miércoles, 8 de octubre de 2014

30 DE MAYO DEL AÑO 2015.




Las sombras se iban retirando lentamente mientras la ciudad despertaba entre bostezos y lánguida parsimonia. Era festivo y sus habitantes remoloneaban entre las sábanas apurando los últimos instantes de aquel regalo inesperado, y lo hacían perdidos y algo perplejos entre los laberintos y la niebla de los sueños de la noche. Todo parecía vulgarmente cotidiano y hubiese sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser porque el calendario que tenía sobre su mesa de estudios tenía subrayado, con un inquietante círculo rojo, la fecha del 30 DE MAYO DEL AÑO 2015. Es decir: Hoy.

Todo comenzó para él hace nueve años. Era el verano del 2006. Casi al final de su viaje iniciático por la cordillera Andina, mientras sus compañeros de travesía decidieron escapar del mal de altura y del calor asfixiante de las calles de La Paz (Bolivia) refugiándose bajo los grandes ventiladores de la cafetería del hotel, Miguel decidió perderse por última vez por entre los sinuosos laberintos de la biblioteca nacional. Quería encontrar el manuscrito del que le habló el viejo chamán que vivía en las estribaciones del parque arqueológico del Machu Picchu, muy cerca del observatorio astronómico que los Incas utilizaron hace más de quinientos años para observar los fenómenos celestes. Si fuera cierto lo que aquel hombre había dicho aquella noche de avistamientos y éxtasis, si aquel manuscrito existiera y corroborara sus predicciones, su vida y la vida del mundo conocido, iban a ser testigos de un descomunal alumbramiento planetario. "¿Las profecías del evangelista San Juan?"

Y allí estaba. Pequeño. Insignificante. Frágil. Perdido entre miles de soberbios incunables al fondo de un pasillo angosto y oscuro, protegido por el polvo de muchos siglos y la indiferencia estúpida de los estudiosos y los soberbios.

Le temblaban las manos, sus ojos se llenaron de agua y se le aceleró el corazón. Estuvo a punto de caerse tras un vahído súbito. Se apoyó como pudo en la estantería que estaba a sus espaldas. Había evitado romperse la crisma y montar un fregado que no le convenía estando tan lejos de casa. Cerró los ojos. Respiró hondo,... y leyó,... y, casi ciego, volvió a leer. Y miró los dibujos, y los planos; los de la tierra y los del cielo, y una fecha. Subrayada y repetida. Enmarcada. Entronizada. 30 DE MAYO DEL AÑO 2015, según el calendario romano adecuado por el rey Numa Pompilio (753 - 674 a.C.) y por el que hoy contamos nuestros días, y unas iniciales, las que correspondían a su nombre y apellidos según la gramática de la lengua de Cervantes. Conmocionado, dejó que su espalda se deslizase suavemente por entre los estantes hasta quedar sentado en el suelo, sobrecogido y perplejo.

Todo estaba allí, letra a letra, línea a línea, desnudo y diáfano, como le reveló el chamán que nunca salió de su aldea, como imaginó cada noche desde que se produjera aquella conversación en la tierra sagrada de los Incas, como describe, entre brumas y entre gloria, el fascinante libro de San Juan: "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca." (Apocalipsis, cap.1, vers.3)

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Regresó a su casa, a sus clases, a sus afectos, a su rutina. Pero ya nada fue igual. Ni para él, ni para los que vivían cerca. Se comportaba de manera extraña, como si el tiempo que estaba viviendo estuviera fuera del tiempo, como si las personas y las cosas que le rodeaban fueran tan sólo figurantes de una obra aún por estrenar, como si perteneciese a un mundo virtual o paralelo que muy pronto desaparecería para alumbrar una tierra que mana leche y miel y en la que todos los seres aprenderían a vivir en armonía. ¡Si pudiera revelar su secreto! ¡Si pudiese prestar sus ojos para que todos viesen lo que él veía! De cualquier forma ¿quién iba a creerle?

Se acercó a la ventana y miró a la calle. Lloviznaba. //"Mejor sería que jarreara con fuerza y se llevara tanta porquería de una puta vez"// La temperatura era agradable; como siempre. Desapareció la lluvia. Ya llegan los primeros paseantes. Algunos secan los bancos con un pañuelo y se sientan. Bencomo afina su guitarra y deja la funda abierta por sí alguien quisiera colaborar. Ya huele a churros y a pan caliente en el cafetín del mercado. En la terraza de la esquina, Ramón sirve el primer desayuno a una pareja de ancianos; por sus gestos y por sus risas parece que son clientes habituales. Suenan las campanas de la Iglesia. Están llamando a misa. Hoy es fiesta en las islas. En el parque, dos jardineros recortan el césped, abren los aspersores, y barren el suelo con dos enormes ramas de palmera. Una pareja de la policía municipal se deja ver por el lugar. Una niña-vieja, desaliñada y muy flaca, se aleja arrastrando los pies y ocultando sus ojos vidriosos y sus brazos con mil agujeros.

A escasos kilómetros de allí, en el Observatorio Astronómico de Temisas, Mario Villanueva conduce a un grupo de estudiantes del Instituto de Agüimes en un emocionante viaje por la Galaxia.

Parece llegado el momento.

30 DE MAYO DEL AÑO 2015. Hoy. Será a la hora de Vísperas. Cuando el sol se oculte tras el horizonte y la tierra comience a teñirse de rojo y de oro. Cuando en el aire se confundan el ruido infernal de mil guerras y el dulce canto gregoriano de los que aún esperan.

De repente se encontró en La Cueva del Gigante. ¿Ensoñación? ¿Realidad? ¿Cómo llegó hasta aquí? No lo sabe. Desde este inquietante observatorio astronómico creado por los Guanches, sus ojos contemplan extasiados el valle silencioso, el Roque Aguayro y el mar de Arinaga, la belleza prístina de un mundo incontaminado. ¿Qué sabrían aquellos hombres primitivos de lo que ocultan las estrellas? ¿Mantenían algún tipo de comunicación con inteligencias venidas de muy lejos?¿Conocían las profecías recogidas en el manuscrito de La Paz? No tenía respuestas, pero sin duda, este lugar ha de ser el punto de encuentro.

Llegó el momento. Temblaba. El sol desapareció tras los riscos. Una luz blanca y cegadora cubrió por completo el lugar. Su resplandor podía contemplarse desde la costa de Arinaga hasta el Pico de las Nieves. En el aire, notas de Bach, Mozart, McCartney, Cohen, Totoyo, Grieg,...las más bellas melodías que alumbraron los hombres, envuelven y escoltan a un ser armonioso y traslúcido que se acerca y se inclina ante él // "Almirante - dice con voz metálica - queda poco tiempo. El gran impacto está a punto de producirse. Esperamos sus órdenes"// Miguel asiente, mira por última vez a sus amadas montañas, y ordena la evacuación.

Casi al instante, millones de naves venidas desde miríadas de años luz aterrizan en cada rincón del planeta, abren sus compuertas, y repletas de asustados "terrícolas", emprenden la Gran Evasión. En un instante, todas desaparecen tras las estrellas. Casi al mismo tiempo, las tinieblas se adueñaron de la tierra.

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Madrugada del uno de junio del 2015. Ha llegado la noche y hace fresco en la montaña de arriba. El Observatorio está repleto de gente. Han venido desde todos los puntos de la isla. Los Temiseros se sienten orgullosos. La Fundación anuncia para esta madrugada la mayor lluvia de Perseidas en cien años. Ni una nube en el cielo. A escasos metros de allí, en la Cueva del Gigante, un hombre joven, profesor de ciencias naturales y astrofísica, escruta el firmamento buscando respuestas. Se ha dejado caer sobre el suelo de piedra. Parece desconcertado. Perplejo. ¿Habrá sido un sueño? ¿Y si en realidad fuera "uno de ellos"?

En la puerta de la cueva aparece Mario //"Vamos Miguel, te estamos esperando"// //".... perdona Mario, me había despistado. Vámonos ya."// Al salir miró a las montañas. Continuaban allí. Majestuosas. Formidables. Sonrió, aspiró con fuerza el aire de la noche, y guardó su imagen entre los tesoros de su memoria.

Y se fue junto a los otros, a gozarse con las estrellas... ¿?


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