lunes, 23 de mayo de 2011

Mi padre.(Recuerdos.- 6)

          - Aló !
          - Qué tal "suequillo"?,...soy Antonio...
          - Hola mi hijo, qué alegría..., Carmen, es el niño...
          - Cómo te encuentras papá?
          - Estupendamente mi hijo, cómo un chiquillo de quince años. Y la niña?, y la señora Matilde?
          - Todos bien, papá. Deseando veros.
          - Bueno mi hijo, te dejo que tu madre me está empujando.
                                                  ....................

      El "chiquillo de quince años" cumpliría muy pronto los noventa, padecía insuficiencia respiratoria, un corazón cansado y coqueteaba desde hacia un tiempo con la amarga obscuridad del alzheimer. No importaba. Jamás se quejó. Nunca permitió
que sus palabras o sus gestos nos causasen malestar, desasosiego o pena. Amaba la vida, aunque ésta  le trató, durante mucho tiempo, con inexplicable dureza.
                                                  ....................

      Cada vez que acudía a la plaza se le agolpaban los recuerdos. Sentarse en aquel banco, mirar el balcón, esperar a que se abriese la puerta, verle aparecer, adueñarse del regalo que le ofrecía su sonrisa contagiosa,...

      Y en un instante...todo volvía a ser como entonces. Allí estaba de niño, vistiendo pantalón corto y alpargatas blancas, o algo más tarde, luciendo un coqueto pantalón blanco, calzando los modernos zapatos que había pedido por correspondencia a la península y exhibiendo un peinado impecable que sin duda habría requerido mucho tiempo ante el espejo.
... Bueno, como entonces no. La luz era distinta, y los olores, y la música... Podía verle, pero no tocarle; entenderle, pero no escucharle; sentirle, pero no besarle.

      Le gustaba recordar cuando, de vuelta a casa, salían juntos por las calles del pueblo.
Mucho más alto que su padre, se gozaba llevándolo asido con el brazo sobre sus hombros. Él, se dejaba y presumía. Presumían los dos: el padre, mirando orgulloso a todo el que se cruzaba proclamando que aquel era su hijo y el hijo, apretando cada vez con más fuerza el menudo cuerpo que abrazaba, dando fe del amor que sentía por su padre.

      Era flaquito y pequeño - no creo que llegara al uno sesenta de estatura - ojos grandes y luminosos de un humilde color marrón, orejas importantes, nariz grande, boca generosa - casi siempre sonriente - cabello entrecano cortado a cepillo. Todo ello configurando un rostro armonioso, amable, querible.

      Vestía con pulcritud y con cierta elegancia. Traje gris perfectamente planchado, camisa blanca con el cuello almidonado, corbata negra o azul marino y zapatos negros relucientes como un espejo.

      Nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero no era analfabeto - palabra que yo desterraría del diccionario por peyorativa, hiriente y clasista - Poseía un vocabulario más que aceptable, era educado y respetuoso, no utilizaba jamás tacos ni expresiones groseras, cedía siempre el paso o el asiento sin importarle sexo ni edad y, desde muy joven besaba con discreta elegancia la mano de las señoras cuando le ofrecían el saludo.

      Un día de diciembre de un año que no acierto a recordar, el cielo se llenó de nubes negras; La Plaza, "su Plaza", enmudeció de repente y miríadas de pájaros cesaron en su algarabía guardando un respetuoso silencio.

      San Juan, ya no fue igual. Su figura menuda, pequeña, vigorosa, desbordante de alegría, era parte singular del paisaje. El balcón del Ayuntamiento quedó a oscuras para siempre.

      Nunca conocí a un hombre tan bueno; y tuve la fortuna de conocer a muchos. De nadie aprendí tanto; y son multitud a quienes debo gratitud eterna.

      Pasan los años y también la vida, una experiencia sucede a otra, aprendo y me equivoco,...pero él continúa siendo mi luz y mi reposo, el ejemplo a imitar y la fuente de cuanto amable puede que haya en mí.

1 comentario:

  1. No lo podias haber descrito mejor, así era "padreJuan", me viene a la mente cuando me apretaba la barbilla y me decia "que linda". Gracias por compartir estos recuerdos, porque haces que yo también reviva los mios.

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