lunes, 31 de diciembre de 2012

Los Jinetes del Apocalipsis.

      Hombres que caminan deprisa sin mirar a nadie, ciegos entre ciegos, autistas entre autistas, mujeres abriéndose paso con bebés entre sus brazos, mujeres que te miran, mujeres ejecutivas, mujeres de couché, jóvenes depositando propaganda entre tus manos, camareros que ofrecen asientos en terrazas vacías, turistas perdidos ojeando un mapa, un mendigo entre cartones y su perro apurando un brick de vino tinto, una prostituta que coge a un hombre del brazo, "cariño por 20€ un francés, por 30 un completo", y se pierden por la calle de la Luna, dos rumanas cerca de un bolso abierto y el grito desesperado de una anciana, ¡a las ladronas, a las ladronas! Dos guardias municipales que se acercan y unos trileros que corren con su tinglado a cuestas, El Rey León, Sonrisas y Lágrimas, Blanca Nieves Boulevard, Zara, H&M, McDonalds, Fnac, El Corte Inglés...mucha gente, infinitas cantidades de gente.

      Mediodía del sábado en la Gran Vía de Madrid.

      Y en medio del caos, Ella.

      Camina entre la gente con sus grandes ojos negros absorviéndolo todo, con el bolso cruzado sobre su pecho y abrazado entre sus brazos. Su andar es fuerte, decidido, seguro. Alta, muy delgada, con un aire refinado y moderno. Pantalón vaquero de marca, blusa de seda blanca cayendo sobre sus caderas y bailarinas Dior de charol negro. Su cuello luce una finísima cadena de oro casi imperceptible y su pelo negro muy corto, deja al descubierto una sensual y bellísima nuca. No parece tener más de treinta años.

      A muy poca distancia, procurando pasar desapercibidos pero sin perderla ni por un momento de vista, una pareja de mediana edad, aparentemente turistas, la sigue desde que saliera del hotel Menfis, muy cerca de la Plaza de España. Perfectamente coordinados, a la altura del Palacio de la Prensa, un hombre mayor y la que intentaba pasar por su querida hija, toman el relevo del seguimiento. Muy importante: deben saber donde se reúnen y qué saben. Sólo después, deberán liquidarla.

      Fue reclutada cuando aún estudiaba en la universidad. Era su último año en la facultad de Ciencias Matemáticas y los días finales de un máster en Egiptología. Dominaba a la perfección varios idiomas y poseía un coeficiente intelectual que superaba cualquier parámetro conocido. Si a eso añadimos un grado de sofisticación y un encanto personal que venía de perlas para el trabajo que querían que desarrollara.

      Hace apenas unos meses la destinaron a Madrid. Profesionalmente le incomodaba su desorden, su ritmo anárquico, sus prisas, su aparente informalidad. Sus anteriores destinos puede que tuvieran mucho que ver con esta desafección aparente. Berna, La Haya, Bruselas. Evidentemente, la única coincidencia con su nueva ciudad tendría que encontrarla en su ubicación geográfica, la vieja Europa, Y su misión, eso no admitía matices, requería mucho rigor y enormes dosis de disciplina. Aparte de eso...la noche, la fiesta, el jamón, las ganas de vivir...bueno, mejor se guardaba todo eso para su intimidad. Mejor que no trascendiera. Aunque es posible que tal vez fuera bueno revestir su imagen pública de una una cierta dosis de frivolidad.

      Su equipo lo componen cinco personas, tres mujeres y dos hombres. Se han reunido varias veces pero ni se han visto, ni se verán jamás. La discreción absoluta es fundamental para su trabajo. Ni un rostro, ni una voz, ni un escrito. Sombras, emails cifrados, sonidos distorsionados. Nunca se reunían en el mismo sitio, nunca a la misma hora, siempre de forma sorpresiva. Ningún nombre, ningún alias, sólo números, siempre primos. Sólo ella fue bautizada. Se llamaba María. Le gustaba su nombre. "Los de la nube" tuvieron la deferencia de dejárselo elegir entre una pequeña lista que le propusieron.

      Sus reuniones eran cortas. Pragmáticas. Resolutivas. Las decisiones no se cuestionaban, no se discutían: Se ejecutaban. Se necesitaba precisión absoluta, obediencia ciega, invisibilidad total.

      Después de cada acción, el mundo no sería el mismo. María lo sabía. Su equipo lo sabía. En "la nube" lo sabían. Los ciudadanos, no.

      Pero no estaban solos. Madrid, Europa, el Mundo, el Planeta, la Galaxia, es un enorme tablero sobre el qué se está librando una lucha cruel y descarnada por el poder absoluto. Millones de seres humanos asistimos como figurantes a una representación en la que apenas alcanzamos a ver a una fauna de políticos corruptos, insignificantes empresarios que se creen dioses, mafiosos con ínfulas de reyezuelos, chulos de prostíbulos, banqueros cuatreros, chorizos, prostitutas, futbolistas, famosillos de la tele, desgracias, muertes, desolación... Minucias, sólo minucias. En realidad no nos enteramos de nada. No sabemos nada.

      ¿Fueron casuales los tsunamis del Indico o del Japón? ¿Las guerras del diamante, del coltán, de Irak, del Cuerno de África...se originaron de forma accidental? ¿El desplome financiero mundial, la hambruna y la desertización del planeta, el deshielo polar, el poder absoluto en manos de unos pocos, ocurre por que sí, u obedece a un plan maquiavélicamente pensado?

      Los que estaban en "la nube" sabían todo esto. Los que ordenaron el seguimiento de María, también. Los peones que la vigilaban eran sólo eso, peones. ¿María?... De María sabemos muy poco.

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      Al llegar a este punto de la narración, necesitaría hacer un inciso en el relato por respeto a los lectores, si tuviera la suerte de que alguno hubiere, que aclarase el por qué de algunas decisiones en el tratamiento de los protagonistas.

      Los auténticos desencadenantes de esta historia apenas aparecen apuntados en El cuento. Son los que ordenan desde la sombra el seguimiento y la aniquilación de María y su equipo. Necesitaría una novela de muchas páginas para poder explicar el alcance de sus fechorías. Y ahora mismo me faltan ganas y talento.

      Pido también disculpas por la falta de tensión narrativa en el tratamiento de los agentes que vigilan y persiguen a nuestra protagonista. Ni quería que asustaran, ni me interesaba desviar la atención. Sólo deseaba que ocuparán parte del escenario.

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      Son las 11 horas en Madrid, las 5 en New York, las 6 en Pekín, las 10 en Londres y Canarias, las 7 en Tokio,... Miles de equipos en todo el mundo con sus Marías al frente, bajo la dirección de " La Gran Gaviota", se preparan para la intervención definitiva. Están preparados. No parece que pueda haber marcha atrás. Es importantísimo que María no sea descubierta ni interceptada. Los Jinetes del Apocalipsis anuncian el triunfo del mal. La ambición desmedida de una élite que usó el Planeta a su antojo acabará arrasándolo. Y ese momento ya está aquí.

      El mundo, tal como lo conocemos desaparecerá. Llegará el llanto y el crujir de dientes, el fuego purificará la tierra, los océanos desbocados se apoderarán del planeta y toda vida conocida se esfumará.

      Entonces, "desde la nube", cientos de millones de naves se dirigirán a la tierra desbastada, procederán a la evacuación de los supervivientes y les trasladarán al paraíso que millones de años atrás construyeron Los Aimaras, los Mayas, los Atlantes y unos Seres extremadamente inteligentes y bellos que durante cientos de años vivieron mimetizados entre nosotros sin que nos diéramos cuenta mientras preparaban pacientemente nuestra salvación. Se me olvidaba decirlo, María era uno de ellos. Estaba en Madrid, en Tokio, en New York, en el Nublo, en Pekín ...con sus pantalones vaqueros de marca, su blusa de seda blanca, sus bailarinas Dior de charol negro, su finísima cadena de oro alrededor del cuello y su corto pelo negro que dejaba al descubierto una sensual y bellísima nuca.

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      Epílogo.- El Apocalipsis final no tiene su origen en una acción puntual y definitiva. Es la gota que colma el vaso. A los codiciosos y desalmados dueños del planeta sólo les interesa el dinero y el poder. La desaparición de su fuente de riqueza es simplemente el amargo final de la imbecilidad y la estulticia llevados al límite de la ambición.

      Los Aimaras, los Atlantes, los Mayas y los bellos alienígenas que vivían entre nosotros si tenían conocimiento del día y la hora exactos en la que se produciría la inevitable hecatombe. Y para paliar sus efectos se prepararon durante milenios.

      María era uno de ellos. Estuvo en Madrid, New York, Tokio, Londres, en el Observatorio Astronómico de Temisas, Pekín...con sus pantalones vaqueros de marca, su blusa de seda blanca, sus bailarinas Dior de charol negro, su finísima cadena de oro alrededor del cuello y su corto pelo negro que dejaba al descubierto una sensual y bellísima nuca. Y una pequeña maldad: Los emails cifrados, las voces distorsionadas y demás zarandajas de comunicación eran simples elementos de distracción hacia el enemigo. A ellos siempre les bastó con la Telepatía.

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      Javier, Javier, no vas a llegar a clase. Es muy tarde. Despiértate ya, por favor. Aquí hace mucho calor, estás sudando, ¿te encuentras mal? Ah, antes que se me olvide, María ha venido a buscarte. Por cierto ¡ qué chica más guapa ! ¿estudia contigo? No parece de este mundo.

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