lunes, 24 de febrero de 2014

La búsqueda.

      Ya no necesitaba saber. Era extraño. Casi sin darse cuenta había comenzado a olvidar sus miedos, a sentirse en paz. No ocurrió de repente, pero tampoco lograba recordar cuando comenzó a retirarse la niebla.

      Paseaba tranquilo junto al mar. A aquellas horas de la mañana mucha gente utilizaba la avenida para mantenerse en forma, espantar el estrés o cuidar su corazón. Lo hacían casi siempre en solitario. Casi siempre silenciosos. Con pulsómetros en los brazos, con auriculares en las orejas, un poco autistas. Al otro lado, miles de coches llenaban la calzada, circulaban deprisa, en formación, con el sonido ronco de los movimientos telúricos. No le importaba. Amaba la soledad pero prefería buscarla entre la multitud y el ruido. Y casi siempre la encontraba.

      Le gustaba la gente, pero más de una vez se había sentido atraído por el mundo contemplativo. Influencias, quizás, de su poeta favorito, San Juan de la Cruz...O tal vez fuera al revés. Quién sabe. ¿Contradicciones? ... Es posible... ¿Y qué?

      El sol empezaba a despegarse del agua. El cielo azul decorado aquí y allá con nubes blancas y redondas, comenzó a vestirse de gala con colores rojos, naranjas y amarillos, como un pavo real que intentara deslumbrar a su amada. Y mientras, él, absorto y huído, admiraba extasiado el cielo y el mar.

      Una joven corredora se ha parado por un momento y fotografía con su móvil aquella explosión de belleza regalada. Captado el instante, reanuda su marcha sudorosa y jadeando. En sus ojos no queda huella del milagro, le basta con que lo retenga la memoria de su cámara. ¿Estupidez?... ¿Locura?

      Un viejo mendigo, sentado en el malecón - butaca de platea - con las piernas colgando sobre el agua, acaricia con dulzura la cabeza de su perro mientras contempla con los ojos vidriosos y el alma agradecida un espectáculo deslumbrante.

      Estaba algo cansado. Llevaba más de una hora caminando y sus piernas reclamaban un pequeño receso. Le había costado aceptar el obstinado paso del tiempo y su inevitable deterioro y por fin se atrevía a mirar la vida a los ojos. Se trataba de transitar humildemente por los días y las horas, sin más seguridades que las que tiene un buscador de misterios. Porque, "¿qué es la vida y la vida del universo sino un insondable y maravilloso misterio?"

      Por fin un banco salvador. Se sentó, despacio, tratando con mimo su maltrecha espalda, pero erguido, cuidando de preservar, con ingenua vanidad juvenil, las apariencias de una fortaleza que ya no existía. Las nubes habían desaparecido. El sol ya era el rey. Un puñado de barcos fondeaban en la bahía. Muy cerca de la orilla, una veintena de botes de vela latina aguardaban el inicio de la competición. Cerró los ojos, aspiró con fuerza los olores que le traía el mar, se dejó invadir del dulce placer del fuego abrasador, se abandonó, y se perdió. Estaba en paz. Y sus pensamientos volaron: "ya no hay infiernos, ni castigos, ni cadenas. Se acabaron los miedos castradores, el sufrimiento gratuito, la esclavitud de las conciencias. El momento de los dogmas (religiosos o científicos) ya pasó. La vida sólo es búsqueda, fascinante y apasionada búsqueda." Y pensó que sería bueno dedicar a ella todos sus esfuerzos.
















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