domingo, 3 de marzo de 2013

Recuerdos de infancia.

       Transcurría la primavera del año 1956. Era un día cualquiera del mes de abril de aquel largo y penoso periodo de la postguerra española tan cargado de tristezas. Un sol espléndido, dulcificado por la ligera brisa del alisio, iluminaba cada rincón de la ciudad y proporcionaba bendiciones de calor y aliento a todos los habitantes del pueblo, esta vez, sin discriminación alguna.

       En la clase de Tercero-A del Instituto Laboral de Telde, D. Daniel Verona, un sabio y algo excéntrico profesor de literatura, comunicaba a sus alumnos los resultados del último examen. La prueba había consistido en un ejercicio de redacción que los alumnos (chicos de entre 12 y 14 años) deberían escribir sobre cómo sería la Vida en el año 2.000.

       Al llegar a él (lo había dejado intencionadamente para el final) le mandó acercarse, ignoró por un momento al resto de la clase, puso la mano en su hombro, se acercaron juntos a uno de los grandes ventanales del aula desde donde podían verse extensas fincas de plataneras y otros árboles frutales, y de forma teatral le dijo << todo esto podría ser tuyo, si quisieras >>. A continuación le hizo leer en voz alta su ejercicio. Lo había puntuado con 10.

       De la extravagante escenificación montada por su profesor, que inevitablemente le recordaba al pasaje evangélico de las tentaciones de Cristo en el desierto, el niño sólo guardó en su corazón la verdadera lección que D. Daniel pretendió transmitirle: << En los libros encontrarás toda la riqueza que tu alma necesita. No dejes nunca de leer.>>

      Han pasado 57 años y aún recuerda el tema que eligió para su redacción: "La Vida en el año 2.000 y Las profecías de Julio Verne." Su pasión por la lectura y el descubrimiento a una edad muy temprana de aquel increíble soñador visionario, le sirvieron para enamorar a su maestro y para engancharse de forma definitiva a la pasión por los libros. 

       Leer. Leer.Leer. Libertad. Libertad. Libertad. Soñar. Conocer. Amar. Vivir...

       Sentado en el sillón de su terraza. Con las ventanas cerradas y la calefacción calentando su casa y su cuerpo dolorido, con el último libro de Haruki Murakami sobre las rodillas("Baila, Baila, Baila") y su memoria atrapada entre los entresijos de su infancia, irrumpieron en sus recuerdos las emociones de aquel primer día:

       .- "Ocurrió hace mucho tiempo. Fue un aldabonazo, una explosión de color. Era muy pequeño pero aún me parece estar viéndome con los ojos desorbitados, la sonrisa cruzándome la cara, saltando de alegría y corriendo hacia mi madre para darle cuenta de mi descubrimiento: En un instante, como por arte de magia, me di cuenta de que "había aprendido a leer".- Nunca experimentó un gozo mayor.-
      .- "Y al llegar la tarde, cuando no me quedasen recados que hacer, cuando hubiese llenado los bidones con el agua de la acequia, cuando los juegos de la calle se hubiesen acabado al toque de retirada de los gritos de las madres, yo buscaría un pequeño rincón en mi casa pequeña y bajo la tenue luz de una bombilla, me iría de aventuras con el Cachorro y el Capitán Baco, me sumergiría en los Bosques Encantados donde habitan los Duendes, los Trasgos y las Hadas, o recorrería mundos lejanos de la mano de Asterix o Tintín"

      .- Nota final.- Se que muchos de ustedes aman los libros tanto o más que yo. Por favor, no tengan en cuenta mi atrevimiento. Aquí van dos obras que me atrevo a recomendarles: "Juntos nada más", de Ana Gavalda y "El lector de Julio Verne", de Almudena Grandes.

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