viernes, 7 de septiembre de 2012

De tour por el cielo.

      No tendría más de siete años. Era la primera vez que pasaba las vacaciones en la casa que los padres de su padre tenían el el campo (consecuencias de la crisis y del bajón en los ingresos familiares ) Se habían acabado los viajes transoceánicos, los hoteles de cinco estrellas y el vivir para deslumbrar a los vecinos.

       Los abuelos estaban contentos. Preocupados por los problemas laborales de su hijo, pero encantados de tenerle cerca aunque sólo fuera por unas semanas. Y sobre todo, felices de poder disfrutar con la presencia del pequeño.

      Estaba siendo un verano magnífico.El sol reinaba espléndido durante el día y las estrellas y la luna vestían el cielo de fiesta cada noche. Y, ni de día ni de noche, el calor o el relente eran causa de lamento ni de queja.

Durante el día, el niño acompañaba a su abuelo a los recados que le encargaba la abuela ( el pueblo estaba a escasos diez minutos andando ) o paseaban junto al río contemplando el paso de los peces - juguetones y seguros -  bajo las aguas transparentes y saltarinas de aquel tramo de la corriente. El sotobosque que protege y se alimenta del río agudiza la imaginación del pequeño que, de la noche a la mañana ha cambiado el cemento y el ruido de los coches por un paraíso mágico donde habitan el cuco, el ruiseñor, los lagartos y las ranas, y donde reinan los sauces, los álamos  blancos, los espigados tilos y los Olmos que hunden sus raíces en el agua.

      De la mano de su abuelo, el niño salta y escudriña, se asombra y pregunta. En el porche de la casa, madre y abuela ven aparecer a la feliz pareja.

      _- ¿Pero de donde vienes? Estás muy sucio Daniel. Anda, ve a lavarte las manos y la cara. Y quítate esa camisa y esas zapatillas. ¡Dios mío, este niño se va a convertir en un salvaje!_-

      La abuela mira de soslayo a su marido y le reprueba en silencio que no haya tenido más cuidado. El abuelo calla y se retira discretamente. " No entiendo a esta gente de ciudad".

       Después de comer, el niño es obligado a dormir la siesta. El cansancio y la emoción de los descubrimientos le hace dar mil vueltas en la cama. Finalmente sus ojos se cierran y se queda profundamente dormido. Los cuatro adultos sestean y se aburren ante el televisor. El abuelo sólo piensa en el niño. "Esta noche estaremos juntos otra vez". 

      José Luis no para de hablar por teléfono. El auricular en la oreja, las manos haciendo figuras en el aire, su voz, unas veces susurro, otras tormenta. Su madre le observa a través de la ventana. Está preocupada. No debe ser fácil "dejar de reinar". Subir es excitante ... bajar, hundirte ... debe ser terrible. ¿Y si quién se hunde es tu hijo...?

      Alicia se ha retirado a su habitación. Está fuera de sitio. Es una mujer de ciudad. Se le nota crispada. No acepta la nueva situación. Ni sus padres, ni sus vecinos, ni siquiera sus amigas más intimas se han enterado del despido de su marido. Y lo peor es que pasan los meses y no encuentra nada. Llamadas, currículum, comidas... Nada. Los amigos, si alguna vez los tuvo, han desaparecido. Y se acaban las reservas. Y los gastos suntuarios que propiciaron un salario desmedido son ahora una enorme trampa de la que no saben escapar.  Y el colegio de Daniel... Adiós a la "créme de la créme", a las amistades influyentes, a un futuro entre la élite. Y a las amigas de la hípica y a las rutas gastronómicas y al barco en el puerto...

      José Luis y Alicia se conocieron hace siete años y medio en una fiesta organizada por su agencia de publicidad para celebrar la conquista de un cliente que les situaba en la élite. José Luís, treinta y dos años, era el director creativo de moda (ganaba indecentes cantidades de dinero) y Alicia, veintitrés, era una chica, fundamentalmente guapa y enormemente despierta, que acababa de fichar como secretaria de dirección. En los aledaños de aquellos días fue concebido Daniel. Un par de meses después hubo boda en los Jerónimos. Fueron tiempos de vino y rosas, de soberbia y de derroche, de humo y pompas de jabón, de pérdida absoluta del sentido de la realidad. Y la caída fue terrible.

      Llegó la noche y los adultos se abandonaron a la televisión. Todos menos uno... El abuelo llamó a Róbin, un precioso pastor alemán, guardián y amigo, e hizo un guiño a Daniel que de inmediato y sin hacer ruido, se escabulló hacia el exterior. Ni una sola nube en el cielo. Una ligerísima brisa dulcificaba aún más una temperatura maravillosa. Querían alejarse de la luces de la casa. Róbin iba delante moviendo el rabo sin parar y volviendo continuamente la cabeza.

      _- Este es un buen sitio. La hierba alta protegerá nuestras espaldas y no tenemos peligro de enfriarnos. Aún no la ha empapado el rocío_-

      El abuelo se tumbó en el suelo boca arriba, colocó sus manos bajo la cabeza a modo de almohada y se dejó embrujar por las estrellas. El niño se puso a su lado y copió su postura y sus gestos. Róbin se acostó con las patas traseras estiradas y el hocico sobre las piernas del anciano. Y guardaron silencio. Y captaron todos los sonidos. Los que emitían los pequeños seres que vivían cerca y los que les enviaba el firmamento, inmenso y misterioso.

      _- Abuelo, ¡Qué bien se está aquí!_-

      Y al abuelo los ojos se le llenaron de lágrimas. Y experimentó una dicha que nunca imaginó que existiera. Y durante largo rato explicó al niño las pocas cosas que sabía y lamentó que no estuviera con ellos durante esta noche mágica su amigo Mario Villanueva, y les llevara de tour por el cielo.

      _- Si Daniel, creo que se está muy bien. Podríamos repetir, ¿te parece?

      Llegó la mañana. El abuelo apuraba un café en el porche mientras releía un libro de poemas del poeta canario Pedro Lezcano. La abuela trajinaba en la cocina preparando el desayuno. Y apareció su hijo.

      _- Papá, ¿tienes un minuto? Me gustaría hablar contigo.

      _- Claro hijo, tu dirás.

      _- Se trata de Daniel. Verás, quiero que me entiendas bien.Se que le quieres mucho y que el te quiere a ti, pero me parece que no es bueno que paséis demasiado tiempo juntos. Me preocupa que esté tan contento aquí. Se le ve, ... demasiado feliz.

      _- ¿Y te preocupa que esté contento?... No,... no entiendo.

      _- No, no,... verás papá. Lo que quiero decir es que ésta no es la vida real. En el mundo que tendrá que vivir, comes o te comen. La competencia es feroz y debe aprender a defenderse, a endurecerse, a huir de ensoñaciones poéticas y a pelear por ser alguien. Por ser el mejor. Al precio que sea.

      _- ¿Eso crees, José Luís? ¿Te enseñé yo esas cosas?... Mira hijo, sin duda eres una persona preparada y nadie puede dudar de que deseas lo mejor para Daniel, pero sería bueno que cuestionaras algunas de las certezas por las que te riges. No pretendo que sigas las mías, tan sólo te pido que vuelvas a preguntarte, que conozcas otras maneras de vivir. Recela de los dogmas, de las verdades incuestionables. Duda, busca, pregúntate. Y mientras llega la respuesta que buscabas, abre los ojos y los oídos, mantén despierto el corazón y disfruta de los placeres sencillos.

      _- Bueno, papá, estamos en lo de siempre. No creo en ese mundo idílico. El tiempo transcurre muy deprisa y yo quiero exprimirlo y gozarlo. Y quiero que mi hijo tenga más posibilidades que yo. Por eso no quiero que aprenda cuentos.

      _- ¿Cuentos? ¿Es un cuento disfrutar de un cielo lleno de estrellas? ¿levantarte cada mañana y salir a correr con Róbin y ver como mueve su rabo y como salta? ¿es un cuento saludar a tu vecino y que este te devuelva una sonrisa? ¿recibir la llamada de un viejo amigo y quedar con él para tomar un café? ¿descubrir que alguien sufre si tu penas? ¿Es un cuento gozarse con el trabajo bien hecho? ¿con la alegria del triunfo de tu equipo? ¿con la caricia de tu mujer, o de tu hijo o de tu nieto? ¿es un cuento intentar con todas tus fuerzas ser feliz?

      _- Papá...

      _- Perdona hijo, a veces hablo demasiado, pero la vida es una sucesión de instantes. Instantes que contienen toda la vida. Instantes fugaces que ya no quiero dejar escapar.

      _- Está bien, papá. Lo pensaré.

      _- Me alegro, hijo. ¿Puedo ir entonces al río con el niño?

      _- Claro, papá, qué cosas dices.

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