martes, 18 de junio de 2013

El anciano y el adolescente

Camina entre mucha gente. Procura ir pegado a la pared y con todos los sentidos alerta para evitar que le atropellen. Desafortunadamente, sus sentidos ya no ayudan mucho. Tampoco sus piernas. No ha envejecido mal, pero a veces olvida que pronto cumplirá ochenta años.

 Hoy es fiesta grande en el pueblo. Todo el mundo está en la calle. Seguramente debió salir antes. O no haber salido ¡Pero el día era tan hermoso! Ni una nube en el cielo azul, el sol iluminándolo todo y una suave brisa dulcificando los calores del verano ¿Cómo resistirse a una tentación como esa?

 Un patinador imprudente está a punto de embestirle, <<Quítese de en medio, abuelo>>,grita el kamikaze. Un grupo de viandantes increpa al muchacho que se aleja volando sobre la acera, mientras se acercan solícitos al anciano que se apoya en la pared, paralizado aún por el susto. Le tiemblan las piernas y el corazón le late desbocado, pero se esfuerza en aparentar tranquilidad. No soporta sentirse dependiente. <<Gracias, gracias. Estoy bien. Son ustedes muy amables. No ha sido nada. Ya pasó>> << ¿No quiere usted sentarse?>> - pregunta amablemente una señora - <<No, no. De verdad, estoy bien>>.Y se pone a caminar nuevamente con algo de impaciencia y gestos de gratitud.

 Tiene prisa por llegar a la plaza. Allí estará a salvo, piensa. Ojalá esté libre su banco. Sus ojos se acostumbraron a mirar desde él. También desde él le resulta más fácil convocar sus recuerdos, los que sucedieron realmente y los que sólo fueron sueños. Pero que también son vida. Parte de su vida.

 Por fin llegó. Ha tenido suerte. El banco está libre. Una pareja acaba de levantarse y se alejan cogidos de la mano. Apresura sus pasos, no se lo vayan a quitar. Ya es suyo. Un montón de pájaros, inquilinos de lo laureles de India que dan sombra a la plaza, le han reconocido. Se acercan a saludarle, picotean el trigo que les ha dejado alrededor de sus pies y remontan el vuelo entre trinos y piruetas.

 No le ha visto acercarse. Un adolescente bastante flaco y algo tímido se ha colocado frente a él. Lleva una bandolera al cuello y un libro entre sus manos; <<Señor, ¿Puedo?>> - pregunta en un susurro - <<Claro, hijo, por supuesto - dice casi sin mirarle - siéntate, hay sitió para los dos.>>

 Esto no entraba en los planes del anciano. Hubiese preferido estar solo, pero las cosas no siempre suceden como uno quiere. Pensaba, que si alguien extraño se sentaba en su bancocon él, "sus viejos amigos" no se atreverían a venir. Se rompería la magia del recuerdo. Pero no puede hacer nada. El banco no es suyo y el joven ha sido educado y respetuoso. Esperará. No tiene prisa. Tal vez se vaya pronto. Lo peor sería que le hablara. No le apetece conversar. Lo único que desea es cerrar los ojos y pensar. ¡Pensar! Han pasado los años y no encuentra consuelo mayor. Sigue sintiéndose tan necio como siempre, tan ignorante como siempre, tan pequeño como siempre, con los interrogantes y las oscuridades de siempre....pero ya no siente angustia, ni temores, ni miedos ancestrales. Sólo el enorme placer de la búsqueda gozosa del conocimiento que, seguro, le aguarda tras el velo. Sigue queriendo saber. Como quería cuando era un crío, como quería cuando desaparecieron de su vida todas las certezas. Ha pasado una eternidad, pero parece que fuera ayer.

 Por un instante abandona sus cavilaciones y dirige su mirada al muchacho. Parece ensimismado. Ensimismado y huido. ¿Qué estará pensando? Es muy joven para tener recuerdos. Seguramente esté soñando. ¿En una chica, tal vez?, ¿En su futuro incierto?Quizás no le guste el mundo en el qué vive. Quizás se pregunte por qué vive.... Nada nuevo. Lo mismo que ayer, que hace mil años, lo mismo que mañana.

 El joven ha abierto su libro y se ha puesto a leer. De vez en cuando levanta los ojos y dirige su mirada al balcón con banderas. Y se ilumina su rostro. Y de repente desaparece.

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