miércoles, 28 de noviembre de 2012

Meditaciones en el bosque.

      Había salido a caminar con la intención de perderse. Pensaba que, tal vez así, en la soledad y el desamparo, le fuera más fácil encontrarse definitivamente.

       Salió de su casa muy de mañana. Los autobuses comenzaban a salir de sus cocheras. Bajo las marquesinas de la EMT, trabajadores de las fábricas del extrarradio y algunas empleadas de hogar aguardaban con impaciencia su paso. Hacía algo de fresco, aunque los chic@s del tiempo predecían para hoy un cielo sin nubes y temperaturas agradables. El resto de la calle aún dormía. Sólo empleados del servicio de limpieza y algún sacrificado corredor de fondo se cruzaron en su camino.

      En muy poco tiempo abandonaría el asfalto y penetraría en el bosque. Se había pertrechado bien. En su mochila llevaba un considerable bocadillo de jamón - le habían prohibido el queso y el chorizo -, algo de fruta y una botella de agua; un libro, un cuaderno y el iPad que le regaló su mujer. Y para posibles emergencias, el odiado móvil, acompañante innegociable si deseaba emprender la marcha sin una bronca innecesaria.

      Muy pronto dejó de escuchar los ruidos de la ciudad. En su lugar, las ramas de los  grandes arboles de hoja perenne le brindaban un concierto singular danzando al son que les imponía el viento. Mientras, sus pies, calzados con sólidas botas trekking, hacían crujir el suelo cubierto de las hojas secas que se desprendían de los plátanos, las acacias, los nogales y los castaños. Pájaros, topos y algún cervatillo curioso se dejaban ver como si intentaran decirle que le iban a acompañar, quisiéralo o no, en su iniciática travesía hacia la soledad.

      Aunque se esforzaba por mantener su mente bajo control, un torrente de imágenes y elucubraciones no buscadas se colaban en sus pensamientos ocupando un enorme espacio de su capacidad cognitiva consciente. Y no podía hacer nada por evitarlo. A pesar de sus esfuerzos, era incapaz de sostener por mucho tiempo seguido un discurso reflexivo coherente. Otras estampas, otras ideas, otras preocupaciones se colaban con descaro y sin permiso en el espacio que el había acotado previamente como marco de sus reflexiones. Siempre fue así. Y no le ocurría a él sólo. Era la servidumbre de un cerebro poco entrenado. No importaba. A pesar de sus limitaciones, le apasionaba el tiempo dedicado a la meditación, al estar, al prestar atención, al examen, al placer de la búsqueda. Tenía la certidumbre de que el gran milagro estaba muy cerca,... ¿quién sabe?, tal vez dentro de él. 

      Sin embargo, prefirió no refugiarse en respuestas de manual. Había decidido huir de conjeturas poco razonadas, ni siquiera en las seguridades que le ofrecía la religión. No olvidaba su pasado ni la educación que recibió, y aunque las convicciones que sustentaban su vida le ayudaban a ser feliz y a mantenerse razonablemente en paz con el mundo, deseaba enfrentarse al misterio de la vida desnudo y sin agarraderas. Sentía la necesidad de liberarse de dogmas, de verdades absolutas, de certezas que encadenan. Deseaba experimentar la intima alegría de saber que, aunque no lograse encontrar "El Santo Grial", lo importante de la vida se encontraba en el viaje, en la búsqueda humilde y apasionada  de la verdad, la nuestra y la del universo. 

      Llevaba algunas horas transitando senderos que nunca había explorado. Confiaba en el GPS de su móvil si finalmente se perdiera. No parecía fácil que fuera a encontrarse con nadie. El paisaje comenzaba a cambiar. Los árboles de hoja caduca habían desaparecido. Acacias, pinos que casi tocaban el cielo y enormes robledales centenarios se habían adueñado por completo del bosque. La luz del sol encontraba grandes dificultades para entrar. Helechos gigantes se adueñaban de los intransitables senderos. Los animalillos nocturnos aumentaron sus horas de vigilia sin temores. Una enorme cabeza de búho le vigilaba curioso con sus grandes ojos fríos desde lo alto de su trono. Una formidable cornamenta asomó tras unos matorrales a escasos metros de su posición, olfateó el aire, levantó orgulloso su testa y desapareció a toda velocidad. Nunca había visto un ciervo tan hermoso y tan de cerca. 

      Estaba cansado y comenzaba a tener hambre. Necesitaba llegar a un pequeño claro donde el sol calentase el suelo y calentase su cuerpo. Media hora después, al llegar a lo más alto de la montaña el bosque se abrió de súbito. Ante sus ojos, un enorme ruedo alfombrado de hierba suave y verde con incrustaciones de pequeñas flores silvestres, rojas, blancas y amarillas y coronado en el centro por un pequeño lago de aguas azules y frías donde abrevaban en paz decenas de animales  en libertad. Y frente a él, una larga cadena de montañas, algunas, bosques impenetrables, otras, graníticas y agrestes salpicadas de bayas y zarzamoras y de un puñado de cabras que saltaban de risco en risco.

      Subió a la roca más alta, sacó su iPad, y filmó cada rincón y la linea del horizonte y las aguas cristalinas y las majestuosas montañas y la paz de las especies  ... Y guardó silencio.

      Un águila imperial cruzó majestuoso sobre el lago y se dirigió a los muros de granito. En sus garras transportaba el alimento para sus crías.

      Despacio, casi con mimo, fue acercándose a la orilla del lago. Los animales, sorprendidos, levantaron sus cabezas, le miraron curiosos y decidieron seguir  bebiendo y retozando. Sobre el espejo de las aguas quietas, el bosque, las montañas y la vida que se movía en ellas, aparecían reflejados con una veracidad sobrecogedora. Y también se reflejó él. Y contempló su rostro. Y se descubrió cansado, perplejo, extasiado. Transcurrió un tiempo. Por fin levantó la vista del estanque, dirigió su mirada hacia las montañas reales... y más allá, hasta el infinito. Cerró por un instante sus ojos ... y se fundió con la belleza.

      Embriagado y transportado, se tendió sobre la alfombra verde, abrió el iPad confiando en tener conexión con el satélite, entró en la biblioteca, seleccionó un libro de San Juan de la Cruz y se dispuso a leer unos poemas del Cántico Espiritual.

                                                  ¿Adónde te escondiste,
                                                   Amado, y me dejaste con gemido?
                                                   Como el ciervo huiste,
                                                    habiéndome herido;
                                                    salí tras ti clamando, y eras ido.
                                                                  
                                                  ¡Oh bosques y espesuras,
                                                   plantadas por la mano del Amado!
                                                   ¡Oh prado de verduras,
                                                    de flores esmaltado!
                                                    Decid si por vosotros ha pasado.

                                                    Mil gracias derramando
                                                    pasó por estos sotos con presura,
                                                    e, yéndolos mirando,
                                                    con sola su figura
                                                    vestidos los dejó de su hermosura.

                                                           .....................................

      Durante un tiempo que no pudo o no supo medir, sus pensamientos volaron y se perdieron. Y aunque no obtuvo certezas, se sintió sereno y pacificado.

      Sin embargo, mientras sus sentidos y su mente le conducían por aquel Shangri-La soñado, cientos de flashes bombardeaban su cerebro transportando imágenes que rompían la armonía de aquellos instantes: "matanzas de niños en Siria", "miles de desahucios en España", "millones de seres humanos desplazados por la guerra y por el hambre", "terremotos, tifones, tsunamis, huracanes","injusticias, paro, conflictos, estafas, corrupción"... Y se sintió perplejo y miserable.

       El Yin y el Yang, la armonía y el desorden, el bien y el mal,...

      Continuaría escuchando. Viviría largas horas de espera atento al menor movimiento de los seres y de las cosas. Y lo haría desde la duda y el desconcierto, desde la humildad y la determinación. Pero sin temores, convencido de que algún día alcanzaría la sabiduría y que la justicia y la bondad acabarían imponiéndose.

      Se había hecho tarde. Recogería las cosas y se pondría en camino. El bocadillo de jamón permanecía intacto en el fondo de la mochila. De repente se le agudizó el hambre, quitó el papel albal que lo cubría y lo mordió con desmedido placer.

                                                           ...................................

      Un grupo de senderistas acababa de llegar y se acercaron a saludarle. Ya no tenía que preocuparse por el GPS. Regresaría con ellos.




















































                                                                       
                                                    

                                         







































     











   
















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