sábado, 16 de marzo de 2013

"Papá, mamá, tengo que decirles algo." (Recuerdos.- 36)

. Año 2013. En algún lugar de Madrid.

      Se levantó del sillón con cierta dificultad. Dejó el libro sobre la mesita y se dirigió a la ventana. Había dejado de llover. La luz amarillenta de una farola sacaba brillos al asfalto mojado de la calle. Miles de perlas, frágiles y transparentes, vestían de fiesta los árboles del jardín. <> Pegó su cuerpo al radiador ardiente que colgaba bajo el alféizar y lo acarició con deleite. Lo agradecieron sus huesos y su carne trémula. Y se sintió bien.

      Las nubes habían desaparecido. El viento debió llevárselas lejos y dejó para él un cielo limpio y acerado que exhibía orgulloso toda su grandeza. Millones de estrellas venidas de muy lejos, mostraban aquella noche de invierno el poder y la magnificencia de la creación. Decidió quedarse allí. Apagó la luz del salón, acercó una silla junto al radiador, se sentó, viajó y se perdió.

      Cuando volvió sintió frío. No sabía cuanto tiempo había transcurrido, pero el salón estaba helado. El programador que controlaba la calefacción debió apagarla hacía rato. Seguramente era muy tarde, pero no tenía sueño. Su mujer había viajado para visitar a uno de sus hijos y no podía respirar con aquella ausencia. Pero nunca se lo diría. Toda su vida la vivió sólo para él. No iba a cargarla con un nuevo pesar. Se acercó al termostato, lo cambió a función manual y marcó veintiún grados. Pronto se estaría bien. Encendió la lámpara que estaba junto al sillón, cogió su pequeña manta de lana beige, se sentó y cubrió sus piernas y su cintura.

      Lo había leído muchas veces, lo recomendó muchas más, lo regaló a sus amigos cuando quiso entregar algo de si. "El Callejón de los Milagros" fue la joya que le introdujo en el fascinante universo de un escritor de excepción: Naguib Mahfuz. Lo cogió y lo colocó sobre sus rodillas. Lo miró, lo acarició largamente, ... pero no lo abrió. Cerró los ojos y viajó.

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.Telde. 52 años antes. Se abrió una ventana. Y afloraron recuerdos. Y volvió a vivirlos.

      "... Era una tierra amable. Apenas llovía. Cuando corrían los barrancos la gente se arremolinaba junto al Puente de los Siete Ojos para celebrar con regocijo el milagro del agua. Los veranos eran cálidos y lo inviernos suaves y en la plaza de San Juan, niños y mayores festejaban permanentemente la vida."

      Estamos en el mes de diciembre del año 1961. Es viernes, día 15. Acababa de llegar de Tafira. En la casa sólo está su madre que permanece junto a la ventana trabajando en el telar. Tiene que entregar un calado el próximo lunes y va un poco atrasada. La besa en la frente y se sienta en un sillón de mimbre que está a la entrada mientras la observa con infinita ternura.<> No iba a ser fácil. Su padre y su hermana eran moderadamente religiosos. Es posible que se alegren. Sin duda le apoyarán. Su madre y sus hermanos eran bastante escépticos, escépticos y alejados de la clerecía. Pero le querían demasiado.

      Ya se huelen las fiestas de Navidad. La iglesia permanece abierta de la mañana a la noche. Catequistas y niños, con Rosarito Galindo al frente, preparan entusiasmados las representaciones litúrgicas de la Misa del Gallo. En el Ayuntamiento se celebra el último pleno del año. El Casino es un trasiego continuo de focos, equipos de sonido e instrumentos musicales. Se prepara con mimo el concierto de la orquesta Falcón. La Plaza comienza a llenarse de niños que juegan, de adultos que se encuentran y adolescentes que ronronean.

      Don Juan (el párroco) aún no sabe nada, su novia no sabe nada, sus amigos no saben nada, nadie sabe nada.

      Se le hace tarde. El pleno se alargó demasiado y va con el tiempo justo para llegar al Cinema-Telde y colocarse en la puerta. No puede pararse a saludar a la gente como hace siempre. Sonríe pero no afloja el paso. Ya está en casa. Besa a su hijo, besa a su mujer y se dispone a cambiarse rápidamente de ropa.

      .- Papá, mamá, tengo que decirles algo.-
      .- Mi hijo, tengo muchísima prisa. ¿No puede ser esta noche? Llego tarde al trabajo.
      La madre observa callada y algo preocupada. Durante el tiempo que permaneció sentado cerca de ella, presintió que algo pasaba. Pero no dijo nada. Ahora le mira y le intenta arropar con sus pequeños ojos grises.
      .- Será sólo un momento, papá. Terminaré antes de que te vistas.
      .- ¿Pasa algo, mi hijo? - Intervino la madre - Nos estás asustando.
      .- No, no pasa nada mamá... lo que tengo que decirles creo que es bueno para mi, y me parece que puede ser bueno para todos, la verdad es que, ... bueno, ... que me gustaría dar otro sentido a mi vida, quiero ser útil, deseo ayudar, creo que tengo vocación ... vocación de sacerdote. Lo he consultado con personas que saben y me lo han confirmado.
      Los pobres padres quedaron paralizados. No sabían que decir. Nunca se imaginaron una cosa así. Amaban profundamente a su hijo y estaban felices y orgullosos de lo que había conseguido con sus estudios. Este año había comenzado el tercer curso de su carrera. ¿Cómo dejarlo ahora?¿Por qué dejarlo todo? Era demasiado sorpresivo, demasiado fuerte. ¿Demasiado injusto?...
      .- ¿Pero, ... estás seguro mi hijo? - insistió su madre - Ya tendrás tiempo de pensarlo durante el curso. Deberías acabar tu car...
      .- Mamá, papá, ingreso en el seminario la semana que viene... Pero no se inquieten. Ya está todo arreglado. Todo irá bien. No quiero que se preocupen.

      Al día siguiente habló con ella. Lo hizo en su barrio, en San Antonio, sentados en el poyete que estaba adosado a la ermita, frente a su casa, frente a los ojos guardianes y protectores de su madre. Era sábado. Estaba preocupado. No era más que un niño intentando comportarse como un hombre. Creyéndose un hombre. No sabía como iba a explicarse, aunque intentaría hacerlo con delicadeza. Le habían dicho que no tenía nada que reprocharse, que lo que estaba sucediendo era voluntad de Dios. Pero él no acababa de entenderlo. ¿Puede ser Dios indiferente al sufrimiento de alguien inocente? Se sentía mal. No quería causar dolor, pero presentía que sería inevitable. Sin embargo, cuando llegó el momento, cuando la tuvo frente a sí y comenzó a explicarse, las palabras que salieron de su boca resultaron demasiado trascendentes, demasiado frías, demasiado lejanas, como si hubiesen sido pronunciadas desde un estadio superior. ¡Pobre tonto! Al final, sólo habló él, sólo se explicó él, sólo decidió él. En realidad se limitó a decir lo que durante siglos otros habían dicho que había que decir en casos como éste, lo que la Iglesia, desde su magisterio infalible y todopoderoso, enseñó siempre como doctrina: "Que la llamada al sacerdocio estaba por encima de todas las fidelidades y todos los amores". "Y que los daños colaterales deberían asumirse como un mal inevitable". Y aquí paz y después gloria. <<¡Cuánto sufrimiento innecesario en el nombre de Dios! >> - pensaría años más tarde entre brumas y pesadumbres - <<¡Cuánta simplicidad intelectual!>> <<¡Cuánta soberbia y cuánta complacencia!>> La niña calló, bajó los ojos y aceptó. El pensó que había ofrecido su primer sacrificio y se sintió confortado. Posiblemente nunca fue del todo consciente del sacrificio sin premio que obligó a asumir a la otra parte. Se despidieron, y nunca más volvieron a verse. Tras ellos quedó un pozo de dolor y de pena, sobre todo en el alma de ella, que no tuvo arte ni parte en lo que allí se decidió. En lo que otros decidieron por ella.
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      Los recuerdos de este encuentro aflorados en el sueño de esta noche, están contaminados por la pena y por una evidente sensación de culpa que apareció y fue creciendo con la madurez. Las reflexiones que acompañan a los hechos sencillos que allí se produjeron, no existieron aquella noche de diciembre de 1961 (noche de éxtasis y de gloria para el muchacho) pero forman parte inequívoca del bagaje de un viaje cargado de dudas, de luces y de sombras.
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      Más tarde se lo dijo a Don Juan, su párroco. No lo esperaba. Pero se alegró. Y en la parroquia se alegraron todos.
A sus amigos no les dijo nada. Se enteraron cuando ya estaba en el seminario. Nunca supo que opinaron. Supongo que se movieron entre el estupor y la incredulidad.

      18 de Diciembre de 1961, Seminario mayor de Tafira. Mientras se acercaba caminando por la avenida de tierra batida que daba acceso al edificio principal, Manolo Alemán se acercó hasta él con una sonrisa que lo inundaba todo. Le estrecho fuertemente la mano y le dijo:
      .- "Bienvenido a casa, Antonio. Hace un día espléndido, si te parece podríamos pasear mientras hablamos"

      Había comenzado una extraordinaria aventura que iba a durar siete maravillosos años.
 
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. Fin del viaje. De nuevo en Madrid.

      Se despertó sobresaltado y sudoroso. El sol entraba a raudales por los cristales. No llovía. No hacía frío. Pareció como sí de repente el invierno se hubiera ido y la primavera estallara con toda su vida a cuestas. Le costó levantarse del sillón. Su castigada espalda acabaría pidiéndole cuentas - a veces se comportaba como un niño - Afortunadamente, en pocos instantes llegaría su mujer y la casa y su vida recuperarían la alegría y el sentido común.
Abrió todas las ventanas y dejó que el aire fresco y limpio de la sierra purificara cada rincón de la casa. Ordenó algo la mesa, colocó los cojines y dobló su manta. Todo estaba bien. Ahora sólo quedaba preparar un estupendo desayuno para recibir y celebrar la gloria del cariño.

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