jueves, 10 de noviembre de 2011

Tormenta. Temisas 8. (Recuerdos.-16)

      Las predicciones meteorológicas anunciaban tormenta; rachas de viento fuerte, lluvia feroz y abundante aparato eléctrico. Afortunadamente, el invierno estaba siendo menos frío que de costumbre.

      Sentado a la mesa de mi despacho, con las contraventanas abiertas para que nada del exterior quedara oculto, con algunos cacharros al alcance de la mano en previsión de posibles goteras, con la luz de petróleo ya encendida y un par de velas amagando con apagarse por el aire que comenzaba a colarse por los resquicios, aguardaba expectante una madrugada que presumía iba a ser única. Deseaba convertir una noche de perros en una experiencia mágica.

      El primero que llegó fue el viento. Temblaban los cristales de la ventana. Las velas acabaron por apagarse y tuve que reubicarlas en rincones más resguardados. Fuera, las ramas de los arboles danzaban con loco frenesí mientras interpretaban una sobre cogedora sinfonía de silbidos y lamentos.

      Poco después apareció la lluvia. Tenue al principio, lamiendo más que golpeando puertas, paredes y vidrios. Pero pronto se desataron los cielos y una inmisericorde cortina de agua amenazó con romper los cristales de la ventana y acabar con las viejas tejas de la vieja casa. Afortunadamente, de la furia se pasó pronto a una precipitación tenaz, pero contenida.

      Finalmente apareció lo que llevaba largo tiempo esperando. Sentado en una silla, cubierto con una manta y con la cara pegada al cristal, mientras el viento y la lluvia se estrellaban contra las rocas y se enseñoreaban del valle, mis ojos y mis oídos recogían fascinados el espectáculo de luz y de sonido que viniendo desde el mar de Arinaga y atravesando el Roque Aguayro se dirigía, para quedarse, al espectacular espacio escénico que conformaban el pueblo y su cadena de montañas. Y el cielo despidió destellos dorados, púrpuras y anaranjados y una red de venas rojas quebradas y temibles rasgaban la negra cúpula y se precipitaban sobre la tierra. Al tiempo, timbales gigantescos atronaban en el aire ensordeciendo a todos los habitantes del valle. Personas, animales y espíritus vivientes asistíamos sobrecogidos a la incontenible fuerza de la naturaleza. Ni el más soberbio espectáculo chino de luz y de sonido podrá recrear jamás el esplendor y la magnificencia de aquella noche de invierno en Temisas.

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      Mientras Benito descendía a toda velocidad por la carretera que unía las cercanías de la Cueva del Gigante y el Chorro Santo a bordo de su loco artilugio, media docena de niños aguardaban al pie de la carretera la llegada del Coche de AICASA que les trasladaría al instituto. La aparición de aquel singular viajero del tiempo fue recibida con jolgorio y muestras de admiración. Benito era un personaje singular. Independiente, solitario, algo hosco, integro, leal. Muy pocos podían presumir de ser sus amigos, pero quienes lo lograban, sabían que habían atrapado un tesoro. Con el trasero rozando prácticamente el suelo, sobre una tabla reciclada de quién sabe dónde anclada a unos ejes que sostenían y equilibraban una conjunción de cojinetes y pequeñas ruedas que alguna vez pertenecieron a algún triciclo infantil, y gobernando la dirección del artefacto con una especie de timón que funcionaba con la precisión de un reloj suizo, Benito saludó a los niños y pasó de largo camino de la entrada del barrio de la Inmaculada.

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      Ha pasado mucho tiempo, pero aún hoy sigo sin explicarme las razones por las que el Gobernador Civil nos concedió la audiencia. No era un gesto habitual en el régimen de entonces. Puestos a montarnos una de espías, es posible que quisiera ponerle rostro a la revuelta. Lo que si tuvimos claro después, es que nuestra denuncia se archivó sin haberse abierto. De todas formas, para Temisas y su proyecto de comunidad, el paso había sido gigantesco. Estábamos allí, frente al máximo representante del Estado en la Provincia. Con nuestros mejores atuendos, algo nerviosos pero confiados y seguros. Sabíamos a lo que íbamos. Creíamos que nos asistía la razón y el derecho. Teníamos documentos que avalaban nuestra denuncia, pero eramos conscientes también del poder - económico y político - de la persona a la que nos enfrentábamos. La recepción fue cordial, algo breve, pero respetuosa. Con cierta premura y con inevitable vehemencia tuvimos ocasión de exponerle de viva voz, lo que luego podría repasar en el escrito que le dejábamos. Nos escuchó sin interrumpirnos y nos prometió, como hacen la mayoría de los políticos, que estudiaría con interés nuestro caso. No le creímos.Junto a la esquemática denuncia, adjuntamos el monográfico sobre el problema del agua que publicó la revista Temisas y, aunque de forma imperceptible, un rictus de molesta sorpresa asomó a sus ojos cuando tropezó con el subtítulo, "Revista del Pueblo para el Pueblo".

      Ya estábamos de vuelta. La comisión nombrada para esta visita en representación de las Heredades de El Juncal Alto y La Longuera en su enfrentamiento con el señor Juan del Río Amor, estuvo formada por D. Juan Jiménez Pérez, D. Antonio Ramírez Campos, D. Antonio Iglesias Taboada, D. Francisco Alemán Alemán y D. Antonio Cerpa Santana.

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En el café de Miguelito, unos vecinos comentaban el nuevo artículo aparecido en el Eco de Canarias. Era el último de una serie de réplicas y contrarréplicas que el párroco y el Ayuntamiento de Agüimes venían manteniendo públicamente a cuenta de un supuesto "abandono y mentiras continuadas por parte del Consistorio en relación a la llegada de la luz", según sostenía el párroco, o de la "desinformación manipuladora y falsa de un cura rojo que propugnaba la revolución en un pueblo humilde y de orden". El contenido de este postrero reportaje firmado por el cura, cerraba definitivamente la polémica. La fotocopia de un documento oficial de UNELCO (Compañía Eléctrica de Canarias) atestiguaba y certificaba que, hasta el momento presente, no existía petición alguna por parte del Ayuntamiento de Agüimes ni de ninguna otra administración pública, para que el tendido eléctrico llegase a Temisas. A partir de aquí, el ingeniero jefe de la compañía eléctrica tuvo problemas, el cura tuvo problemas y el pueblo tuvo problemas. Afortunadamente, el cura y el pueblo avanzaron lustros en la percepción de la realidad.

      Entretanto, Miguel Jiménez enviaba crónicas a los medios escritos de la isla dando a conocer todo cuanto aquí pasaba. De esta forma evitábamos el aislamiento, propagábamos nuestra apuesta y conseguíamos pequeñas dosis de autoestima. ¡Temisas existía! Pero su actividad como comunicador no acababa aquí. Su auténtica pasión era el teatro y a él dedicó el poco tiempo libre del que disponía. Dirigió Obras de Darío Fo con un pequeño grupo formado en el pueblo y escribió otras que estrenó y dirigió, primero en Temisas, y luego en distintos festivales programados en la Provincia.

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      Llegó un nuevo sábado. Y después de la Eucaristía una nueva asamblea. Pero esta no iba a ser igual a las otras. Algo iba a ocurrir que marcaría definitivamente la historia de aquellos años. 


                                                       Punto y seguido.


      En la próxima entrega llegaremos al final de este paseo por los recuerdos. Muchas pequeñas historias, posiblemente más hermosas que las que hemos contado, habrán quedado ocultas por la fragilidad de mi memoria. Soy consciente también de que pueden haberse deslizado errores en nombres o fechas. Pido disculpas por ello. Sólo he pretendido rendir homenaje a un montón de hombres y mujeres protagonistas de  hechos extraordinarios en una época repleta de alegrías, pero a su vez, convulsa y oscura.

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