viernes, 15 de abril de 2011

El niño, su Madre y el tueste del "millo." ( Recuerdos.-4)

      Estaba sentado en un banquito de madera. Absorto, miraba a su madre remover sin parar el millo que tostaba en la sartén grande. Cuando acabase, llenarían con él un saco de tela blanca y partiría hacia el molino para transformarlo en riquísimo y oloroso "gofio."  Pero aún faltaba tiempo para eso.

      La operación de tueste transcurría en un rincón del pequeñísimo patio de la casa. En el suelo, unos ladrillos formando un cuadrado con el espacio interior libre para contener el carbón, configuraban el humilde fogón sobre el que se asentaba la enorme sartén.

       Le gustaba estar allí. El movimiento imprevisible del fuego, la brillantez y fuerza de sus colores primarios y el crepitar de los granos de millo saltando sin parar sobre el hierro negro, le transportaban al mundo de sueños y de magia que momentos antes había descubierto en los cuentos que leía cuando salía del colegio,  acababa con los "mandados" y abandonaba los juegos de la calle. 

      Pero sobre todo, le gustaba estar allí por ver a su "madre."  Junto a ella se sentía seguro y experimentaba "un no se qué", inexpresable e indefinible a sus pocos años, pero que estaría muy cerca de lo que hoy entendería como amor absoluto.

      Era una mujer grande. Alta y de complexión fuerte, de piernas robustas, como columnas de Hércules, de piel muy blanca y ojos pequeños de un precioso color gris azulado. Su rostro era hermoso y transmitía una atmósfera de amable serenidad. Nunca habló mucho. Reservada y tímida, podía transmitir la sensación de una persona distante y seca, pero cuando traspasabas esa barrera defensiva, tropezabas con un ser entrañable, en extremo amoroso y de una generosidad sin límites.  Su "Sueca querida", la llamaría con el transcurrir de los años.

      El niño amaba y admiraba a su madre. Mientras seguía con la vista los movimientos cadenciosos del remover continuo de los granos de maíz, recordaba lo que su padre le decía a todas horas, " hijo, gracias a tu madre, esta casa ha podido salir adelante. Su sabia administración del poco dinero que yo he podido ganar, ha multiplicado por mil las posibilidades de tanta escasez."

      Su trabajo no terminaba con el cuidado de su marido y sus cuatro hijos. La dureza de la guerra y, la aún más cruel posguerra, obligaba a los pobres a multiplicarse robando horas al ya menguado descanso. Sus hermosos ojos, se consumían poco a poco ante el telar donde creaba hermosos calados artesanos que las ricas del lugar le pagaban de forma miserable, o ante las banderas y uniformes, que el ayuntamiento le encargaba y malpagaba. Pero jamás se quejó.   

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      Ya el millo está tostado. Al niño le toca ahora llevarlo hasta el Molino del Conde. Durante el trayecto - alrededor de un kilómetro y medio - y para hacer  más llevadero el cansancio que generan el peso y la distancia, su mente le conduce siempre, de forma recurrente, a su paraíso soñado :  " Conduce un hermoso coche descapotable y las chicas más bonitas del pueblo le saludan y sonríen. Él, detective privado muy famoso, les devuelve el saludo con estudiada displicencia."

2 comentarios:

  1. Gracias por revivir de esta manera a la sueca.
    Hoy estoy un poco más orgulloso de ser su nieto.

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  2. Soy incapaz de poder describir lo que has conseguido con tú relato, las emociones y los recuerdos vienen a mi cabeza como si fuese ayer. Gracias

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