viernes, 9 de marzo de 2012

Telde. Corpus Christi. La belleza. (Recuerdos.- 24)

      El niño se vistió de limpio y se dispuso a salir. El sol apenas había asomado pero ya anunciaba un día espléndido. Su padre, como cada mañana - también las festivas - había madrugado para izar las banderas en el ayuntamiento. Sus hermanos aún dormían. Su madre trabajaba junto al telar. La luz que entraba por la ventana iluminaba con tonos dorados el lino que calaba... y también su rostro. Se acercó, le pidió la bendición, la besó y partió a toda carrera hacia la Plaza. Era la fiesta del Corpus.

      Junto a la puerta de la Iglesia aguardaban impacientes Manolito Naranjo, algunas mujeres y Toni Benítez, un niño de unos diez años al que la naturaleza parecía haber dotado de un innegable talento artístico.

      El Templo había permanecido abierto durante toda la noche. Una veintena de fieles, en su mayoría mujeres, aguardaron la llegada del día adorando al Santísimo expuesto en lo alto de su Custodia. Mientras, Manolito Naranjo y un pequeño grupo de colaboradores trabajaron sin descanso durante la madrugada hasta convertir la basílica en un espléndido jardín babilónico.

      Al pasar por la cafetería de Secundino, le vio junto a la barra. Detuvo su carrera y se quedó mirando. Era la segunda vez que le veía. Fue justo un año antes. Bueno,... más o menos, la fiesta del Corpus no siempre cae en la misma fecha.

      Él era la razón que le había hecho madrugar. Su memoria registraba aún las imágenes de su fascinación: "de pie, ajeno a los ruidos y a los curiosos que le observaban, avanzaba despacio en medio de la calle, creando belleza sobre el negro asfalto con una simple tiza blanca fuertemente sujeta al extremo de un largo bastón de madera. Se movía con seguridad, sin esfuerzo aparente, sin dudas ni pausas, como si las imágenes que brotaban al paso de la tiza respondieran al embrujo de un mago."

      Esperaría a que acabase de desayunar y luego le seguiría desde muy cerquita. Casi pegado. Cuando le vieran llegar junto a él, tal vez pensaran que "eramos viejos amigos." Y le envidiarían.Y le admitirían en el grupo de trabajo. Y podría seguir de cerca el trazo de la tiza sobre el suelo. Y, entre el estupor y el asombro, sería testigo del despertar, sobre el oscuro alquitrán, de multitud de vírgenes y de santos,  de flores y paisajes, de imágenes del viejo y del nuevo testamento, de la iglesia de San Juan y de la majestuosa Custodia Santa. Y mientras, detrás, dirigidos por Manolito Naranjo, un montón de hombres, mujeres y niños colorarían con pétalos de flores de infinitos colores los dibujos que Don José Arencibia creaba sin parar. Y la calle de León y Castillo se convertiría en la más hermosa alfombra que hubiese podido imaginar el Rey Salomón en toda su magnificencia. Y las gentes de aquí y las que hubiesen venido de pueblos lejanos o de la propia capital, asistirían maravillados al alumbramiento de la belleza efímera más deslumbrante, que nunca contemplaron sus ojos.

      Cuando llegase la hora, cuando el sol estuviera en lo más alto y los pájaros buscasen el frescor de las sombras, cuando el reloj de la torre marcase las doce y las puertas del templo se abriesen, repicarían las campanas, la banda de música interpretaría himnos de gloria y bajo solemne Palio, el sacerdote tomaría entre sus manos la Custodia con la Sagrada Forma y hoyaría lentamente, dulcemente, la delicada ofrenda que el pueblo había erigido en honor de su Creador. Y desde todas las ventanas, azoteas y balcones lloverían a su paso, miríadas de pétalos de flores blancas, verdes y amarillas, malvas, rosas y encarnadas. Y besarían sus pies. Y vestirían de mil colores su Palio.

                                                      ..................

      Pasaron casi sesenta años. Los evocación de tanta belleza aún pervive en mi memoria. Como si fuera ayer. Como si el tiempo se hubiese detenido... Y tal vez sea así. Quién sabe, es posible que el pasado, el presente y el futuro sean sólo humildes asideros de una mente incapaz de entender la vida. 

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