miércoles, 3 de octubre de 2012

¿Qué pasó con nuestros sueños?

      Caminaba sin rumbo fijo. Caminaba y tal vez no sabía qué lo hacía. Caminaba por caminar. Y no era fácil en aquella ciudad, a la siete de la tarde, en plena hora punta, con la gente corriendo, tropezando, chillando, con los coches frenando, arrancando, pitando.

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      Aterrizó en Madrid cuando se estrenaba el otoño y los parques se vestían con alfombras de bronce y oro, cuando el sol no era fuego sino calorcito que acaricia, cuando la ciudad se llenaba de jóvenes venidos de todas partes a estudiar y aprender. Y lo que vio le gustó. Y pensó que había llegado. Y aquí plantó su tienda. Confiado. Ilusionado. Seguro.

      Han pasado muchos años. Los inviernos son muy fríos y muy largos. El verano extremado y asfixiante. La primavera no pasa por aquí. El otoño... El otoño sigue siendo bello y luminoso. Como el día en que llegó.

      Y aquí sigue. Tratando de vivir. Tratando de comprender.

      Acababa de perder su trabajo. En un instante manda a la mierda a su jefe y a quince años de broker al servicio del miserable sistema financiero y escapa escaleras abajo dando la espantada con un portazo y exclamaciones de furia y de rabia.

      Pero tampoco él era inocente. Durante demasiado tiempo cerró los ojos. Y los oídos. Y el entendimiento. Y mató los sentimientos. Y la compasión. Y la decencia. Vivía bien. Demasiado bien. Su triunfo estaba cimentado en mentiras, en estafas, en un sistema ideado para hacer más ricos a los ricos a costa de condenar a la miseria a los más pobres. Sus jefes estaban contentos. Su familia estaba contenta. Él, ... él era rico. Se codeaba con los ricos. Se comportaba como un rico.

      Mientras, a su alrededor crecía la pobreza, la gente perdía su trabajo, muchas familias perdían sus casas, los jóvenes huían del país, millones de parados quedaban sin prestaciones, miles de inmigrantes eran expulsados del servicio público de salud, se deterioraba el sistema educativo, se hundía el sistema público. Y él, ... cada día era más rico.

      En un instante todo cambió. Por primera vez su hijo le miró a los ojos ... Y no aguantó su mirada. Le preguntó por el origen de su riqueza y no se atrevió a revelárselo. Quiso saber si estaba orgulloso con su vida y no pudo contestarle.

      La noche siguiente estalló el escándalo. Era el 15 de Septiembre del año 2008. Lehman Brothers se declara en bancarrota. El sistema financiero se desmorona. Los ahorros de millones de ahorradores desaparecen. Cientos de bancos van a la quiebra. Los Gobiernos Democráticos se lavan las manos, el Fondo Monetario Internacional, los Bancos Centrales de los Paises ricos y los Poderes económicos que dirigen el mundo desde la sombra se aprestan a culpar sin matices a las instituciones democráticas y a unos ciudadanos despilfarradores que intentaron ocupar un espacio que no les pertenecía. Y él, en medio. Mercenario a sueldo. Tropa de rapiña. Obedeciendo consignas.  Sin corazón, sin alma, sin derecho a sentir, a preguntarse, a cuestionar.

      Y no pudo más. Lo que ocurrió después ya lo conocen ustedes. Lo conté en un relato anterior. Mandó a la mierda a su jefe y escapó escaleras abajo dando un portazo entre imprecaciones de furia y de rabia.

      En medio de la bruma y el desconcierto, ya de madrugada, llegó a la taberna. Y conoció al ceremonioso y pesado Hao, a la sonriente y dulce Sahoyan y sus delicias de la cocina madrileña, al fascinante mundo que se mueve en la noche y a la generosa hospitalidad de esta ciudad seductora. Y le regalaron palabras amables, gestos amables, guiños y sonrisas amables. Y vio a la gente besarse, abrazarse, reír, discutir, chillarse y volver a besarse, abrazarse, ... y se sintió extraño, perdido, casi muerto.

       Pasaron los días, no demasiados, y su mujer le dejó. Le dejó también su hija. Y el hijo que le había mirado a los ojos obligándole a enfrentar su vida ante al espejo, le recriminaba ahora la inoportuna radicalidad de su decisión. ¿Qué iba a pasar ahora con sus estudios de postgrado en la prestigiosa Universidad Americana de Harvard?  _- "¡Coño!, ¿Podías haber esperado a que yo terminara mis proyectos? Siempre pensando solamente en ti. ¡Mierda!"

      Abandonó el chalet de Pozuelo, su Lexus todoterreno y su deslumbrante vida social. Alquiló un pequeño apartamento en el barrio de las Letras y se dispuso a resetear el sentido de su vida.

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      Algún tiempo antes.

      Transcurría el año 1987. Un joven e idealista estudiante de filosofía acababa de obtener su licenciatura. Se trasladaría a la capital y desde su magisterio como profesor adjunto en la Universidad Complutense, se dedicaría a formar mentes abiertas, críticas, rebeldes, iconoclastas, libres. Nunca se sintió tan feliz.

      Se casó al año siguiente y pronto tuvieron su primer hijo, el mismo que años más tarde le miraría a los ojos y desencadenaría una tormenta que pondría su vida patas arriba. Vivían en un piso alquilado en pleno corazón de los Austrias, muy cerca de la Plaza de la Villa y del mercado de San Miguel. Era un tercero sin ascensor con un balcón asomándose a la calle y dos ventanas a un patio interior. Sesenta maravillosos metros para el sosiego y la independencia. Se sentía un tipo afortunado.  

      Su carácter abierto, su capacidad de empatía, su discurso fácil y sus dotes para el liderazgo no pasaron desapercibidos para algunos tiburones que cazaban por allí. Era un bocado apetitoso. Y se lo comieron.

      La ambición, el dinero fácil, la vanidad, el ascenso social, la familia, los hijos, los viajes en preferente, los restaurantes caros, los coches de alta gama, "buenos días don Ricardo", "lo que usted desee don Ricardo", "¿manda usted algo más?" Adulación, vacío, mentiras, fracaso humano. ¡Pobre hombre!

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      Caminaba solo. Con la mirada perdida y el porte descuidado.Caminaba y tal vez no sabía qué lo hacía. Caminaba por caminar. Y no era fácil en aquella ciudad, a las siete de la tarde, en plena hora punta, con la gente corriendo, tropezando, chillando, con los coches frenando, arrancando, pitando.

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Este relato viene a completar la historia que relaté tiempo atrás, bajo el epígrafe de "La grán estafa".




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