sábado, 20 de octubre de 2012

Conversaciones frente al mar.


      Había salido a caminar. El sol todavía aguantaría colgado del cielo unos cuarenta minutos. El alisio soplaba suave y arrastraba consigo algunas gotas de mar que mojaban su cara. Iba solo. Pantalón corto, camiseta carrefour y zapatillas deportivas muy cómodas que le había regalado su hijo mayor. Seguiría la ruta de siempre: cruzaría la calle Venegas a la altura de la biblioteca, salvaría la autovía y accedería a la avenida marítima. Y a gozar. Empezaría caminando hacia el sur: Vegueta, San Cristobal, la Laja hasta la Mar Fea... y de vuelta por los mismos paisajes... y más allá,  hacia las Alcaravaneras,  la Naval, el Muelle... Hasta que se encendieran las farolas. Hasta que en el mar, barcos repletos de luces se vistieran de fiesta. Hasta que el sudor y el cansancio visitaran su cuerpo...
Entonces llegaría la hora de volver.

      No había mucha gente aquella tarde. Un partido de fútbol de esos que llaman del siglo había retenido a muchos frente al televisor. Ciclistas y patinadores - menos de los habituales - circulaban sin sobresaltos por su carril. Mujeres en grupo y varones en solitario avanzaban o se cruzaban a lo largo de la ruta. Caminantes novatos con ropas de estreno, rostros repetidos en mil y una jornadas que se saludan tímidamente, algún pescador con la mirada perdida en paciente espera, pandillas de gatos entre las piedras, parejas de adolescentes haciéndose arrumacos sobre el malecón. La vida se tornaba hermosa, amable, querible.

      Andaba con todos los sentidos en alerta. Jamás llevaba cascos que pudieran aislarle de los sonidos que iba encontrándose por el camino. Disfrutaba con el son de las olas acercándose y alejándose de las rocas en una melodía sin fin. Con el vuelo y los chillidos de las gaviotas que inundaban la playa de la Laja. Con la conversación de tres mujeres maduras que iban unos metros delante y no habían parado de hablar desde que se encontraron. Con el susurro producido por el cadenado de las bicis o el armonioso deslizar de los patines sobre la acera. Con el saludo amable de un paseante habitual o con el rostro desencajado de un atleta preparando su maratón. Curiosamente, apenas escuchaba el ruido de los coches por la autovía. Misterios de la mente.

      Y allí estaban. Como cada tarde. Sentados en el muro blanco que contenía al mar y las olas. Con las piernas colgando hacia el agua y la mirada buscando el infinito o a los barcos que se acercaban al puerto. De espaldas a los viandantes y al interminable flujo de los coches que entraban o escapaban de la ciudad. En silencio a ratos, conversando con pasión casi siempre.

      No sabía desde cuando se reunían allí. Se fijó en ellos el primer día que salió a caminar. Había parado un  momento a leer un whatsapp que acababa de recibir - podía ser de su mujer y no quería que se preocupase

      .- "Cariño, ten cuidado. No estés fuera demasiado tiempo. Besos" .-

      Nada importante. Le contestó tranquilizándola. Se disponía a seguir cuando algo en aquellos hombres llamó su atención. La conversación que mantenían le pareció sorprendente. Y lo sería mucho más con el paso de los días.

      Y no pudo resistirlo. La curiosidad o, ¿quién sabe? tal vez alguna inquietud personal no resuelta, hizo que cada jornada a la misma hora, sentado en un banco que el ayuntamiento había colocado providencialmente a aquella altura del paseo, nuestro hombre, se colara subrecticiamente en aquel diálogo fascinante, tratando de que los ruidos de un lado y otro del muro blanco le robasen el menor número de palabras posible.

      Eran dos hombres cuyas edades podían oscilar entre los treinta y cinco y los sesenta años. ¿Padre e hijo? ¿Profesor y alumno? ¿Compañeros de trabajo? ¿Amigos? Para el curioso no era un tema relevante. Lo realmente sorprendente eran el marco - la inmensidad del mar y del cielo - y la singularidad de los temas que abordaban.
     
      Ayer les escuchó discutir sobre "alma y pensamiento, sobre la nada y el más allá". ¡Anda ya! Y como siempre, parecían absortos. Departían en voz alta, mirando unas veces al infinito y otras al rostro de su compañero. Había alegría y excitación en sus ojos, pasión y  respeto en cada palabra. Durante largo tiempo debatieron, confrontaron y, algunas veces, se rindieron. No importaba. No parecía que buscaran ganar. Ni regocijarse en el placer vanidoso y fatuo de la confrontación intelectual. Transmitían la impresión de que sólo deseaban encontrarse con la verdad.

      ¿Por qué estos temas? ¿Por que aquí, al aire libre, junto al mar? ¿Por qué no hablaban de futbol, de mujeres, de corrupción, de la crisis, cómo todo el mundo? Parecían debates sacados de contexto, más propios de aulas de estudio o tertulias de café. ¿Quienes eran? El acento era inconfundiblemente de la islas. Su aspecto, también.

      Días antes les había sorprendido dialogando sobre  "el amor y la muerte. La belleza y la fragilidad de la vida". Citaban a Platón y a Ovidio, a Marco Aurelio y a Tagore, a José Luís San Pedro y a Naguib Mahfuz. Y pensó que soñaba. Que aquello no podía estar ocurriendo. El mar, el cielo, una plácida tarde de otoño, el mundo que se desmorona y unos hombres de carne y hueso que se embarcan en la aventura del conocimiento y no temen perder el tiempo hablando del ser y las estrellas, del amor y la cosmología.

      Hoy hablaban de "Dios y ateísmo, de agnosticismo y racionalismo. De fe".

      La controversia era fuerte. La discusión larga y prolija. Al final, y resumo las conclusiones para no alargar en demasía este relato, algunas cosas parecieron quedarles clara: Para confesarse ateo, decían, se necesita un acto de fe similar a la fe que se necesita para creeer en Dios. El racionalismo no avala el ateísmo. Tampoco la existencia de Dios. Sin embargo ha habido momentos en los que el ateísmo militante pareció apropiarse de un halo de modernidad, racionalidad y libertad que no le correspondian. En realidad se mueve en los mismos parámetros de magia y voluntarismo que se adjudica a los creyentes.

      Y abordaron el agnosticismo. Y concluyeron que tampoco cubría sus expectativas. Porque, aunque en un principio pareciera la postura más racional, no dejaba de ser la constatación de un fracaso. Fracaso intelectual y fracaso vital. Sobre todo, si la postura agnóstica fuera un punto final a la búsqueda. Y concluian sus debates aseverando que a su entender, la razón por si sola no es suficiente para alcanzar la verdad. El ser humano, es algo más que razón pura. ¿Qué es ese algo más?...Imposible saberlo en el actual estadio del pensamiento. La definición del hombre como animal racional se les antojaba insuficiente.

      Dejó a los hombres sobre el malecón y regresó a su casa rumiando lo que había escuchado:

      .- La verdad nos hará libres. Pero, ¿qué es la verdad? ¿de qué verdad hablamos?¿dónde encontrarla? .-

      Mientras caminaba, sus pensamientos acudían a su boca en forma de palabras. La gente que pasaba a su lado le miraban con curiosidad pero el permanecía absorto en su universo recobrado.

      .- Creo que la libertad es enemiga de los dogmas, de las verdades absolutas.-

      Una y otra vez, las palabras escuchadas volvían a su mente y jugaban con sus propios pensamientos creando un mundo nuevo de ideas y de caminos.

      .- Nuestra vida cobrará sentido con nuestro encuentro con la verdad. Esta búsqueda, sin embargo, puede llevarnos toda una vida. Y tal vez no baste. Es posible que nuestro destino sólo sea buscar y que nuestra felicidad se encuentre en el viaje.-

      Un patinador estuvo a punto de atropellarle pero ni siquiera se dio cuenta. No veía nada. No escuchaba nada.

      .- Creyente, Ateo o Agnóstico, ...  lo importante sería iniciar este camino ligero de equipaje. Con la mente y el corazón abiertos y sin cadenas ni certezas inmutables. Conscientes de nuestra finitud y nuestra ignorancia. Sin miedo al abismo. Humildes, tolerantes, solidarios, bondadosos. Dios, si existiera, nunca nos exigiría más.

      Ya había llegado a la altura del Mercado de Vegueta. De repente sintió deseos de volver y encontrarse con aquellos hombres. Conocer quienes eran. Preguntarles cosas ... ¿Cómo no se le ocurrió antes? Seguro que le recibirían bien. Mucho antes de lo previsto llegó al lugar. Pero...  no estaban. ¡Qué extraño! En su lugar, un abuelo y su nieto veían pasar los barcos llenos de luces mientras la luna les guiñaba un ojo desde lo alto. El niño guardaba silencio y el abuelo le contaba historias.

      Se acercó y preguntó al anciano si sabía que dirección habían tomado los dos hombres que antes ocuparon aquel puesto. El anciano le miró extrañado y le dijo que hacía dos horas que estaba allí con su nieto, como lo estaban cada tarde a la misma hora, y que no había visto a nadie en aquel lugar ni cerca de él. Ni hoy, ni ayer, ni durante meses.
  
      .-¿Está usted seguro? .-

      .- ¿Cómo no voy a estarlo? .- Vengo a este lugar desde que mi nieto nació. Vivo ahí enfrente y mi hija no nos quita ojo.

      .- Gracias. Y discúlpeme, por favor.-

      .- No tiene importancia, señor. La vida está llena de misterios ...Afortunadamente. ¿No cree?












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