sábado, 9 de noviembre de 2013

Mes de noviembre de 1959.



      Pasaban unos minutos de las cuatro y media de la tarde. Algunas madres compartían confidencias, mientras aguardaban inquietas la salida de las más pequeñas. Se abrió el gran portón de madera y llegó hasta la calle el maravilloso sonido de las risas, los gritos y las carreras de un montón de niñas entre seis y diez años que festejaban la libertad de un maravilloso fin de semana. Era viernes, y ante una perspectiva así, poco podían hacer las monjas salesianas en su pretensión de lograr una evasión sosegada.

      A escasos metros de allí, apostado en una esquina desde la que tenía una visión perfecta del María Auxiliadora, un chico muy joven parecía ocupado en vigilar y ocultarse a la vez. Temblaba. Sus ojos no se apartaban de las puertas de salida del colegio ni sus manos de atusar su cabello y sus ropas. Se diría que le importaba mucho causar buena impresión. No tendría más de quince años. Vestía pantalón de pana marrón oscuro y suéter beige de lana fina que le caía por fuera del pantalón. Calzaba unos modernos mocasines deportivos color camel. Los había comprado por correspondencia en Galerías Preciados, unos grandes almacenes que estaban en Madrid. Su pelo castaño claro había sido peinado con mimo imitando el estilo utilizado por un joven político norteamericano que unos años después se convertiría en Presidente de los Estados Unidos.

      Después de unos momentos de bullicio, reencuentro y besos, madres y niñas desaparecieron abrazadas, o de la mano, calle arriba y calle abajo. El joven seguía esperando. Cada vez más atento. Cada vez más nervioso. Procurando ver y procurando no ser visto. Transcurría plácido el otoño de aquel año de finales de los cincuenta. Las hojas de los árboles empezaban a teñir de rojo y oro las aceras y las plazas. Una suave brisa las hacía volar. Parecía que bailaran. Un Mercedes blanco aparca a las puertas del colegio. Un Volkswagen pirata, lleno hasta los topes, circula despacio camino de Las Palmas. El muchacho miraba una y otra vez su recién estrenado reloj de pulsera. Los minutos transcurren pesados y eternos. Pronto serán las cinco, sonará con insistencia el timbre y empezarán a salir. Ya suena. Ya salen. Allí viene. Le gusta verla con el uniforme. Es increíblemente hermosa. "La más hermosa". Está inquieto. Tiembla exageradamente. Ha de serenarse. No le ha visto. Se hará el encontradizo. Lleva en sus manos el libro de física. Aún no ha leído una sola página, pero le gusta que ella lo vea con él. Es muy grande, pesa kilo y medio y le da un cierto aire de tipo interesante.

      .- ¡Hola!... ¡Qué casualidad! No sabía que estudiaras en este colegio.

      La chica le escucha sorprendida, pero no se muestra esquiva. Lo conocía de verle por la plaza pero nunca habló con él. Parecía halagada. Y sonrió.

      .- Ah!... ¡Hola!... Si, si, ...desde muy pequeña...Y tu... ¿vives por aquí cerca?

      El muchacho recuperó de repente la seguridad. "¡Aquella sonrisa...!"

      .- No, vivo en San Juan, pero es qué tenía que recoger unos apuntes en casa de un compañero que vive por aquí cerca y, ...mira, que bueno, quiero decir que,...ha sido estupendo tropezarme contigo.

      .- ¡Oh,gracias! - se sonrojó la joven - Yo también me alegro - un pequeño balbuceo, los ojos que no saben donde posarse - Bueno,... Lo siento, ... perdona,... es que tengo que llegar pronto a casa. Me esperan para salir.b

      .- Claro, claro. Yo también estoy muy ocupado. Tengo mucho que estudiar este fin de semana. Me alegra haberte saludado. Quizás podamos quedar algún día.

      .- Si, ...quizás. Adiós.

Cuando se alejaba, el muchacho gritó...

      .- Me llamo Luis.

      La chica se volvió.

      .- Y yo, María.

      Y la calle quedó desierta. Y el gran portón volvió a cerrarse.

...........................................

      Por la puerta de atrás del Casino escapan sonidos de salsa, blues, y fox-trot. Enfrente, con las puertas abiertas y todas las luces encendidas, el cuartelillo de la guardia municipal registra el movimiento habitual de un sábado por la noche: paisanos con un roncito de más que se vuelven majaderos, alguna discusión que acaba en trifulca; nada que no estuviera previsto. La calle del Conde de la Vega Grande luce magnífica. En sus muros, vestigios de un pasado de esplendor y un cierto toque de nostálgica añoranza. Hoy se ve tranquila y silenciosa, como casi siempre. Apenas circulan coches, tampoco gente, como casi siempre.

      Abandonó la plaza sin que sus amigos se dieran cuenta. Alguien le había dicho que María vivía allí, en la calle del Conde. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de encontrarla a aquellas horas. Puede que ni siquiera estuviese en su casa: "Me esperan para salir" - le había dicho la tarde anterior -, pero no pudo resistir la tentación de pasear junto a su portal, de mirar a su ventana, de perseguir su aroma, de soñar con el milagro.

      Se colocó en la acera de enfrente, apoyado en la pared. De vez en cuando miraba a un lado y a otro, por si viniera alguien y pudiera extrañarse de su presencia allí, en soledad, y a aquellas horas de la noche. Pero sus ojos no podían apartarse de las ventanas del piso alto de aquella casa de dos plantas pintada de amarillo. Las persianas permanecían subidas y los visillos echados. Si había alguien en casa, es posible que ya estuviese durmiendo. "Dulces sueños, amor mío". Pero no era tan tarde...Tal vez estuvieran al fondo, trajinando en la cocina, o en alguna otra dependencia interior. Se daría algo más de tiempo. Esperaría un poco más y después regresaría con los chicos. Ya se inventaría algo si hubiesen advertido su escapada.

      Nadie transitó por la calle desde que él llegó. Tampoco circuló ningún coche. Tenía suerte. La noche era oscura y la farola más cercana estaba a más de 20 metros. Se sentía seguro.

      En un momento todo cambió. Súbitamente, las luces que daban al balcón se encendieron y se pudo adivinar la presencia de alguien moviéndose tras los visillos. Su corazón se disparó. De un respingo su cuerpo se despegó de la pared y quedó erguido y temblando. Aquella luz iluminó la calle y el lugar en el que estaba. Y pensó en salir disparado. ¿Cómo pudo ser tan imbécil?¿Qué pasaría si se asomasen sus padres y le descubriesen allí? Sería terrible. Quedó paralizado. ¿Cómo escapar? Sus piernas apenas le sostenían. Se recostó sobre el muro y rezó para que nadie en la casa mirase hacia afuera. ¿Qué iba a decir? ¿Cómo explicaría su presencia allí? En los escasos segundos que siguieron experimentó todo el terror del mundo.

      De repente, se apagaron las luces. Y la casa quedó a oscuras.

...................................................

      En la Plaza de San Juan.

      .- Luis, ¿dónde te metes? ¡Vaya una cara que traes!... Hace sólo un momento, un bombón impresionante ha estado preguntando por ti. Nos dijo que te dijéramos que se llama María.

      Luis no dijo nada; sonrió con timidez, y volvió a perderse.


                                       .................................................................................

                                                      Mi alma se ha empleado,

                                                      y todo mi caudal en su servicio,

                                                      ya no guardo ganado,

                                                      ni ya tengo otro oficio,

                                                      que ya sólo en amar es mi ejercicio.

                                                                           (San Juan de la Cruz.)

                                           ...................................................................................
















No hay comentarios:

Publicar un comentario