miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tetuán. El paraiso en la memoria. (Recuerdos.- 33)

      Salí  antes de que lo hiciera el sol. Quería llegar a la cumbre y plantar mi tienda en ella con las estrellas como única luminaria. Hacía frío, pero nada que no pudiese combatirse con un buen anorak. Un mar de nubes impedía que mis ojos pudieran ver el valle. Sólo podía mirar hacia arriba y contemplar el cielo, o hacia el infinito e intuir el mar.

      Fue fácil montar la canadiense. A pesar de los años, no había perdido habilidad. Hay cosas que nunca se olvidan. Sentí alegría. Aguardaría en su interior hasta que llegara el momento. Ya no tardaría. Pequeños ruidos nocturnos de animalillos que comenzaban a desperezarse, rompían levemente el imponente silencio de la montaña. No corría ni una pizca de aire. La oscuridad se adueñó de todo.

      Y llegó el instante... La emoción me hacía temblar. Estaba preparado. Al fondo, en la línea del horizonte, un halo de luz blanca, amarilla, anaranjada, comenzó a rodearme en un círculo perfecto. Los contornos de la isla comenzaron a definirse como si los rotularan con tinta China. Las montañas, despojadas del manto negro de la noche, parecían de acero, algunas peñascos oxidados refulgían como el bronce, bandadas de aves levantaron su vuelo anunciando el nacimiento de un nuevo día y todos los seres vivos que moraban por allí salieron de sus madrigueras para celebrar juntos la vida. Yo salgo de la tienda y me subo al risco más alto.

      Poco a poco, con la majestuosidad de quien se sabe rey del universo, allá por donde señalan que está el Este, distante y cercana a la vez, una enorme bola de fuego, a ratos amarilla, a ratos naranja, a ratos roja, comienza a emerger desde las profundidades del océano iluminándolo todo, calentándolo todo, vivificándolo todo. Insignificante y estupefacto asisto al espectáculo más maravilloso y emocionante que pueda representarse sobre la faz de la tierra. Y mientras esto ocurre, miles de voces, cientos de trompetas, violines y timbales interpretan dentro de mi el Mesías de Haendel, la Novena de Beethoven y cuantos himnos inventaron los hombres para honrar a la gloria de la creación. Y su sonido continuó expandiéndose por cañadas, desfiladeros y barrancos recordando a todas las criaturas nuestra pequeñez y nuestra grandeza.

      Y el hombre, estremecido  y con lágrimas de sal mojando su barba, se agarró a la piedra que fue su palco y permaneció en silencio largo tiempo, conmovido, pacificado.

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      Asomado al balcón de su dormitorio, con las manos sobre el pretil de teja y el sol a punto de esconderse tras el bosque cercano, un hombre dejaba que sus pensamientos le llevaran una y otra vez a aquel lugar que sabe a leche y miel, a especias y frutos secos, que huele a naranjos y flor de jazmín, a tomillo, a menta y a hierbabuena.

      Cada tarde, después de su tiempo de paseo y antes de entregarse a la lectura, se acerca a su mujer y la besa. Luego, de forma discreta e intentando no llamar la atención, se cuela furtivamente en el escenario en el que fue raptado por primera vez una mañana de verano. Y sueña con el milagro. Con la nube y la paloma. Sabe que no podrá trasladarse a aquél lugar con la memoria, porque no la tiene. Nunca vivió allí. Necesitará un viaje a través del tiempo que lo traslade de nuevo al corazón de la Medina, a la Plaza del Primo (plaza de Mulay Mahdi) y a la pastelería Del Buen Gusto, a los paseos por la calle del Generalísimo y a la verdad del barrio de Moulay Hassan. Una vez allí se convertiría en humilde espectador de la vida teniendo el máximo cuidado para no interferir en los acontecimientos del pasado. Le producía vértigo las consecuencias del posible efecto mariposa.

      Pasaron muchos días. Él esperaba. Por fin una tarde, con el sol colgado de un cielo completamente azul, con multitud de pájaros entrando y saliendo de los cipreses que plantaron cuando se construyó la casa, con el lagarto de siempre calentándose sobre las baldosas del jardín, una nube negra venida de no se sabe donde, se interpuso entre la estrella y la tierra. Y cubrió de grises la ciudad. Una paloma, con el plumaje más bello y brillante que jamás se viera, se posó en lo alto del magnolio. Le miró fijamente, como queriendo decirle algo. La reconoció al instante. Y sus ojos se llenaron de agua. Un momento después, la paloma levantó el vuelo y se marchó. Él se sumergió en la nube.

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      Caminaba erguida, con el gesto serio, aparentando una seguridad que estaba lejos de poseer pero que le servía de escudo ante posibles acercamientos o comentarios indeseados. Ya no era la niña que llevaba a su hermano de la mano y a quién  compraba aceitunas en el zoco para que guardara un secreto. Se había convertido en una jovencita preciosa que se peinaba a lo garçón  y se vestía con los modelos que descubría en el Elle llegado de París y que su madre confeccionaba para ella con tejidos más humildes. Delgada, de tez muy blanca y pelo muy negro, con una nariz judía que enriquecía sus facciones y el rictus serio de su boca, con unas orejas que nunca aceptó porque las veía grandes y en exceso separadas y, sobre todo, con unos grandes ojos verde miel que atravesaban cuando miraban. .- ¡Qué bonitos sojos tienes!.- le decía cada día el morito joven de la Medina al verla pasar.

      Ya no vivía en el humilde barrio de Moulay Hassan. No tenía pues por qué atravesar la judería para ir al colegio. Sin embargo le seguían atrayendo los aromas del pan y las aceitunas, de los pasteles de almendra y las chuparquías,  de la harira y del tajine de pescado o de cordero. Pero sobre todo, le gustaba pasear por el callejón de las especias, Un puesto y otro y otro más, decenas de negocios exhibiendo grandes sacas con sus enormes bocas abiertas rebosando y regalando aromas, hermosura y exotismo justo a la entrada de las tiendas. Canela, comino, pimienta, cúrcuma, azafrán, pimentón, semillas de anís, cilantro, nuez moscada,...y ras el hanout (mezcla de entre diez y veintiocho especias al gusto del tendero). Una explosión de colores rojos, amarillos, anaranjados y toda la gama de ocres y marrones que la naturaleza era capaz de crear, vestían de belleza el corazón de la Medina. Humildemente confieso mi falta de talento para describir la emoción que los ojos y el alma de aquella joven eran capaces de percibir en aquellos instantes.

      Trabajaba muy cerca de allí, en un negocio de importación y exportación regentado por un hebreo. Se puso a trabajar muy pronto. En casa hacía falta el dinero y la escuela le aburría soberanamente. Prefería sumergirse en la lectura de Pearl S. Buck, de Julio Verne o en los libros de la colección Historias. Y después de una primera experiencia en una farmacia de su barrio recaló allí, muy cerca de la calle de La Luneta, justo en la frontera con la ciudad moderna.

      Casi todas las tardes, al acabar su jornada laboral, se iba a ayudar a ayudar a Mª Elena, su mejor amiga en aquellos años, que estaba empleada en una tienda en la que se vendían tebeos a "dos por uno". Ejemplares absolutamente nuevos, sin mácula y con el único inconveniente de tenerlos con  algunas semanas de retraso - fruto de las devoluciones a las editoras - y con los que un comerciante avispado había montado un espléndido negocio.¡Un auténtico paraíso para una buscadora de sueños!

       Allí la descubrió un empresario catalán, dueño de la librería Escolar, que no dudó en ficharla para su negocio cuando observó la pasión con que aquella jovencita miraba y devoraba aquellos cuentos. Con el tiempo descubriría también que era una comercial de primer nivel; responsable, bonita, lista y enamorada de lo que hacía.

      María se sentía feliz. Trabajaba en un local precioso, entre los libros que siempre amó y tratando con clientes singulares que enriquecían su vida. Sólo un pero: le pagaban muy poco. Y esa fue la perdición del librero. Los comerciantes de Tetuán "olían" enseguida a un buen vendedor, y allí se conocían todos. Algún tiempo después, los dueños de la pastelería El Buen Gusto le ofrecieron trabajo y le triplicaron el sueldo. Cuando el catalán quiso reaccionar, ya era tarde. Y se quedó sin María.

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      Continuará...
























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