miércoles, 7 de noviembre de 2012

En el corazón de la Medina. (Recuerdos.-32)

      Abrió lentamente los ojos mientras se desperezaba sobre la cama  deshecha. Nunca durmió bien.  Por el ventanal abierto entraban la luz y los primeros sonidos de la mañana. Sobre el pretil del balcón de la terraza unos grajos chillaban y movían sus largas colas negras con desespero. Miraron hacia dentro con desconfianza y levantaron raudos el vuelo. Durante unos minutos permaneció en la cama contemplando el color de los arboles que se mecían movidos por el aire que llegaba desde la sierra. Con el cielo azul decorando su coreografía, decenas de pájaros daban la bienvenida al sol entrando y saliendo de la floresta y ejecutando piruetas imposibles en un juego febril de homenaje a la vida.

      De la planta baja llegaban aromas de café recién hecho y sonidos de una radio que no cesaba de emitir, una y otra vez, con desesperante reiteración, las noticias del primer boletín. El run run de la calle comenzaba a colarse a través de las ventanas que se abrieron de par en par en busca de aire nuevo. El vecino de enfrente llevaba a su perro al descampado de al lado, niños medio dormidos arrastraban sus pesadas mochilas hasta el bus escolar, hombres y mujeres arrancaban sus coches camino del trabajo y el abuelo, que vivía más arriba, había salido  a pasear con su sombrero panamá hundido hasta las orejas y su bastón de fresno protegiendo su frágil equilibrio.

      Una nube caprichosa se detuvo delante del sol y por un instante la mañana se vistió de grises. Aires  de misterio envolvieron la casa. Al balcón llegó una paloma con el plumaje más bello y brillante que jamás se vio. La reconoció al instante. Le miraba fijamente, con determinación, cómo si pretendiera decirle algo. Se levantó de la cama y caminó hacia ella. Al atravesar el ventanal la paloma levantó el vuelo y se marchó. El se sumergió en la nube.

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      Sentado en el escalón de la puerta de su casa, el niño escuchaba el monótono zurear de las palomas mensajeras, las historias de la radio que acompañaban a su madre mientras trabajaba en el telar y las voces de sus amigos jugando con una pelota de trapo en la calle Defensores del Alcázar. Cada cierto tiempo, las voces de Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa dejaban de sonar y en su lugar se escuchaba la canción del negrito de Cola-Cao; la voz de un niño gritaba, ¡coche!, y el partido se paraba al instante apartando las porterías de piedra en un santiamén y subiéndose a la acera mientras saludaban con regocijo a los ocupantes del vehículo. Las palomas nunca dejaban de arrullar. El pequeño cavilaba.

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      Bastante lejos de allí, en una ciudad que tiene por sobrenombre la paloma blanca y que existe desde el siglo III a.C., Tetuán, "los ojos" - significado de su traducción árabe -, una niña de no más de nueve años,vecina del barrio de Muley Hassán, lleva de la mano a su hermano pequeño por entre el mágico laberinto del zoco de la Medina.

      .- Nena, por favor, nos vamos a perder y mamá se va a enfadar. Y papá... si se entera papá?.-

      .- Anda no seas tonto. Ya verás que bonito es todo esto. Te compraré unas aceitunas. Ya verás lo ricas que están,.... pero tienes que guardarme el secreto, ¿vale?.-

      .-¿Vale? Pero yo no quería, ¡eh!
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      Cada día, camino del colegio, la niña guardaba el dinero que su madre le daba para el trole y atravesaba caminando el asombroso y seductor mercado de la Medina.Los comerciantes, casi todos musulmanes, también algún judío, miraban con curiosidad a aquella niña delgadita - española sin duda -  de tez blanca, pelo largo y negro recogido en coleta y unos grandes ojos color verde-miel que miraban con deleite y con asombro. Un jovencito marroquí estudiante de algún colegio cercano, se hacía el encontradizo cada día, la miraba con timidez y le decía de forma muy queda,.- "Qué sojos más bonitos".- La niña se ruborizaba, pero guardaba todas estas cosas en su corazón. Cuando llegaba a la altura del paraíso sacaba las monedas de su ahorro y las gastaba en aceitunas, frutos secos, chuparquías y otras delicias marroquíes.- ¿Qué te parecen niño?¿A qué están ricas?.-

       La fascinación ante aquel universo que se le ofrecía regalado y su desbordante imaginación, acabarían conformando una personalidad mágica y supersticiosa, pero también tolerante y abierta. Nunca sintió miedo en medio de aquel caos hechicero. ¿Inconsciencia? ¿Sexto sentido? ¿Ingenuidad? Quién sabe. Tal vez de mayor no lo hubiese hecho. Pero eso ahora importa poco. Lo que si es seguro, es que aquellos momentos forman parte ya del tesoro más amado de su memoria.

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      La nube desapareció al fin, el sol volvió a brillar y la casa recuperó su rostro. De nuevo llegaban hasta mí el olor del café recién hecho, los sonidos de la radio y las noticias amargas de la crisis. Lo que no acababa de entender era qué hacía yo en el balcón, descalzo y en pijama.















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