, Juan trujillo Bordón, María Pilar velasco, Antonio Melián, Santiago Betancor, Juan Iglesias...


                                          
                                                      Punto y seguido.

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