sábado, 4 de enero de 2014

Pensaba. Y ahí comenzaba el problema.

      Le resultaba difícil entender la vida.

      Pensaba. Y ahí comenzaba el problema.

      Cada mañana, al despertar, cuando abría los ojos y se asomaba a la ventana que miraba al valle y más abajo al mar, un torrente de sensaciones placenteras y un sin fin de interrogantes quisquillosas, pugnaban por encontrar respuestas para su alma joven.

      Pensaba. Y por un instante se descubrió pensando que pensaba. Y entendió qué existía. Definitivamente, su vida no era un holograma; su vida era real. Real como real era el mar que amaba, y la tierra que pisaba, y Turco, su perro, y los olivos de su huerto, y el cielo, y el sol que iluminaba y calentaba, y las estrellas que embellecían la noche y le hablaban de otros mundos. María era real, y Miguel, y Luis y Yénifer...

      Existía. Ahora necesitaba otras respuestas.

      Salió de casa muy temprano. Unos pasos por delante, Turco, un precioso Setter Irlandés, olisquea cada rincón, se retrasa y vuelve a adelantarse, cada poco se vuelve, se acerca buscando una caricia y se aleja corriendo y dando saltos. El joven disfrutaba del sol, de su perro y de todos los aromas de su paraíso.

      Cruzaba su pecho una bandolera de lona en la que llevaba una antología poética de
Walt Whitman, un cuaderno de campo de tapas duras, un bolígrafo, un bocadillo de queso majorero, unas salchichas para Turco, una botella grande de agua y un bol de plástico verde. En poco tiempo llegarían al refugio. Para entonces, su compañero de viaje estaría rendido y dormitaría plácidamente a sus pies, mientras él podría dedicarse a contemplar, leer y escribir.

      Pese a sus pocos años - aún no había cumplido los 30 - ya era consciente del vertiginoso paso del tiempo. Pasaban los días, se sucedían las estaciones y los años y a sus primeras preguntas de niño reclamando:"¿por qué?", y..."¿por qué?", y..."¿por qué?", siguieron sus dolorosos gritos adolescentes exigiendo saber: "¿quién soy?" "¿qué pinto aquí?" "¿adónde voy?", "¿por qué el dolor, por qué el amor, por qué la muerte?" Y aquí estaba hoy, unos años más tarde, preguntándose lo mismo, exigiendo lo mismo. Y como ayer, sin respuestas.

      Por suerte, las angustias de la pubertad habían desaparecido y ahora se enfrentaba a sus interrogantes sin urgencias y con la alegría y la pasión de un buscador de tesoros.
"La vida consiste en andar, caminar, hacer, buscar, ver...", dice el Papa Francisco.

      Y se sintió afortunado.

      Como había previsto, Turco llegó cansado. No había parado de correr y saltar y ahora buscaba un lugar sombreado que protegiera un sueño reparador. Mario se sentó a su lado. También él necesitaba descanso. Acarició con cariño al hermoso animal y echó un poco de agua en el bol de plástico verde para que bebiese cuando quisiera. Muy cerca, sobre una piedra lisa y limpia, colocó las salchichas. Se aflojó las botas y bebió un buen trago de agua. Tenía hambre. Retiró el papel aluminio que envolvía su bocadillo y apuró con ansiedad un primer mordisco - "¡Dios mío, cómo está este queso!"- recostó su espalda en el poderoso risco, cerró los ojos, y se fundió con el paisaje.

      No supo cuanto tiempo pasó, si sólo fue un instante o si transcurrió un largo rato. Al abrir los ojos, se encontró con la mirada de Turco que le observaba con la boca abierta y la lengua fuera. Le pareció que faltaba alguna salchicha y que el agua del bol había descendido, pero... ¡vaya usted a saber! Pasado un instante, su fiel compañero bajó la mirada, volvió a apoyar la cabeza sobre sus piernas y se dejó mimar. No había una nube bajo el cielo. A dos metros escasos, un lagarto tomaba el sol sin pudor y sin prisas; //"Este es mi territorio, quién no esté bien, que se mude"//, pensaría. Varios pájaros - no se de qué familias - cortaban el aire curiosos y presumidos. Una ligera brisa, que venía del norte, trajo hasta su rincón todos los aromas de la montaña. Se sentía bien. Sacó el libro de Whitman de la bandolera, lo abrió al azar y leyó en voz alta...

                                          "Así como soy existo. ¡Miradme!
                                          Esto es bastante.
                                          Si nadie me ve, no me importa,
                                          y si todos me ven, no me importa tampoco.
                                          Un mundo me ve,
                                          el más grande de todos los mundos: Yo.
                                          Sí llego a mi destino ahora mismo,
                                          Lo aceptaré con alegría,
                                          y si no llego hasta que transcurran diez millones de siglos, esperaré...
                                          esperaré alegremente también..."

      Calló. Trató de expulsar de su mente la hojarasca y la cenizas y pugnó por abrir espacios en su mente. Deseaba que le alcanzaran los pensamientos y la sabiduría del poeta. Quería que le ayudasen a comprender... Le gustaban los poetas. Admiraba su pasión por las palabras, su respeto por la precisión, su compromiso con el hombre, con la verdad, su compromiso con la belleza. "Los poetas, decía, son matemáticos, son filósofos, son músicos, son el alma del universo..."

      Turco se levantó, sacudió su cuerpo con violencia, y su cobrizo pelaje removió millones de partículas en suspensión que se hicieron visibles entre los rayos del sol. El lagarto, sorprendido y aterrado, desapareció de súbito tras las tabaibas. Los pájaros, temerosos, remontaron el vuelo, pero muy pronto volvieron con sus juegos de acrobacia.

      Mario parecía reconciliado y agradecido. Aún seguía sin respuestas, pero comenzaba a pensar que tal vez el verdadero sentido de la vida se encontraba en la búsqueda, en la aventura apasionada de la búsqueda... ("...aunque transcurran diez millones de siglos, esperaré...esperaré alegremente también...")

      Se había hecho tarde. Debía regresar a casa. Cruzó la bandolera sobre su pecho, echó una última mirada a las montañas, llamó a Turco, acarició se testa, y se pusieron en marcha.

      El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas. Pronto se encenderían las farolas con bombillas de anticontaminación lumínica. La luna y las estrellas eran de nuevo las reinas de la noche. En lo más alto, cerca de la cueva del Gigante, el Observatorio Astronómico se prepara para el seguimiento de las Perseidas, "lluvia de estrellas", que se esperan para esta noche.

      Llegan hasta el pueblo el eco de bombas y de llanto en Alepo (Siria), el silencio cruel y cómplice de matanzas olvidadas en Darfur (Sudán), el olvido de las aniquilaciones masivas producidas por el hambre y las epidemias en decenas de países, socios y vecinos de la la sociedad opulenta, las manifestaciones y los gritos de rabia de las "mareas" en España, los cánticos de alegría que resuenan por Mandela, que se marchó por un instante, pero que se ha quedado para siempre, la esperanza renacida con la aparición de Francisco, un Papa que se atreve a vivir según el evangelio, la música que acompaña a la maravillosa puesta de sol de esta tarde de otoño...

      He aquí un pack de presentación de nuestro mundo civilizado. Burdo, inexplicable, insondable.

      Mientras se afanaba por "buscar" respuestas en este mar de contradicciones el joven no pudo evitar sentir "que había sido creado con un propósito especial..." Llamó a Turco, se despidío del sol hasta mañana...Y pensó que la vida merecía la pena.



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