sábado, 14 de abril de 2012

¿Quién soy? (Recuerdos .-29)

      Le gustaba encerrarse en la pequeña buhardilla, abrir la ventana y pasar largas horas contemplando las estrellas. Tenía suerte, hacía algún tiempo que el pueblo decidió mantener limpio su cielo de toda contaminación lumínica.

      La paz de aquellas horas en soledad, conseguían sumergirle en algo parecido a la seguridad y la calma de la que un día gozó en el claustro materno. Sólo en contadas ocasiones el ladrido de un perro rompía el silencio de la noche. Afortunadamente, la provocación del animal - debía ser siempre el mismo - rara vez era seguida por el resto de sus colegas. ¡Benditos colegas!

      No era un experto en Astronomía. Ni siquiera se consideraba un buen aficionado y difícilmente superaría en conocimientos a un joven boy scout. Sólo buscaba sosiego, perderse en la inmensidad del firmamento, gozar de su belleza. Tampoco buscaba respuestas. Ya no. Hacía mucho tiempo que había renunciado a la posibilidad de entender. Es más, tenía muy serias dudas de que los expertos supieran algo. Galaxias infinitas, billones de estrellas, distancias siderales, millones de años luz, agujeros negros, el big bang y la expansión del universo...demasiado para la finitud de su cerebro... y del cerebro de los sabios, pensaba. Se contentaba con saber que él era parte de ese mundo ignoto y soberbio. Y se sentía agradecido. Un día se asomó a esta ventana buscando explicaciones y sólo consiguió que se asombrasen sus ojos y su alma. Y empezó a comprender.

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      Seguiría indagando. El cielo no era su único libro. A veces, entre clase y clase, o simplemente, dejando de acudir a ellas, se acercaba al muelle de Las Palmas, a la vera de Triana, se sentaba junto al busto carcomido de Benito Pérez Galdós y buscaba, en la soledad y el silencio, un lugar de privilegio junto al mar. Y mientras su rostro, como el rostro de piedra del poeta, se empapaba con las sales y la espuma que transportaba el viento, se dejaba mecer por las olas, o montado sobre ellas, percutía con todas sus fuerzas contra los riscos, o volaba muy bajo, con el vientre rozando el agua a la caza del infinito imposible.Y mientras el tiempo pasaba, su mente, perpleja y asombrada ante la inmensidad del océano, preguntaba y preguntaba intentando penetrar en la fuente del conocimiento. Y volvía a sentirse grande y pequeño a la vez, ignorante e instruído, inquieto y pacificado. Pero tampoco allí obtuvo respuestas.

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      En otros momentos se adentraría en la montaña - le gustaban las montañas de su tierra, duras, agrestes, imponentes, preñadas de tuneras, tabaibas, retamas, pitas, tarajales y pinares -. Ayudándose de un palo largo que apoyaba en la tierra al compás de sus pasos, caminaría despacio y ensimismado por senderos que otros abrieron antes, buscando quizás lo mismo que él buscaba: Perderse y olvidarse. Y cuando llegara a la cumbre y su cuerpo reclamara descanso, buscaría un lugar al abrigo del aire, apoyaría su espalda dolorida contra el tronco de un árbol o la roca milenaria y gritaría con todas sus fuerzas lanzando al aire su eterna pregunta:  ¿Quién soy?  Y cuando el eco hubiese cesado y volviese el silencio, se uniría a la montaña, a los desfiladeros y a los valles, a los lagartos que descansan al sol y a las filas infinitas de hormigas que preparan el invierno, a las flores silvestres que visten de lujo los riscos y a los pinos que se agarran a la tierra y la sostienen. Y se comprometería a hacerse uno con ellos y con el mar y con el cielo y se gozaría con tanta belleza derramada. Y comprendería que, tal vez, no necesitase certezas, ni seguridades absolutas, ni dogmas, que quizás la vida sólo sea búsqueda, apasionada y amorosa búsqueda.

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      Todo comenzó hace mucho tiempo.

      No sé qué edad tendría ... ¿siete? ¿ocho años? ... Los recuerdos son demasiado difusos. Su mente, tan lúcida ante otros acontecimientos, parece bloquearse cuando intenta recordar aquel suceso. Y fue importante. Como entre brumas, alcanza a percibir mucho dolor. Mucho miedo. Mucho desconcierto. Su universo mágico y feliz se llena de sombras. Y se encierra en sí mismo.

      Fue su primer contacto con el misterio. Tenía su misma edad, iban al mismo colegio, alguna vez jugaron juntos a la pelota. Y ya no estaba allí. Su pequeño cerebro era incapaz de imaginar que ya nunca más vería a su amigo. Y se sintió perdido. Y no halló consuelo.

      ¿Qué había sucedido? ¿Qué significado tenía todo aquello? ... No tenía respuestas.
Las que le daban, no le convencían. Y quiso buscarlas dentro de sí. Pero era muy pronto. Y él muy pequeño.

      Pasaron los días, no demasiados, y su mente infantil se abrió de nuevo a la luz y a los juegos y a los amigos. Y por un tiempo, la herida quedó oculta bajo una multitud de conocimientos nuevos, experiencias nuevas, sentimientos nuevos. Y recuperó la alegría.

      Unos años más tarde.

      Estaba sentado en su banco de siempre. En su Plaza de siempre. De espaldas a la Iglesia y frente al Ayuntamiento y el Casino, como siempre. Solo, desorientado, perplejo, se había adentrado en el doloroso y fascinante mundo de la pubertad. Y no pudo escapar. Y la herida que recibió de niño salió a la superficie. Y tuvo que enfrentarse al misterio de la vida y de la muerte. Y apenas entendió nada.

      Y tuvo conocimiento de guerras y de su irracionalidad y de su barbarie y de su mierda. Y leyó y escuchó y vio a muchos pueblos morir de hambre, a muchos niños morir de hambre, a continentes enteros morir de hambre. Y supo que podía evitarse, que había pan para todos, medicinas para todos, libros para todos. Y sintió impotencia y asco. Y no entendió nada.

      Y mientras, una fuerza irresistible, preñada de placer y de culpa, se adueñó de su cuerpo, lo zarandeó, lo transformó, lo esclavizó. Oscuridad, religión, prejuicios, desinformación. Ocurrió de repente, sin previo aviso. Sintió que ya no gobernaba su nave. Que debería aprender de nuevo. Que el niño ya no estaba. Y la sexualidad lo inundó todo.

       Lo descubrió una noche, una mañana, un instante. Al mirarla, se estremeció. La calle se paró, la plaza se paró, el mundo se paró. No tenía ojos para nadie más, no podía pensar en nadie más. Viviría por ella, lucharía por ella, moriría por ella. Y supo que era el Amor. Y el vivir se hizo dulce. Y cantó enloquecido.

      Y llegó el desamor y la traición y la tristeza. Y descubrió que estaban fuera, pero también en él. Y se sintió perdido. Y no entendió nada

      En esos tiempos convulsos, cuando el ser humano toma conciencia de sí y de su entorno, surgen las preguntas eternas. El adolescente no se interroga con la curiosidad del filósofo. Su violenta necesidad de respuestas tiene que ver con el sentido último de su vida. Necesita saber para poder vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

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      Para esa noche estaba anunciada en A FONDO, la presencia del bioquímico y biólogo molecular español, Juan Oró. Mi mujer y yo, sentados en el sofá, aguardábamos el momento de la entrevista. Nunca habíamos oído hablar de él. Posiblemente, eso mismo le ocurría a un buen número de telespectadores. Fundó y dirigió el Departamento de Ciencias Bioquímicas y Biofísicas de la Universidad de Houston y fue responsable máximo del programa Vikingo de la NASA, para el estudio del análisis molecular de la atmósfera y la materia de la superficie del Planeta Marte. Ese era el hombre.

      Fue una experiencia deliciosa. Con la sencillez y la humildad que sólo adornan a los sabios, nos introdujo en un mundo apasionante, explicó con palabras sencillas misterios indescifrables y avivó hasta el infinito nuestra curiosidad y el deseo de saber. Finalmente confesó, que cada día que pasaba constataba con más claridad su absoluta incapacidad para explicar el mundo y la vida. Pero de todo cuanto dijo aquella noche nunca pude olvidar las razones que dijo le llevaron al estudio de la bioquímica y la biología molecular: "Quería saber quién era y por qué estaba aquí."

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      Ya no era un adolescente. El tiempo había teñido de blanco sus cabellos y algunas  manchas marrones empezaban a colonizar la piel de sus manos. El hombre conquista el espacio exterior, Internet convierte el mundo en un patio vecinal, encerramos en un microchip todo el saber de la Enciclopedia Británica, se practica la cirujía a miles de kilómetros de distancia... Sin embargo, las preguntas del primer despertar continuaban sin respuestas. ¿Quién sabe? Tal vez exista una imposibilidad metafísica que nos impide obtener certezas. ¿Y qué importa? quizás la vida sólo sea búsqueda, apasionada y amorosa búsqueda.

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      Millones de seres humanos, durante todos los tiempos, han buscado respuestas en la Religión y en la Fe. Las han encontrado y les ha servido. Otros muchos continúan buscándolas en el viento, en el mar, en las estrellas, en la ciencia y en el fondo de sí mismos. Y también les sirve.

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