sábado, 17 de septiembre de 2011

Temisas: El primer día.- (Recuerdos 8)

".........Han pasado cuarenta y dos años y dos estaciones. Muchas cosas han ocurrido desde entonces. Algunos de los protagonistas de aquella hermosa historia ya no están aquí para compartir nuestra memoria. Otros quedarán ocultos como los figurantes de una gran superproducción, aunque su lucha fuera tan importante como la de los que se vieron obligados a pelear en primera fila. A todos mi reconocimiento, mi admiración y mi respeto."

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  El quince de Marzo del 2011 abrí por primera vez mi corazón y mi entendimiento, a la humilde aventura de dar vida a este blog. Me puse ante el ordenador con la mente en blanco y sin condicionamientos previos.

  No sé cuanto tiempo transcurrió - imagino que no demasiado - pero cuando dí por concluida mi primera entrada, fui consciente del tiempo y del lugar a los que me habían conducido los recuerdos:   "Temisas, 1968-1971"

  Hoy, seis meses después, ahora de forma consciente, quiero volver a aquellos años y recorrer con mi memoria, encuentros, imágenes, anecdotas, sueños, proyectos, logros, frustraciones,... 

  Hasta ahora me había resistido a relatar sobre un papel, lo que allí sucedió, lo que significó para los que protagonizamos aquella singular y hermosa historia de despertar colectivo, lo que representó para Temisas como personaje principal de la trama. 

  Este blog, sin embargo, no está concebido como una ventana al ensayo, ni al relato riguroso de la historia. Se contenta con transmitir emociones, recuerdos con sabor a vida, imágenes y testimonios. Intentaré acercarles al espacio interior de los acontecimientos, a través de mi pequeño viaje en el tiempo.

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  Eran los últimos días de Agosto. Un calor impenitente, derretía el destrozado asfalto de la carretera por el que transitaba la guagua camino de Temisas. El paisaje era duro, agreste, con escarpadas paredes montañosas a la derecha de nuestra marcha y hondos precipicios, mal protegidos por "quitamiedos" destrozados, a nuestra izquierda. 

  De repente, tras un recodo del camino, surge el milagro; al fondo, ya muy cerca, un paisaje de ensueño, un pueblo de casitas blancas y tejados rojos, asentado en medio de una infinidad de olivos centenarios y protegido en sus tres cuartas partes por una cadena de montañas formidables, altas, fuertes, bellísimas, repletas de chumberas y tabaiba salvaje. Como contrapunto, un amplísimo ventanal permanentemente iluminado, le abría a la visión poderosa del Roque Aguayro y a la apacible imagen del mar bañando las playas de Arinaga. 

  Por aquellos días, en Temisas, vivían alrededor de seiscientos vecinos. Su población infantil seguía siendo importante. No era un pueblo envejecido. Pero sí olvidado, maltratado. Desde hacía algún tiempo, los hombres habían tenido que salir fuera en busca de trabajo. Como por ensalmo, en un abrir y cerrar de ojos, de dueños y señores de sus tierras pasaron a convertirse en asalariados de la construcción y el turismo sin preparación previa y con el estigma de los que pertenecen a pueblos olvidados.

  Serían aproximadamente las seis treinta de la tarde cuado la guagua se detuvo junto al chorro santo. Se apearon, una pareja de edad indefinida, dos jovencitas que no habían parado de hablar durante el viaje, el propio chófer, que se acercó a la fuente a echar un trago y a refrescar su espléndida calva bajo el milagroso chorro y el que les cuenta esta historia.

  Aún con el impacto reciente de la imagen del pueblo en mi retina, mis ojos tropezaban ahora, en la distancia corta, con  realidades que tal vez elevaran la cotización de su belleza en la mente de los ecologistas de la capital, pero que suponían para los vecinos de Temisas, la constatación de un abandono secular por parte de los gobiernos sucesivos del Ayuntamiento de Agüimes y del Cabido Insular y un sentimiento amargo de pérdida de esperanza en el futuro:
 
    "las dos únicas calles del pueblo eran de tierra",
    "los caminos que comunicaban una con otra, o posibilitaban el acceso a algunas casas, se mantenían transitables a duras penas con el trabajo de los vecinos",
    "el agua corriente no llegaba a todas las viviendas",
    "la luz eléctrica continuaba siendo una utopía, pese a las promesas y las mentiras de los regidores de la Villa",
    "la escuela funcionaba cuatro horas al día",
    "no había asistencia médica, y cuando llovía, los sanitarios se agarraban a la peligrosidad de los caminos para, sencillamente, no acudir",
    "el camino del cementerio se había tornado intransitable y peligroso".

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  Pero todo esto fue algo que descubriría más tarde, "cuando el forastero se integró y el pueblo confió".

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  ... Entré en la Iglesia con el sudor bañando mi cara y el sentimiento de soledad oprimiéndome el pecho. Sin duda, alguien había avisado de que hoy llegaría el nuevo párroco; la pequeña ermita permanecía abierta y aún se percibían los olores de una limpieza en profundidad,... la lavanda, el aloe vera y la fragancia del olivar, llenaban de aromas autóctonos todos los rincones de aquel humilde recinto. 

  No sé cuanto tiempo transcurrió. Un ruidito casi imperceptible me hizo levantar la cabeza. Bajo el dintel de la puerta que comunicaba la iglesia con la sacristía, dos figurillas menudas e inquietas me miraban con curiosidad. Eran Sergio y Pablo, los monaguillos de don José Díaz, mi predecesor. Me acerqué hasta ellos y me presenté. Tendrían alrededor de doce o trece años ( apenas doce menos que yo ).
Sergio era tímido, extremadamente educado y, como descubriría con el tiempo, serio y responsable. Pablo era el bendito contrapunto, muy alegre, leal,  algo trasto, afectuoso y, como Sergio, profundamente bueno. Desde aquel instante desaparecieron mis miedos.Había encontrado a mis primeros colaboradores.

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  Quiero poner aquí un punto y seguido a este viaje por la evocación de aquellos hermosos años. Aunque mi memoria padece los achaques de la edad, y los años transcurridos desde entonces son muchos, intentaré homenajear con el recuerdo al pueblo que se puso en pie y a la avanzadilla de personas que hicieron posible aquella explosión de "alegría de vivir" que se alojó en Temisas.

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