sábado, 30 de agosto de 2014

Tetuán. El amor y la pena.




Said no dejaba de mirar el gran reloj de pared de la tienda del abuelo. Las agujas marcaban las siete menos cuarto de la tarde. Parecía nervioso. Pronto sería la hora. Es el callejón de las especias en la Medina de Tetuán.

Como cada día, un continuo ir y venir de gentes, carros, burros y bicicletas, perpetúan un decorado eterno, perfecto para disfrutar del inevitable regateo que emociona y enloquece a los turistas y divierte y dignifica al orgulloso vendedor del zoco. Justo en la puerta, invitando al goce y el placer de los sentidos, doce grandes sacas, con sus enormes bocas abiertas, beige, rojas, amarillas y verdes, rebosan pimienta, cúrcuma , comino, pimentón y semillas de anís. Sobre el pequeño mostrador de madera, una vieja balanza berkel de precisión alemana, sin sorpresas ocultas.

Algunos hombres se dirigen a la Mezquita. Pronto, desde lo alto del minarete, el muecín llamará a la oración. El muchacho acaba de extender su alfombra sobre el cuidado piso de tierra batida. Parece que tiene prisa, pero por nada del mundo dejaría de cumplir con el rezo. Justo al lado, una jofaina de loza blanca contiene el agua para las abluciones. Abdel Alim, su abuelo, atiende a una pareja de turistas americanos que compran especias subyugados por su belleza . No saben muy bien que harán con ellas, pero en estos momentos, eso les importa poco. Imposible no caer rendidos ante tanta hermosura.

Del bullicio que ensordece, al suave susurro de millares de plegarias recitadas quedamente....

. "Allahu Akbaru" ( Allah es el más grande ), recita el muecín.
. "Allahu Akbar", repite el creyente.
.............
. "Ashhadu an la ilaha illa Llah" ( declaro que no hay más Dios que Allah )
.............
. "Ashhadu Anna Muhammadan Rasulu Allahu" ( Declaro que Muhammad es el enviado de Allah )
.............
. "Allahu Akbar" ( Allah es el más grande )

. "La ilaha illa Llah" ( no hay más Dios que Allah )

... y los turistas guardan respetuoso silencio.

Calla el muecín y regresa el bullicio, el regateo y el ruido. Toda la alegría y la vida de la Medina.

..........................................

María prepara con mimo una bandeja con milhojas de nata y otros tipos de hojaldre. Es sábado y la pastelería está hasta arriba. Se la ve contenta. Al principio le costó manejar los tocinitos de cielo que escapaban entre sus dedos como pastillas de jabón, pero superada la prueba, se sentía feliz con su nuevo trabajo. Apenas tenía dieciséis años, pero ya tenía tras sí un currículum laboral que muchos adultos no alcanzarían nunca. Con apenas doce años trabajó como auxiliar de farmacia durante unas vacaciones escolares. Luego, ya a tiempo completo, la contrataron en una empresa de importación y exportación propiedad de unos judíos . La ciudad era pequeña y no resultaba fácil que a un astuto empresario catalán se le escapara un mirlo blanco como aquel. Poco tiempo después, María era feliz entre las estanterías de la librería Escolar. Puede que fuera su trabajo soñado. Amaba los libros.
Pero la ciudad era pequeña para todos, y otros negocios se fijaron también en las cualidades de aquella niña que parecía nacida para el comercio. Y el astuto, pero rácano empresario catalán, se quedó sin María y cuando quiso reaccionar ya fue demasiado tarde. Los dueños de la pastelería "El Buen Gusto", además de duplicarle el sueldo, confiaron en ella y la trataron como a una hija.

.............................................

Said se quitó la chilaba, arregló su cabello ante el espejo, perfumó su cara y su cuello y se despidió del abuelo con un beso. Este le miró con ternura, puso en sus manos unos dírhams que el joven intentó rechazar, y le bendijo. En pocos segundos dejó atrás la Medina, atravesó la calle de la Luneta y llegó hasta la Plaza del Primo. Se acercó al cafetín, eligió una de las mesas que aún permanecían libres en la terraza, pidió un te verde y se dispuso a esperar. Estaba justo, frente a la hermosa casa de la que ayer la vio salir.

.............................................

Aún tenía el pelo mojado. Jose ( Purri ) terminó el entrenamiento muy tarde y no quería que se marchase antes de que él llegara. Quería invitarla al partido de fútbol del domingo. Con suerte, ese día no estaría el hermano pequeño, su implacable guardaespaldas, y podrían cogerse de la mano.

Sus prisas merecieron la pena. Se acercó a la gran cristalera, y miró. Aún estaba allí. Como cada día. Seria y educada. Atenta a todo y a todos. A pesar de su juventud, parecía controlar por completo aquel negocio. Movía su cuerpo delgado con increible gracia. Vestía tejidos muy sencillos, pero con el gusto de las estrellas de cine. Sin duda, alguien copiaría para ella los modelos de las revistas que llegaban de Francia. Tal vez su madre. Casi nunca sonreía. Sus increíbles ojos verdes parecían cobijar infinitos secretos y todos los misterios. Demasiado para un futbolista, por irresistible que él se creyese. Pero ella era muy joven, y el amor, en esos años, no acaba de llevarse bien con la razón.

..............................................

"¿En qué piso vivirá?¿Cuál será su ventana? ¿Cómo se verá desde allí el minarete de la mezquita? Seguro que es muy grande y sus habitaciones preciosas." Mientras espera impaciente el regreso a casa de María, Said recrea con fascinación y éxtasis el universo de su amor secreto.

Durante muchos años la vio caminar por los callejones de la Medina sin que aparentara inquietud alguna. A veces llevaba de la mano a un niño pequeño ( probablemente su hermano ) y le compraba aceitunas y altramuces. Otras, caminaba ensimismada y feliz ojeando un libro y ajena a todo lo que pasaba a su alrededor. Era la chica más guapa que jamás había visto. Le gustaba su forma de caminar, las trenzas de su pelo, sus originales vestidos y sus ojos verde miel,... sobre todo, sus misteriosos ojos verdes. Desde la tienda del abuelo la veía pasar cada día. Y su corazón brincaba, y sus piernas temblaban,... Más, nunca sintió su mirada en la suya. Posiblemente, jamás le miró. No importaba, le bastaban sus sueños,...sus sueños y su figura.
Un mal día dejó de verla. Pasaron las semanas. Buscó, pregunto, indagó. Nadie sabía nada. Y pensó que, como otras muchas familias, se habría vuelto a España.

Pero no, estaba en Tetuán. Era ella. La vio ayer. En aquella casa de enfrente. Y ahora estaba esperándola. Nervioso. Con ropa limpia y perfumado. Y volvería a mirarla. No necesitaba más.

...............................................

Era muy tarde. Había salido casi al alba y ya eran más de las diez de la noche. Vestía un precioso vestido blanco que le había confeccionado su madre. Un cinturón ancho, brillante y azul, apretaba su cintura de avispa. En sus pies, unas sencillas bailarinas (su calzado favorito) también azules. Su pelo negro azabache había dejado atrás las infantiles coletas, y se presentaba ahora con una pequeña melena recortada a la altura del cuello y un flequillo que cubría su frente (Cleopatra, le decían) Sin sombra de maquillaje. Sólo un poco de brillo en los labios y algo de colorete en las mejillas.

Odiaba aquel instante. Entró al edificio y bajó al sótano. Allí estaba su casa. La casa de los porteros. La casa de sus padres y de su hermano. Oscura, ínfima, sin apenas privacidad. Nunca se atrevió a llevar allí a sus amigas. Pero sobre todas las cosas, odiaba ver a su madre, su amada y dulce madre, una mujer culta y de mundo, al servicio de una gente que les miraban (tontos ignorantes) con insultante conmiseración. Afortunadamente, ya faltaban pocas horas para volver al trabajo.

..................................................

En la planta tercera, del edificio blanco que estaba en la plaza del Primo, unas luces se encendieron tras los cortinajes del balcón principal. Said sonrió y envió dulces besos a su amada. Y se perdió en la Medina.














No hay comentarios:

Publicar un comentario