viernes, 31 de octubre de 2014

"Buscando la luz cuando se acercaban las nieblas de su particular invierno"




Caminar le haría bien, pensó. La mañana se había presentado algo fresca, pero la luz que iluminaba el valle invitaba al paseo apacible y a la búsqueda amable de los enigmas que poblaron su despertar adolescente y que aún le acompañan cuando se acercaban las nieblas de su particular invierno.

Había regresado al pueblo en busca de soledad y de silencio y su apuesta pareció acertada. Apenas se escuchaba el canto del capirote, el golpeo seco de la azada de Melo removiendo la tierra, o el alegre ladrido de Coco avisando de su regreso a casa. Se sentía bien.

Lejos quedaban los momentos en los que, buscando respuestas, planeó retirarse al Monasterio Cisterciense de Silos para sumergirse, durante algún tiempo, en el trabajo, los rezos y la misteriosa fascinación del canto gregoriano. Finalmente eligió asirse con fuerza, a humildes y cercanos paisajes aún vivos en su memoria. Y dio las gracias a su instinto.

Caminaba despacio, cuidando con mimo su maltrecha espalda, y procurando ver, oler, palpar, gustar y escuchar, toda la vida que el pueblo le ofrecía generosamente.

En la montaña de arriba, en la terraza del Observatorio Astronómico, algunas personas se ocupan de los preparativos para la observación de las Perséidas que surcarán el firmamento esta noche. No hay nubes en el cielo, ni se las espera. Puede ser una velada inolvidable.

Sentada sobre un quitamiedos de la carretera - tal vez buscando la mejor cobertura para conectarse con las frías y lejanas tierras que un día dejó atrás - una mujer con rasgos nórdicos teclea su portátil. A ratos levanta los ojos y se va con ellos acariciando olivos, serpenteando barrancos, cabalgando a lomos del imponente Roque Agüayro y solazándose con la apacible serenidad del mar de Arinaga. A sus espaldas, rodeándola, abrazándola, protegiéndola, una cadena de montañas formidables pobladas de tabáibas, chumberas y centenares de seres vivos, cantan la gloria de la tierra. Más arriba, asomado al ventanal de su casa, con un libro de Karin Fossum entre las manos, su compañero, feliz, la observa con cariño.

Ensimismada, tardó unos segundos en darse cuenta de la presencia del extraño paseante. Nunca se habían visto. Sonrieron, se presentaron y se despidieron cortésmente. Ya tendrían tiempo de conocerse mejor, pensaron. Puede que esta misma noche, mientras vuelan las estrellas.

Atravesó el barrio de la Inmaculada y llegó a la carretera principal, la que une a Temisas con Agüimes y Santa Lucía. La atravesó con rapidez - no venían coches - se introdujo en el sendero de tierra que se abría desde el mismo arcén, y comenzó a perderse, cuesta arriba, por entre los sinuosos recovecos del viejo camino real.

Ya llegó a su lugar secreto. No estaba lejos. Apartó algunas piedras, adecentó con sus manos el espacio elegido, se sentó en el suelo de tierra, apoyó la espalda sobre la peña lisa del gran risco y durante un breve instante, cerró los ojos y olvidó.

Y volvió.

Allí estaba ella. Lejos. Mirando el mar. En la cresta del barranco. Colgada de la pendiente. Desafiando al precipicio. Grande, vieja, orgullosa, cargada de frutos, a veces rojos, a veces verde. Con raíces profundas en busca del agua escondida, con tronco el muy ancho y los brazos vigorosos y fuertes. Sin miedo al viento, ni a la lluvia, ni a las tormentas, sin miedo al calor, ni a la sequía pertinaz. Testigo mudo del tiempo, compañera y reposo de eremitas y caminantes solitarios. Allí estaba. Imponente y orgullosa, humilde, honrada y eterna: La Higuera.

Mucho más cerca, un lagarto verde y cabezón le mira curioso desde su trono ardiente de sol. Dos cernícalos revolotean en círculo y trinan con fuerza, no se si cantos de apareamiento o de ataque inminente - debería cuidarse el señor lagarto - Una pequeña nube blanca de algodón que viaja desde el mar a la cumbre, tamiza durante un instante la luz del sol. Todo estaba en armonía.

Pero no había venido hasta aquí para abandonarse al disfrute de una paz regalada. La soledad y el silencio que vino a buscar al paraíso, deberían servirle para obtener respuestas a interrogantes que en la gran ciudad ocultan los ruidos y los miedos, las urgencias y los cantos de sirena.

No le estaba resultando fácil. En su cabeza, un montón de ideas, algunas contrapuestas, casi siempre en nebulosa, pugnaban por presentarse como la tesis más fiable. Hubo momentos en los que creyó lograrlo, y suspiraba aliviado, pero sólo unos instantes después las certezas se derrumbaban y la oscuridad volvía a hacerse dueña de su cerebro. No importaba. Afortunadamente le habían preparado para eso. Volvería a empezar una y cien veces. Su única obligación era buscar, buscar sin rendirse.

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Llevaba mucho rato sentado y su espalda empezaba a protestar. Se levantó, estiró las piernas, y durante unos minutos paseó por el sendero ardiente. Algunos parientes del lagarto verde y cabezón le observaban curiosos mientras se calentaban al sol. Hacía micho calor. Escondidas en los riscos, tras las tuneras y las tabaibas, millares de chicharras anunciaban el rito del apareamiento con un singular concierto de percusión. Pronto regresó a la confortable sombra de su lugar secreto.

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Volvió a sus pensamientos. No acababa de entender por qué pasaba lo que pasaba.

Lo que no admitía dudas era la evidencia de que vivíamos en una sociedad podrida hasta la náusea. Pero eso ya lo vieron y denunciaron hace décadas José Luís Sampedro y Stefan Hessel. A la estela de sus pensamientos y de su testamento vital, nació el 15M - uno de los acontecimientos más hermosos y esperanzadores de este siglo - y desde entonces, ante la inmensa presión de "las Mareas", auténticas protagonistas de la revolución ciudadana, toneladas de porquería quedaron a la intemperie y un aire fétido hizo irrespirable nuestras ciudades.

Han transcurridos algunos años, y desde entonces, no ha amanecido el día en el que no nos abofeteen con el descubrimiento de un nuevo escándalo político, empresarial o sindical, de un robo mayor que el denunciado el día anterior, de otra escandalosa resolución judicial, del enésimo ataque al estado del bienestar, de cientos de imputados que no dimiten, de prevaricaciones, corruptelas y estafas de todos los colores, o del enriquecimiento vergonzante de los de siempre a costa de la miseria y la exclusión de una mayoría esquilmada y humillada.

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El lagarto verde y cabezón advirtió el peligro y con rapidez endiablada desapareció bajo las piedras. La pareja de cernícalos gritó con desespero su fracaso y remontó el vuelo sin tardar no sin antes, evacuar una monumental cagada que a punto estuvo de alcanzar su desprotegida testa. Una brisa ligera y fresca procedente de la cumbre traía olores de tabaiba, romero y pino. En el horizonte, mar y cielo se confundían con sus vestidos azul turquesa. Y el sol los besaba enamorado.

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Mientras gozaba de una paz privilegiada que le avergonzaba disfrutar, sus pensamientos no atinaban a comprender como habíamos caído tan bajo. La sucesión interminable de escándalos que explotaban cada minuto en las calles y plazas de nuestras ciudades habían dejado a la gente en estado de shock. Montañas de basura y vergüenza acabaron por entregarnos un país desolado y humillado.
Se sentía abrumado, espeso, confundido, impotente. No le estaba resultando sencillo hilvanar una línea de pensamiento que pusiera contra las cuerdas todas sus contradicciones.
¿Cómo hemos dejado que nos engañen así? ¿Qué mierda de sociedad hemos construido? ¿Qué ha quedado del estado del bienestar conquistado con tanto dolor y tanta sangre? ¿Quién nos lo ha robado? ¿Dónde ha quedado La Declaración Universal de Derechos Humanos? ¿Para qué sirve?¿Qué es eso que dicen, de que el poder reside en el pueblo? ¿Qué coña marinera nos están contando?

Su cabeza le daba vueltas. Sólo era un hombre. Un hombre igual que otros millones de hombres y mujeres que vivían en su tiempo. Seguro que también ellos se estarían haciendo las mismas preguntas.

Y por su cerebro desfilaron fotografías...

- Y experimentó asco y dolor ante imágenes que mostraban en un mismo plano la desolación y la miseria de unos seres semidesnudos ensartados entre las cuchillas de una valla altísima, asquerosa y sucia, buscando pan y libertad, y la indiferencia opulenta de unos cuantos que a escasos metros juegan al golf entre risas, champagne y promesas de lucrativos negocios.

- Le era imposible aceptar sin estupor, que en una situación de emergencia nacional, durante los años más duros de la crisis, 20 personas de nuestro país almacenaran tanta fortuna como 14 millones de pobres. Y mientras estos datos de bochorno eran dados a conocer por Oxfam Intermón, nuestro gobierno se vanagloriaba proclamando que somos la envidia económica de Europa?

- Era incapaz de entender las muestras de indignación y rabia contra los desmanes de sus gobernantes, y al mismo tiempo descubrir la absoluta sumisión de las masas en las urnas. Imposible comprender el voto de confianza del pueblo esquilmado, en favor de sus ladrones.

- Le producía desasosiego y mucha vergüenza participar activamente en todas las manifestaciones contra la injusticia y la corrupción, y al mismo tiempo constatar como cerramos los ojos, y la conciencia, a nuestros pequeños o "grandes" fraudes personales. Hipocresía y descaro.

- No podía evitar la frustración y la rabia que le producían personas que un día parecieron entregar entregar su tiempo y su vida para la construcción de un país más justo y más libre, y descubrirlas unos años después traicionándose a sí mismas y a las personas que confiaron en ellas. El dinero, el poder, la corrupción, las obscenas puertas giratorias...

¿Qué demonios nos pasa? ¿Por qué nos comportamos así? ¿Cuál es nuestra responsabilidad?

No alcanzaba a comprender tanta contradicción y tanta miseria. ¿Soy víctima o verdugo? ¿Soy pueblo o soy casta? ¿Qué quiero ser? ¿Lo que finalmente sea será fruto de una opción personal elegida libremente, o influirán de forma determinante la casualidad, la educación y la ideología?

Preguntas. Muchas preguntas y pocas respuestas.

. ¿En qué hombre creo? ¿A qué sociedad aspiro?

Educación. Educación en valores. Educación para la libertad. Educación para la ciudadanía.

. Palabras vacías, discursos vacíos, manipulación informativa, corrupción, mentiras.

. Una convicción. Quizás la única. Me niego a aceptar que el horror y la mierda que inunda nuestras ciudades sea una consecuencia necesaria del hecho de vivir. Ese horror y esa mierda la hemos traído nosotros. La ha traído el modelo de seres humanos que nosotros hemos construido. Por egoísmo, por desidia, por omisión o por haber sido educados en una cruel concepción del mundo.

. Añadiría una segunda convicción. Deberíamos acabar con tanta porquería. Y empezar de nuevo.

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Se está haciendo tarde. Está cansado. Hace bastante calor. Sacó un botellín de agua de su mochila y bebió con deleite. No estaba fresca, pero apenas le importó. Iba siendo hora de regresar. Con sumo cuidado, procurando flexionar las piernas para que la columna no sufriera, se levantó de su palco. Al tiempo, un ballet silencioso de pequeños seres vivos se movió con él.

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No había conseguido mucho. Las contradicciones seguían ahí. Su perplejidad, su indignación y sus dudas, eran prácticamente las mismas que ayer. Puede que necesitara más tiempo. O puede que nunca obtuviera todas las respuestas. No importaba. Seguiría preguntando, seguiría buscando. Hasta el final.

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En el guachinche del chorro santo le esperaban Pepito López, José Manuel Arbelo (el anfitrión) y Mario Villanueva. Una cervecita fresca y unas papas arrugás calentitas estaban ya sobre el mostrador. ¡Buen provecho!














































































































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