sábado, 26 de octubre de 2013

Buscando el Santo Grial.



      Se sentó sobre el pretil blanco del viejo muelle.

      Había llegado a la hora de siempre. Muy pronto, la línea del horizonte comenzaría a teñirse de rojo, o de amarillo, o de naranja, o verde miel... nunca supo bien como describir ese color único. A lo lejos, un puñado de nubes blancas, hijas del inmenso mar azul, se vestirían de fuego y de oro y llenarían de belleza las primeras luces de la mañana. Hasta que el milagro se produjera, sus cansados ojos no mirarían otra cosa. No le interesaban los barcos de pesca que llegaban a puerto, ni el Ferry que pedía permiso para el atraque, ni los mariscadores que robaban lapas a las rocas. El sólo quería ver como nacía el sol de entre las entrañas del océano. Y fundirse, y perderse.

      Y el milagro se produjo. Y el viejo pareció dialogar con las olas mientras unos peces voladores se divertían saltando sobre ellas, y un bergantín pirata, con sus velas blancas desplegadas, se cruzaba con el sol. Y la ciudad se llenó de luz. Y por un instante cesaron los ruidos. Y desaparecieron los miedos. Y el hombre mayor se fundió con el mar y con el cielo. Y voló. Y voló. Y comenzó a entender.

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      Aún permanecían encendidas las farolas de la calle. El reloj de la autoridad municipal vivía, como otras tantas cosas de su gobierno, en un mundo paralelo. Qué importa; paga el contribuyente

      Era una hermosa mañana de otoño. Un buen número de hombres y mujeres caminaban, corrían o pedaleaban por la avenida marítima. El viejo andaba entre ellos. Les miraba curioso. Imposible no hacerlo. Le fascinaban sus rostros congestionados, serios, empapados, ausentes, su respiración entrecortada, acelerada, fatigada, a punto de explotar, sus cuerpos fofos, pesados, flacos, atléticos, bellos. ¿Qué pensarían? Siempre eran los mismos. O casi. No le sería difícil reconocerlos a todos. Algunos le saludaban; un gesto de la mano, una sonrisa, un movimiento de cabeza. Otros sólo miraban al suelo, o al infinito, o no miraban nada. De vez en cuando se paraba, volvía sus ojos al mar y se dejaba llevar... "Una manada de gaviotas sobrevuelan alborotadas alrededor de un barco pesquero cargado de sardinas. Se avecina un festín. El aire se llena de sus roncos graznidos mientras ejecutan con perfección mil piruetas circenses. El sol se ha liberado de las nubes y reina esplendoroso en el cielo azul. Ya no se ve el barco pirata. En su lugar, un enorme petrolero avanza despacio hacia la bocana del puerto. Dos gatos jovencitos juegan entre las escolleras. Subida en el bloque más alto les vigila su madre, mientras observa con recelo al curioso impertinente. Un golpe de viento arranca gotas de mar de una ola juguetona y mojan su cara y su pelo. Olores de sal y de algas envuelven la brisa y sus ropas." Y se siente parte del Gran Plan.

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      Ya casi estaba. Había iniciado la ascensión bajo la luz de las estrellas cuando su reloj de pulsera marcaba las 3.15 de una fría mañana de otoño. Llegó a la cima y se dejó caer; su espalda, sobre las piedras y la tierra virgen, sus ojos llorosos, mirando al firmamento. Estaba muy cansado, pero había merecido la pena. Siempre le atrajo la montaña. La gran montaña. La montaña escarpada, abrupta, salvaje, con vegetación o sin ella, sola o con otras montañas alrededor, y mejor aún, con cadenas interminables de montañas como compañía. Con fuentes de agua en sus entrañas o sin más agua que la que quisiera proporcionarle el cielo. Con soledades y con viento. Con soledades y silencio.

      No era escalador. Nunca quiso serlo. Para llegar a la cumbre prefería los senderos, los caminos de cabras, las rutas abiertas para subir erguido, sin piquetas, ni cuerdas, ayudado sólo por su viejo bastón de fresno, sus ojos de niño y sus sueños.

      Se sentó en un balcón al abrigo del viento, como le habían enseñado de pequeño. Apoyó su espalda dolorida en la enorme piedra que los ángeles habían colocado allí para él, abrió los ojos, se subió a lomos de un águila imperial, y dejó que sus sentidos y sus pensamientos le llevaran en libertad adonde quisieran. Y vio lo que vio.


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