jueves, 2 de febrero de 2012

Digresiones, incertidumbres y utopías.

      Los seres humanos solemos tender a pensar que nuestro mundo, es todo el mundo. Juzgamos y opinamos desde nuestro pequeño universo personal como si poseyéramos todas las claves de la vida. Declaramos la guerra, anatematizamos o condenamos desde la cima de nuestras verdades absolutas, sin percatarnos de nuestra insignificancia, de nuestra estupidez y de nuestra nada.

      Esa miopía congénita y bárbara es la que conduce a individuos y grupos, a la xenofobia, a la intolerancia necia, o al desprecio del otro. Y nadie está libre de caer en esta barbarie. Los miedos atávicos, el temor a lo desconocido, la necesidad de certidumbres, nos empuja a refugiarnos en los dogmas, a entregarnos a líderes carismáticos, a coquetear con mensajes totalitarios. Y todo ello desde la más absoluta inconsciencia.

      Sólo cuando descubramos nuestra absoluta incapacidad para entender y explicar el misterio de la vida, cuando un gramo de sabiduría nos conceda la humildad de entender que lo único cierto es "saber, que no sabemos nada", es posible que entonces, y sólo entonces, estemos preparados para conquistar la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y, aunque también esto es conjetura y búsqueda, es previsible que, ahora si, avanzemos hacia el conocimiento de los grandes interrogantes de la existencia: ¿Quienes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?  Quién sabe, tal vez al final del camino alcancemos la plenitud.

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