domingo, 6 de marzo de 2016

Nadie tiene la verdad absoluta

Sería injusto si dijera que todos son iguales. Sería injusto y sería mentira,... pero, por más que intento entender lo que está pasando, por más que me esfuerce en situarme empáticamente en el lugar de los protagonistas de esta historia, no puedo evitar tropezarme siempre con el sinsentido de una lucha descarnada por el poder que poco o nada tiene que ver con el verdadero sentido de la acción política: el bien común. La ceguera, la soberbia y el desprecio a los intereses reales de la gente sitúan a gran parte de la clase política en un universo paralelo, a veces infantil, a veces mafioso, que puede acabar en desbandada ciudadana - ¡ahí os quedáis! - o en una explosión de indignación de consecuencias imprevisibles.

No sé, puede que el problema esté en mi, puede que sea yo quién esté fuera de la realidad y que eso me incapacite para analizar con rigor lo que está pasando.
Sí ustedes lo creyeran así, rompan - metafóricamente - este escrito, y disculpen mi intromisión en estos muros. Pero si estuvieran mínimamente de acuerdo con lo que acabo de escribir, seguro que les habrá cabreado como a mi tanto teatrillo bufo, tanto discurso vacío y vanidoso, tanta soberbia intelectual, tanto insulto gratuito, tanto rencor y tanta utilización miserable del dolor y la desesperación de la gente para venderse como los únicos decentes, los únicos solventes, los únicos necesarios. Si pensaran así, griten, denuncien.

Los ciudadanos ya hemos hablado. Nadie tiene la verdad absoluta. Ni la tendrá nunca. No hablen más en nombre de todo el pueblo. Aprendan a pactar, a ceder. Hablen con honestidad, sin trampas, utilicen su inteligencia y su voluntad para mejorar la vida de la gente.


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